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toria, cuando se sabia por ley cual habia de ser el sucesor, y, sobre todo, porque faltando allí la Reina viuda, tal informalidad no era de ley.

Aplazóse la ceremonia para otro dia, y hasta que la Reina doña Violante saliese de una enfermedad que le sobrevino, pero acrecentándose el mal, la necesidad vencia á la ley, y era preciso resolverse á consumar el acto; mas, tampoco pudo verificarse este por la creida presuncion que manifestaron algunos ante la junta, de que doña Violante estaba en cinta, y, por consiguiente, se debia esperar hasta saberse si seria varon ó hembra el que debiese suceder en el trono. Los convocados tuvieron que esperar de nuevo, el preñado se desvaneció, y entretando don Martin surcaba ya el mar hácia Barcelona, para cumplir así con lo que le imponia la costumbre (2).

Volvió á reunirse la junta despues de vencidos los temores, y hubiera pasado adelante sin tardanza, á no haberse determinado por Consejo la ventaja que habia de esperar á don Martin, para que el acto tuviera así mas fuerza, pues en aquel mismo dia habian llegado los enviadados de la prudente ciudad de Zaragoza, junto con unos caballeros de Balbastro, y además una comision que solo queria darse á conocer ante el Consejo de Barcelona. Los primeros venian á participar como el Arzobispo de la ciudad que representaban, tenia en su poder unas cartas del conde de Foix, pretendiendo ser el sucesor del reino, las que no queria abrir el prelado por deliberacion de su Consejo, hasta que llegara don Martin y se leyera el testamento de su hermano. Los segundos venian á participar el resultado de una defensa que habian hecho, junto con unos ballesteros catalanes, contra una faccion del conde de Foix que, aclamando á este por Rey, habia invadido la ciudad. Los terceros eran los comisionados del mismo Conde pretendiente, que suplicaban al Consejo tuviese por justa su demanda, atendido á que Foix era el verdadero sucesor, por estar casado con la hija mayor del rey don Juan (3).

Los de Zaragoza y Balbastro, tuvieron á bien esperar la llegada de don Martin, mostrando así justo respeto á Barcelona, como era de costumbre. Los comisionados desconocidos se presentaron al Consejo para hacer su demanda, y en presencia de la Junta de palacio, que se habia trasladado allí como espectadora, el Consejo respondió á los comisionados: - Que su rey era solo don Martin, y que tal le aclamaban por ser ley. -Entonces fue cuando, para mayor fuerza, y en vista de la exacta formalidad y respeto á la ley que manifestaba el Consejo, el notario volvió á tomar el testamento del Rey y lo leyó con las formalidades costumbre.

En el testamento se vió nombrado por sucesor á don Martin; los del Consejo por prevision mandaron prender á algunos nobles descontentos, entre los que figuraban los mismos alguaciles del Rey, y entretanto don Martin llegó á la ciudad, donde el pueblo le recibió con la mayor pompa y alegría.

Por tal llegada todos los de la ciudad hicieron grandes fiestas y demostraciones; pero esto no se tomó mas que como resultado de la costumbre, pues don Martin no era aun verdadero monarca segun ley, hasta que se coronara en Zaragoza, donde debia jurar los fueros y libertades del país.

Así se resolvió. Por su discrecion y tino se dieron mutuamente las gracias los comisionados fieles y el Rey, y este, como sucesor reconocido, ya procuró á demostrarse del modo que en tal caso exijia su bondad. Felicitó á Zaragoza por su prudencia y teson, á Barcelona por su acostumbrado respeto á las leyes, y á Balbastro por su valor y defensa. Y para acreditar mas su renombre de Humano, perdonó en seguida á los que habia preso el Consejo, y solo declaró rebelde al conde de Foix, confiscándole su castillo de Castellbó en castigo de su rebeldía, pero sin condenarle á la pena de muerte que mereciera por sus alborotos y por su imperdonable modo de proceder contra costumbre y ley.

Despues de tantos bienes, y para hacer en adelante otros mayores, don Martin abrazó respetuosamente á doña Violante, y partió á Zaragoza con su esposa doña María, á fin de coronarse Rey y sostener así mejor las leyes y las costumbres.

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(Siglo XV. Época del interregno anterior al nombramiento de Fernando de Castilla el de Antequera, por rey de Aragon.) (Fernando I

de Aragon.)

Fiet unum ovile et unus pastor (1).

En medio de la noche, desmintiendo el terror que va propagando la naciente guerra, y la terrible calma que las venganzas de los malos introducen en la morada de los buenos, arden por los montes y por las llanuras infinitas hogueras que elevan ante las chozas de los pastores y alumbran los venerables castillos, cuyos destruidos blasones, marcan con evidencia el reciente furor que por los bandos han sufrido.

El sencillo pastor y el honrado castellano, levantan la cabeza al cielo y dan gracias á Dios que les ha enviado una noche tranquila y sin apariencia de mal para aquellos objetos que ambos guardan con sobresaltada confianza. Asoma cada cual el rostro junto à la llama, para ver lo que se divisa en la llanura, y con la sola confianza de la seguridad que acaso pueda conservar por aquella noche á sus ovejas ó á sus torres, procuran todos aumentar con doble ahinco la llama, cual si con ella intentaran hacer una ofrenda de gratitud para satisfacer á su Dios.

109

En vez del alterado é intermitente fragor que retumbaba otras noches por los llanos; en vez del choque que se oia continuamente de hierros contra hierros, piedras contra piedras, y caballos contra caballos, solo se escuchaba entonces el acompasado ruído que hacian las hileras de los ejércitos enemigos atravesando el valle, con la cabeza baja, la lanza rendida, las manos cruzadas en el pecho, ojos casi cerrados y los piés inciertos, pisando solo con la los confianza de hallar la huella que el primer soldado marca al último, despues de trazarla el caudillo que va delante; el caudillo, que es el que mas vela, porque tiene la confianza diferente del que le sigue.

De siete puntos diferentes vienen ejércitos, y sus enseñas son diferentes tambien. Algunos de ellos caminan mas precipitados que los otros, y no llevan las lanzas tan bajas, ni las cabezas tan caidas; pero, al ver otro ejército con el que acaso hayan peleado el dia anterior, ó al divisar otros pendones diferentes de los suyos, todos bajan la cabeza y la lanza, é igualan el paso para dirigirse al mismo sitio (2).

De este modo van caminando los fatigados guerreros, hasta llegar en torno de un castillo alumbrado por hogueras tambien, guardado por tres castellanos tan fuertes por su lealtad, como los ejércitos por sus armas, y decorado con un solo estandarte, que ostenta en lo mas alto de la torre el escudo del reino de Aragon. Y á la puerta del castillo, á cuyo alrededor estan acampados los ejércitos, se ven dispuestos unos heraldos para recibir á otra hilera de hombres sin armas, única que pueda entrar al castillo, y ante la cual rinden las suyas los demás ejércitos, para demostrar la confianza con que deben estar los que se encierren, hasta que los heraldos vuelvan á abrir las puertas para desvanecer las dudas y anunciar la paz.

- Pastores, encended aun mas hogueras.... alumbrad vuestras torres, castellanos.... guiad con vuestras luces á los héroes, que os traerán la paz cuando regresen. Alum

brad, que á par de ellos van sin armas otros héroes tambien que á su Rey buscan, y por la paz sabrán vencerlo todo.

Al estar ya reunidos y ordenados todos los ejércitos en torno del castillo, los soldados clavaron sus lanzas en tierra, y se durmieron al pié del arma. Sin embargo, un ejército hubo que apenas dormia y que no tenia las lanzas muy clavadas. Entonces fue cuando los centinelas de cada ejército, que formaban un cordon al rededor del castillo, se llegaron los unos á los otros sin seperarse de su línea, y se dijeron la contraseña que tenian.

—¡Paz!—dijo el centinela que velaba por el ejército del duque de Calabria, y al escucharlo el que velaba por el conde de Luna, trasmitió la palabra al que velaba por el infante de Castilla, y el que velaba por el infante de Castilla la trasmitió al ejército de la princesa Isabel, y este al del conde de Prades, y del ejército del conde de Prades, pasó al del duque de Gandía y luego, al del conde de Urgel, donde la palabra ya apenas se percibió (3).

Así esperaron tranquilos aquellos siete ejércitos, cuyos caudillos creian tener el mismo derecho á la corona del reino, y cuyo anhelo era tan grande como sus nombres, para saber cual de los siete quedaria rey, ó á quien designarian con mayor derecho los venerables magistrados que se habian encerrado en el castillo; pues á la voz de sus heraldos, debian doblarse para siempre las armas de todos los bandos.

Levantóse un altar ante los ejércitos luego que el sol reemplazó á las hogueras; los guerreros rindieron la lanza; los magistrados que estaban sin armas doblaron las rodillas é inclinaron la cabeza, y, teniendo presente solo á Dios, jurando obrar con arreglo á su santa ley, al derecho y á sus conciencias, extendieron la mano sobre un misal, pasaron á encerrarse en el castillo (4).

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Durante la deliberacion de los magistrados, que representaban á Cataluña, Aragon y Valencia, no se percibió

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