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Que siendo contra el órden soberano Cualquier humano intento se suspende, Ni puede ser la humana diligencia Estorbo á la divina Providencia. Gramática y Retórica discreta,

El padre le responde es bien que aprenda, Y habiéndola aprendido, á nuestra seta Será más fácil de volver la rienda;

Para lo cual el pérfido decreta

Que el jóven tierno la conquista emprenda En la antigua Bolonia populosa

De todas letras madre generosa.

Entra el nuevo estudiante en las escuelas,
Do en breve tiempo sale con su intento,
Y siendo la virtud, y honor espuelas,
Se engolfa do no alcanza entendimiento:
Como la nao que va largando velas
Cuando del puerto sale con buen viento,
Que en breve espacio en alta mar entrando
No pueden verla los que están mirando.
Y como en este mar del mundo, apenas
Navega nuestra vida, tanto cuanto
Sin que se rompan járcias, y aun entenas,
Y sin que la tormenta cause espanto:
Salieron de traves unas Sirenas,
Que quisieron prenderle con su canto,
Borrasca la mayor y más temida
Que se puede ofrecer en esta vida.
Causaron ésto ciertos navegantes
Que al trance le llevaron peligroso,
Y fueron los amigos estudiantes
Con quien comunicar era forzoso:
Mas oyendo las voces resonantes
El nuevo Ulises en el mar undoso
Gobernando el timon, volvió la nave
Por que no le rindiese el son suave.
Y como allá José largó la capa,

Por no poder la virginal corona,
Los ojos cierra, y el oido atapa,
Y las Sirenas falsas abandona:
Que si no es con huir nadie se escapa,
Y este remedio solo nos entona
La Iglesia Militante, y nos lo enseña
A pena de morir quien le desdeña.
Y porque la victoria fuese entera,

Y no la turbe el mar con otra ola,
Llegose al escuadron, que la bandera
Del Español santísimo enarbola:
Del Español que al mundo fué lumbrera
Por quien el predicar hoy se acrisola,
Y por gozar la paga y campo franco
El fino arnes se viste negro y blanco.
De gran soldado, valeroso y diestro
Dió presto muestra el jóven tan gallarda
Que el mayor enemigo suyo y nuestro
De ver sus abstinencias se acobarda:
Que de la carne el infernal siniestro,
Aunque con más furor se encienda y arda,
Se quita, y pierde el brio y la arrogancia
Con fuerza de abstinencia y temperancia.
Esta virtud en él fué tan famosa

Que le puso en el punto de la muerte,
Diole una enfermedad grave, enojosa,
Y cerrole la boca de tal suerte,
Que ni con hierro duro, ni otra cosa
Abrirla nunca pudo mano fuerte,
A cuya causa ni comer podia,
Ni dejar de morir si no comia.
Mas el Señor, á quien incumbe y toca
El remedio del justo, y su consuelo,
Sabiendo bien que aquella santa boca
Habia de enriquecer la tierra y cielo:
Estanto casi de la estrecha roca
Libre su alma, con ligero vuelo,

Mandó que Rafael al mundo venga
Y traiga medicina cual convenga.
Venciendo el Veronés desta manera
En dos batallas la victoria funda,
De accidente estraño la primera,
De la rebelde carne la segunda:
La cual quedó del alma prisionera
Y tan sujeta al yugo y la coyunda,
Que nunca tuvo más atrevimiento,
Ni aun para imaginar mal pensamiento.
Dió tanto gusto al virginal Cordero
Que entre los blancos lirios se apacienta
De Pedro el corazon casto y sincero,
Que quiso regalarle á buena cuenta;
Manda que bajen del sublime otero
A la sublime aldea turbulenta
Hermosas pastorcillas, con tal celo,
Que de su pobre choza hagan cielo.
Con guirnaldas de rosas y jazmines,
Sobre las hebras del Arabio hilo,
Sayuelos, delantales, y guarvines,
Y lo demas al celestial estilo,

Rompiendo el fuego, el aire, y sus confines,
Cuando de Cintia el cándido pabilo
Esparce plateadas luces bellas
Entraron en su celda las doncellas.
El dulce son de los coloquios graves
Toca al oido á un fraile del Convento,
Y á las palabras blandas y suaves,
No sin admiración se puso atento;
Por un resquicio mira, y con las llaves

De los ojos, abriendo el aposento,
Las damas ve hermosas y pulidas

En dulce regocijo entretenidas.
Llama otro fraile, y éste á otro, y vista
De todos tres la regalada fiesta,
Lo cuenta al Prior, que ya en la lista

De los Santos, su alma tenia puesta:
Y probada la vista, y la revista
De cosa al parecer tan deshonesta,
Junta luego á capítulo, y llamado
Fray Pedro, asi le dice su Prelado.
Traidor famoso, hipócrita solemne,
Deshonra de esta casa Religiosa,
¿Cómo se tarda tanto, y se detiene
El justo pago á un alma tan viciosa?
Mas bien considerado, asi conviene,
Porque la mano eterna poderosa
Cuanto más se nos muestra descuidada
Tanto baja despues dura y pesada.
Pareceos embaidor que ha sido bueno
El tiro que habeis hecho á nuestra casa,
Metiendo en ella el infernal veneno
Que vuelve el carbon frio ardiente brasa:
Damas en vuestra celda: Oh! centro lleno
De sempiterno horror, ¿cómo no abrasa
Tu fuego vivo el atrevido pecho
Do se ha forjado tan infando hecho?
¿Es esta la riqueza divulgada

De vuestra santidad, padre fray Pedro,
Y la virgínea planta levantada

Más que la palma, el líbano, y el cedro?
Teneis entre las flores disfrazada
La víbora infernal que vaya á redro,
Y quereis que os tengamos por un Santo:
¿Quién vió jamás atrevimiento tanto?
En fin no hay que fiar de humildes ojos,
Ni de mortificadas apariencias

De un rostro macilento, unos enojos,
Y un modo de finjidas penitencias;

Que do pensais que hay flores, hay abrojos,

Y no está la virtud en reverencias,
Ni jamás se abatió el Nebli del cielo
Sino es al corazon que es su señuelo.

TOMO III-22.

Y aunque conforme á los delitos, debe
Ser el castigo dado al delincuente,
Por un cierto respeto que nos mueve
Usaremos de término clemente:
Y dando á culpa grave pena leve,
Estad en reclusion perpetuamente
Allá en el monasterio de Jacino
Hasta que se descubra otro camino.
Tan firme no se vió peñon robusto,
Al combatir del mar con furia alterna,
Como aquel Veronés sagrado Augusto
Al áspero rigor de la fraterna;
La colérica voz del pecho adusto
Fué para el suyo humilde, gloria interna,
Enclavando los ojos en el suelo,

Y á veces levantándolos al cielo.
El callar, y el hablar allá en su pecho
Tuvieron una santa competencia,
Si habla, ofende al estrellado techo
En revelar su gloria sin licencia:
Si calla, se condena en aquel hecho,
Culpando su purisima inocencia:
Al fin venció el silencio en su garganta,
¡Oh cuanto puede la paciencia santa!
Pártese luego á su destierro, y lleva
Consigo la humildad y mansedumbre,
Y viendo al fin la penitencia nueva
El que todo lo vé de su alta cumbre,
Con una soberana heróica prueba
Ordena rematar su pesadumbre.

Que no permite, ni á su honor conviene, Que mucho tiempo la inocencia pene. Orando arrodillado á un Crucifijo Consuelo de afligidos dulce y grato,

En el original clavado y fijo

El corazon, la vista en el retrato,
Con regaladas lágrimas le dijo:

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