Mas los indios no son flojos ni tardos En respondelles con ardiente priesa; Pues sin intermisiones ni reguardos De la confusa grita que no cesa, De violentas piedras y de dardos Nube descarga multitud espesa, Quel cielo de los ojos arrebata, Y con su violencia los maltrata.
Bien como de langostas las nubadas Que suelen impedir la vista clara, Ansi son las espesas ruciadas Del dardo, de la piedra, de la vara, Atormentando cascos y celadas, Escudos y rodelas, donde para, Cuyos pesados golpes también labran, Matan caballos, y hombres descalabran,
No se mostraban flojas ni tardías Del fuerte Benalcázar las lanzadas, Y las del capitán dicho Rui Díaz De Rojas no son menos señaladas, Cuyos hechos, proezas, valentías A milagro podrán ser comparadas; Y todos en aquellos trances duros Parecian ser mas que hombres puros. Porque de los contrarios combatientes Cincuenta y cinco mil es el estima, De los mas abechados y valientes Que moran desde Quito hasta Lima, Demás de los tener allí presentes Hruminavi feroz que los anima, Sin que se pierda punto do se balla En la prosecucion desta batalla.
La cual por ambas partes se regia Con tal obstinacion y rabia pura, Que pelearon desde medio dia Hasta llegar la ceguedad obscura; Donde los de la barbara porfia Juzgaron la hüida por segura, Dejando de los suyos setecientos Desamparados de vivos alientos.
Huyeron á los cerros mas subidos, Y por las asperezas de los puertos Quedaron tres peones mal heridos Y tres caballos ansimismo muertos : Velaron por sus cuartos repartidos Hasta que nueva luz los hizo ciertos Cuánta fué la mortífera rüina, Mas no lo quel contrario determina.
Y por ser aquel campo conviniente, Si por ventura vuelven á buscallos, Para se defender cómodamente Queriendo Hruminavi contrastallos, Descansaron allí dia siguiente Regalando con grano los caballos Y curándoles algunas heridas, Porque de su vivir penden sus vidas.
El Benalcázar luego hizo junta De los hombres en guerra mas maduros, Y en la congregacion se les pregunta Qué caminos serán los mas seguros, Porque de Hruminavi se barrunta Acometelles en los pasos duros, Donde podria con algun engaño Al camínar hacelles mucho daño.
Porque de sus astucias se creia Tener hechos reparos á sus trechos, Y mayormente por aquella via
Que llevan, cuantidad de hoyos hechos, Para lo cual remedio les seria Evitarse los pasos mas estrechos, Y á Riobamba ir por otra mano Seria lo mejor y lo mas sano.
Un soldado llamado Juan Camacho, De San Miguel de Piura vecino, Dijo: «Para llevar mejor despacho En la prosecucion deste camino, Guia podria ser un mi muchacho Que podemos fiarnos de su tino, Porque sabe muy bien toda la tierra Ansí del llano eomo de la sierra. »
Cuadroles mucho lo que representa Acerca de tomar otra derrota, Porque el indio les dió razon y cuenta Acerca de le ser la tierra nota: Acuerdan pues salir sin que lo sienta Aquel que las provincias alborota, Apriesa caminando con la guia Sin esperar la claridad del dia.
Cuando los horizontes se entristecen, La luz debajo dellos abscondida, En su real mil fuegos resplandecen Con muestra de guisarse la comida; Mas fueron todos estos que parecen Por disimulacion de la partida, Pues dejándolos vivos y atizados Caminaron por donde son guïados.
Sin vellos la rabiosa muchedumbre, La noche caminaron sin recuestas, Y cuando pareció la nueva lumbre Atrás dejaban ya pasos y cuestas, Donde podian dalles pesadumbre Las galgas ponderosas y molestas: Vieron los nuestros pues en este punto A la ciudad de Riobamba junto.
Los indios agraviados y vencidos Que volvian á nueva competencia, Como reconocieron ser partidos, Creyendo de temor hacer absencia, Siguen el rastro de furor movidos Con toda la posible diligencia : A los de retraguardia dan alcance, Donde se vieron en dudoso trance.
Piden à Benalcázar mas varones Para mejor librarse de la plaga, El cual les respondió: « Buenas razones : Van treinta caballeros en rezaga Con treinta validísimos peones,
Y pedís que de gente se rebaga? Si la que va juzgais no ser bastante, Mirad la que tenemos por delante.
» Acá y allá conviene buen concierto Y que nadie camine descuidado, Antes todos con ánimo despierto Y no con corazon acobardado, Pues yo no veo palmo descubierto Que no tengan estotros ocupado: Aprestad manos, porque no podemos Hacer hoyo donde nos enterremos. »
Esto responde, pero todavía Envió cierto capitan Mosquera Con cuatro de caballo, que sabia Darse principal maña donde quiera; Cuando llegaron vieron que venia Toda la retraguardia muy entera, Sin que los indios punto los discorden De lo que deben á militar orden.
Yendo cansados con algun desmayo De ver inumerables naturales, Un barbaro daquellos, dicho Mayo, Falto de los pendientes genitales, De paz se les llegó, siéndoles ayo Para les descubrir ocultos males, Manifestándoles partes no vacas De hoyos y acutísimas estacas.
El Hacedor omnipotente quiso Por boca deste bárbaro prudente A nuestros españoles dar aviso A punto y á sazon tan conviniente, Pues daban en los hoyos de improviso, Adonde pereciera mucha gente, Y la parte mayor de los rocines Allí tuvieran desastrados fines.
Este por Hruminavi fué privado De los lascivos gustos y placeres, Y con otros eunucos diputado Para le ser custodia de mujeres; Y siempre, como cuerpo lastimado, Tuvo vindicativos pareceres, Y esperando hallar vez oportuna, Tomó la que le trajo la fortuna,
Y ansí le descubrió los hoyos hechos,
Y todo lo que Hruminavi piensa
En los puertos y pasos mas estrechos Hacer para fortísima defensa; Bajan los españoles satisfechos De subyectar la cuantidad inmensa Que cerca de Riobamba los espera Con varias armas y aparencia fiera. Pero como bajaron á lo llano, Por ir toda la gente fatigada, El atrevido campo castellano Allí determinó hacer parada
Las sillas puestas, armas en la mano, Con vela que por cada camarada Se repartió con orden curioso Hasta pasar el tiempo tenebroso.
Y cuando ya venian descubriendo Los febeos caballos por oriente, De sus doradas bocas esparciendo Aubélito de luz resplandeciente, Benalcázar andaba previniendo A Ruy Díaz de Rojas, su teniente, Que fuese por el llanó circunstante Con treinta caballeros adelante.
Con esta gente bien apercebida, A la ciudad de Riobamba llega; Pusiéronse los indios en hüida, Sin que fuese durable la refriega; Y por hallar gran copia de comida El resto de la gente se congrega, Y allí holgaron estas compañías Por espacio de diez y siete dias.
Hallaron algun oro los soldados, Que fué poco segun el apetito, Porque como golosos y picados A caudal aspiraban infinito. Estando pues caballos reformados, Determinaron de llegar á Quito, Y hubo por el camino pocos ratos Que no tuviesen gritos y rebatos. Usando con solícito cuidado Hruminavi de ardides diferentes Y por un orden muy disimulado Mil hoyos en los pasos mas urgentes; Pero por aquel bárbaro capado Quedaban descubiertos y patentes, Y ansi sin sucedelles caso feo Llegaron do los lleva su deseo.
Entraron pues en la ciudad potente De Quito, donde estaba recogida Inumerable número de gente, De varias armas bien apercebida; Mas viéndolos entrar incontinente, Fué por diversas partes esparcida, Dejándola con sus pertrechos varios A la dispusicion de los contrarios.
Y ansi hallaron muchos ornamentos Preciados entre bárbaras naciones. Y demás desto grandes aposentos Llenos de grano y otras provisiones, Otros con belicosos instrumentos, Lanzas, macanas, dardos, morrïones, Y para guerra todo buen recado; Mas oro poco, por estar alzado.
Recogieron aquello que se halla, Trastornando las casas y rincones. Los indios, rehusando dar batalla, Acudian de noche con tizones
Por partes mas ocultas á quemalla ; Y aunque no salen con sus intenciones, La llama todavía hizo mella
En algunas pajizas casas della.
No procedieron, por la resistencia Que hallan en contrarias voluntades, Encaminadas à la permanencia De firmes y católicas verdades, Destruyendo con suma diligencia La falsa religion destas ciudades ; Y ansi procuran en aquel asiento Plantar luego cabildo y regimiento.
En este tiempo Pedro de Alvarado También de Guatimala se destierra, Y vino con ejército formado Metiéndose con él por esta tierra. Diego de Almagro fué determinado A se la defender por paz ó guerra; El cual con treinta de caballo vino Tras Benalcázar con aquel desino.
Hallólos en la parte referida, Porque siempre vinieron por su huella : Regocijáronse con la venida, Sin certidumbre de la causa della, Mas cada cual después de conocida Tomó por propria suya la querella, Y tanteando de defensa modos, A Riobamba se volvieron todos.
Allí por el Almagro fué mandado Estar apercebidos y en espera, Siendo de naturales informado, Presos en el compás desta frontera, Quel sobredicho Pedro de Alvarado Venia por aquella derrotera
Y que, segun el rostro trae puesto, En Riobamba lo verian presto.
Diego de Almagro con sospecha mala De que los otros son superiores, Para ver si su gente les iguala En número y vigor, ó son menores Enviaron á Cristóbal de Ayala, Con otros seis caballos corredores, Que los tanteen bien, puestos á viso, Y abrevien el venir á dar aviso.
Aquestos siete caballeros fueron Acia la parte do sospecha tienen, Mas en el caminar no procedieron Con tal orden que no se desordenen, Y ansí por mal concierto que tuvieron A todos los prendieron los que vienen, Y como prisioneros á recado Los llevaron al Pedro de Alvarado.
Holgóse de los ver en su presencia, Por informarse de lo que queria, Hasta la mas menuda menudencia Que para tal sazon le convenia, Y aquesto hecho, dándoles licencia, A quien los enviaba los envía, Dando la relacion de su vïaje, No sin muestra feroz en el mensaje. Diciendo que, mediante provisiones Emanadas del rey y su consejo,
A conquistar venía las naciones Destos confines desde Puerto-Viejo, Con grandes gastos en las prevenciones, En buscar buena gente y aparejo;
Y ansi defenderia con la espada La tierra que en gobierno le fué dada.
Dióle Diego de Almagro por respuesta, Que cumple que la tenga prevenida, Porque la suya para lo que resta No vive descuidada ni dormida. Cada parcialidad en fin va puesta A riesgo manifiesto de la vida, Ordenando sus haces al momento Para venir al duro rompimiento.
Queriendo comenzarse los rigores, Caldera, licenciado de Sevilla, Se puso dando voces y clamores En inedio desta y daquella cuadrilla : ¡Paz y amistad, paz y amistad, señores, Nunca permita Dios esta rencilla !» Acuden á lo mismo religiosos Destas conformidades deseosos.
Todos prestan atentos los oidos, Por pedillo personas de respeto, Los unos y los otros comedidos, Y cada cual con pecho mas quieto: Remedios dan á los que van perdidos, Y fueron que con término discreto Tracten las dos cabezas españolas De medios convinientes à sus solas. 29
Juntáronse los dos adelantados
A la traza por buenos deseada: Quedaron aquel dia concertados, Después de conferida y altercada, Pues el Almagro dió cien mil ducados Al Alvarado por aquel armada, Para que con aquellos se volviese Luego sin pretender mas interese.
Volvióse, los dineros recebidos, Solo con sus criados y sirvientes, Y dejó cuatrocientos escogidos Hidalgos generosos y valientes; A estos les llamaban los vendidos, Mas eran tales y tan escelentes Que los mas dellos en la paz ó guerra Fueron los principales de la tierra.
Fué con Almagro pues el Alvarado A San Miguel antes de su partida, Porque Pizarro vea su recado Y cumpla la moneda prometida. Quedó con Benalcázar de su grado Mucha gente de la recién venida, Bastantes en esfuerzo y en prudencia Para desbaratar cualquier potencia.
Destos fué Juan de Ampudia, Juan Cabrera, Juan del Rio con Baltasar su hermano, El capitán Tovar, Muñoz Mosquera, Luis Mideros, Florencio Serrano, Vivos aquestos dos en esta era, El capitán Añasco, sevillano, Con otro primo suyo, cabal hombre, Pedros entrambos y del mismo nombre.
Y Pedro de Guzmán, Luis de Lizana Avendaño, Juan Muñoz de Collantes, Martiniañez Tafur, de quien no vana Fama publica ser hombres bastantes, Segun en Paria y en Maracapana
Del Avendaño y él tractamos antes, Sanabria de quien ya hice memoria En diferentes partes de mi historia.
Porque de las conquistas atrasadas Tuvimos especial conocimiento, Y hoy vemos hijas suyas agraciadas Que sou de Tunja lustre y ornamento, A conyugales nudos obligadas Con personas de gran merecimiento, De cuya virtud y ánimo constante, Mediante Dios, diremos adelante.
La mayor dellas, doña Catalina, Subyecto de bondad enriquecido, Que de purpúrea flor y clavellina Posee lo mejor y mas subido, Tiene como de tanto premio dina Al buen Martin de Rojas por marido,
Con prendas que les son correspondientes En virtudes y gracias eminentes.
Es en edad menor doña Luisa, De gracias y primor verjel ameno Pues de lo quel humano ser divisa Tiene sobre lo bueno lo mas bueno: Cordura que las mas cuerdas avisa, Y a don Diego de Vargas en su seno, Que en jornadas desde sus tiernos años Ha padecido pérdidas y daños.
Teniendo Benalcázar pues trescientos Hombres en Riobamba bien armados, Hizo de capitanes nombramiento Valerosos y bien acreditados, Y a Quito, donde llevan los intentos, Revuelven muy mejor aderezados Yendo con ellos, desde Riobamba, Un cacique de paz llamado Chamba. Que debajo de buenas amistades Hizo que se quedasen en su villa Los impedidos con enfermedades, Nuevamente venidos de Castilla ; Y el recogió de indios cuantidades Con intencion, al parecer, sencilla De les favorecer y ser propicio En el hervor del militar oficio.
Y ansi con Benalcazar caminaban Para les ayudar a sus contiendas, Y en cualquier parte que se rancheaban Los nuestros, ellos asentaban tiendas; Y allí los españoles que velaban De noche los visitan á sabiendas, Con sospecha de que harán mudanza, Por ser gente de poca confianza.
Y en un rancheadero del camino, La ronda principal de las espías Puestas, cerca del tiempo matutino, So color de le dar los buenos dias Ilasta las tiendas del cacique vino, Las cuales halló puestas y vacías; Y las personas que hacian vela Tocan al arma vista la cautela.
Los rastros buscan hombres diligentes, Que como van con intencion malina Volvian por caminos diferentes;
Mas Juan de Ampudia que bien adevina Hüirse por matar á los dolientes, Tras ellos con aquel temor camina Con treinta sueltos y ocho con caballos Que gran priesa se dan por alcanzallos. Pasan dos rios que los detuvierou,
Y no sin riesgo toman la ribera Contraria; mas después tanto corrieron, Con ser catorce leguas de carrera,
Que al Chamba con trescientos indios vieron Cómo bajaba por una ladera Para cortar el hilo de las vidas
A su fe fraudulenta cometidas.
Para romper los duros escuadrones Los ocho de caballo ponen frentes; Llegaron á la villa los peones Do vieron de rodillas los pacientes, Porque sabian ya las intenciones Que traian los indios delincuentes, Por una india de la Nueva-España Que supo la traicion y la maraña.
Gracias inmensas dan al alto cielo Por socorrellos en tan gran presura ; El repentino gozo y el consuelo Desterró la pesada calentura; Huyen del infiel y crüel suelo, Vista la venturosa coyuntura, Y el de dispusicion débil y flaca De sus debilidades fuerza saca.
Los de caballo lanzas ensangrientan En los culpados de furor nocivo: Todos los desbaratan y ahuyentan, Escepto Chamba que quedó captivo, El cual por culpas que se representan Poco después murió quemado vivo, Y esto tracta el obispo de Chiapa, Pero de demasía no se escapa.
Diciendo que se hizo larga riza Cuando Chamba con fuego fué punido, Por relacion de fray Marcos de Niza Informado de cosa que no vido, Y ansi de la verdad quebró la triza, Porque con Alvarado era ya ido; Pero su compañero fray Iodoco Toca con gran verdad lo que yo toco.
Y aun viven hoy algunos caballeros Cuyos dichos tenemos á la mano, Que destos es el capitán Mideros Y el capitán Florencio Serrano, Varones graves y de los primeros Que hicieron aquel imperio llano; Los cuales no deponen por oidas Sino de cosas vistas y sabidas.
Llevó pues Juan de Ampudia los dolientes Adonde Benalcázar los espera ; A punto se pusieron combatientes Después de recogidos á bandera, Y para dar asientos permanentes A Quito dirigieron su carrera, Y comenzaron á fundar aprisco El dia del seráfico Francisco,
Año de treinta y cuatro con los cientos Quince, que cuenta religion cristiana, Donde se pregonaron mandamientos Del rey de monarquía soberana, Tomando posesion de los asientos Ganados por la gente castellana, Dando de San Francisco nombradía A causa de llegar el mismo dia.
Hizose de justicia y regimiento Eleccion de personas singulares, Y luego general repartimiento
De campos, huertas, casas y solares; Demás desto mortal preparamento Contra las altas rocas y lugares, Cuyos altores Hruminavi piensa Ser adaptados para su defensa.
Doscientos hombres salen escogidos A domeñar la gente rebelada; Quedaron ciento bien apercebidos, Guardando la ciudad recién fundada; Mas porque para trances tan reñidos No se requiere pluma mal cortada, Lo que resta, cortándola primero, Diremos en el canto venidero.
Donde se cuenta cómo Sebastián de Benalcázar prosiguió la guerra contra Hruminavi y los otros capitanes de Alabaliba, que se habian alzado con el reino de Quito, hasta la muerte dellos.
Los que tienen diversas opiniones Cuando contrarios turban su sosiego, Y cada cual mediante divisiones Quiere hacer cabeza de su juego, Cercanos andan de las perdiciones Encaminadas por juicio ciego; Pues por seguir particulares modos Y no se conformar se pierden todos.
Cayeron en errores semejantes Los del reino de Quito pretensores, Porque, segun que ya tractamos antes, Eran aquestos cinco ó seis señores, Todos ellos valientes y pujantes, Que pudieran en uno ser mejores, Porque divisos era cosa vista Ser de menos peligro la conquista. Era destos el principal tirano Hruminavi, sagaz, cruel, severo, Y porque lo tenian mas cercano Este quisieron allanar primero, Pues, quebrantada su potente mano, Lo demás se juzgaba por lijero : Tenia capitanes de mas suerte
Y el gran peñol de Pillaro por fuerte. Vieron pues el altura de la peña Que parecia ser inaccesible; En lo mas alto della verde breña Con agua y aparato convenible, La cual por todas partes les enseña Ser la subida de rigor terrible, Haciéndola muy mas inespugnable Gente que vian ser inumerable.
En el mas riesgo las honrosas canas De los aventajados orejones, Todos puestos en orden por andanas Con varias y diversas prevenciones, Selva de lanzas, dardos y macanas, Hondas con apropriados perdigones, Las violentas galgas y molestas En partes bien acomodadas prestas. Visto por Benalcázar el derecho Peñol cercado de dificultades, Dijo: «Señores, al español pecho No suelen espantar fragosidades ; Antes para salir bien con un hecho Basta poner en él las voluntades, Pues como su deseo no se tuerza Nunca les faltará maña ni fuerzas
Aquesto dicho, baja del rocino Y encaminó sus piés à la ladera, Rodela y morrïon de acero fino, Espada do la lumbre reverbera; Y cada cual se juzga por indino De quedar en la parte mas zaguera, Unos garrando, y otros de rodillas, Y todos bien sudadas las mejillas.
Como los indios vieron ir subiendo Gente que su rigor no recelaba, Alzaron grita, y el rumor horrendo Los montes y los valles atronaba : Rompe los aires vagos el estruendo Horrible, que momento no cesaba; Los brazos fuertes con furor se mueven; Espesas piedras, lanzas, dardos llueven.
No suenan tan espesos estallidos Cuando las fuerzas de los fuegos crecen En los espesos montes encendidos, Que de rocío y humedad carecen, Siendo de bravos vientos conmovidos, Que los soplan, avivan y engrandecen, Cuantos son los crujidos de la honda Que suena aquí y allí y á la redonda.
Galgas inumerables van saltando, Que los duros encuentros hacen moles, Contra los que se vienen acercando A los que defendian los peñoles; Y ansí quedaron del cristiano bando Perniquebrados ciertos españoles, Y con las otras mas pequeñas piezas Corriendo sangre no pocas cabezas.
No por esto cesaba la porfía, Sin se reconocer ánimo falto, Pues, aunque maltractados, todavía Perseverantes van en el asalto, Y con volantes jaras se hacia Algun daño también en los del alto, Y lastimándolos ó padeciendo Antes iban ganando que perdiendo.
Aquesta rigurosa competencia Tuvo tan espaciosas dilaciones, Quel sol queria ya hacer absencia Daquellos hemisferios y regiones; Y habian en la dura resistencia Los indios consumido municiones, De cuya causa tibios en la ira Alguna parte dellos se retira.
Después, como se vió la pertinacia De los que proseguian la subida, Faltóles con la luz del sol audacia, Y todos se pusieron en hüida
Por parte que con miedo de desgracia Tenian antes desto prevenida, Para hacer desvíos mas prolijos
A tierras y montañas de los quijos.
Los españoles todos recogidos Con los despojos en aquel altura, A los perniquebrados y heridos Se les dió luego la posible cura; Descansan de trabajos recebidos Aquel espacio que la noche dura, Teniendo siempre vigilante guarda El tiempo quel aurora fresca tarda.
Y cuando descubrió su rostro rojo Esparciendo la lumbre matutina, El católico campo y ortodojo Seguir á Hruminavi determina, Sobre bárbaros hombros quien va cojo Debajo de custodia fidedina;
Y como se halló fresca la huella, Peones y caballos van tras ella.
Hallaron luego por el circuito Indios sin dardo, lanza ui macana, Porque la gente natural de Quito Tomaba armas ya de mala gana,
Y todos deseaban infinito
Amistad con la gente castellana ; Y ansí, pidiendo paz, les daban nueva De la via que Hruminavi lleva,
Siguiendo lo quel rastro certifica, Dieron en otra parte mas exenta, Y un peon, dicho Miguel de la Chica, Vido cierto gandul que representa En aquel traje ser persona rica, Y conociendo ser hombre de cuenta, Juzgaba que seria vano seso No le llevar á Banalcázar preso.
Mas él se defendió como valiente, Sin dejarse vencer del peregrino, Y un Alonso del Valle que al presente En Pasto tiene vida y es vecino, Viéndolo pelear varonilmente, Batió las piernas al veloz rocino, Y siendo de uno y otro combatido, Sin recebir herida fué rendido.
Este fué Hrumanivi, desgraciado En ballarse con pocos orejones, Al cual luego pusieron á recado Con guarda de caballos y peones: De su muerte no soy certificado, Pero creo morir en las prisiones; Y ansi se concluyó su valentia Y los conceptos altos que tenia.
El fuego mitigado desta fragua Con soplos ambiciosos encendida. Fueron adonde está Topozopagua, Otra roca muy mas fortalecida, Dentro mantenimientos, leña y agua, Aunque la gente no tan escogida, Pero pasos mas duros y derechos Y grandes prevenciones de pertrechos. Acometieron el dudoso fuerte
En tres ó cuatro partes divididos : Defiéndense los indios de tal suerte, Que quedan españoles mal heridos, Aunque ninguno dellos fué de muerte, Pero todos confusos y corridos De ver en indios pertinace brio, Y cómo su trabajo fué baldío.
Otro dia la roca se tantea Por ver la parte menos impedida, Pero ninguna ven do no se vea Imposibilitada la subida,
Y, si les es posible, que no sea Con manifiesto riesgo de la vida; Y ansí lo que por fuerza no se puede Hacer, la buena maña lo concède.
Ven cierto lado del peñol derecho, Pero la parte baja de manera Que por no ser altura de gran trecho La podrian subir con escalera, Y desde allí podrian á provecho Caminar lo demás de la ladera : Hicieron pues unas escalas altas, Pero no tanto que no fuesen faltas.
Y cuando ya Morfeo, con obscuro Sueño, cansados ojos regalaba, Pareciéndoles ser tiempo seguro Para subir donde se deseaba, Las arrimaron al altivo muro; Mas el remate dellas no llegaba, Y todavía Florencio Serrano Trabajó de llegar á lo mas llano.
Asiendo de las rugas de la roca Con ambas manos lo mejor que pudo, El espada pendiente de la boca, A las anchas espaldas el escudo, Hasta que con los piés lijeros toca Por do poder llegar al vulgo rudo; Luego subió tras él Gomez Fernandez, Subyectos ambos á peligros grandes.
Después quel primer suelo se tenia Por estos dos que nuestra ritma canta, El resto de la gente que venia No padecia ya fatiga tanta, A causa de que cada cual subia A los cabos asido de una manta, Que los primeros con el pié quïeto Cuelgan y tiran para tal efeto.
De la manera dicha, brevemente Con el industria de las dichas telas, Subió la mayor parte de la gente, Sin los sentir allí bárbaras velas; A lo mas alto van incontinente, A punto las espadas y rodelas, Hasta llegar al cuerpo del gentio, Mal advertido por el mucho frio.
Acometen, y sueltan lenguas mudas Diciendo ¡Santiago! denodados: Las tajantes espadas van desnudas, Y los escudos fuertes embrazados, Las manos vengadoras y sañudas Rompen pechos, cabezas y costados, Sin que reserven en aquel instante Cosa que se les ponga por delante.
Suena rumor horrible por el alto, La voz confusa, la mortal querella: Arma no hallan con el sobresalto, Ni se les da lugar á jugar della; El mas aventajado quedó falto, Mas no de turbacion, pues que con ella Se precipita por adonde puede Y por donde lugar se le concede.
Bien como ciervo que temor incita A quien tocaron ya caninos dientes, Que huyendo de perros y de grita Por cima de peñascos eminentes, Dellos por escapar se precipita Y arroja sin mirar inconvinientes, Y libre de la boca del latrante La muerte que huyó halla delante : Ansí los recogidos en el fuerte, Como de noche son sobresaltados, Huian muchos dellos de tal suerte, O por los unos ó los otros lados, Que con temores grandes de la muerte Algunos perecieron despeñados, Y muchos dellos presos y captivos De los restantes que quedaron vivos.
Huyó Topozopagua destos trances Con los que pudo de la muchedumbre, Y aunque hizo sus cuentas y balances Para volver á dalles pesadumbre, Diéronle tan apriesa los alcances Que lo rindieron á la servidumbre, Y a Quingalumba y otros no menores Que pretendian ser grandes señores.
Quisquiz restaba, cuya confianza Fué grande prosiguiendo su porfia; Rogóle Guaypalcon que con templanza Pidiese paz, y como no queria, Por los pechos le dió con una lanza,
Y ansi se concluyó la valentía
Del buen Quisquiz, que entre los orejones Fueron muy grandes sus reputaciones.
Aqueste capitán (1) no fué tirano, Sino que solamente pretendia Restaurar el imperio de su mano Para lo dar á quien pertenecia. El reino pues de Quito quedó llano, O lo que dél al caso les hacia ; Y ansi procuran por tierras no vistas Estender adelante sus conquistas.
Pues otra mayor trompa que Syringa Riquezas prometia de gran fasto (2) En tierra que se llama Quillacinga, Donde es agora la ciudad de Pasto, Provincia conquistada por el Inga; Do mandan ir al capitán Añasco, Y allí con principal gente de guerra El comenzó de conquistar la tierra.
« AnteriorContinuar » |