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á su fuerza hoy los muros de Amílcar han de hundirse. Mientras Almanzor se preparaba á la venganza, Ludgarda habia llamado al vigilante guerrero para enseñarle el creido objeto de su esperanza.—¡ El sol acaba de salir!

—¡Mira, mira, por entre aquella hondura que forman las montañas; por el llano que conduce á aquel valle delicioso; por aquella abertura que el sol dora antes que se prolonguen con sus rayos las cimas escabrosas de los cerros, por aquella alta puerta, cuyo arco debe de ser el cielo...... ¡mira, mira que nube con el polvo se levanta y como se adelanta hácia nosotros!... ¿Si estará allí el que adora mi esperanza?... ¿Si navegará ardiente en estas olas el colmo del anhelo que me mata?...

-Sí, señora: ¡mirad! Ya se distinguen los ginetes que siempre al conde siguen... ¡Quinientos caballeros con sus lanzas!... De cinco en cinco van y á rienda suelta....

-Sí: es verdad. Quinientas lanzas veo que brillan como estrellas tras su guia.

-Y en las lanzas mirad las banderolas que el viento parten y á la nube ahuyentan.

-¡Sí!... Y en las banderolas varias letras que en unas dicen: triunfo y guerra, en otras...... mas...... ¡no! que las de triunfo se han borrado con el polvo, y resalta solo en guerra, el resplandor sanguíneo del sol.... ¡mira !!!

Aquí teme mas que nunca la señora, y el soldado calla. El afan de llegar pronto á su ciudad hace que los cabaHeros aprieten mas las espuelas á sus caballos. La causa de cubrirse las banderolas, es porque los caballos se precipitan y hacen mas espesa la polvareda de la llanura.

Al levantar los ojos el soldado vió faltar no solo las letras de triunfo, si que tambien las de guerra.... La nube se habia aumentado porque se le habia añadido otra nube mas espesa.

¡Ay, ay!.. mira, ¡soldado!.. ¡ni una letra pueden divisar ya nuestras pupilas!..

-¡Es verdad!... ¡no se ven las banderolas..!

-¡ Ni las lanzas con su ordenado brillo...! -¡Ni los quinientos caballeros...!

-¡Nada!... ¡Ni la cabeza del valiente guia!...

-¡Cierto!... ¡Ni la cabeza de su guia !!!..

Durante el dudoso afan de los observadores, solo se ve ya la nube que va haciéndose mayor y se dilata por la llanura hasta la ciudad. Al verla Ludgarda junto al foso, penetra la polvareda con una mirada de fuego.... pero con la mirada se fue tambien su esperanza.

-¡No miremos ya mas, dócil guerrero!... Todo me lo arrebata aquesta nube, pues entre su espesura impenetrable desaparece lo que fué mi todo.... la cabeza del guia mas temido, la cabeza adorada de mi esposo, la fiel cabeza de Borrell II.

La frente de la condesa no ha llegado á calentar la piedra del muro, pues el deseo de ver llegar á los quinientos caballeros, hace que Ludgarda esté siempre con la vista incierta.

Por fin, se rasga la nube sin desvanecerse, y aparecen en medio de ella alguno de los caballeros cubiertos de polvo y con las armas llenas de sangre..... Detrás les siguen otros caballeros, cuyas vestiduras son diferentes, y con las armas llenas de sangre tambien.

Los quinientos caballeros que Ludgarda espera, avanzan, como despreciando la confusion que aun dura, por entre las hileras que cubren el campo. Alegres y confiados se dirigen á la puerta de la ciudad, con las espadas envainadas, las viseras descaladas, y solo llevando con cuidado las banderas que en Ganta les han rendido. Delante, va el conde Borrell, sin casco, mostrando animada y serena la frente, que lleva ceñida con la real corona. Entretanto, por el foso de la muralla se van escondiendo quinientos ballesteros que esperan la señal de abrir la puerta, para ar

rojarse con su bandera negra sobre los vencedores de Ganta.

La ciudad abre la puerta y los ballesteros se levantan.... ¡La condesa busca en vano la estrella que se le ha aparecido de noche...! La confusion repentina de los caballeros con los ballesteros, hizo caer de nuevo á Ludgarda sobre el muro. A la infeliz princesa le faltaba esperar mas, hasta que llegára la decision del triunfo.

-¡Ya llegó!... ¡y acabóse su esperanza!-El fuerte y agudo silbo de una ballesta traidora, hace abrir los ojos á la condesa que ve clavada en aquella arma sangrienta la cabeza de su esposo ceñida con la corona real.

A tal horror el pueblo cercado, suspende las súplicas que dirigia al cielo, y solo busca la venganza. -¡A la muralla !...

—¡Sí, sí: á la muralla !...—Y al oir los cercados este grito que repiten, y que baja desde lo alto del muro, se lanzan furiosos á la brecha, tras la esforzada condesa que les dirige, llevando en una mano la cabeza de su esposo, y en otra un bruñido puñal que aun no ha probado sangre.

Al verse cara á cara los soldados de la condesa con los del Hagib, ambas buestes quedan como suspensas é indecisas por un momento. Los de afuera esperan que se arrojen los que siguen á la condesa; los de adentro aguardan que se decidan á entrar los que preceden á Almanzor.

Mientras los combatientes esperan, solo reina el silencio, el silencio que nace del temor ó de las súplicas que el corazon hace. No hay mas ruido durante la suspension, que los suspiros de los que esperan, cuya fuerza va multiplicándose de continuo por lo que ven los ojos, á cada suspiro entra una ballesta por sobre del muro, y cada ballesta lleva consigo la cabeza de uno de los quinientos caballeros.... ¡Ya entra una cabeza arrugada y venerable, blanca como las cimas del Monseny! ¡Ya entra una cabeza jóven y graciosa, llena de dorados rizos, brillantes como las barras de Vifredo! ¡Ya entra una cabeza grave y tostada, cubierta

de crispado vello, negro como los laúdes de Provenza! ¡Ya entra otra cabeza... y otra, y otra... diez... veinte... cien.... doscientas.... cuatrocientas.... quinientas!!!...—¡ -¡Ya han entrado por sobre de los muros el conde y los quinientos caballeros!!.. (6).

Al entrar la última cabeza, Ludgarda y sus soldados levantan la suya para apurar su esperanza, pero los observadores muselines levantan las suyas tambien; y cubiertos con sus escudos, se arrojan de nuevo sobre los tristes defensores que creian tapar con sus cabezas la brecha de la muralla. ¡Ya la taparon!.. ¡Todos perecieron!...

No veis una ciudad muda y llorosa que el pendon de Almanzor tiene en los muros? ¿No la observais regada con su sangre, con los templos cerrados, y sin fuerza para dar á su Dios luz, voz, ó incienso?..... Pues decid á esas víctimas que yacen, ¿si es su cuna y su tumba igual acaso?...

Tal era el acento de las madres, cuando buscaban por entre los escombros la cabeza de su hijo, no atreviéndose á levantar la voz por temor de que hasta su aliento las descubriera. ¡Todo debia de ser silencio aquel dia para no dispertar á Almanzor que dormia en el lecho de Borrell II!

Pasó el dia de descanso y de silencio, y entonces cambió el aspecto de la ciudad. Los moros celebraron la victoria, los muezines cantaron, los muselines y abenzoides bailaron en el palacio de los reyes, el nuevo pueblo se alegró en las plazas públicas... y moros y cristianos se admiraron ante el único guerrero que habia quedado, ante el soldado mas valiente del conde, ante el mejor amigo de la condesa, el centinela del muro, que, atado de piés y manos lloraba la pérdida de su ciudad, la muerte de su señora... y jemía reclinado junto á la corona de su señor, debajo de la cual colgaba marchita y ensangrentada la cabeza de Borrell II.

LEYENDA IV.

Armengol, conde de Urgel (1). — Año 1010.

(Siglo XI. Época de Ramon Borrell III, sexto conde soberano.)

-El valiente Armengol, conde de Urgel, es tanto como un rey por sus proezas, y basta el limpio brillo de su espada para que luzca el sol de la victoria.

Este héroe incomparable, alma de los ejércitos de Borrell, es el que ha aconsejado al conde, ya satisfecho de sus victorias, de marchar hácia Córdoba para librar á los cautivos catalanes, y ayudar á los libres castellanos.

En Córdoba está, pues, el señor conde, seguido de sus obispos y campeones esperando la ocasion de la batalla.

Al levantar Armengol su espada, no teme ya el conde soberano por la debilidad que otras pudieran tener.-Me basta el limpio brillo de su espada para que luzca el sol de la victoria.

¡Buena era la espada de Armengol de Urgel.... pero tambien lo fue la de Bernardo de Cerdaña!... (2).

¡Bueno era era el valor de Armengol que iba delante de todos, para que, al topar con el Rey moro, éste le creyera Rey...... pero tambien era bueno el del hijo de Bernardo cuando se adelanta á Wifredo en la batalla, para alcanzar mas gloria que su tio! (3).

Guarda, Armengol....-decia el conde de Barcelona á su hermano: - Unidos y con órden, serán nuestras espadas mas gloriosas.

hermano,

Será esto cierto, replicó el de Urgel; -pero, déjame; que, entera ó rota, siempre lo es la

mia....

Entretanto pasa con su ejército el Rey moro de Córdova,

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