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de Urgel, ya en la batalla de Agramunt, ya en la persecucion de los moros de Vizcaya, ó ya, en fin, contra los alborotos por el monedaje (1) (2) (3).

El Rey admira la alegría que demuestra aquella noche el viejo amigo, y mas al ver que, á pesar de su preparada travesura de que está enterado el viejo, no le recuerda este, como otras veces, ni los padecimientos de la Reina, que vive solitaria, ni la necesidad de la concordia con su madre, ni las rogativas del pueblo, ni la nulidad de los ofrecimientos que hiciera al Papa. Lo único de que el viejo habla al Rey es del cambio que sufrirá su pecho al entrar en años, cuando se vea sin el consuelo de una esposa y sin la esperanza de un hijo, que le suceda. —¡Cómo ! dice el Rey al oir las razones del viejo. —No faltará un hijo algun dia. Dios, que me ha protegido en las batallas, no querrá que Aragon dé en manos muertas. Legítimo ó bastardo tendré un hijo, y para que yo le ame como debo, ya hará el cielo un milagro si le place.

-¡Ojalá sea así! — respondió el viejo. El cielo os guie. - Y levantándose, mostrando mas alegría que admiracion del escándalo del Rey, apagó la luz y se marchó de la cámara.

Al cerrarse la puerta por donde habia salido el viejo amigo, abrióse otra mas pequeña, y entró á tientas una dama tapada que se dejo caer, sin hablar, en los brazos del Rey. Este la besó y sin hablar tambien, como si fuese condicion el silencio, la acercó á la real alcoba, y se dejó caer con su amante víctima sobre su blanda cama. La noche se pasó en silencio igualmente, y nadie estorbó el sueño á los amantes, hasta que cierta luz, en hora muy avanzada penetró, por las rendijas de la puerta.

Sin embargo, ninguno de los amantes habia dormido

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El Rey tenia á su dama ceñida con el brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha le acariciaba la cabe

za, haciéndole acercar los labios á los suyos, para contar así los besos al compás de los latidos que daban los dos corazones juntos. En tal estado, fué cuando penetró el rayo de luz que alumbró los rostros de los dos amantes, sorprendiendo el tranquilo goce de ambos pechos.

-¡ Pardiez! ¿Quién se entra aquí?... grita el Rey, despues de volver los ojos y ver que no es el sol el que le deslumbra. ¿Quién así invade mi cámara real?.. ¡ Por

mi cuchilla !....

El Rey no llegó á tocar la espada, que colgaba en la cabecera, ni tuvo tiempo para acabar al voto que le dictaba su ira, al verse sorprendido por una extraña visita que iba penetrando en su cámara. Tras de su viejo amigo, seguian por órden, con velas y rosarios en las manos, los cónsules de Montpeller, doce conocidos ciudadanos, doce matronas, doce doncellas, dos escribanos, un vicario, dos canónigos, y cuatro religiosos (5).

El rey sin reparar en su compostura, iba á arremeter de nuevo contra la hilera de locos que estorbaban su placer, pero le detuvo tambien la voz del viejo amigo, que mandaba levantar autos á los escribanos, del modo como se habia hallado al Rey con su señora, á fin de que, en caso de parir un hijo la Reina, se reconociese por legítimo succesor del trono. Al oir el Rey tales palabras, volvió la cara hácia su dama, y viendo no era esta, sino su esposa, hizo cierta sonrisa mas de admiracion que de coraje. La visita marchó entonces por el mismo camino y con el mismo intento que habia llevado al entrar.

Al pasar el viejo amigo, que era el último de la comitiva entonces, el Rey le dió una palmada en el hombro, y le dijo al oido: · Tal vez se haya cumplido tu deseo.......... Pero aun que tenga un hijo, con tal burla, no lo he de amar sino por un milagro.

¡Ojalá sea así!

guie.

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Y esforzando el paso, procuró apartarse luego de la cámará con su comitiva.

Habian pasado ya nueve meses, y el pueblo continuaba aun en rogativas, cuando el viejo amigo entró de nuevo á la cámara, y dijo al Rey : - Hace hoy nueve meses que aquí mismo os vine á ver de noche. Os participo, señor, que ya sois padre, pues la reina ha parido un robusto y bello infante... ¿Qué nombre le pondrémos?... ¿Quéreis... Jaime, que tanto os place á vos?

· Bien lo quisiera, mas, no importa. Dos veces ya os he dicho que solo por milagro podré amarle.... Haced lo que querais.

-Pondré encendidas doce velas á un tiempo; á cada una el nombre le daré de un santo Apóstol, y la que mas tardaré en apagarse........ (1).

¿Será la de san Jaime?... ¡Qué milagro!-respondió el Rey burlándose de la proposicion.

-¡ Ojala sea así! —dijo el buen viejo. — El cielo os guie -y corrió presuroso á encender las doce velas.

El viejo amigo volvió otro dia á la cámara del Rey, y despues de recordarle que la última vela habia sido la de san Jaime, le obligó á maravillarse del modo con que el cielo habia favorecido su deseo; por lo cual, era justo que amase á su hijo y pensara ya en la manera de instruirle, cuando fuese el caso, para hacerle digno sucesor de sus hazañas. El pensar en la noche de la cita y la tenacidad que su carácter le inspiraba, desvanecieron pronto la admiracion del Rey, que empezó á insultar al viejo por el recuerdo que le hacia.

i Teneis el corazon de bronce ó piedra!....—dijo el anciano, marchándose ya impaciente.

- Mejor, anciano: así como mas duro ablandará á los otros fácilmente.

Estaban ya para perderse de vista el uno del otro, cuando un estrepitoso ruido indicó que se habia desplomado al

gun gran peso. Asomó el Rey la cabeza y vió á fuera de su cámara, donde estaba el viejo y el infante recien nacido, una polvareda y lluvia de ruinas que llenaban el aposento.

-¡Qué es esto! -exclamó el Rey aturdido. —¡Anciano, anciano!....¿No respondes?

-¿Sabeis lo que es?-respondió el viejo, apartando de entre los escombros y ruinas el infante que estaba salvo é intacto, y enseñando al padre el jovial rostro del niño. Un celestial milagro. El techo que del todo se ha caido y ha molido la cuna de don Jaime. ¡Dios haga que estas piedras que han caido sirvan para ablandar otras mas duras!.... — y fijó la vista en el pecho del Rey.

Conociendo este la alusion del viejo, admirado del milagro por el que acababa de salvarse el infante, y sintiendo obrar ya en su corazon el verdadero influjo del amor paternal, arrojóse á los brazos del anciano, quitóle el niño, lo estrechó contra su corazon, y en medio de besos, de lágrimas y de expresiones de ternura, se lo llevó á su real cámara para gozarse en contemplarlo.

Entonces el viejo explicó al Rey los medios de que se habia valido para que la dama no compareciese á la cita y fuese en su lugar la desgraciada Reina.

LEYENDA XV.

La conquista de Mallorca.- Año 1229.

(Época del reinado de Jaime I el Conquistador, de Aragon.)

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No tenia mas que diez años el rey don Jaime cuando salió del castillo de Monzon; y sin embargo, habia dado ya

muestras de ser un grande hombre, y sobre todo de una disposicion mas que aventajada para toda clase de empresas. En las Córtes de Lérida habia manifestado ya sumo acierto en el modo de jurar; las asonadas que contra él movieron sus tios Sancho y Hernando no le inquietaron nunca en lo mas minimo; la prision violenta que sufrió en Zaragoza sirvió para dar á conocer mas su arrojo, cuando quiso saltar por una ventana; el lance de Pedro de Ahones, cuando la tierna mano del Rey bastó para dejar inmóvil la del traidor que iba á darle una estocada, fue un grado mas á su fama; y por último, la victoria del castillo de Cellas, última prueba que adiniró á todos sus vasallos, acabó de aumentar su renombre de valiente, desde cuyo tiempo se empeñaron los buenos en amarle á la par que los malos empezaron á temer (1).

Sin estas prendas, tenia otra el rey don Jaime y era la de ser generoso y noble hasta con sus contrarios (2). Así lo probó en Tarragona algunos años despues, haciendo preparar un convite, al que asistieron todos sus principales amigos y enemigos, y en el que ocupaban aquellos la derecha del Rey, y estos la izquierda. Entre los primeros habia Asparg, arzobispo de la ciudad, que al empezarse el convite cogió entre los brazos al jóven Rey, y, levantándolo en alto, lo manifestó á todos con entusiasmo; habia además el ayo del Rey, Pedro Ager, Gimeno Cornel, el tan conocido Martel, Ramon y Guillen de Moncada y el nunca bien loado conde de Ampurias. Entre los otros tuvo que sentarse, por desgracia, el cardenal de Santa Sabina, y tras de él, en puesto señalado, los enviados de los tios del Rey y otros de buen aspecto y mal nombre que veian á don Jaime por primera vez (3).

El convite iba animándose, se cruzaban las alusiones siempre que se trataba de empresa, y cada cual hacia su comparacion á medida que con los brindis se daban á entender los pensamientos de los convidados.

--Al buen éxito del Boaje,—dijo con ironía uno de la

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