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rehenés, estaba guardada en el castillo de Játiva (1). Entretanto, Berenguer Oller, que era vendido al francés, y aprovechaba la ocasion de estar en paz Barcelona, para infundir terror con sus secuaces á los buenos, suponia mil traiciones y cobardías del Rey, hacia prever gran dicha y bonanza si el pueblo se declaraba independiente; y, reconociendo al pueblo como á único Rey, aumentaba de dia en dia su descaro y poder, y hasta habia llegado á hacerse llamar capitan y jefe. A sus insultos, el Consejo y los buenos callaban, pero el traidor, interpretando el silencio como mal presagio; y, por otra parte, no fiando mucho del francés, intentó apurar sus planes, y reunió á los suyos, para manifestarles la necesidad que habia de hacer un escarmiento á la ciudad.

Una noche dió el traidor la señal; y, gritando y corriendo con sus facinerosos, se lanzó por las calles, y empezó á atropellar vidas y haciendas.

¡Arriba, arriba! El Rey solo es el pueblo. Fuera yugos. Matemos sin tardanza nobles, clérigos, ricos y soldados. ¡Sangre, sangre! La ley sea mi brazo.... Miren el Rey en mí, que soy yo el pueblo....

Y á sus gritos se partia la cota del soldado, el hábito del sacerdote se rasgaba, los escudos mas nobles caian á pedazos, y quedaban vacías las arcas de los ricos, y agotados los tesoros de los judíos.

Avanzaba la plebe amotinada, y el osado caudillo iba acercándose ya al portal para noticiar al enviado francés, (que él creia apostado junto al muro), el resultado del motin, y hacer de este modo que los enemigos aprovecharan la ocasion y se apoderaran de la ciudad. Mas, cual fue su sorpresa al ver que no encontraba al enviado y en cambio solo hallaba al verdadero pueblo, que acudia á las murallas para ver llegar á su señor.

Aquí hubiera agotado su furor el atrevido, ó hubiera aprovechado la fuga viéndose cerca del campo, pero tuvo que pararse, al observar que el pueblo volvia de repente

la vista hacia la ciudad, de cuyo centro salia el esperado señor, solo, á caballo, sin armas, y con una calma y serenidad inexplicables. La presencia del Rey, bastó para arredrar á los traidores, é infundir valor á los que le esperaban; pero Berenguer Oller, que veia perdida su esperanza y sus recursos, y al verdadero pueblo animado, para acabar con él, pensó, como golpe mas seguro, adelantarse hacia el Rey, besarle la mano, y demostrarle al mismo tiempo que todos sus intentos solo habian sido para bien del reino y para castigar el ocio y la desidia con que sus concelleres perdian á tan bella ciudad.

Al humillarse Oller para besar la mano al Rey, este se la apartó diciendo: :- No os la cedo; porque no he visto nunca que un rey, á otro rey haya adorado.

Tembló el villano Oller, y el pueblo se arrojó sobre el traidor como para dar una satisfaccion á su Rey; pero este, volviendo á alargar la mano, la puso sobre la cabeza de Oller é hizo que el pueblo se detuviera obedeciendo.

¡Atrás! Yo salvo á Oller. El pueblo nunca puede darse la ley aunque él la sea. Ya que el pueblo es el Rey, yo soy el pueblo, pues miro por el bien de mis vasallos y cual hijo del pueblo vine solo.

Y caminando con pausa, sin separar la mano de la cabeza de Oller, se dirigió á su palacio, donde se encerró con el reo, advirtiendo que solo se permitiera la entrada á los que se llamasen amigos de su amparado.

Lo

que pasó en el palacio aun no se sabe.

Cuando se abrieron de nuevo las puertas, sonó una trompa de guerra en el balcon del Rey, y apareció un soldado con un estandarte, diciendo en alta voz:- Quien del pueblo y del Rey es enemigo doble falta comete; y por lo tanto doble pena merece. Así lo mandan, fundados en tal ley el Rey y el pueblo.

Tras de estas palabras y por entre los grupos de la plebe atravesaron rápidos diez caballos que, puestos en hilera, llevaban arrastrando cada uno el cuerpo de un revoltoso y ante todos, como primero y mas culpable, iba el cuerpo de Berenguer Oller atado á la cola del arrogante caballo del Rey. El verdadero pueblo corria al lado de los reos, dando vivas á su Príncipe y señor, y este, que correspondia con afabilidad y nobleza á los saludos que recibia de sus vasallos, caminaba tambien solo y á pié hacia el lugar á donde se dirigian los caballos.

Paráronse todos debajo de un grande olivo que habia junto á la ciudad. Allí el verdugo desató los cuerpos de los reos, y los colgó entorno del olivo, poniendo el cuerpo de Oller en la rama mas alta y en el centro de todos, para que pudiera distinguirse bien. Entonces el Rey montó de nuevo á su caballo, saludó con gravedad al concurso y se volvió á la tranquila ciudad, diciendo al despedirse estas palabras:

- Solo para estos casos, pueblo mio, es cuando ha de ser uno el Rey y el pueblo (2).

LEYENDA XVII.

El torneo de Figueras.

Año 1289.

(Época del reinado de Alfonso III el Liberal, de Aragon.)

Era bien conocida la fama y liberalidad del infatigable rey Don Alfonso, y pasaba como por máxima en tales tiempos, que la palabra del Rey no variaba, y que no que

daban sin cumplirse sus planes y mandatos. Y el Rey, que lo sabia, procuraba que nunca saliera equivocado el éxito de sus disposiciones.

Para sufocar una creida invasion de Francia hácia el Ampurdan, Alfonso habia llamado, con paga por cuatro meses, á todos los jóvenes de sus estados, reuniéndoles en Peralada y dejando en dicho lugar, para mayor seguridad, de Gobernador al infante Don Pedro de Aragon. Pero, ya por lo que pudiera influir la presencia del Rey en Velo, ό porque los del Rosellon se acobardasen, ó porque fuese mentira ó intriga de corte cuanto se habia contado, el caso fue que nadie se levantó, ni entró un Rosellonés siquiera, ni hubo necesidad, por consiguiente, del nuevo ejército llamado; razon por la que el Rey tuvo que despedir ó li– cenciar á todos los Catalanes y Aragoneses, si bien que en provecho suyo (1).

En su palacio de Figueras, con la corte reunida, estaba el señor Rey libre y descasado, esperando los embajadores del Francés y del Inglés; del Francés, que intentaba salvar al rey Carlos de Sicilia, y del Inglés, que esperaba el casamiento de Don Alfonso con su hija Leonor.

Para ocuparse un Rey, acostumbrado siempre á las batallas, no eran poco los consejos y las quejas de los guerreros ya tranquilos, ni de menos valor la lisonja y cortesanía de las damas, muy amables entonces con el Rey, que las proporcionaba con la paz menos congojas. No hubieran tomado á mal los primeros alguna fiesta de torneo, para que el brazo no olvidara así el ejercicio de la lanza, ni hubiese sido menos agradable para las segundas algun hecho de armas, donde hubieran podido ostentar sus galas y hacer mas interesante su hermosura. Sin embargo, nadie pensaba en ello, solo las damas conservaban una mal seguida costumbre de tales fiestas, cual era la de bordarse en el limosnero, junto á los cuarteles de su propio escudo, otro cuartel suelto que perteneciera al de la persona mas estimada; y, de vez en cuando, premiar con una flor ó

joya el cariño de su doncel, como se hacia en las sencillas y escasas justas, que acaso se celebraban por una gran fiesta á lo mas, y aun no muy a menudo.

Hablando Gisperto de Castellnou con Alfonso acerca la influencia de tal costumbre, le ponderó el poder de las damas y hasta, sin malicia, soltó cierta sencilla alusion que el Rey penetró al instante.

Ya veis: su gran poder á tanto llega, que siempre sus mandatos se obedecen, y no hay uno que quede sin cumplirse.

Es decir,

respondió Alfonso sonriendo:- ¿qué si ellas levantaran el Estado por un temor de guerra, no se verian nulos sus mandatos, ni menos los soldados despedidos?....

Alfonso, aparentando seriedad, miro á Gisperto, que habia perdido la color al ver la cara del Rey; pero cambiando de pronto en sencilla afabilidad su grave ceño, continuó Alfonso de este modo:- Ya que llamé á las armas, no quisiera que á cortesanas sátiras de ociosos diera campo una órden infundada ó, por decir mejor, un plan inútil. Yo, llamando á mis súbditos, observo su fe y disposicion pero, no obstante, para que no se burlen mis razones ya haré, de un modo ú otro, que se empleen las armas cual de paz en tiempo se usa. Se hará un torneo; á él vendrán los nobles, no solo para dar alivio à su ocio, si que tambien para aprender de nuevo que cuanto dicta Alfonso rey, se cumple.

1

Gisperto, que habia interpretado mal la respuesta del Rey, y al que creia enamorado de la princesa Leonor, alargó la mano para enseñar á este un leon que llevaba bordado en su limosnero una dama inglesa de la Corte.

-Mandad que el leon se rinda, y veréis....

— Calla, — respondió Alfonso. - Tiene menos fiereza to que busco.... Mañana quiero ver entre mis manos aquella linda y admirable rosa que adorna el blanco pecho de tu dama.

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