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y traiciones, que con frecuencia aseméjanse á las contiendas civiles de los tiempos actuales, despertaba la activi dad indígena al par que servía de ocasión para que los combatientes se emulasen en actos de crueldad y exterminio. Tenían estas naciones ó tribus sus caciques hereditarios; algunas los elegían de entre sus más señalados gue. rreros, ó de entre los que lograban hacerse reconocer como árbitros del cielo У la tierra y con más artifi. cio sabían imponerse por influencias supersticiosas; delegaban en ellos la dirección, casi absoluta siempre, de lo que pudiera llamarse sus intereses comunes, y si bien algunos caciques demostraban paternal atención á su pueblo y otros hacían sentir su poder de manera omnímoda y despótica, es también cierto que naciones y tribus habían que poca ó ninguna obediencia daban á las disposiciones autoritarias, en tanto que otras acataban servilmente cuanto de arbitrario ordenaba la más brutal tiranía. La infinita variedad de

estos que ni siquiera pudiéramos llamar gobiernos embrionarios de los primeros conocidos tiempos de la América, daría campo á inacabables investigaciones, y, en la imposibilidad de referirnos á todos y cada uno, cerrarémos este párrafo recordando solamente á tres naciones salvajes que, sinembargo, se habían iniciado ya con pasos menos inciertos, y, según nuestra manera de pensar, sin elementos extraños influyentes, en el arte de gobernar á los pueblos. Citarémos á los iroqueses, del Norte, los caquesios ó caiquetías, del Mediodia, y los araucanos, del Sur. Formaban los primeros una Confederación estable, digna de pueblo cuyo estado moral hubiese alcanzado singular altura, y la buena fe con que las naciones confederadas se suscribían á respetar las soluciones de sus legisladores, las hizo fuertes, abreviándoles la senda de un adelanto positivo que habrían obtenido sin el concurso europeo. Autónomas eran además las cinco naciones iroquesas en lo que á los nego

cios particulares de cada una correspon. día. Fratricidio llamaban esos salvajes á la guerra civil, y la detestaban ! Los caiquetías no han tenido la fortuna, que nosotros sepamos, de ser igualmente favorecidos como los iroqueses en la forma de gobierno: bien hubiera podido suceder así porque esa raza, ora mansa, ora indómita, que ocupó una extensa parte del actual territorio de Venezuela, no estaba exenta de enemigo común, y cabe sospechar que siquiera para rechazarlo, se confederaran sus esparcidos grupos. Los de la costa han dejado memoria que capta una justa simpatía. Mansos, leales hasta sufrir las mayores felonías de aquellos á quienes más tarde juraron adhesión, gobernábalos la voluntad de un cacique, si sumamente vano en las manifestaciones de su persona, honradamente bueno para con su pueblo, varón de gran momento, de claro y de sagaz entendimiento, como le llama Castellanos; de virtudes. raras, sabía premiar las buenas acciones, poner freno á los vicios, y, por el

moderado ejercicio de su poder, contribuir al bienestar general de su pueblo, interrumpido por la brusca irrupción de atrabiliarios conquistadores alemanes y españoles. Cuanto al Arauco, dividido en señoríos de distintas categorías, su constitución ofrecía también los caractéres de una confederación, pues los jefes de tribus y los caciques, reuníanse en asamblea nacional para decidir la paz ó la guerra. El voto de la mayoría era acatado por todos. Esta asamblea nombraba al Jefe del Ejército que personificaba á la nación en los casos de guerra. No tuvo esta raza, cuya valentía es tan celebrada, leyes judiciales que la singularizasen por este otro respecto de los demás pueblos bárbaros. Tanto como sus hechos heroícos, registran sus tradiciones contínuas luchas entre tribus y familias. "Los chilenos, amantes de la libertad. entonces como después, eran los highlanders, los suizos de las antiguas naciones de la costa del Pacífico. Mira. ban con recelo las prerrogativas here

́dadas de sus propios úlmenes y toquíes, y extremaban hasta lo último su amor democrático á la independencia," dice ANSON URIEL HANCOCK en su Historia de Chile.

Al occidente de la América se dilataban los pueblos que habían alcanzado una cultura á todas luces notable. Los comprenderemos en tres grupos: los que ocupaban á Méjico y la América Central, los Muiscas y los que dominaban los Incas. En todos regía el sistema monárquico y hereditario.

Poseían una legislación de que parte no tenía que envidiar á las antiguas leyes europeas, y prestaban ejemplar obediencia á sus preceptos; sabían administrar con rara habilidad; sus instituciones militares, á que atendían cuidadosamente, son dignas de ser estudiadas por las nuevas nacionali. dades que hoy ocupan el territorio de aquellas razas, y correspondían á las constantes necesidades de sus

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