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Corinto, y sus jardines, sus baños, y gimnasios y los muertos de Lecheum y de Conchree. Empujaron á la vision las ruinas formadas por la espada de Munino, y los muros que alzara Julio César. La Turquía y el golfo de Venecia se mostraron tambien, y del ancho Mediterráneo, que formó tras esos monumentos como una banda celeste, dejando á la derecha la Italia y la Francia, y á la izquierda las grandes costas de Africa, saltó la vision á los montes excelsos de Favencia, y de allí á la gran sierra de Gúara, hasta chocar con los muros de Huesca que la detuvieron (3) (4) (5) (6) (7).

Durante este tiempo tan precioso, y mientras se vencia aqueste espacio, que no viera en mil horas el guerrero, este no pudo dar mas que un solo golpe, el golpe mismo que comenzó en los muros de Antioquía, al trasportarle el rápido caballo. No sirvió de poco la herida del soldado que, casi exánime, rodó á los pies del héroe, pronunciando ciertas palabras que aterraron al favorecido.

¡En qué idioma llorais !—dijo el valiente al oir que su contrario no hablaba el dialecto de Antioquía. ¡Hablad, soldado!... - Pero el soldado ya no podia hablar.

Al volver la cabeza el caballero para ver si el traje del muerto era musulman ó aragonés, siente desaparecer á su guia, ve cambiado el blanco caballo en otro negro, y aumenta su dudosa ilusion el observar que el ejército combatiente no lleva en sus corazas la cruz roja. A tal novedad levanta presuroso su celada, se restrega los ojos impaciente, contempla el territorio de Alcoraz y se convence al fin, de que ya no es en Antioquía donde pelea, sino en su mismo pais, en Aragon. La admiracion adormece su espada y su mente un breve instante, y, al ver que el ejército de Aragon, vencedor rinde las armas y se arrodilla humilde de repente, no pensando en la causa que allí obrara, vuelve furioso en sí, y dice gritando. -¿En qué os entreteneis, bravos soldados?... ¡No dobleis la rodilla todavía !... Primero, la ciudad que sea nuestra; despues ya imploraréis á las madonas....

El ejército, sin hacer caso de las palabras del valiente, sigue postrado con la vista á los cielos que le ayudan. El guerrero no atina de pronto en aquella piedad tan repentina: pero, al pensar que quizá un resto de su pasada ilusion podia haber extasiado tambien á los soldados, del mismo modo que lo estuvo su mente, vuelve los ojos y contempla. Apenas miró el guerrero á los aires, sus rodillas se doblaron, su corazon hirvió de gozo y de alegría, su mente recorrió todo lo que acababa de sentir, y sus ojos dieron á entender de cuanta gratitud gozaba su alma, por aquel santo caballero que, en un mismo dia y en una misma hora, le habia hecho participar de las glorias de Antioquía, y dado fuerza para ayudar á sus amigos en Alcoraz. El caballero de la armadura plateada y del caballo blanco habia aparecido en los aires, radiante de gloria y de hermosura, para guiar al ejército aragonés (8).

Moncada, que era el caballero favorecido, dió gracias al caballero de los aires, volvió á ponerse en pié ante su ejército, y, despues de jurar que siempre invocaria al santo en las batallas, gritó animado: ¡ San Jorge y Aragon! y arremetió hácia Huesca con su espada.

Al grito de «San Jorge y Aragon, » cayeron á un mismo tiempo las murallas de Huesca y de Antioquía

LEYENDA XI.

El Conde de Barcelona y la Emperatriz de Alemania. —Año 1418.

(Siglo XII. Época de Ramon Berenguer III, el Grande, undécimo conde soberano. )

Si veggion cose far pien di' stupore Ogn' un mena la man al suo lavoro Andar si vede á terra or quello, or questo Tal' or si vede ogn un ardito é lesto. Paris é Viena, canto II.

Al medio de una plaza en Barcelona, rodeado de villanos y doncellas, y al pié de las ventanas del palacio, desde donde escucha el Rey, canta un juglar. Su acento no es catalan ni de Provenza, pero el idioma de sus cantos es verdadero y puro catalan, y aun es mas de corazon laletano el entusiasmo y sentimiento que demuestra al contar las desdichas de una reina.

El juglar solo procura que sus cantos lleguen á los oidos del Rey, y los afanes del Rey, son procurar que sus oidos no pierdan ni una sola letra de los cantos del juglar. Pero los cantos no se pierden, pues el sol desaparece y empieza ya la calma de la noche.

- ¡Oid el resultado de la envidia, y lo que es la calumnia, cortesanos!

<< Sabed que hay en Colonia un real palacio donde su em" perador Enrique habita. El palacio está lleno de bellezas, << pero existe entre tales una joya mas brillante y mas fina, « que oscurece á todas las demás; aun cuando entorno di<< vaguen ciertas sombras misteriosas que intenten ofuscarla << en su hermosura. La emperatriz Matilde es esta joya : ¡las << sombras, varios nobles de Alemania!

<«< Alemania y su Rey eran felices; pero del mismo modo <<< que las nubes tapan el sol á veces, vino un dia en que las << tristes sombras encubrieron la vista del gran Rey. Enri« que entonces ya no vió la virtud de su Matilde; el brillo de << la joya, fue el de un rayo que hirió la sien y el alma del « esposo. La envidia que guió á los cortesanos, persiguió á la << virtud de la princesa; y, á los ojos del Rey enamorado, se pintó la belleza de la esposa manchada con el crímen de << adulterio.

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«El adulterio en una reina, es crímen que merece un cas«tigo formidable. Matilde está ya emparedada ahora ; y en (( público va á ser quemada viva. A ello precederá un juicio « de Dios (1).

« Un juicio de Dios, no se concede sino á los criminales de << alta clase. En ellos guia Dios el brazo justo de aquel que «< mas defiende á la inocencia. —¡Escuchadlo, esforzados caballeros!... ¡ Humillaos, cobardes cortesanos!

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«Los cortesanos de Alemania unidos, ganan con su mali«cia á los leales. El plazo que han fijado para el juicio es « de un año y un dia. ¡Necios!........... creen que no basta este << tiempo para hallarse un campeon que defienda á la acu<< sada.

« La acusada suspira solitaria y con ella los buenos Ale<< manes tambien suspiran hasta verla libre. ¡Pero de nada « sirven los suspiros! Los caballeros en la paz se duermen; <«<el llanto debilita á los vasallos.... ¡No permitais que pase << mas el tiempo entre el sueño y el llanto, caballeros, pues << solo falta ya un mes y un dia para verse á Matilde entre « las llamas.... ¡á una esposa que se ha de quemar viva! "Dispertad caballeros! ¡animaos, vasallos! y escoged de << entre vosotros un campeon que defienda á la inocencia. «¡Aprisa! preparaos en un dia: yo que os he de guiar ya « haré de modo que antes de un mes llegueis ante la ho«< guera, para apagarla sin cumplirse un año.

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Al llegar á estas palabras, que el cantor hizo resonar con mayor fuerza y sentimiento, el Rey, desde una ventana, arrojó su gorra y una moneda de oro, que vino á caer á los pies del juglar. Este recogió entrambas prendas; y dirigiéndose precipitadamente á la puerta del palacio, desapareció de entre el pueblo que habia escuchado sus cantares.

Algunas horas despues de este suceso, salia de las puertos de Barcelona un arrogante guerrero á caballo con la visera caida y la lanza en alto; y algunos pasos mas adelante, caminaba alegre y cantando un mozo de figura ingrata, vestido con unas calzas y jubon acuartelado, y una gorra de seda y pieles con un cuerno y varias campanillas encima. En una mano llevaba el mozo una pequeña marota con campanillas tambien ; y en otra un broche de piedras preciosas que besaba de continuo (2). El guerrero era el Conde de Barcelona Ramon Berenguer III; el mozo era el juglar de la princesa Matilde, esposa del emperador Enrique V. de Alemania.

Al momento de dejar la ciudad, el juglar dirigió la vista á las estrellas; mas viendo que el Conde le hacia señal para que caminara, inclinó la cabeza, apretó el paso y dijo tan solo estas palabras. La aurora va á rayar. En una aurora se vió apagado el sol de la Alemania; ¡en una aurora se sentenció á Matilde á ser quemada! Corramos, pues, que dentro pocas horas habrá perdido un dia mas el plazo. Cuando llegué, faltaba un mes y un dia..... Ved que este faltará al pasar la aurora.

Si las miradas y las palabras fuesen flechas, ya estaria despedazado el cuerpo de Enrique, pues todos los circunstantes que hay en la plaza de Colonia, donde se ha de quemar á la princesa Matilde, miran al Emperador, todos hablan de él y todos le maldicen.

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