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CAPÍTULO XII.

Reinado de Fernando VII: sus primeros actos de gobierno: su viage á Francia y forzada renuncia: Dos de mayo : guerra de la independencia: gobierno de la junta central: instalacion de las cortes en Cadiz y sus principales tareas.

Fernando VII fue recibido en Madrid con el mayor entusiasmo. La alucinada muchedumbre creia ver en él un restaurador de la monarquia, en cuyo apoyo habian venido las tropas francesas. El clero en general celebraba su advenimiento, ya por estar poco satisfecho del gobierno anterior, que habia puesto á contribucion los bienes eclesiásticos y vendido las memorias de obras pias, ya tambien por ver á uno de su clase (1) que

(1) El canónigo Escoiquiz.

antes habia sido ayo de Fernando, llamado ahora á la corte para intervenir en la direccion de los negocios. Tambien el clero en general estaba contento con Napoleon por haber restablecido el culto en Francia, y esperaba de él que protegiese al nuevo monarca. Los grandes pensaban adquirir mayor consideracion en la corte con la caida del príncipe de la Paz, y el favor que daban los nuevos acontecimientos al duque del Infantado, tan querido del monarca por su adhesion y padeci

mientos.

Poco sin embargo duraron estas gratas ilusiones: engañado Fernando con falsos ardides, llevado dolosamente á Francia, donde le aguardaba Napoleon, y trasladada tambien allá toda la familia real de España, se consumó la mas atroz perfidia de que hacen memoria los anales. Fernando renunció por fuerza la corona en su padre, este en Napoleon, y el usurpador en su hermano José. Apartemos la consideracion de aquel ignominioso teatro de ruin duplicidad y opresora tirania, para admirar el gran movimiento de un pueblo que se alza heróicamente para defender su independencia.

El dia Dos de mayo de 1808, memorable por siempre en los fastos de España, iban á salir para Francia de orden de Napoleon, la reina de Etruria y el infante D. Francisco. Agólpase en la

plazuela de palacio un numeroso gentío, inquieto ya, receloso de los designios de Napoleon, y resentido del porte insolente de las tropas francesas. Los grupos dejan pasar el coche de la reina de Etruria; pero al partir el del infante D. Francisco, se avalanzan á él queriendo impedir su salida, y acometiendo á un ayudante de Murat que estaba presente. Acuden las tropas francesas, dispersan á viva fuerza los grupos, y sigue á esto el general alzamiento de la poblacion. El furor suministra armas á los sublevados: las antiguas lanzas de la armeria que se vibraron un tiempo contra los sarracenos, se tiñen ahora de sangre francesa: los instrumentos de las pacíficas artes se convierten en armas ofensivas: truena la artilleria, la metralla barre las calles; Daoiz y Velarde perecen gloriosamente defendiendo la patria, y el pueblo madrileño sucumbe al número superior, y á la disciplina de los feroces enemigos. Acabado el combate y confiado el pueblo en la salvaguardia de un convenio, recorre las calles; y el sanguinario Murat mandando prender á cuantos llevan armas ó navajas, de uso comun en la plebe, los entrega inhumanamente á la muerte en la tarde y noche de aquel funestísimo dia.

Los gemidos de aquellas inocentes víctimas no tardaron en resonar por todos los ángulos de la monarquia, escitando una general indignacion. Es

pontáneamente lanza la nacion toda un espantoso grito de guerra. Allá en las ásperas montañas donde Pelayo levantó el glorioso pendon contra los descreidos musulmanes, se repite aquella noble decision contra los nuevos invasores; y sin contar el número de las falanges enemigas, se hace la primera declaracion de guerra á Napoleon, for-mando una junta de gobierno. Repítese este sublime levantamiento en las demas provincias, que. aun no estan ocupadas por las tropas francesas, y todos se preparan á la tremenda lucha.

No era esta una guerra promovida por el fanatismo religioso, ni comprada con el oro de Inglaterra, como calumniosa y vilmente dijeron nuestros enemigos; era una sublime inspiracion del sentimiento nacional que no comprenden las almas vulgares, un vehemente amor á la patria, una firme resolucion de verter la última gota de sangre en defensa de su independencia, de su religion y de sus leyes.

Este gran movimiento debia causar en el orden moral un general trastorno, á la manera que en el orden fisico la súbita irrupcion del mar impetuoso, cuando rompe sus naturales diques. Exaltados hasta lo sumo los nobles sentimientos y desencadenadas tambien las pasiones menos generosas, iban á ejecutarse prodigiosas hazañas y á cometerse grandes crímenes por unos y otros

combatientes. Hallábanse incorporados en las mismas filas el absolutista que solo peleaba por el rey y por sus hogares, y el liberal cuyo principal ídolo era la libertad: en el comun peligro y cuando todavia no se habia mezclado la cuestion de política interior con la de independencia, abrazábanse y corrian unidos á morir por la patria los que profesaban opuestas doctrinas.

Pero no tardó en mezclarse á esta guerra eminentemente nacional otra de principios políticos no menos sañuda entre los mismos españoles. De una y otra ha hablado el Sr. conde de Toreno con el mayor acierto (1): el mismo asunto ha sido tratado por otros apreciables escritores; y no pudiera yo añadir datos ni pensamientos nuevos, á los ya publicados. No obstante haré algunas reflexiones contraidas al objeto de mi obra, que como especial tiene otras miras en campo mas determinado.

La sociedad española necesitaba un gobierno enérgico y vigoroso para hacer frente á Napoleon, y no le tenia. La junta central, compuesta de los representantes ó diputados de las provinciales, era

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(1) Historía del levantamiento, guerra y revolucion de España.

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