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LEYENDA XXV.

El príncipe de Viana.

- Años 1460, 1461 y 1472.

(Época del reinado de Juan II el Grande de Aragon. )

Non può più la virtu frágile e stanca

Tante varietati omai soffrire

Che'n un punto arde agghiaccia arrossa e'mbianca
Fuggendo spera i suoi dolór finire...

Petrarca.

El palacio del rey don Juan segundo, no era ya hermoso jardin donde las prendas de la reina doña Blanca sobresalian como flores extendiendo su inextinguible aroma por todos sus pacíficos estados. Este precioso ramo, arrancado por el soplo fatal de una imprevista muerte, habia dejado un hermoso pimpollo solitario, que solo crecer debiera á la sombra de un trono real, y con la vida de un sol inextinguible, del brillo que cual sol le trasmitiera á la par una corona regia. Mas ¡ay! el hermoso pimpollo no estaba ya en el jardin, pues, trasplantado en árido lugar, su aroma no se percibia y, en vez de admirarse su gala en la floresta, solo se veia una ávida serpiente que destruia las flores y hasta tronchaba la planta, fingiendo con su silbido la aura ligera y suave del estío (1).

La reina doña Blanca habia muerto; el príncipe don Cárlos lloraba solo en Monserrate, esperando con la ayuda de Dios y la justicia el nombramiento de sucesor y primogénito, y Juana Enriquez, segunda esposa del monarca, detenia con aparente amor las esperanzas de su hijastro, para favorecer á sus hijos, á la par que con traidora fineza procuraba aumentar el odio que habia logrado fijar

en el corazon del Rey contra su desgraciado primogénito. ¡Hé aquí el ramo, el pimpollo y la serpiente!

Nunca habia estado mas combatido el corazon del Príncipe como al verse solitario llorando por su amor que debia ocultar, por su genio y aficion á las letras, que mal podia cultivar entre dudas, por la injusta indiferencia que notaba en su padre para con él, y por la incierta alternativa que le presentaban los ofrecimientos de Castilla y de su valido Beamonte y las palabras francas y de aprecio con que los Catalanes le manifestaban la poca confianza que debia tener en la ayuda de otras naciones y en la falsa proteccion y consejos de la madrastra.

En caso que don Juan sea mal padre, por vos nosotros, como buenos hijos, sabremos pelear. ¡ En Cataluña tan solo confiad, príncipe Cárlos!

Fundado en tal confianza, el jóven príncipe pasó á leer las últimas cartas que le escribia su Rey y padre, haciéndolo con interés mayor que otras veces, pues hasta entonces siempre habia recibido en sus escritos nuevas cuitas y amenazas, ó, mas bien, afiladas saetas que doraba con expresiones de cariño la falsa Reina.

En la última carta leyó el Príncipe que las Córtes de Lérida querian aclamarle primogénito y solo esperaban su presencia para que el Rey se decidiera.... En una carta el Rey manda comparecer á su hijo; en otra le manifiesta su ánimo de acceder á cuanto pretendan los Catalanes; en otra le repite muchas veces el nombre de hijo; en otra le declara amor y cariño y junto á su firma va tambien la de la Reina.

· ¡Oh, qué felicidad! ¡ oh, qué esperanza !.... Envaina ya tu espada, jóven Príncipe, que solo es ley y amor lo que te llama. ¡ Tal vez la sierpe vil se volvió tórtola!

Y envainando su espada, Ileno de esperanza y gratitud, se dirigió el Príncipe á Lérida, para verse nombrado primogénito y sucesor ante las Córtes. La ilusion del porvenir que entonces empezaba le hacia olvidar todos los recelos

que su corazon pudiera sentir y hasta le hacia tenaz, para despreciar los obstáculos que los ministros castellanos le presentaron en el camino, vaticinándole la pérdida de su libertad en tal viaje.

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-Mi padre es padre aun, respondia el Príncipe adelantando. Ni de su carne sabrá tomar venganza, ni en su sangre bañar aquellas manos que me esperan.

Y con esta seguridad fue avanzando el jóven príncipe hasta llegar á Lérida y presentarse ante las Córtes que debian coronarle. Al entrar, vió el Príncipe á su padre que le esperaba, y no pudo menos de alegrarse como hijo; saludó con afabilidad y se dirigió á su sitio; mas, cual fue su sorpresa al oir en aquel mismo momento la campana que indicaba la hora de levantarse el Congreso dando fin á sus tareas por aquel año.

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¡Alto, alto! ¡Señores, aguardaos!... El Príncipe de Viana os lo suplica!.... gritaba el desgraciado Cárlos. -Tarde llegasteis, hijo, respondió el Rey ocultando en sus palabras el ardid que habia usado de retardar sus cartas para que el Príncipe llegara á las Córtes cuando ya fuese hora de cerrarlas.

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No hay derecho que valga.... á fuera todos, respondió el falso padre.

El Príncipe dió una mirada suplicativa á los Diputados catalanes, y estaba ya para seguir á su padre, cuando la voz de un diputado con enérgica fuerza detuvo milagrosamente á la muchedumbre. Así decia:

Por el fuero de proroga yo exijo que aun duren seis horas nuestras Córtes (2).

El Rey accedió, dando un beso en la frente de su hijo y sentándose luego con frialdad. Las Córtes propusieron, cuestionaron, manifestaron abiertamente su decision por el Príncipe; pero las seis horas pasaron y el inocente tuvo que separarse de sus defensores.

El Rey, para calmar los ánimos, pasó todo el dia con el Príncipe y por la noche le mandó preparar un convite en el que debia acompañarle la madrastra (3).

El pueblo esperó una injuria mayor para vengarse y dejó libres á los reyes en su cena, pero mientras el pueblo esperaba llegó el último plato del convite.... llegó una cuadrilla prevenida que arrancó de la mesa al Príncipe y le sacó de Lérida por una puerta falsa, conduciéndole prisionero al castillo de Aitona, donde sufrió inmensas penalidades sin la pérdida de su libertad. Entonces empezó el fuego de su trágica vida que no pudieron apagar ni los Aragoneses con su voluntad, ni los Catalanes con sus ofertas y sus doblas. ¡Entonces llegó la injuria mayor que los leales esperaban!

Al mirarse el cuitado en su soledad y sin su espada, asomó un dia la cabeza á los hierros de la cárcel para ver un ejército que pasaba. Era el ejército del rey don Juan que iba á reforzarse con el bando Agramontés, para hacer la guerra á Cataluña levantada ya por su adorado Príncipe. Ante todos marchaba el anciano rey don Juan con su corona (4).

¡Ah!.... ¡mi corona!!! ¡Sí! exclamó al verla el afligido Carlos. ¡Yo te maldigo á tí Rey.... mas, no á tí, padre! ¡ Maldita tu esperanza, Rey injusto; malditas las victorias que consigas! ¡ Vive, para llorar solo mis yerros: para hallarte en tu muerte sin mi alivio! Dios haga que me llores sin recurso; que no puedas gozar del desengaño; que, al quererme poner tu la corona, no sepas encontrar ya mi cabeza; que, para sostener tu injusta rabia, hayas de perder vidas á millares y á mares verter sangre de inocentes; que, al querer sojuzgar á mis soldados, sepulten tu corona las ruinas de la indómita y libre Barcelona; que no puedas gozar tranquilo nunca de esta hermosa ciudad; y finalmente, que solo borrar puedas tanta infamia con hechos tan impropios de

<< tu orgullo, que te hagan grande acaso y hasta olviden por ellos tu maldad, mis defensores !...

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Y aquí iba á arrojar su espada al ejército el desesperado jóven, pero, al volverse, no halló mas que el libro de sus pasatiempos, único alivio en sus adversidades.

El ejército del Rey topó luego con otro ejército que no esperaba, con el de los Catalanes sublevados que intimaban el reconocimiento del príncipe Cárlos por primogénito y sucesor. ¡Aquí se alzó una guerra!....

Las batallas infundieron al Rey desengaños y sospechas, y por último fue preciso aclamar al estimado príncipe por lo que deseaban sus defensores; mas, no pudo gozar el Rey de verdadera paz con su sucesor y sus vasallos, pues el primero murió de tristeza á poco de ser aclamado, y los segundos le siguieron una guerra de once años, cuyo furor solo pudo aplacar, concediéndoles, además de sus exigencias, un número mayor de fueros, privilegios y confirmaciones, que no podian esperarse sino de un amigo, por lo que, el enemigo Rey llegó á merecer de la generosidad de sus mismos contrarios hasta el nombre de Grande que luego le dió Barcelona (5).

La Reina no volvió mas á esta ciudad, para que los Catalanes no recordaran el modo con que se habia interesado por el Príncipe. ¡Fue prudencia! pero los fieles defensores del primogénito, interpretaron siempre esta prudencia de otro modo, y quizá esta misma causa les hizo llorar mas de continuo la pérdida de su aclamado........ ¡Si hubiese sido fácil á los que lloraban registrar con su perspicacia las cartas que recibia el príncipe, tal vez en ellas hubieran hallado gotas de mortal veneno! ¡Si al dar el Príncipe su último suspiro, hubieran podido levantar los Catalanes la corona que ya le cedia la madrastra, quizá hubiesen distinguido debajo á la serpiente que destruyó al pimpollo

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