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enviar nuevo Gobernador con poderes especiales para que arreglase semejantes desavenimientos perjudiciales al progreso de la conquista,al brillo de las armas y en oposición á las órdenes de SS. AA., cuyo espíritu era terminar la conquista, para evitar rompimientos con el Rey de Portugal y propagar la fé en pueblos que hasta aquella época no habían recibido la luz del cristianismo por no haberlo consentido las circunstancias. Desavenencias lamentables, perjudiciales á conquistadores y conquistados, actos que se llevan siempre á efecto cuando imperan las bajas pasiones sobreponiéndose á la dignidad, al honor y sobre todo á la justicia. Como lo he dicho, vamos á presenciar uno de los tantos dramas humanos de que se enorgullece el hombre, creyéndose héroe, y no siendo otra cosa sino un cuerpo que lleva en su seno bajo diferentes formas el funesto orgullo, base fundamental de todas las malas pasiones.

CAPÍTULO SEGUNDO.

PEDRO DEL ALGABA

Como se vé, las discordias, ó como dice Cedeño (1) las zizañas que no faltaban entre el Dean y Juan Rejon, produjeron sus consecuencias legítimas, la insubordinación y el descontento, y lo que era peor, el hambre que se hacía sentír ya en el campamento, porque los Canarios habían retirado sus ganados á lo más fragoso de la isla á causa de la destrucción de los sembrados y tala de los higuerales, quitando á los españoles toda esperanza de ser socorridos, pues hasta los portugueses, habían interrumpido sus comunicaciones. Pero esa misma destrucción, debía necesariamente de redundar en perjuicio de los conquistadores por la caren. cia de víveres, pronunciándose más las pasiones entre los dos bandos, dando lugar á los cronistas, ajenos al espíritu de imparcialidad, á demostrar sus simpatías ya por uno, ya por otro, según mejor cuadraba á sus miras. Así es que Gomez Escudero, como capellán de Rejon, defendía al General, al paso que Cedeño, soldado del ejército, hace resaltar los abusos de Rejon á tal grado, que el Dean Bermudez se vió

(1) Cedeño: M. S. cit. p. 76.

TOMO III.-8.

obligado á hacer á éste justas reconvenciones.

El historiador Padre Abreu Galindo se coloca al lado de Gomez Escudero y dice, que «el capitán Juan Rejon pretendía >>siempre conservar la amistad del Dean, disimulando mu>>chas cosas para que no sucediese algún alboroto de que >>fuesen sus Altezas deservidos. El Dean había escrito á Cas>>tilla en perjuicio de Juan Rejon,de que sin necesidad había »hecho tregua y paz con los canarios para dilatar la guerra, >contentándose con una batalla que dió, de la cual salió >>vencedor, y no quiso continuarla teniendo cierta la victoria, »y que por no tener órden en el repartimiento de los manteni. >>mientos habían faltado y puesto la gente en la necesidad» (1).

Por el contrario el Padre Sosa apoya al Dean, y lanza dura filípica contra Rejon. Así se expresa (2): «Pasada esta >>batalla, los unos y los otros, comenzaron á temer en gran »manera, mayormente los cristianos, por reconocer mucho >>esfuerzo y valor en los gentiles, y porque les faltaban ya los >>bastimentos y juntamente por tener muchas discordias el >>Dean y Juan Rejon, el cual en muchas ocasiones le había >>tratado mal de palabra; sufriendo el Dean con su prudencia estos denuestos, por guardarlo todo para mejor ocasión. >>>Siendo cierto que el necio no puede ofender al sabio, porque »en él no puede hacer mella la maledicencia; que lo que se >>recibe, dice el filósofo Aristóteles, es al modo del que lo re »cibe; y el sabio la palabra pronunciada con segunda inten>>ción la recibe como de primera. Cicerón le dijo ȧ Octavio, >>satirizándole un dia, que como, habiéndole él conocido agu»jeradas las orejas, ahora no le oia? Quísole con ésto mote»jar de esclavo;y Octavio que era prudente le respondío: ¡Si! >>Bien sé que soy nacido en Libia, en donde era costumbre »agujerearse las orejas. Y dió esta respuesta, no dándose >>entonces por entendido, porque no ha de tomarse muchas >>veces á pechos lo que se ha de dejar por las espaldas, antes

(1) Abreu Galindo: op. cit. Lib. II. cap. XII, p. 119. (2) Sosa: op. cit. Lib. I, cap. IX, p. 74.

»se ha de hacer donaire del desaire y juego del más encendi>>do fuego; pues no está tanto la injuria en el que la dice co»mo en el que la interpreta. Y así sufriendo todo con pru»dencia, se ha de guardar el remedio mejor, que las frutas de »maduras se caen de los árboles. Y como el Dean había dado »ya noticia al Rey Nuestro Señor, en unos navios que habían >>vuelto á España del mal trato que le hacía Juan Rejon, le »obligaba junto con su prudencia á tolerarlo todo. Logrose >>pues su intento y á su pedimento envió S. M. por Goberna_ »dor á Pedro de la Algaba para que prosiguiese la guerra y »hallando culpado á Juan Rejon lo enviase preso á la Corte. »>

En cambio, á su vez, el Dr. Marín de Cubas no aparece simpático hacia la conducta del Dean, pues dice: «creció la >>envidia de los soldados de la parte del clérigo contra los >>del General, que siempre continuaron salir á robar y ha>>cerles mal, y por dos veces los unos dejaron en gran aprieto á éstos; y otra vez no quisieron dar socorro á Rejon que, »á fuer de buen soldado, salió victorioso, y disimulando pru>>dente hasta dar cuenta, no hizo rompimiento á tanto arro»jo, y el Dean en público tuvo descomedimientos contra »Juan Rejon en la plaza de la ermita de San Anton (1)».

Castillo se conduele de tales desavenencias, apoya al Dean, y consigna que salieron unos frailes á predicar lo conveniente que era para la conquista la buena armonía entre los jefes (2).

Viera y Clavijo dedica un párrafo á censurar la conducta de ese eclesiástico militar, haciendo resaltar el buen proceder de Rejon.

Cada uno comenta los hechos á su modo, siendo la verdad de ello que faltó de una y otra parte la debida consideración, y sobró la intransigencia; resultando, como siempre, que se despiertan las pasiones, y viene el amor propio á hacer olvidar recíprocos respetos, dando por resultado funestísimas consecuencias.

(1) Dr. Marin de Cubas: M S. cit. Lib. II, cap. I, p. 96.

(2) Castillo: op. cit. Lib. II. cap. V, p. 108.

Indudablemente el Dean Bermudez, al proceder como procedió, dió al olvido su evangélica misión de paz y de caridad; y al predicar en la plaza pública la insubordinación contra el jefe, no comprendió que predicaba su propio descrédito, y que Rejon trabajaría por hacer conservar su prestigio y el principio de autoridad; y que estas desavenencias y el levantar bandera de rebelión, no podía menos que producir la indisciplina con su séquito de odiosidades, y al fin, el hambre; puesto que Rejon no podía salir del campamento, divididas sus fuerzas y exponiéndose á un seguro descalabro.

Tal era el estado del Real cuando llegó el débil Pedro del Algaba con poderes de los Reyes para organizar el ejército y continuar la conquista; pero este tristísimo personaje, en lugar de cumplir y hacer cumplir las órdenes terminantes que traia, se dejó dominar por el Dean, dando lugar con su conducta á graves y desastrosos acontecimientos.

Hechos públicos sus poderes à voz de pregón, y lejítima. mente reconocidos, intentó al principio ejercitar su influencia para poner en buena armonía á Rejon y al Dean; y si bien, al parecer, se restablecieron entre ambos sus amistosas relaciones, esto sólo lo fué en la apariencia, pues el Dean no podía ocultar su odiosidad profunda hácia Rejon. Sin embargo,encargado Algaba de disponer la organización y verdadero gobierno de la Ciudad, de su iglesia Catedral, Tribunales y demás necesario para el buen régimen y administración, comprendió que en cuanto à la conquista habían de proceder de acuerdo debidamente asociados los tres, es decir, Algaba, Rejon y el Dean; pero como para las operaciones militares se necesitaba unidad de mando, le fué éste concedido á Rejon, quien, ordenando las fuerzas, dió principio á las salidas y excursiones con Jaimez de Sotomayor y demás oficiales.

Había venido Algaba acompañado de su esposa Doña Leonor Juarez de Fonseca y de dos niños llamados Andrés y Jerónimo Valdés y además de un concuñado suyo llamado Alonso Fernández de Lugo, de 22 años de edad, capitán de

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