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CAPÍTULO XIII.

Regreso de Fernando á España: abolicion del sistema constitucional: ofrecimiento que hace el rey de convocar las antiguas cortes: árbitrario gobierno que establece: revolucion del año 20: estado social de España hasta la invasion francesa de 1823.

La reaccion política de 1814 causó un lastimo–

so retroceso en la civilizacion española. ¿Quién podrá recordar sin emocion aquel trastorno general en las instituciones, en los intereses materiales de la sociedad, en la enseñanza pública, en los sentimientos morales del pueblo? A la apacible luz de la progresiva inteligencia sucedió un tenebroso caos, en el cual no se oian mas que lamentos de perseguidos y feroces gritos de perseguidores. Pero no imitemos á estos, no escuchemos las innobles inspiraciones de la venganza: tambien el que esto escribe tuvo una buena parte en los padecimientos

de aquella época, y pudiera creerse que el resentimiento guiaba sú pluma. Tracemos con honrosa calma el cuadro de nuestras miserias, el estado de degradacion moral é intelectual á que nos redujo entonces el fanatismo.

Habia dicho el rey en su célebre decreto espe→ dido en Valencia á 4 de mayo de 1814: "Aborrezco y detesto el despotismo; ni las luces y cultura de las naciones de Europa lo sufren ya, ni en España fueron déspotas jamas sus reyes, ni sus buenas leyes y Constitucion lo han autorizado...." Y ademas de prometer que convocaria nuevas córtes para establecer cuanto conviniese al bien general, añadia S. M.: "La libertad y seguridad individual y real quedarán firmemente aseguradas por medio de las leyes, que afianzando la pública tranquilidad dejen á todos la saludable libertad, en cuyo goce imperturbable que distingue á un gobierno moderado de un gobierno arbitrario y despótico, deben vivir los ciudadanos que estan sujetos á él."

Esto era lo que deseaba la parte sana de la nacion; lo que merecian los españoles por los heroicos sacrificios que habian hecho en la guerra de la independencia. Veamos como se cumplió aquella solemne promesa. En lugar del gobierno moderado que se ofrecia, reinó la mas ilimitada arbitrariedad: las leyes eran los caprichos del gobierno y

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de sus agentes; la seguridad individual iba á morir en los calabozos y presidios. La imprenta atizaba las venganzas, ocupada esclusivamente en publicar blasfemias político-religiosas de energúmenos escritores. Restablecióse la inquisicion, sirviendo á veces de tribunal civil para fallar por comision del gobierno sobre los llamados delitos políticos. Los jesuitas, cuya espulsion habia decretado el religioso Carlos III, volvieron á vestir el hábito y á ocupar sus antiguas casas; al paso que todos los conventos se poblaban de frailes antiguos y nuevos, á quienes se restituyeron todos los bienes, volviendo las manos muertas con sus pretensiones, privilegios y doctrinas, como en los siglos de la edad media.

Desechose el sistema de hacienda planteado en la época anterior, como obra de la revolucion, y el desacordado gobierno hubo de acudir á impuestos arbitrarios, á derechos exorbitantes de aduanas que arruinaban el comercio, y á empréstitos onerosos, sin tener crédito ni seguras hipotecas. Aun para esto que se recaudaba por medios tan irregulares habia una viciosa administracion; de manera que ni se pagaba al ejército, ni podia restablecerse la marina, ni aun habia lo bastante para cubrir las mas urgentes atenciones del estado. La instruccion pública corria parejas con tan viciosa administracion: en los establecimien

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tos de enseñanza, y especialmente en las universidades, volvió á reinar el escolasticismo, y no se oian otras doctrinas que las favorables al gobierno absoluto, y á las pretensiones de la romana

curia.

Desenfrenada la plebe tomó desde entonces una parte activa en nuestras revoluciones políticas, sin entender cual era el objeto y la tendencia de ellas, resultando de aqui una verdadera anarquia; ora pidiendo cadenas al despotismo y dando mayor impulso á la arbitrariedad, ora profanando el santo nombre de libertad, y queriendo en lugar suyo entronizar la licencia. Desquiciadas asi las cosas, la insubordinacion se fue haciendo habitual; las persecuciones, el espionage y la infame delacion fueron estendiendo la inmoralidad por todas las clases del estado.

Hé aqui en lo que vienen á parar los pueblos cuando el gobierno abandona el sendero de la justicia, cuando las pasiones se sobreponen á las leyes, cuando de una estremada libertad se pasa á un estado de ignominiosa servidumbre. ¿No era esto volver á los calamitosos tiempos de Carlos II? ¿Podria creerse que ni aun fuesen respetadas en el siglo XIX las reformas hechas en el glorioso reinado de Carlos III?

En medio de aquellas espantosas tinieblas vislumbráronse alguna vez rayos consoladores de

esperanza. Viendo palpablemente Fernando el desconcierto con que se movia la máquina del estado en manos de los furibundos absolutistas, quiso tomar otro rumbo, valiéndose de sugetos ilustrados, que profesaban otras doctrinas políticas mas racionales. Garay y Pizarro fueron algun tiempo sus ministros: uno y otro quisieron restablecer el orden público, introducir en la administracion un régimen saludable, reformar la hacienda el uno, y recobrar en la diplomacia el otro la consideracion que habia perdido nuestro gabinete.

"Garay, dice un autor, aceptó el ministerio de hacienda con el íntimo convencimiento de que no le era posible salvar la nacion de los males que la amenazaban, sino con una medida vigorosa, cuya ejecucion requeria mucha osadia. Desde que entró en el ministerio trabajó con ardor para conseguir su objeto: inclinábase al sistema de contribuciones directas, que hasta entonces habia suscitado repetidas discusiones entre los economistas españoles. Los obstáculos que se oponian á la realizacion de la medida proyectada eran inmensos; mas no le desmayaron, y reunió con un celo infatigable cuantos datos estadísticos pudo procurarse. Con estos datos y los consejos de muchas personas instruidas estableció un sistema de impuestos que no podemos considerar como perfecto, pero que al menos era infinitamente superior

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