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damnificado podrá tambien matar 6 herir las aves pero nó apropiárselas.

Art. 133 Es prohibido mantener colmenas dentro de las ciudades 6 pueblos de campaña, bajo la multa de veinte pesos fuertes. Art. 134- Ausentándose el enjambre, puede su dueño tomarlo ó reclamarlo, mientras uo lo pierda de vista, para lo cual podrá seguirlo y cruzar tierras agenas, aun cercadas ó sembradas, siempre que se le permita el propietario 6 poseedor de ellas.

Los que sin permiso penetrasen en los terrenos cercados ó sembrados, ademas de la indemnizacion ex equo et bono por el daño causado, sufrirán la multa de dos pesos fuertes.

Art. 135

Los propietarios de los terrenos cercados ó sembrados, sin constituirse responsables por la indemnizacion, no pueden denegar el permiso de que se trata en el artículo anterior, y que el dueño del enjambre en los seis dias siguientes, podrá demandar de la autoridad mas inmediata.

Art 136 Cuando el dueño del enjambre, no siga ó no ocurra á la autoridad inmediata en demanda del permiso que por el propietario le hubiere sido denegado, se tendrá por el hecho el abandono, y el 'njambre pasará á ser propiedad del dueño del suelo en que se haya fijado.

(Continuará)

EMILIANO GARCIA.

MI TIERRA

Las campañas y las ciudades

(LA VIDA EN LAS PROVINCIAS) (1)

I.

Cuando era joven, me forzaron à abandonar los paises montañosos del interior, la Sierra de Córdoba, que amaba con esa atraccion profunda de los que han contemplado con admiracion los contrastes del valle y de las cumbres, del bosque umbrio y del erial arenoso, de las quebradas floridas y de las cimas elevadas, y desde cuyas comarcas mediterráneas no se alcanza á conocer, ni puede concebirse, el horizonte magestuoso del mar. De esta tierra, que yo llamaba mi tierra, porque entonces se decia-vengo de mi tierra, voy á mi tierra; de aquí en fin, me llevaron autoritariamente para que viese por vez primera ese espléndido Rio de la Plata, sobre todo visto desde la actual Capital de la Nacion. No me atreveria á decir ahora que impresion me hiciera ese estuario inmenso, pero recuerdo que me parecia que el mundo era mas grande, porque lo era tal vez el horizonte ante mis ojos.

(1) Véase este mismo tomo p. 204 & 236.

TOMO IX

23

En mi tierra, sobre todo cuando se habita la sierra, el horizonte lo forman los perfiles desiguales de las montañas, mientras que allí era el rio y el cielo lo que distinguia á lo lejos. Si ahora quisiera dar cuenta de aquella impresion, diria tal vez una inexactitud; pero confieso que me encantó, me sedujo y me atrajo aquel caudal de agua dulce, porque yo solo conocia entonces los rios de mi tierra; estos rios, que se conocen por su número, cuyas márgenes estrechas encajonan el cauce profundo y de rápida corriente. Mientras que tenia delante de mí un rio estenso como el mar, mas lejos el Océano, el exterior en fin; otras tierras extranjeras y el mundo con sus novedades seductoras.

Era en aquel tiempo un muchacho, salido apenas de la clase de menores de esta vieja y querida Universidad; mi traje olia al provinciano de aquella época, es decir, al interior de esos tiempos lejanos, cuando nunca se viajaba, porque ni habia buenos caminos, ni eran seguros, ni fâciles los medios de locomocion, y se necesitaba plata, plata sellada, que era la que corria entonces, y sellaban aqui mismo en Córdoba y en la Rioja. Ese metal no abundaba en las gavetas de los antepasados, que guardaban las onzas de oro en botijuelas de barro, cuando tenian que guardar, y el crédito era cosa de que nadie ó pocos usaban.

Las tierras en mi tierra valian poco, y las casas en mi tierra valian menos; pero todos los criollos tenian tierras y casa las unas para la labranza y la ganaderia, aunque solo se tuviesen cabras; la otra, grande, cómoda y de teja, para que viviesen padres e hijos, tribu organizada bajo el santo patriarcado de los buenos abuelos. Aqui, eran hacendosas las mugeres en las familias honestas y burguesas, y como los muchachos vestian únicamente con

camisa, criaban muchachos que era una bendicion del cielo, segun decian aquellos pobres ancianos. Los patios de esas casas eran grandes, las puertas tambien grandes; los naranjos viejos y cargados de azahares olorosos, las diamelas fragantes y el blanco jazmin, perfumaban aquellas sombras amigas de los muchachos. . . . Aquí, bajo los añosos árboles, de las higueras, de los manzanos, jugábamos los primos con los primos de nuestros primos; y esas legiones de muchachos, alegres, descalzos y frecuentemente súcia la cara y despeinado el pelo, vivian como en una especie de Eden que habitaban los inocentes, los niños...

Todavia conoci algunos negros esclavos, hombres y mugeres, que hacian parte de la familia de los amos, y los esclavos chicos jugaban con los amitos pequeños. La igualdad era evidente: esos esclavos tuteaban á los niños, que habian visto nacer, y la esclava les habia servido de nodriza, de ama como se la llamaba. ¿Qué esperiencia podria tener yo, cuando salia de aquel hogar, sin preocupaciones, de estos claustros de la Universidad, donde estaban mis coetáneos con las mismas ilusiones, la misma ingenuidad, para ir á esa ciudad que gobernaba dón Juan Manuel Rosas?

Tenia el corazon franco y abierto; y como si fuese un daguerreotipo, se habia grabado en él la imágen de una prima, que corría tambien con los primos. Eran tan bellos sus grandes ojos negros, su tez fresca y sonrosada, su cabello castaño y abundoso y suave, y que el viento levantaba como si fuese un velo de seda.... Marchaba entristecido porque la dejaba, y no sabia que misterioso vínculo me atraia hácia aquella criatura dulce, cuyo afecto me. dejaba tímido y casto, como si estuviese arrodillado ante

la imágen de Maria, que guardaba mi pobre madre. Despues he aprendido que ese sentimiento es amor. No lo sabia entonces.

No tenia voluntad propia, querian que fuese médico y querian que lo fuese pronto. De manera que concluidos mis estudios preparatorios, aprovecharon la salida de la primera tropa de carretas para esa, y pronto con mis petacas de cuero, me enviarou á Buenos Aires, que era donde se hacian médicos. Querian que los Gálvez tuviesen un médico, como tenian frailes y clérigos. El mas empeñoso era mi tio el cura de San Pedro. Yo como si fuese una cosa, inconsulto y forzado, emprendí el lento viaje en carretas tiradas por bueyes.

Cuando he vuelto, la vieja casa estå en ruinas! ya no hay flores en la huerta, donde crece la maciega y las yerbas silvestres. No he encontrado á ninguno de los de mi tiempo, los esclavos como los amos, yacen en la tierra. Mi prima, mi dulce prima, murió de tristeza....

He vuelto muchos años despues, y solo las campanas tienen el mismo tañido que les oí de niño cuando llamaban para orar, ya fuese en las primeras horas de la mañana, ya en las postrimeras de la tarde, al toque de oraciones. En esto la costumbre no ha cambiado; esas voces de bronce fueron las únicas que oí de viejo con el mismo timbre que cuando era niño. Yo no fuí sordo á aquel llamado, que me traia un mundo de recuerdos....

Una vez en Buenos Aires, el apoderado de mi familia, que ignoro si fué don Manuel Ocampo, don Amancio Alcorta, ó el señor Escuti, de cuyas manos recuerdo haber recibido en su escritorio de la calle de la Piedad, cierta pension que me enviaba mi tio el cura; el apoderado,

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