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confiada en su esposo, que no volvia nunca de sus algaradas sin traerle tesoros y hermosas prendas, arrebatadas sin duda á los partidarios de Amat de Claramunt, vizconde de Tarragona. Pero la Reina tenia además otra confianza especial y extraña en su caballo, y hubiera dado todas las alhajas de su esposo por no perder al dócil animal que, con tanto orgullo, se dejaba sujetar por su señora, y tantos esfuerzos habia hecho para salvarla mas de una vez (2).

Un dia, mientras se daba una batalla en el valle que sirve de pié á la montaña, la Reina se ocupaba en celebrar los triunfos de su esposo, y para ello habia dispuesto una abundante comida, que debia repartirse entre sus mas allegados servidores. En uno de los vastos salones del castillo, se veia una larga y adornada mesa, y en uno de los extremos presidia la Reina mora, rodeada de galanes y doncellas, que con afan procuraban complacer á su señora, á pesar de la angustia que causaba el ruido de las armas y los gritos de la batalla, cuyo eco resonaba hasta por la cima de la excelsa montaña.

-¿Por qué no respondeis á mis saludos? ¿Por qué no osais probar lo que yo pruebo?-preguntó la Reina, observando que sus convidados suspendian las copas al asomarlas á los labios, á causa de haber entrado por la ventana una flecha perdida que se clavó trémula en medio de la mesa.-¿Una arma pone rojo á un caballero y amarilla á una dama...? ¡Feliz arma.....!

Aquí suspendió la Reina sus palabras, como habian suspendido sus copas los convidados, y las mejillas de estos se mostraron en seguida con los dos colores confundidos que poco antes y particularmente habia notado la Reina en los rostros de las damas y de los caballeros. Lo único que habia afectado á la Reina, era, no el ruido de voces y armas que se oia en torno del castillo, sino un grito de: «¡Viva Ramon de Canagó! » á cuyo nombre entraron por la ventana espesas nubes de piedras y viras, y resonaron por el castillo sendos golpes de mazas y hachas que destrozaban la

puertas y barreras. En vano gritó la Reina: «¡A caballo! >> dirigiéndose al lugar donde guardaban el suyo sus negros pajecillos, pues, á pocos momentos, no quedó en el castillo una cabeza de hombre, ni de bruto que antes hubiese estado al servicio de la Reina mora. Solo esta, montada en su atrevido caballo, era la única que habia podido escaparse de la matanza (3). .

—« Me basta mi caballo, »—gritaba la Reina, penetrando al través de las compañías de peones que formaban frente la puerta, y dejando atrás la briosa caballería de los conquistadores.

- Te perdiste, »-decian los ginetes, pasando del escape al trote por juzgar ya segura la presa de la real señora que, ciega de cólera se dirigia hácia el borde del inmenso despeñadero. Hoy perderás la vida ó la corona...-Hoy perderás tus joyas...-Y tu nombre....-repetian alternativamente algunos soldados, mientras iban formando círculo en torno de la prófuga, cuyos adornos y belleza juzgaban ya como despojo de la conquista.

-Pues no será, si mi caballo quiere...-respondió con orgullo la osada Reina, apretando aun mas á su caballo para que diera el salto.-Antes que vuestra sombra me alcanzáre, he de salvarme yo de tal manera, que no pueda olvidarse aquí mi nombre.

Al soltar la Reina estas palabras, el caballo retrocedió asegurándose sobre la peña, en la que hendió con fuerza la herradura, y, dando un fuerte relincho, se lanzó con su estimable carga al vasto precipicio, donde le esperaban algunos de los que antes habian sido súbditos del vencido Rey moro.

El afan y la confianza de la Reina, fueron tales como siempre habia sentido su corazon. A pesar de haber ondeado desde entonces la cruz santa en el castillo; á pesar de haberse cambiado en templo la mezquita de Ciurana; á pesar de haber perdido los moros todos sus castillos desde

Prades á Tarragona; á pesar de haber quedado casi desmantelado el mismo castillo y lugar de la hazaña; ni los hombres, ni los siglos, ni las tempestades han sido bastantes para borrar ó extinguir el hueco ó señal que dejó estampado con la pata, desde la juntura al sobrepié, el caballo de la excelsa fugitiva. ¡Hasta los niños respetan la piedra de la señal, que está al borde de la montaña, al llegar á cuyo punto no hay quien se atreva, sin horror, ȧ asomar el rostro, y mirar el inmenso despeñadero que sirvió para el salto de la Reina mora!

LEYENDA X.

Una espada en dos batallas y un caballo para dos caballeros. — Año 1096.

(Época de Ramon Berenguer III, el Grande, undécimo conde soberano.)

Una secreta voz y santa idea habia unido á todos los príncipes cristianos para ir en ayuda de Guifredo de BuiIlon, en la conquista de Antioquía. En todos los idiomas y por todos los brazos se defendia el árbol de la Cruz, y, como atraidos por un sublime iman é incontrastable fuerza, acudian á un mismo punto emperadores, reyes, grandes, obispos, sacerdotes y cantores. El pueblo y los soldados intrépidos seguian á sus guias, que no podian retroceder en sus empresas, cuando les aumentaba el entusiasmo el cántico del bardo que lloraba, el ardiente fervor del ermitaño que seguia tambien, y la arrogante voz del Rey que les mandaba. La cruz era el pendon del santo ejército, y tal habia de ser la victoria al conseguirla, cuando era santo el objeto, santa la inspiracion, santa la empresa, y santa, en fin, la enseña á que se unian los pueblos y los reyes.

De todos los rincones de la Europa faltaban

ya
los héroes

mas temibles; Palestina habia mezclado ya sus idiomas, y tan solo guiaba un dialecto, una lengua no hablada, pero bella; la que nace en la union de los amigos, la que se expresa con el corazon y el hecho, cuando es uno el intento y la esperanza, y la necesidad junta á los hombres. Guifredo habia descargado ya su primer cuchillada: Pedro el Ermitaño habia ya rechazado con su cruz los botes de las lanzas infieles, y las murallas de Antioquía iban cayendo á pedazos como el poder de los que las guardaban; sin embargo, el inmenso número de estos, que esperaban prevenidos los ataques de la Europa, resistia con furor á sus extraños, y, por cada piedra que caia de los muros, hacia rodar otro muro de hombres, cuyos últimos ayes resonaban por todos los ángulos del orbe. El que heria con la espada, perdia la lanza, el que heria con la lanza y con la espada, perdia la armadura, y aquel que mataba y se guardaba con el hierro, perdia la cabeza antes que los ojos vieran el triunfo. Se ganaba uno y se perdian tres; las dudas se aumentaban en tanto que la esperanza se perdia; y ni los hombres, ni los cielos podian acabar de decidir la gran victoria. Los soldados peleaban unidos, y no se oia mas voz que la de las armas en sus choques..... tal era la confianza de cada ejército en su guia.

Un osado caballero de los mas ilustres, cruzaba rápido los grupos de muertos, desbaratando las hileras de vivos que acudian al campo, cuando una piedra enemiga le derribó el caballo, animando con tal pérdida á un gran número de bárbaros que se arrojaron á montones sobre el guerrero caido (1).

Al verle en tal estado el caballero, pronuncia lo que el corazon le dicta; aquellas palabras que de costumbre soltaba en otros lances para invocar socorro.

¡San Jorge y Aragon!- Y al empuñar la espada con mas brio para apartar de sí aquella turba inmensa, siente una suave mano en sus espaldas que, arrancándole de en

tre la lluvia de porras, mazas, y cuchillas, le transporta milagrosamente, y le coloca en la grupa de otro caballero que habia aparecido en aquel sitio sin seguir vias, ni pisar terrenos (2).

El caballo del nuevo caballero era blanco como la nieve, y la armadura del ginete era toda de bruñida plata, luciente tambien como las crines del caballo, y radiante como el sol que le alumbraba. Al grito de «¡San Jorge! » que repitieron todos los del sitio, las huestes de la cruz avanzan juntas; los campos se confunden; los golpes se multiplican, la sangre corre á mares; y los reyes de la Europa, como animados de un ardor mas nuevo, se lanzan á los muros de Antioquía. Aquí el guerrero favorecido, tras del muro de plata de su amigo, alza la espada para ser de los primeros en la carga, pero en el inconcebible momento que pasa desde que se levanta un arma para herir, hasta que le detiene el hueso del que recibe el golpe, una mágica y pintoresca ilusion, vino á ocupar la mente del que se afanaba para llegar y vencer. La rapidez con que el caballo blanco habia trasportado al caballero desde el campo de batalla al pié del muro, fue tan grande, que nada pudo ver indivisiblemente el héroe, y sí solo una especie de hilera prolongada que mezclaba, como en danza ante sus ojos, los muros, los castillos, los ejércitos, los árboles, los montes y los campos.

Este movimiento inconcebible, que no puede compararse á la velocidad del rayo ni del pensamiento, y que era capaz de apagar la vista y sofocar el aliento al mas robusto, nada fue en comparacion de otro cuadro, que en un instante cruzó tambien, sin confundirse por frente del guerrero. La capital magnífica de Antioquía, se le apareció entera con sus muros. Los cavakes é hizanes majestuosos, arrastraron la sombra de los Khanes, de los bazanes y de los bazestanes. Estos se encadenaron con el Olimpo antiguo y la Malaria, con los mármoles y esmeraldas de Chipre y las coronas de los Ptolomeos. Tras estas siguió

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