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instituciones no menos importantes, han desaparecido en pocos años en España, y asimismo en otros paises de Europa.

Es verdad que algunas de ellas databan en España de fecha anterior á los Reyes Católicos, pero aun esas mismas, como la Inquisición, los Consejos y los mismos mayorazgos, recibieron del siglo XVI un modo de ser característico y tan particular, que lo habían conservado en gran parte hasta nuestros días. Porque aquel siglo fue también altamente reformista y no poco centralizador, y aun lo hubiera sido más en España, si la protesta no hubiera introducido en el seno de su católico Gobierno la desconfianza y una gran suspicacia, por la necesidad de oponerse á la propagación de aquélla y á los desmanes con que trataba de hacer violenta y desatentadamente lo que el Catolicismo hubiera hecho paulatinamente, y de una manera grave, metódica y conciliadora, sin lastimar intereses, ni arrancar lo bueno con lo malo.

Reforma se había pedido en Constanza y Basilea, reformas hacían los Reyes Católicos, y siendo fraile, Cisneros reformó institutos religiosos y suprimió algunos. La Inquisición misma, que se hace datar de la época de los Reyes Católicos, existía en España más de dos siglos antes, y lo mismo sucedía con otras instituciones, que no nacieron propiamente en aquel siglo, pero debieron á los imperantes de aquel tiempo formas nuevas y organización más estable. El demostrarlo aquí sería entrar en una tarea ajena al fin que nos proponemos.

Es verdad, igualmente, que otras instituciones del siglo XVI han quedado en pié, pero con tan diversas y variadas formas, que apenas se reconocerá su índole primitiva, al comparar lo que son con lo que fueron en aquel tiempo.

Los conocedores de nuestra historia no podrán poner en duda esta verdad, que desde el año 1812 al 1850 se ha modificado completa y radicalmente el modo de ser de todas nuestras instituciones, desapareciendo casi completamente la España del siglo XVI. Ha sido, pues, ese período una verdadera época de transición, en el sentido genuino de esta palabra, y sin las cavilaciones que han acumulado los que pretenden que en la historia todos los sucesos representan una transición. Sería impertinente descender aquí á discutir una de tantas sutilezas escolásticas con que se acredita más ingenio que cordura. Claro es que el hombre no llega á la edad de treinta años sin haber tenido veinte, y que durante ese tiempo se ha desarrollado en su parte física, moral, é intelectual, siendo sabedor en unas ocasiones, pero menos conocedor en otras de ciertas ideas que se van desarrollando en su

inteligencia y consolidando en su razón. En tal concepto, la edad de treinta años es transición entre la de veinte y cuarenta. Verdades son estas que, desnudas de su oropel científico y de la moderna fraseología, quedan reducidas á la condición de meras vulgaridades.

¿Pero dejará de ser una época de transición en la vida del hombre el momento en que deja de ser célibe para abrazar el estado del matrimonio, ó en que se alista en la milicia?

¿Dejarán de ser en España épocas de transición, las victorias de Augusto matando por completo la tal cual civilización indígena, reemplazándola con la romana; la invasión de los vándalos destruyendo en gran parte la cultura romana, la conversión de Recaredo y consiguiente fusión de razas, las batallas de Guadalete y de las Navas, la conquista de Granada y aun el advenimiento de la casa de Borbón al trono español, que hizo revivir una nación, al parecer, decrépita y moribunda? Y con todo, muchos de estos acontecimientos no fueron tan trascendentales ni cambiaron tan radicalmente las instituciones y el modo de ser de nuestra patria, como ha sido casi cambiada en ese período del año 1812 al año 50, sobre todo en los tres últimos lustros del 35 á la mitad del siglo.

Los hombres á quienes toca vivir en estas épocas de transición, tienen deberes que cumplir, y, si los omiten, llega un día en que la historia, tribunal inexorable, los acusa por su incuria. Generalmente se da poca importancia á lo que se ve y á lo que se vió y aprendió sin trabajo y sin necesidad de estudio; y con todo llega un momento en que aquellos testigos desaparecen y con ellos un cúmulo de verdades y noticias, que serán para los venideros otros tantos motivos de vacilación y duda, quizá de disputa y aun de error! ¡Cuántas dudas acerca del origen de nuestros códigos, y áun de los hechos más culminantes de nuestra historia. ¡Cuántos sucesos históricos, á pesar de incesantes investigaciones y adelantos, no han llegado aún al fiat lux que ha de alumbrarlos!

Debemos, pues, los hombres, que hemos visto morir esas instituciones, decir á nuestros venideros lo que tales cosas fueron antes, y lo que eran cuando nosotros las aniquilamos ó las variamos radicalmente. Con nosotros morirán estas noticias que quizá agradecerían nuestros venideros si las dejáramos consignadas. Muchas de ellas quedarán desgraciadamente por escribir.

Por la desastrosa pérdida 6 dispersión de nuestros archivos

y bibliotecas, ya hoy día tenemos que andar mendigando documentos, no muy antiguos, para comprobar ciertos hechos. Ya que hemos destruido, digamos al menos á las generaciones venideras qué fué lo que destruimos, porqué lo matamos, y con qué procuramos reemplazarlo. Ellas juzgarán imparcialmente entre las instituciones abolidas y las nuevas. Guardémonos de vilipendiar unas y ensalzar otras somos parte interesada, y la posteridad juzgará por los resultados, no por los elogios que demos á nuestros hechos.

Voy, pues, á cumplir con uno de los deberes que tiene nuestra época que llenar : nadie me lo ha impuesto, tampoco me lo ha prohibido. Hablo por mi cuenta y riesgo, aunque voy á evocar las sombras de nuestros antiguos Colegios, Universidades y Establecimientos dedicados á la enseñanza. Eran éstas antes del año 1845 unas pequeñas repúblicas, más ó menos libres é independientes. República literaria llamaba Fajardo de Saavedra á la literatura docente y discente en sus múltiples formas. Desde 1845 el movimiento centralizador y burocrático de nuestro siglo absorbió su independencia, les quitó su vida propia y las redujo á oficinas de enseñar. La reforma no se hizo de un golpe, venía preparada desde un siglo antes. Un árbol secular no se echa á tierra de un hachazo. El claustro ha muerto para la vida científica y literaria: ya nadie le consulta, y á su lado han surgido las nuevas Reales Academias, que han absorbido la vida de aquél, y que son consultadas oficialmente, mientras que apenas se recuerda la existencia de los claustros de Facultades, á duras penas galvanizados. Vanos han sido los esfuerzos para hacerlos revivir: el moderno parlamentarismo los ha convertido en insoportables locutorios, sustituyendo la petulante procacidad del saber á medias, y el afán de lucir una oratoria feroz por lo hinchada é indigesta, á la modestia y parsimonia del verdadero saber; y no porque los antiguos claustros fueran siempre modelos ni de prudencia ni de cortesía.

¿ Hemos ganado ó hemos perdido en esta metamorfosis? Aun es pronto para decirlo. Dejemos marchar el siglo: narremos para los venideros, ellos decidirán. ¿Qué adelantaremos con ser jueces y parte en una misma causa? ¿Quién querrá pasar por nuestro fallo? La historia tiene por objeto narrar para enseñar; mas la enseñanza mejor es la que se desprende espontáneamente de los hechos mismos, cual fruto sazonado, que de su propio peso cae al suelo sin violencia alguna.

No es mi objeto al hablar de las fuentes principales de donde he tomado las noticias de esta Historia, hacer un largo catálogo bibliográfico. Creo que esto tiene á veces cierto sabor de pedanteria. Las notas y citas que llevará cada capítulo las irán manifestando al paso que sirvan de comprobantes de lo que se dice. Algunas de ellas se refieren á manuscritos que he copiado ó adquirido. Pero creo que no estará de más el dar noticia siquiera de algunas de estas historias parciales, como más importantes y más frecuentemente citadas.

La Universidad de Salamanca se enorgullecía con las noticias que escribió su Contador Chacón, en el siglo XVII, cuando apenas se escribía nada sobre la historia de las universidades. Publicóse aquella relación un siglo después, en el Semanario erudito de Valladares, y desde entonces fué citada con elogio. La misma hizo imprimir en 1850 la Memoria redactada por los Sres. Dávila, Madrazo y Ruiz para remitir al Gobierno, ó mejor dicho, al Sr. Gil y Zárate, con aquella fecha. A pesar de su prolijo y abstruso exordio, en que el Sr. Dávila reveló la enfermedad, que poco tiempo después le condujo á una prematura muerte, la Memoria histórica de la Universidad Salmantina es muy curiosa é importante, si bien se deja llevar del antiguo prurito de amontonar nombres propios, haciendo consistir sus méritos y sus glorias en haber tenido muchos hijos célebres y en altas posiciones sociales. Pero esto, que muchas veces solamente es hijo de la suerte y de fortuitas combinaciones, prueba muy poco. Algunos personajes célebres habían estudiado en dos ó tres universidades, y todas ellas se apropiaban los méritos de aquel personaje como si fuesen suyos. Otros habían ocupado dignidades que no merecían, y en no pocas ocasiones habían despreciado, 6 por lo menos olvidado, á la escuela en que estudiáran, no haciendo nada por ella, si es que no la habían perseguido. ¿De qué le sirvió á Salamanca haber tenido por rector al Conde-Duque de Olivares, si éste no solamente no le hizo caso, sino que la desairó en más de una ocasión, y aun la maltrató con motivo de la ruidosa cruzada universitaria contra los Estudios de San Isidro en Madrid? ¡Ay, que las universidades pudieran decir en más de una ocasión, mirando á esos hijos célebres:-Filios enutrivi et exaltavi, ipsi vero spreverunt me!

Posteriormente los bibliotecarios Ordax, Urbina y Barco publicaron sendas monografias, ora para vindicar á la Universidad de Salamanca de los infundados cargos sobre desprecios hechos á Colón, ora en lo relativo á Fr. Luis de León, así como también el Sr. Falcón ha publicado la parte descriptiva

de los edificios y monumentos que encerraba la que mereció ser llamada Atenas española.

Recientemente ha escrito una el Sr. D. Alejandro Vidal y Díaz, ayudante de aquella biblioteca. A pesar de que su autor le ha dado el modesto título de Memoria histórica de la Universidad de Salamanca, es un volumen grueso en 4.°, de más de 600 páginas, y, según aparece de la portada, se costeó con fondos del material de dicha Universidad. ¡Ojalá en todas se hubiera hecho lo mismo!

Es verdad que la parte propiamente histórica solamente ocupa unas 280 páginas, en las cuales se da mucho á la arqueología de la Universidad y sus edificios; pero los apéndices siguientes, con las listas de matriculados, rectores, maestrescuelas, escritores y personajes ilustres, son tan importantes como la historia misma, y aun hubiera sido de agradecer mayor extensión en las noticias relativas á la Universidad de Ávila, comprendida en su actual distrito universitario.

La Universidad de Valencia tenía ya en un tomo en 4.° las Memorias históricas de su fundación y progresos, escritas por el Sr. Orti y Figuerola. Recientemente ha tenido la fortuna de que las depurase el Sr. D. Miguel Velasco y Santos, también individuo del cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios. Su reseña histórica de la Universidad de Valencia es un tomo en 4.o, de unas 150 páginas, escrito con buen gusto y recto criterio, depurando las noticias compiladas por los escritores que le han precedido en esta tarea, incluso el P. Villanueva, describiendo perfectamente las ventajas del régimen municipal antiguo que tuvo aquella Universidad, como casi todas las de la Corona de Aragón.

La de Zaragoza tenía, ademas de la defensa de Artigas, los cuadernos biográficos de Camón; en los cuales, à vueltas de las listas de catedráticos y hombres célebres de todas las facultades, se hallan algunas curiosas noticias relativas à la enseñanza, disciplina y costumbres de aquella Universidad. El difunto rector de ella, Sr. D. Jerónimo Borao, escribió la historia de la Universidad Cesaraugustana bajo un punto de vista más amplio y científico, y en verdad que fué afortunada la Universidad en tenerle por historiador.

La de la Habana publicó en 1870 una Memoria á la vez que Anuario de la Universidad, en un tomo en 4.o, de más de 180 páginas de impresión compacta. A la vez que las noticias estadísticas del curso de 1869, se consignaron allí las relativas al origen de la Universidad y de los establecimientos á ella unidos, el catálogo de todos sus rectores y la nómina de

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