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la Nueva Zamora de Maracaibo, la de Trujillo, la del Tocuyo, la Nueva Segovia de Barquisimeto, la Nueva Valencia del Rey, la del Portillo de Carora, San Sebastián de los Reyes, la de Guanaguanare y la de Nirgua; las villas de San Carlos de Austria y el Pilar de Araure, y el puerto de la Guaira, de cuyos temperamentos, sitios y calidades iremos dando razón en el discurso de esta historia, según los tiempos en que se ejecutaron sus fundaciones.

CAPITULO II.

Descubre Alonso de Ojeda la provincia de Venezuela: síguele en la derrota después Cristóbal Guerra, que la costea toda.

Descubierto este nuevo mundo por el Almirante D. Cristóbal Colón el año de 1492, para inmortal gloria de la nación española y envidiosa emulación de las extrañas, habiendo repetido en los años subsecuentes diferentes viajes en prosecución de sus intentos, llegó el de 98 á reconocer la tierra firme de esta América, por la parte que llamó la Boca de los Dragos, enfrente de la isla de la Trinidad de Barlovento; pero aunque, puesta la proa al Poniente, navegó sus costas hasta la punta de Araya, sin pasar más adelante; mudando el rumbo hacia el Norte, dió la vuelta á la isla Española, dejando por entonces imperfecto este descubrimiento; con cuya noticia el capitán Alonso de Ojeda, natural de la ciudad de Cuenca, que de orden de los Reyes Católicos de España salió para estas partes el año de 99, trayendo por su piloto á Juan de la Cosa, de nación Vizcaíno (1), encaminó su derrota en demanda de la tierra firme que había descubierto el Almirante, y con próspero viaje, á los veinte y siete días de navegación dió vista á la Boca de los Dragos y tierra de Maracapana.

Fuéla costeando la vuelta del Poniente, saltando en tierra muchas veces y observando los puertos, flujos y reflujos de sus mares, en distancias de más de trescientas leguas que corrió hasta el Cabo de la Vela, de donde atravesó á la isla

Española con la gloria de haber sido el primero que descubrió esta provincia, por contenerse su demarcación en los términos que dejó navegados su derrota, cuya delineación con más fundamento é individual noticia consiguió poco después Cristóbal Guerra; porque habiendo obtenido licencia de los Reyes Católicos para hacer viaje á los descubrimientos de estas Indias un Pedro Alonso Niño, vecino de Moguer (con condición que no llegase con cincuenta leguas á lo descubierto por el Almirante Colón), hallándose con cortos medios para los precisos gastos de su avío, formó compañía con Luis Guerra, vecino de Sevilla, ajustando éste, entre otras capitulaciones que intervinieron para su contrato, el que viniese su hermano Cristóbal Guerra por capitán de la embarcación que habían de despachar á su descubrimiento; y hecha la prevención necesaria con la brevedad y diligencia que pudieron, se hicieron á la vela pocos días después que Ojeda salió del puerto de San Lúcar, y gobernando al mismo rumbo, llegaron en su seguimiento á la tierra de Paria y Maracapana, donde sin reparar en la prohibición que tenían para no tocar en lo descubierto por el Almirante, cortaron algún palo de Brasil para principio de su carga, y volviendo á navegar hacia el Poniente, pasando por las islas de la Margarita y de Cubagua, rescataron de los indios, en cambio de algunas bujerías de Castilla, considerable cantidad de perlas, que fueron las primeras que tributó á nuestra España este Occidente.

Gozoso Guerra y sus compañeros con los aprovechamientos que en tan felices principios les iba ofreciendo la fortuna, prosiguieron su navegación pasando el Ancón de Refriegas, punta de Araya y golfo de Cariaco, hasta llegar al puerto de Cumanagoto, donde los indios, llevados de la novedad de ver en sus tierras gente extraña, sin recelo alguno de los forasteros, luego que descubrieron la embarcación se fueron á bordo en sus piraguas, llevando muchas perlas y chagualas de oro en los cuellos, brazaletes y orejeras que con liberalidad feriaron á los huéspedes por cascabeles, cuchillos y chaquiras, dejándolos más animosos

para llevar adelante el logro de las conveniencias que se prometían en las muestras de la opulencia que encontraban.

Con estos buenos deseos y más vivas esperanzas salieron de Cumanagoto, y montado el Cabo de Codera, cuasi por los mismos pasos que había llevado Ojeda, llegaron al paraje donde después se fundó la ciudad de Coro, y rescatando algún oro de los naturales, pasaron más abajo á la provincia de Coriana, cuyas playas hallaron pobladas de multitud de bárbaros que, con repetidas señas y demostraciones de amistad, instaban á los forasteros á que saltasen en tierra á rescatar algunas joyas de oro que para obligarlos les mostraban; y como aun á menor señuelo se diera por entendida la codicia, tomaron una resolución que nunca se podrá librar de la nota de temeraria; pues siendo sólo treinta y tres hombres los que iban en el navío, saltaron en tierra, entregándose á la no experimentada fe de aquellos bárbaros; pero los indios, haciendo estimación de la confianza, los recibieron con agasajos de una intención sin malicia, y les feriaron con galantería cuantas perlas y chagualas de oro tenían para el lucimiento de su adorno; á que agradecidos nuestros españoles correspondieron liberales con cuchillos, alfileres y otras niñerías de Europa, en que suplía la novedad lo que faltaba al valor; y conociendo la cándida sinceridad de aquella gente, por tomar algún refresco en las penalidades del viaje, se estuvieron de asiento veinte días, gozando de la abundancia de conejos y venados que produce aquel país; y según el agasajo que recibían de los indios, se hubieran detenido por más tiempo, si el ansia de dar fin á aquel descubrimiento no les hubiera dado priesa á navegar, como lo hicieron, prosiguiendo por la costa abajo hacia el Poniente, hasta que á pocos días descubrieron unas playas habitadas de más de dos mil indios, que armados de arcos y flechas, manifestaban en su modo el poco deseo que tenían de admitir en sus tierras gente extraña.

Estos, según el paraje, fueron sin duda alguna los Cocinas, gente cruel, bárbara y traidora, que hasta el día de hoy se mantienen con su fiereza incontrastable ocupando

la costa que corre desde Maracaibo al río de la Hacha; y como nuestros navegantes no eran armas ni pendencias la mercancía que buscaban, ni estaban acostumbrados á tales. recibimientos; hallándose con porción considerable de oro y más de 150 marcos de perlas, y algunas tan grandes como avellanas, muy orientales y hermosas, sin ponerse á más peligros acordaron volver la costa arriba, por el mismo camino que habían hecho, hasta dar fondo en Araya, donde dejaron descubierta aquella célebre salina que tan apetecida ha sido de las naciones del Norte, y en cuya defensa ha consumido inútilmente tantos tesoros nuestra España; y tomando la derrota para Europa, á los dos meses de navegación, el día 6 de febrero del año de 1500 dieron fondo en uno de los puertos de Galicia, dejando llenas sus costas de admiración y riquezas.

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