Imágenes de páginas
PDF
EPUB
[blocks in formation]

172

Alejandro III desde el 1159 al 1181.

Octaviano, Guido de Cremona, Juan de Strum y Landon, 22.o antipapas, en 1159.

Lucio III desde el 1181 al 1185. 173 Urbano III desde el 1185 al 1187. 174 Gregorio VIII en 1187.

175 Clemente III desde el 1187 al 1191. 176 Celestino III desde el 1191 al 1198. 177 Inocencio III desde el 1198 al 1216. 178 Honorio III desde el 1216 al 1227. 179 Gregorio IX desde el 1227 al 1241. 180 Celestino IV en 1241.

181 Inocencio IV desde el 1243 al 1254. 182 Alejandro IV desde el 1254 al 1261. 183 Urbano IV desde el 1261 al 1264. 184 Clemente IV desde el 1265 al 1268. 185 Gregorio X desde el 1271 al 1276. 186 Inocencio V en 1276

[blocks in formation]

194 Bonifacio VIII desde el 1294 al 1303. 195 Benedicto XI desde el 1303 al 1304.

196 Clemente V desde el 1305 al 1314.

197 Juan XXII desde el 1316 al 1334.

Pedro Reinaldo de Corbiere, 23.° antipipa, en 1327.

198 Benedicto XII desde el 1335 al 1342.

199

Clemente VI desde el 1342 al 1352.

200

201

202

203

204

Inocencio VI desde el 1352 al 1362.
Urbano V desde el 1362 al 1370.
Gregorio XI desde el 1371 al 1378.

Urbano VI desde el 1378 al 1389.

Roberto de Ginebra, Pedro de Luna y Gil Muñóz, contra el Papa Urban VI y sus sucesores hasta Martino V, ó sea desde el 1378 al 1414, que se conoce con el nombre de el gran cisma de Occidente.

Bonifacio IX desde el 1389 al 1404.

205
Inocencio VII desde el 1404 al 1406.
206 Gregorio XII desde el 1406 al 1409.
207 Alejandro V desde el 1409 al 1410.
208 Juan XXIII desde el 1410 al 1415.
Martín V desde el 1417 al 1431.

209

210 Eugenio IV desde el 1431 al 1447.

Amadeo de Saboya, último antipapa, en 1440.

211 Nicolás V desde el 1447 al 1455.

212

213

Calixto III desde el 1455 al 1458.
Pío II desde el 1458 al 1464.

214 Paulo II desde el 1464 al 147 1.
Sixto IV desde el 1471 al 1484.

215

[blocks in formation]

238 Urbano VIII desde el 1623 al 1644. 239 Inocencio X desde el 1644 al 1655. 240 Alejandro VII desde el 1655 al 1667. 241 Clemente IX desde el 1667 al 1669. 242 Clemente X desde el 1670 al 1676. 243 Inocencio XI desde el 1676 al 1689. 244 Alejandro VIII desde el 1689 al 1691. 245 Inocencio XII desde el 1691 al 1700. 246 Clemente XI desde el 1700 al 1721. 247 Inocencio XIII desde el 1721 al 1724. 248 Benedicto XIII desde el 1724 al 1730. 249 Clemente XII desde el 1730 al 1740. 250 Benedicto XIV desde el 1740 al 1758. 251 Clemente XIII desde el 1758 al 1769. 252 Clemente XIV desde el 1769 al 1774. 253 Pio VI desde el 1775 al 1799.. 254 Pio VII desde el 1800 al 1823. 255 León XII desde el 1823 al 1829. 256 Pio VIII desde el 1829 al 1830. 257 Gregorio XVI desde el 1831 al 1846. 258 Pio IX desde el 1846 al 1878. 259 León XIII en 1878.

NÚMERO 4.o

Encíclica de Su Santidad Pío, Papa IX condenando el Materialismo, el Comunismo, el Socialismo y otros errores.

A todos nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos v Obispos que se hallan en gracia y comunión con la Sede Apostólica.

PIO IX, PAPA,

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica. Todos saben, todos ven, y vosotros como nadie, Venerables Hermanos, sabéis y véis con que solicitud y con qué pastoral vigilancia los Pontifices romanos, nuestros predecesores, han llenado el ministerio y han cumplido con el deber que les fué confiado por el mismo Jesucristo, en la persona del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, de apacentar á los corderos y á las ovejas, de tal suerte que nunca han cesado de alimentar con las palabras de la fé y de la doctrina de salvación á todo el rebaño del Señor, apartándole de los pastos envenenados. Y, en efecto, nues tros mismos predecesores, guardadores y vengadores de la augusta Religión católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por la salvación de las almas, nada han apetecido nunca tanto como el descubrir y condenar por sus Letras y Constituciones, monumentos sapientísimos, todas las herejías y todos los errores que, contrarios á nuestra fé divina, á la doctrina de la Iglesia católica, á la honestidad de las costumbres y á la salvación eterna de las almas, escitaron frecuentemente violentes tempestades, atrayendo sobre la Iglesia y sobre la sociedad civil lamentables calamidades.

Por esto fue por lo que con vigor apostólico se opusieron constantemente á las maquinaciones de los malvados que, semejantes á las olas del mar enfurecido, espelen la espuma de sus actos vergonzosos, prometiendo la libertad, bien que ellos sean esclavos de las corrupciones, que se han esforzado y esfuerzan, por medio de máximas falsas y por medio de perniciosos escritos, por arrancar los fundamentos del orden religioso y del orden social, haciendo que desaparezca del mundo toda virtud, que se depraven todas las almas; que quieren sustraer á la regla de las costumbres á los imprudentes, y sobre todo á la juventud sin esperiencia, corrompiéndola miserablemente, con el fin de llevarla á las redes del error y de arran carla del seno de la Iglesia católica.

Ya, y como vosotros lo sabeis, Venerables Hermanos, tan pronto como por la secreta disposición de la Providencia, y sin mérito alguno por nuestra parte, fuimos elevados á la Cátedra de Pedro, al ver con el corazón desgarrado por el dolor la horrible tempestad levantada por tantas doctrinas perversas, así como los males inmensos, y por todo estremo lamentables, atraidos sobre el pueblo católico por tantos errores; ya, segun el deber de nuestro ministerio apostólico y los ilustres ejemplos de nuestros predecesores, Nos levantamos la voz, y en varias Encíclicas, Alocuciones pronunciadas en Consistorios, y otras Letras Apostólicas, Nos hemos condenado los principales errores de nuestra tan triste época. Al mismo tiempo Nos hemos escitado vuestra admirable vigilancia pastoral; Nos hemos exhortado y advertido á todos los hijos de la Iglesia católica, nuestros hijos bien amados, que abominen y eviten el contagio de esta lepra terrible, y en particular en nuestra primera Encíclica de 9 de noviembre de 1846, dirigida á vosotros, y en dos Alocuciones, la primera de 9 de diciembre de 1854, la segunda de 9 de junio de 1862, pronunciadas en Consistorio, Nos hemos condenado los monstruosos errores que dominan, hoy sobre todo, con gran detrimento de las almas y de la misma sociedad civil, y que, fuentes de todos los demás, no solo son la ruina de la Iglesia católica, de sus saludables doctrinas y de sus derechos sagrados, sinó también de la eterna ley natural, grabada por Dios mismo en todos los corazones y en la recta razón.

Sin embargo, bien que Nos no hayamos descuidado el proscribir y el repri mir esos errores frecuentemente, la causa de la Iglesia católica, la salvación de las almas divinamente confiadas á nuestra solicitud, el bien mismo de la sociedad humana, demandan imperiosamente que Nos escitemos de nuevo vuestra solicitud para que condenéis otras opiniones que hayan salido de los mismos errores como de su fuente natural. Estas opiniones falsas y perversas deben ser tanto más detestadas, cuanto su objeto principal es impedir la acción y separar esta fuerza saludable de que la Iglesia católica, en virtud de la institución y del mandamiento de su divino Fundador, debe hacer uso hasta la consumación de los siglos, no menos respecto de los particulares que respecto de las naciones. de los pueblos y de los soberanos: el de destruir la unión y la concordia mútua del sacerdocio y del imperio, siempre tan beneficiosa para la Iglesia y para el Estado.

En efecto: os es perfectamente conocido, Venerables Hermanos, que hoy no faltan hombres que, aplicando á la sociedad civil el impío y absurdo principio del naturalismo, como le llaman, se atreven á enseñar que «la perfección de los gobiernos y el progreso civil demandan imperiosamente que la sociedad humana sea constituida y gobernada sin que tenga más en cuenta la Religión que si no existiera, ó por lo menos sin hacer ninguna diferencia entre la verdadera Religión y las falsas. Además, contradiciendo la doctrina de la Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no temen afirmar que «el mejor gobierno es aquel en el que no se reconoce al poder la obligación de reprimir por la sanción de las penas á los violadores de la Religión católica, sinó es cuando la tranquilidad públictlo

« AnteriorContinuar »