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unas mismas, pero también es cierto que si á algunas, muy pocas, no les iluminó la inteligencia la idea de un Supremo Bien, y solo creyeron en el Mal, ó no creyeron ni en uno ni en otro, los había también que á la manera de los naturales de Chita "iban en ro. mería á hacer sacrificios al demonio en las cabeceras del Rio Casanare," dice el P. Juan Rivero.

Los de la costa y los de los ríos fueron tan grandes pescadores como tiradores del arco. No hemos hablado de su cerámica que en algunas tribus ofrecía muy apreciables condiciones, ni del buseo de las perlas de que buen acopio hacian en las costas orientales y de Coro.

Indicamos como entendían de gobierno, nos hemos referído á sus lenguas y dialectos, fuente la más importante para mejor acercarnos al conocimiento de su origen y cultura, y creemos ya que de cuanto llevamos escrito puede desprenderse su estado social que tan varia suerte habría de ofrecer á los con

quistadores; estado social que según las observaciones del Dr. G. Marcano en su Ethnographie Precolombienne du Venezuela, al referirse á ciertos objetos encontrados en excavaciones de los alrededores del Lago de Valencia, quizás era resto casi extinto de una civilización anterior más avanzada, lo cual concuerda con las opiniones ya apuntadas.

CAPITULO IV

La Conquista

Cuando Colón descubrió á Venezue

la por las regiones de Macuro y de Paria, juzgó haber descubierto el ParaíSo, fundándose para ello en la amenidad de los sitios y ríos que había visto, y en pasajes de las Santas Escrituras. Ello no obstó para que se llevase unos cuantos indios como presente á los Reyes de Castilla, junto con las perlas y mues. tras de oro que pudo conseguir, suficientes á despertar la codicia española. Hacía apenas seis años del primer descubrimiento de este mundo occidental, y ya la Colonia fundada en Santo Domingo, única que existía, se había señalado, menos por las riquezas explotadas que por las turbulencias de su gobierno y moradores, quienes hasta al mismo Colón disputaban la autoridad, aún por los medios violentos de la guerra.

Después del descubrimiento, Alonso de Ojeda, espíritu audaz, aventurero y cruel, recorrió también desde Paria hasta la Península de la Goagira, robando y salteando á los naturales. Siguieron luego los viajes de Niño У Guerra y una segunda exploración de Ojeda, A éste concedió el Gobierno español la explo. tación, población y gobierno de dichas comarcas, lo cual no pudo realizarse porque el concesionario no era hombre que tuviese en mientes otra cosa que sacar el mayor provecho inmediato de las tierras concedidas, limitándose en su último viaje al rescate de oro y perlas y al salteamiento de los indios. Otra habría sido la faz de la conquista si no hubiera fracasado el plan de Las Casas, á quien después se hizo idéntica concesión. La Reina Isabel que había desaprobado la medida de Colón sobre esclavitud de los indios, resolvió después por provisión fecha en Segovia á 30 de Octubre de 1503, que se cautivase á los indios Caribes y pudie

sen ser vendidos en España é Indias. y demás lugares que por bien tuviesen los traficantes, y más tarde Carlos V dispuse que igual procedimiento se observase con todos los que se opusiesen á la conquista. Autorizado estaba también el tráfico de esclavos de Africa, de tal modo que fué prohibido; y más tarde vuelto á permitir á solicitud del Padre Las Casas. Era opinión corriente que los indios no eran seres racionales, y para hacer prevalecer lo contrario fue preciso que se expidiesen bulas de los papas, y pragmáticas de los Soberanos españoles.

Los diezmos de América habían sido cedidos por el Papa Pio III á los Reyes Católicos para la fábrica de Iglesias y sueldos de los sacerdotes en ellos empleados; y dichos Reyes los redonaron á los Obispos para que aplicasen sus productos á la mejora y fomento de estas comarcas y al alivio de los indígenas conquistados. El Cardenal Cisneros dictó algunas ordenanzas

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