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y al verle Armengol da espuelas á su caballo y se separa de su hermano y señor. (4)

- ¡Cuidado que tu espada no se rompa!....

Ya cobrarás, en caso, otras enteras, pues siempre el que la rompe es el que vence.

Al despedirse Borrell de los leoneses y castellanos, á quienes habia ayudado, recordó, para excitar gratitud, el arrojo de Armengol conde de Urgel, que murió con el Rey moro, clavándose el uno al otro las espadas en el pecho, en un encuentro furioso y en un mismo instante.

Los que habian recorrido el campo presentaron á Borrell, despues de la victoria, un alfange berberisco entero, y una espada de caballero rota.

LEYENDA VII.

La obra del abuelo acabada por el nieto. Años 1018, 1035 y 1046.

(Época de Ramon Borrell III, Berenguer Ramon I, el Curvo, y Ramon Berenguer I, el Viejo, sexto, séptimo y octavo condes soberanos

Tres las victorias y el inmenso grado de esplendor que habia dado á la Fe Ramon Borrell III, vino la muerte y privó al buen conde de poder completar su obra y llevar á cabo sus santas intenciones. Limpiar de infieles toda su Marca, ensalzar hasta el mas posible estremo el nombre de la Fe católica y hacer felices á sus vasallos: he aquí lo que deseaba ver el gran monarca para morir contento.

En sus últimos suspiros, miró por único consuelo el conde, la presencia de un hijo que lloraba y oia sus consejos. ¡Vive en paz con tu madre y tus vasallos!... - decia

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el moribundo padre á Berenguer. - Nada estimes los ocios de la corte, y en cumplir mis consejos sé constante.... ¡Esto dirás á aquel que te suceda si le faltare fuerza para hacerlo!... Y despues de estas palabras, sin tener tiempo para aconsejar tambien á la esposa, cerró los ojos el conde, dejando caer su mano sobre la cabeza del hijo.

-

¡Si falto.... vuestra voz desde la tumba me avise con terror ó me aniquile! ..

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Esta especie de evocacion, mas bien que promesa, cha por el hijo, podia ser un camino para que se completara la obra empezada por el padre.... ¡pero la viuda del conde no habia oido los consejos de su esposo en aquel momento, y el jóven príncipe habia caido en los brazos de los cortesanos, cuyo consuelo no pudo olvidar ni aun mas adelante!.

Pasaron años y el Príncipe ya Rey no osaba disgustar á los que le prestaron consuelo; la madre estaba separada del hijo y en continuas disensiones; y entre tanto un grande ejército de moros iba entrando por Cerdeña y tocaba ya los muros de Ripoll, para cebarse en destruir los sepulcros de los reyes muertos antes de aniquilar á los vasallos vivos.

Escuchó el conde Ramon Berenguer tan fatal noticia en medio de su Corte, y olvidado, quizá, de los consejos de su padre, cuando un horroroso estrépito vino á anunciarle que las sombras de sus mayores se removian en sus tumbas para apartar del templo á los infieles y para recordar acaso sus consejos al que los olvidaba (1).

-¡ Padre mio, perdon!...-exclamó el Conde-rey. -¡Yo te prometo completar desde hoy tu grande obra! Y despues de llamar á su madre para abrazarla y de haber escogido sabios y fieles compañeros para su empresa, sin mirar siquiera al resto de la Corte, desenvainó su espada para invitar á que le siguiesen todos contra la falange usurpadora.

Pronto la espada del Conde sembró de cadáveres de infieles las llanuras del Llobregat. Pero ya era tarde, pues faltaban aun muchas batallas de campo y corte, que no se pudieron dar á causa de una repentina enfermedad, que el cielo mandó al Conde en castigo, sin duda, de su olvido.

Al verse Berenguer en la cama con la agonía de la muerte, y contemplando á un hijo, que tambien tenia, se le recordaron fielmente los consejos de su padre, y se le figuró hallar en medio de aquel cuadro la misma imágen de Borrell, que padecia por ver que su obra quedaba incompleta.

Berenguer Ramon no tenia ya fuerza para llevar á cabo los primeros consejos de Borrell III: solo podía trasmitir el último consejo á su hijo Ramon Berenguer.

¡La obra que he dejado yo incompleta, procura completarla tú, hijo mio!...

El conde Berenguer Ramon dobló la cabeza y exhaló su último suspiro. Viéndolo en tal estado el príncipe Ramon Berenguer, fijó la mente en los consejos de su padre y de su abuelo, invocó la proteccion divina, dió el último beso al difunto, y corrió decidido á completar la obra de sus antepasados.

Once años despues, el conde Ramon Berenguer I tenia ya doce reyes moros que le eran feudatarios, hacia levantar una magnífica y suntuosa catedral en Barcelona, y recibia de continuo felicitaciones y pruebas de aprecio de todos sus vasallos, que le daban el nombre ya de augusto, ya de glorioso, ya de muro del pueblo cristiano, ya de Poderador de Spanya, y sobre todo el de Viejo, por el pulso saber que habia mostrado en cumplir los consejos de sus mayores y en acabar la obra empezada por su abuelo (2) (3).

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LEYENDA VIII.

Ramon Berenguer, y Berenguer Ramon. Año 1082.

(Época del coreinado de Ramon Berenguer II, Cap de Estopes, y Berenguer Ramon II, el Fratricida, nono y décimo condes soberanos.)

El sol acababa de salir mostrando el rojizo color que esparce al asomarse en el Oriente; pero ninguno de sus rayos llegaba á dorar ni la mas leve aguja del palacio que habitan en Gerona los dos reyes hermanos: aquellos dos que eran iguales en todo, y para quienes hasta la misma naturaleza parecia que se conservaba siempre igual.

La causa de quedar como en sombra el palacio al salir el sol, era una espesa nube que se sostenia en un extremo del edificio, y no faltaban villanos que, sin malicia, creian ver en la nube mayor oscuridad por la parte que cubria el medio palacio, donde habitaba Berenguer Ramon, que por la del que ocupaba el otro hermano Ramon Berenguer. Pero ni la nube, ni las hablillas del vulgo pudieron impedir que se llevara á efecto la partida de caza que tenian proyectada los dos condes hermanos....

No habia mas que mirar las cuadrillas de monteros y halconeros que esperaban en la escalera del palacio, y las numerosas traíllas con las que jugueteaban por el patio los inquietos pajecillos.

A poco de estar ya reunida la servidumbre, los dos condes bajaron de palacio y se puso cada uno al frente de sus cuadrillas, las cuales ofrecian tal igualdad entre sí, que no llegaba á diferenciarse tan siquiera ni por la pluma de un cazador, ni hasta por el color de los perros. Todo era igual, y solo por el rostro podian distinguirse las personas;

iguales los trajes de cada clase, iguales los adornos, iguales las armas, iguales los caballos é iguales los halcones que llevaban algunos sobre el hombro. Los dos condes iban tambien iguales en el traje, y sostenia cada uno un pequeño azor sobre la mano izquierda ; pero el azor de Berenguer Ramon no podia estar despierto en aquel acto, pues tenia la cabeza debajo las alas, y si alguna vez la levantaba, solo era para emprender el vuelo hácia tierra, lo que le impedia cierta cadena con que el Conde lo llevaba atado á la delantera de su silla. El azor de Ramon Berenguer permanecia despierto, y con la vista fija en la corona de su señor, arrimándose de vez en cuando al corazon del mismo, y emprendiendo, á lo mas, algun pequeño vuelo hacia lo alto.

-¡Adelante, mis pajes, adelante!... Hoy impondrémos ley hasta á las aves.... Veamos cual se portan los halcones... -Si he de creer un sueño que he tenido, se va á portar muy bien el que yo llevo ... — respondió Ramon Berenguer, que habia seguido hasta entonces callado y pensativo.

El conde habia soñado que, al ponerse el sol, le caia la corona de la cabeza, y que al querer arrebátarsela un cazador, salia su alcon en defensa, y hasta descubria el nombre del ladron.

-Yo tambien soñé en caza y en halcones.... — replicó un montero de la cuadrilla, mirando á Ramon Berenguer.....— ¡pero tales desgracias he soñado, que no lo he de contar sino á vos solo!... - y saliéndose del lugar que ocupaba, pasó al lado del conde Ramon Berenguer, y le habló al oido.

Despues de haber contado el montero un sueño igual al que habia tenido el Conde, añadió aun: que habia visto la púrpura de uno de los dos condes manchada de sangre, y sobre de ella un halcon que nombraba al que la habia manchado.

¡Dios nos quiera librar de tal desgracia!... -exclamó

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