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MUERTE DEL PRISIONERO DE GUERRA

Por la muerte que dan al prisionero de guerra los indios de Chile, en sacrificio de sus muertos en la batalla, ellos son calificados de inhumanos, crueles e inexorables. No hay duda que es sumamente bárbaro el sacrificio; pero es preciso decir que ni ellos solos ejecutan semejante inhumanidad, pues ha sido comun en el viejo hemisferio, ni este se hace con todos ni con tanta frecuencia, que no haya batalla en que alguno no sea la víctima del odio de sus enemigos. Infinitas han sido las bataIlas que han tenido con los españoles; muchísimos los que de éstos han quedados prisioneros entre ellos, y en todo este tiempo apenas de dos nos consta que hayan pasado por este suplicio, y de muchos que han demorado entre ellos en cualidad de prisioneros sabemos que han sido tratados con grande humanidad. Dígase, pues, que los indios chilenos conocen la clemencia, digan lo que dijeren aquellos escritores incoherentes, los cuales, con no pocos hechos particulares que nos cuentan, desmienten las expresiones generales con que nos pintan estas gentes como inhumanas, crueles e inexorables. Ellos han cometido crueldades en la guerra, pero tambien las han usado con ellos sus enemigos. No hallo por qué mas merezcan ellos, por lo de su parte, esta calificacion, y no sus enemigos, por lo que han ejecutado con los individuos de su nacion.

El indicado sacrificio he aquí como se hace. Informado el toqui de la cualidad de los prisioneros, si él está determinado al sacrificio, elige uno de ellos para víctima de su furor. Da órden para que éste se ligue bien, y destina una compañía de soldados para su guardia. Hace saber a toda su tropa el sacrificio que quiere hacer a la sombra de sus muertos y la convoca a un llano que sea espacioso, al que inmediatamente, él con toda su tropa, se enderezan. Entre tanto, la compañía que tiene al prisionero en custodia, corta las orejas y cola a un caballo que halla el mas

despreciable, pone a éste sobre él bien ligado, y le conduce con una gran algazara al lugar ordenado, donde halla todo lo restante del ejército formado en círculo. El toqui, los ulmenes y todos los oficiales hacen otro mas pequeño. En el medio colocan la insignia del gran toqui, entre cuatro puñales, que representan los cuatro utan-mapus.

Apénas entra el paciente al primer círculo, que levantan todos una grande gritería, lo vejan, lo injurian, lo maldicen, lo vituperan, se rien, sin que haya alguno que se atreva a mostrar compasion de su infeliz situacion. No hay para ellos mayor vilipendio y desprecio que obligar a un hombre a montar un caballo sin cola y sin orejas, y así para aumentar su ignominia, lo pasean diversas veces por el círculo, renovando siempre las injurias y el desprecio de aquel infeliz. Cuando se han cansado de esto, lo ponen sentado en tierra, con las manos ligadas atras y vuelta la cara hácia su país, que le obligan a mirar diversas veces, procurando affigir mas y mas su ánimo, ya con la consideracion de lo que ha perdido, que ellos tienen buen cuidado de sugerírselo, trayéndole a la memoria los hijos, la mujer, los parientes y las conveniencias que tenia, ya con la reflexion del estado en que se halla, de lo que se le espera, y cómo su memoria será siempre para con ellos de ludibrio, en los pífanos que han de hacer con sus huesos; en fin, con todos los modos que les sugiere su barbaridad para atormentar su ánimo.

Cuando se han satisfecho de esto, le desligan las manos y le ponen en ellas un mazo de pequeñas varillas y una estaca, con la cual le obligan a hacer un agujero en tierra; hecho éste, le obligan a nombrar por órden los mas valerosos soldados de su partido, empezando desde el general hasta el mas bajo oficial, y a cada nombre que profiere de ellos, a echar una de aquellas pequeñas varillas dentro del hoyo. Los presentes, a cada una de éstas, renuevan su algazara, oprobian y maldicen aquel y anatematizan su memoria. Concluidas todas las varillas, le mandan llenar el agujero de tierra, como que quisiesen enterrar allí la gloria de sus enemigos.

Inmediatamente el Toqui o su teniente o algun otro Ulmen que se haya señalado mas en la batalla, a quien él ceda esta prerrogativa y quiera honrar con el honorífico acto de acabar con aquel infeliz, le descarga un furioso golpe de maza en la cabeza e inmediatamente le abre el pecho, saca el corazon y chupándole la sangre, lo pasa a los oficiales a fin que ellos hagan lo mismo. Va pasando éste por casi todos y nunca llega al último, porque a bocados lo consumen ántes que llegue a la mitad.

Entretanto va éste corriendo por la tropa, no pocos atienden a destrozar el cuerpo, cortándole las piernas, los brazos, la cabeza. Esta la levantan en alto sobre una lanza y se lleva como en triunfo por todo el campo. Todos los presentes corren detras de esta horrible insignia, hacen en pos de ella extravagantes escaramuzas, pisan fuertemente la tierra y repiten cantando las injurias contra sus enemigos por un gran tiempo, como es necesario para dar lugar a los que se ocupan en hacer de los huesos de los brazos y piernas del muerto los instrumentos musicales.

Estos concluidos, renuevan a su sonido todo su furor y brotan nuevas injurias contra el muerto y toda su nacion, prometiendo hacer lo mismo

HISTORIA DE CHILE.LIB. VI.-CAP. VIII

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con todos los que quedan de ella. Esta tropa, orgullosa y enfurecida con este hecho, no cesa de este su loco desenfreno a las voces de su comandante, hasta que ve que empieza la bebida. Entónces corren todos a tener parte en ella, se brindan segun que han tenido mayores hazañas, celebrando su propio valor, pero sin dejar de ultrajar a sus enemigos y sin dar por concluido el sacrificio, porque otros, en este intervalo, corren al tronco del cadáver a acomodar a su cuello, en lugar de la propia, una cabeza de carnero blanco, si el muerto ha sido un español, y negro si ha sido un indio, lo que se cree un grandísimo vilipendio, porque quieren denotar que, por su mala cabeza, ha caido en manos de sus enemigos. Todos pasan vejándolo de esto, y ya alegres con el vino o cidra, bailan, cantan y se rien.

El Toqui, entretanto, se pone a fumar tabaco y con el humo incensa hácia las cuatro partes del mundo, jurando la venganza de la muerte de los suyos, amenazando a los enemigos y diciéndoles mil imprecaciones. Le acompañan en esto toda la oficialidad y sigue todos sus pasos, con lo que se da la órden de retirarse a todos a sus cuarteles de campaña.

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