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¡No me canten lo que tan solo yo cantar debiera! Torneos, fiestas, bailes, juegos, cazas, empresas, lauros, cantos, relaciones....& de qué me servirán para mi anhelo?... Yo solo quiero paz haciendo guerra; quiero quitar un feudo sin romperlo, y sin ser del Señor jamás contrario.... Marchad, y armados todos, volved presto. (4).

A las palabras del conde sucedió luego el son de instrumentos bélicos, que, desde el palacio, llamaron al combate; y pronto se vieron reunidos en la plaza las cuadrillas de los caballeros, y las meznadas de soldados que solo esperaban poder complacer á su señor... á su señor, que, cubierto de brillante y pesada armadura, con el escudo de oro y la espada en la mano, salia ya de palacio, dispuesto á dirijir su ejército hacia el Norte.

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-¿A dónde vamos, conde?... - dijeron algunos caballeros, observando á su guia parado en contemplar el liso escudo de piedra que se distinguia sobre la gran puerta del palacio.

-A ser felices; á buscar los cuarteles de este escudo.respondió el conde, señalando con su espada el rústico blason; y poniéndose en seguida al frente del ejército, que, mudo y obediente, se dirijia, sin entender la causa, hácia aquel mismo lugar por donde habian cruzado poco antes los brillantes aceros de otros soldados.

A todo puede compararse una batalla, á todo lo que la naturaleza envia y nace de los elementos, pues en su desórden se sienten los golpes que pueden sufrirse en una tempestad, y se goza tambien de las delicias á que recurre el corazon de un hombre cuando se halla satisfecho ó vengado.

Bien lo sabe el rey Carlos el Calvo, que, abatido mas por la indecision del triunfo y duracion de la batalla, que por la fatiga del choque, contempla ante su tienda la lluvia de

flechas, las nubes de polvo, el aire que levantan los pelotones al cruzarse y el huracan que forma la confusion y mezcla de espadas, lanzas, mazas, azcohas, dagas, catapultas y pendones.

Todo se le figura tempestad al Emperador; sin embargo, su corazon va alegrándose, y de pronto llega á figurársele posible que, entre aquel huracan, cruce algun rayo que cambie en esperanza su tristeza y le haga comparar mas felizmente lo que mira.

-¡Cuan indecisa se halla la victoria!... Lo mismo mueren de unos que de otros; y, al ver tan confundidos los ejércitos, ni llego á conocer cual adelanta! Llamarme emperador... ¿ de qué me sirve?... si no puedo ofrecer al que me ayude ni el mas pequeño estado de mis reinos.... ¡Ah! ¡qué llanto me espera sino venzo! ¡Oh! ¡qué gozo me aguarda si yo triunfo!...

-Señor, señor, la lucha se encarniza.... Nuestros héroes avanzan mas que nunca.

-¡Oh!

-Mas.... ¡ay! ¡el pendon de los franceses tan alto no se ve como el normando!...

-¡Ah!!

-Señor, esperad; á igual altura los pendones ya estan, y nuestro ejército fija la vista ahora hácia Occidente.... -¡Oh!!

Señor, de la parte de Occidente llega un nuevo campeon con gran refuerzo; mas no lleva pendones ni señeras.

-¡Ah!!

-Señor, el campeon ha dividido la fuerza que le sigue en dos mitades; una queda tranquila y se dirije despacio á vuestra tienda; otra se arroja, con su caudillo al frente, á la pelea y á dó corre mas sangre de los Francos!

¡Oh!!!

-Señor... ved ¡qué estrago! ¡qué matanza!... La lanza del campeon, bañada en sangre, chorrea desde el puño

hasta la punta.....— ¡Qué lijero caballo!....... ¡ ved cual salta!... los cascos de los peones se deshacen al peso de sus fuertes herraduras. Mas... ¡ay! una saeta ha penetrado por entre la armadura del ginete, y ahora cae á los pies del bruto indómito!...O por admiracion, ó por cansancio, los soldados suspenden sus furores: parece que descansan ambas huestes....

-¡Ah!

-Mas... no! El nuevo ejército recoje ahora á su caudillo ensangrentado y se dirije aquí, á vuestra tienda.... ¡Cuánto padece el pobre!... Que le quiten la visera está bien... ¡Qué hermosa barba !!...

¿Barba lleva el campeon que me ha ayudado? —preguntó entonces el rey Carlos, sin soltar el «¡ah!» de pena ni el «¡oh!» de esperanza que antes le hacia exhalar la duda de la victoria. Y levantándose animado corrió á la puerta de su tienda á cuyo dintel estaba ya el moribundo heroe, cuya sangre salia en abundancia de su herida y bañaba las manos de los soldados que le conducian.

Es Vifredo el Velloso!... continuó Cárlos mas admirado que nunca, viendo que era el conde, el guerrero que entraba agonizando; y despues de meditar un poco sobre la aparicion en aquel sitio de su feudatario intrépido, prosiguió mas confiado: ¡Oh, ventura!.. Si á tu ejército debo la victoria yo en cambio te daré cuanto ambiciones...

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-¡Aun queda de mi ejército una parte !... — respondió Vifredo fijando la vista en su escudo de oro. - Decid á mis soldados que se acerquen.... Como vean mi sangre mis guerreros, la victoria será para el rey Cárlos!...

En un momento pasó la mitad del ejército de Vifredo por frente la tiende del rey Cárlos que, al oir los gritos de venganza que soltaban los soldados al arrojarse contra los normandos, no pudo menos de abrazar por segunda vez á Vifredo diciéndole : Si mueres, Barcelona, en mis estados será siempre el primero ; si te salvas te daré mi sobrina Winidilda y libraré á tu pueblo de mi feudo, haciéndote su rey y soberano.........

–¡Jurádmelo, señor!.....

dijo Vifredo,

reanimado

y, por si vivo, señalad á los pueblos que yo mando las armas que han de usar en sus escudos...

Aquí sucedieron los gritos de victoria que los Franceses y los Catalanes daban volviendo ya triunfantes del ejército normando. —¡Oh !!! — volvió á decir entonces Carlos mirando agradecido al intrépido Vifredo. ¡Salve, salve, conde soberano! Tu sangre ha reforzado mi corona: honre tu sangre, pues, á tus estados.... Y poniendo la mano en la herida del conde, la empapó con su sangre, pasándola despues desde un estremo á otro del escudo de oro, sobre el cual quedaron marcadas cuatro líneas ó barras. (5).

Pocos meses despues de esta batalla, Barcelona, libre ya del feudo de la Francia, y reconociendo por soberano tan solo al conde Vifredo, celebraba felíz el enlace de este con la princesa Winidilda; y el palacio de su señor se veia adornado por un nuevo escudo, cuyos timbres eran cuatro barras de sangre en campo de oro y una corona de marqués encima (6).

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(Siglo X. Época de Suniario I, tercer conde soberano de Barcelona.)

¡ Entra, entra, buen viejo, buen amigo; entra á ser nuestro hermano desde ahora, que al pié del altar santo que te espera, hallarás la cogulla y el cilicio! ¡ Rinde al Señor tu cetro, tu corona y la espada que siempre honró tu

diestra! ¡Ven al claustro desnudo de tus joyas, que aquí la caridad te dará abrigo !....

La puerta de la Iglesia se ha abierto y el májico y agradable efecto que produce su interior á los ojos y en los corazones del concurso, es inexplicable, majestuoso. Resplandecen los cirios á millares; las imágenes asoman por entre ellos, radiantes de hermosura y sublimidad; los cantos religiosos alternan con los coros angélicos de tiernos infantillos, y el son de las arpas que los acompañan extasía el corazon, como si le convidara å dejarse llevar por aquella poética é inimitable nube de incienso, que se eleva pregonando con su silencio y lentitud, la gravedad y la veneracion con que debe mirarse el santo altar que la espende desde su ara.

El concurso se admira ante este cuadro precioso, ante esta repentina novedad, cuya causa no adivina, y, al preguntarse mútuamente los circunstantes la razon porque acuden al templo preparados, solo responden unos que por un mandato regio inesperado, ó para presenciar un solemne acto que, segun voz, ha de celebrar allí un grande hombre. Nadie acierta quien sea esta persona; los que lo saben callan, los que lo ignoran callan; pero todos se admiran y contemplan: los primeros pensando en lo que esperan los segundos esperando lo que no pueden pensar.... Obispos, abades, clérigos, hermanos, barones, duques, varvesores, señores, caballeros, soldados, vasallos, pecheros, artesanos y cantores: he aquí el concurso que por su órden espera junto al umbral del santo templo (2).

Los convidados van entrando á la Iglesia; cada cual ocupa su lugar y espera inquieto, al ver la puerta abierta y que los monges se preparan ya para cantar reunidos; pero la duda crece al buscar la mente un objeto señalado para tan gran fiesta.

¿A qué viene esta gala y esta pompa, si el condado disfruta ya de paz?...... ¿Quién ha de consagrarse ó coronarse, ya que hay tantos magnates y señores?.... Nuestro

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