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tan hábilmente los que le rodeaban, que ignoraban su fallecimiento los soldados. Cuando algun gefe iba á consultar al rey, el alcaide de su guardia metia la cabeza por la ventanilla de la litera como para preguntarle, y en su nombre se daban y trasmitian las órdenes. El rey de Portugal, buscando siempre los puntos del mayor peligro y socorriendo á los que se hallaban en mayor aprieto, con un ardor juvenil digno en verdad de mejor ventura, acometia, heria, atravesaba con su lanza grupos de enemigos.

«Y agora, Señor, ¿qué hemos de hacer? le preguntaba don Fernando Mascareñas viéndose casi solos y circundados de multitud de moros.-«Hacer lo que yo hago.» le contestó el rey; y se metió entre ellos, y recibió un balazo debajo del brazo izquierdo perdiendo su caballo: prestóle el suyo don Jorge de Alburquerque, y volvió con igual ardor á la pelea. Do quiera que dirigia los ojos, no veia sino cadáveres de nobles portugueses regando con la sangre de sus heridas aquellos campos. Hasta un alcaide moro, asombrado de su valor y viéndole en una ocasion en inminente riesgo, se ofreció á ponerle en salvo.-« Y mi honra? exclamó el monarca portugués: ¿ háse de decir que hui?» Y continuó blandiendo su lanza. Don Cristóbal de Tabora, su favorito, que nunca le desamparó, al ver caer á su lado los pocos hidalgos que ya le acompañaban, le dijo: «Mi rey y Señor, ¿qué remedio tendremos? El del cielo, le respondió, si

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nuestras obras lo merecen. La libertad real, añadió, se ha de perder con la vida.» Y él arremetió como si deseára ya perderla, y don Cristóbal de Tabora acabó la suya honrosamente, muriendo tan cerca del rey como siempre habia vivido.

Finalmente, despues de innumerables, y al parecer fabulosos prodigios de personal valor, sin abandonarle el ánimo un solo momento, cubiertos de cadáveres de ilustres y esforzados guerreros cristianos los campos de Alcazarquivir, y casi solo ya el rey don Sebastian, con mas espíritu que fuerzas, acosado por multitud de moros y siempre peleando hasta que le dejaron sin accion y sin poderse revolver, el alfange de un cadí le alcanzó al rostro que llevaba descubierto, y le derribó del caballo, y otros moros, viéndole caido, le alanccaron rudamente en la cabeza y garganta, únicas partes no defendidas de la armadura. Asi murió el valeroso rey don Sebastian de Portugal, en la flor de sus años, pues no contaba aun los veinte y cinco, víctima de su fé religiosa, de su educacion mística, de su espíritu aventurero y caballeresco, de su inflexible tenacidad, de su lamentable obcecacion, de su ardor bélico y de su temerario arrojo.

Antes que el rey habian muerto en aquella memorable batalla mas de once mil soldados de su ejército. Alli pereció la mas esclarecida nobleza de Portugal; alli ilustres prelados; alli veteranos y distinguidos capitanes, italianos, tudescos, castellanos y portugueses.

Alli cayó el obispo de Coimbra don Manuel de Meneses, que aquel dia manejaba en lugar de báculo una lanza; alli el obispo de Oporto; alli los condes de Vimioso y de Vidigueyra; alli el baron de Albito, el hijo del duque de Braganza, y el del conde de Sortela, y el del conde de Silva; alli don Francisco y don Cristóbal de Tabora, y el anciano Jorge de Silva, regidor de Lisboa, que á los setenta años mostró tanto vigor en la batalla como el mas brioso y robusto jóven; alli cien y cien nobles portugueses, espejo de valor y de hidalguía; alli el capitan de los tudescos Mos de Temberg; alli el maestre de campo de los de Castilla don Alonso de Aguilar, con el capitan Francisco Aldana. Alli quedaron cautivos don Antonio, prior de Crato, el jóven duque de Barcelos, el maestre de campo general don Duarte, de Meneses, el embajador don Juan de Silva, don Fernando y don Diego de Castro, don Francisco de Portugal, don Gonzalo Chacon, y otros muy ilustres caballeros. Alli se ahogó, al pasar el rio Macazin, el Xerife por quien tantas desgracias habian venido. Los sarracenos pudieron contar la victoria de Alcazarquivir como la mas famosa que habian alcanzado desde el triunfo de Guadalete (").

(1) El cadáver del malogrado monarca fué presentado desnudo y lleno de heridas en la cabeza y cuello al Xerife Muley Hamet, hermano y heredero de Muley Moluc. Reconocido por don Duarte de Meneses y demas hidalgos cau

tivos, lloraron sobre él, y trataron con el Xerife de su rescate. El cuerpo de don Sebastian, que se enterró en Alcázar, fué en efecto entregado á los pocos meses al gobernador portugués de Ceuta (40 de diciembre, 1578), sin que

Tristeza, llanto, luto y consternacion produjo en Portugal la noticia de la catástrofe de Alcazarquivir. Todos lloraban, y todos tenian razon para llorar, porque quedaba el reino sin rey, sin sucesion, sin capitanes, sin gente, perdida la flor de la nobleza, sin dineros el tesoro y sin soldados que le defendieran el pue blo. Para reemplazar á un rey jóven, vigoroso, robusto y bizarro, no tenian sino al cardenal don Enrique, su tio, anciano y achacoso, tenido por inhábil para dar sucesion por su estado, por su edad y por sus males. Era, sin embargo, el heredero del trono, y llamáron

por él aceptara el Xerife precio ni interés alguno, en lo cual se condujo generosamente el africano. Los demas cautivos fueron mas adelante rescatados, á instancia y con el dinero del rey don Felipe de España, que al efecto envió allá como negociador á Pedro Venegas.

En el leg. 396, de los papeles de Estado del Archivo de Simancas, hay un testimonio auténtico y muy legalizado de haberse entregado al gobernador de Ceuta el cadáver de don Sebastian, sin interés alguno por el rescate,

En el leg. 404, se hallan cartas de Andrea Corzo, el que rescató el cuerpo, dando cuenta al rey de Fez de su venida á la córte de España y buena acogida que le hizo Felipe II., asi como de lo muque habia agradecido la libertad de don Juan de Silva.

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Fué por consiguiente fabuloso todo lo que se inventó despues, diciendo unos que habia ido à morir á Arcila, otros que á dos leguas del campo de batalla, y otros que aun vivia y se hallaba haciendo penitencia. El haber su

puesto masadelante algunos aventureros cada cual por sí ser el rey don Sebastian, segun en el curso de la historia veremos, pudo acaso nacer ó ser inspirado por un caso que entonces acaeció. Huyendo unos pocos de los que se habian salvado, llegaron de noche á Arcila, y como no les quisiesen abrir la puerta, viendo el peligro que corrian de pasar alli la noche, discurrió uno decir que venia alli el rey. Al oir esto los de la villa, abrieron las puertas; el que parecia mas principal entre los fugitivosentró muy embozado, y los demas fingian respetarle y obedecerle. Este ardid produjo la ida de Diego de Fonseca, corregidor de Lisboa, que se hallaba en la armada, á hacer averiguacion de la verdad. La ficcion fue al momento descubierta, y los soldados disculparon el hecho con el peligro. Pero bastó aquella aventura para que se divulgara la voz en Portugal de que el rey don Sebastian no habia muerto.-Mesa, Jornada de Africa, lib. I. cap. 20.

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le de Ebora donde se hallaba, á Lisboa, y proclamáronle y le juraron solemnemente (28 de agosto, 1578), despues de haber hecho el llanto y ceremonia pública por el rey difunto. Verificóse esta solemnidad luctuosa juntándose procesionalmente en la iglesia mayor el ayuntamiento de la ciudad con muchedumbre del pueblo, yendo un ciudadano á caballo, cubiertos él Ꭹ cabalgadura de luto, con una bandera negra al hombro arrastrando por el suelo, seguido de tres ancianos á pie igualmente enlutados, con tres escudos negros puestos en alto. Subido uno de ellos á las gradas de la iglesia, dijo en voz alta: «¡Llorad, señores; llorad, ciu»dadanos; llorad, pueblo todo, por vuestro rey don Se»bastian que es muerto! ¡Llorad su malograda juven»tud, pues murió en la guerra contra moros por servi»cio de Dios nuestro Señor, y aumento de estos sus rei»nos!» Y dió con el escudo en el pavimento haciéndole pedazos. Y el pueblo comenzó á llorar y gritar. Y salió de alli la procesion, y en otros dos templos se hizo la misma ceremonia rompiendo los otros dos escudos, y repitiendo las propias palabras: «Llorad, ciudadanos, á vuestro rey don Sebastian (.»

Desde el Escorial, donde el rey don Felipe supo la desgracia de Africa y la muerte de su sobrino, con sentimiento, aunque sin sorpresa, porque no era sino

(4) Relacion del llanto y ceremonias que se hicieron por la muerte del rey don Sebastian, etc.

R. Academia de la Historia, Misceláneas, tom. IV. M. S.-Mesa, Jornada de Africa, lib. II.

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