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de sus contrarios, hasta que, socorrido de los demás españoles, se retiraron los indios, quedando Alfinger tan desangrado y postrado de las heridas, que, sin que aprovechasen los remedios, murió dentro de tres días, dejando perpetuada la memoria de sus atrocidades en los recuerdos que hasta hoy da de ellas su sepulcro, á seis ó siete leguas de distancia de la ciudad de Pamplona, que después pobló Pedro de Ursua, cuyo sitio, por haber sido donde la muerte puso término á la bárbara crueldad de aquel tirano, mantiene todavía el título de su nombre, siendo comúnmente conocido por el Valle de Micer Ambrosio, aunque el coronista Herrera, contra la evidencia de una verdad tan clara, pone esta muerte en Coro, por yerro conocido de las relaciones que le dieron para formar su historia.

CAPÍTULO IX.

Gobierna el ejército Pedro de San Martín hasta llegar á Coro: gobierna la provincia Juan Alemán por muerte de Alfinger: sale Venegas á buscar el dinero que enterr ó Bascona, y vuelve sin hallarlo.

Muerto Ambrosio de Alfinger, como sea tan apetecible en los hombres la dulzura del mandar, empezaron á originarse en aquel pequeño ejército disturbios y disensiones sobre quién le había de suceder en el gobierno, y aunque los pretendientes eran muchos, por voto de los más principales fué preferido á todos el factor Pedro de San Martín (12); pero aunque las prendas de nobleza, prudencia y valor que le asistían lo hacían muy digno para las honras del empleo, no fué tan acepto su nombramiento, que dejase de haber discordias y alborotos que hubieran pasado á motines declarados si el capitán Juan de Villegas, con su autoridad y aquella respetable veneración que se había granjeado en la estimación de todos, no hubiera sacado la cara y tomado la mano á sosegarlos; y así, apagada la llama antes que cobrase fuerza el incendio, por la interposición prudente de Villegas, mandó el nuevo General desalojar el campo del valle de Chinácota (entrado ya el año de 32), y atravesadas las montañas, que después llamaron de Arévalo, salieron á las campiñas de Cúcuta, que fértiles de pastos y

abundantes de orégano (aunque de temple enfermo), son hoy muy adecuadas para criazón de mulas, siendo las de este valle las de mayor estimación del nuevo reino.

Habiéndose detenido muy pocos días en Cúcuta con bastantes contratiempos, hambres y penalidades, fueron prosiguiendo lo molesto de su marcha, y de provincia en provincia vinieron á dar en la que estaba Francisco Martín, tan convertido ya en indio y bien hallado con sus groseras costumbres, que ni aun señas aparentes de español le habían quedado; y teniendo noticia el cacique (su suegro) de que se acercaban los nuestros á su pueblo, juntó el mayor número de gente que pudo reclutar en sus banderas, y se la entregó al yerno para que saliese á embarazarles la entrada en sus dominios, fiando las felicidades del suceso en las repetidas experiencias que tenía de su valor. Bien conoció Francisco Martín que los forasteros que venían no podían ser otros que los españoles del campo de Alfinger, de cuya compañía él había sido; y para quedar bien con el suegro, sin faltar á la lealtad que debía guardar con su nación, salió con su gente á la campaña, y dejándola emboscada en las montañas vecinas, cuando le pareció tiempo de que pudiesen los españoles estar cerca, con el motivo de ir á reconocer el campo del enemigo, se adelantó solo á encontrarlos: iba Francisco Martín tan á la usanza de los indios, que no se diferenciaba en nada de ellos; desnudo en carnes, y el cuerpo todo embijado, coronada de penachos de plumas la cabeza, terciada al hombro la aljaba y armado el arco en la mano.

Acercóse de esta suerte á los españoles, que con trabajo y molestia iban marchando, y aunque se les puso por delante, no era fácil conocerlo en aquel traje, ni pudieran persuadirse á que era español como ellos, si al oirle referir sus infortunios y las lamentables desgracias de Bascona, no fueran señales evidentes para caer en la cuenta de quién era: abrazáronle todos con ternura, haciendo demostración el sentimiento al recuerdo de la muerte infeliz de los demás compañeros; y habiéndole vestido con lo que permitió la

desnudez que ellos traían, para cubrir la total indecencia en que se hallaba, caminaron juntos hasta el lugar donde había dejado los indios emboscados, y como la superioridad que Francisco Martín tenía adquirida sobre la simple condición de aquellos bárbaros era tan absoluta que observaban como preceptos inviolables los más leves antojos de su gusto, bastó el que les dijese (hablándoles en su lengua, que la sabía mejor que ellos) (13) que, dejadas las armas, tuviesen á los españoles por amigos, pues los reconocía por sus hermanos, para que saliendo de la emboscada sin recelo, ofreciesen la paz con rendimiento al general San Martín, y con tantas demostraciones de amistad, que en buena correspondencia se fueron juntos al pueblo, donde, acariciados del cacique como hermanos de su yerno, se estuvieron de asiento algunos días, hasta que pareciendo tiempo al General para proseguir su viaje, llevándose consigo á Francisco Martín, y de los indios amigos buenas guías que los condujesen por trochas limpias y libres de anegadizos (que era lo que más les molestaba), se pusieron en camino y llegaron con felicidad á Coro el mismo año de 32, habiendo consumido tres años en esta inútil jornada, sin que de ella se siguiese otro provecho que haber dejado asoladas con inhumana crueldad cuantas provincias pisaron.

Sabida en Coro la muerte de Alfinger con la llegada de su ejército derrotado, fué recibido por gobernador de la provincia un caballero tudesco llamado Juan Alemán (14), pariente muy cercano de los Belzares, por hallarse con un título despachado á prevención, para en caso de que faltase Alfinger; y habiendo sido dotado de una naturaleza muy quieta y de ánimo muy pacífico, no tenemos que referir particular operación suya, pues manteniéndose en Coro el tiempo que duró en el ejercicio, atendió más á las conveniencias que pudo lograr á pie quedo con quietud, que á los intereses que pudiera adquirir por medio de las conquistas, buscándolos con afán.

Dejamos en el capítulo sexto al teniente Venegas por cabo de los enfermos y demás gente que dejó Alfinger en

la ranchería de Maracaibo; y habiéndose mantenido con notable sufrimiento los tres años que duraron las desgracias de tan infeliz jornada, cuando supo que desbaratado y consumido el ejército había ya salido á Coro, pasó luégo á la ciudad, ó á ver á los compañeros, ó á tratar algunas cosas de su propia conveniencia; y teniendo allí noticia de los 60.000 pesos en oro que había enterrado Bascona en su viaje desdichado, se determinó á ir en persona á buscarlos, para cuya diligencia juntó hasta sesenta compañeros, que se dedicaron á seguirle, y llevando consigo á Francisco Martín para que mostrase la parte donde habían dejado depositado el tesoro, dió la vuelta á su ranchería de Maracaibo para seguir desde Tamalameque los mismos pasos que había llevado Bascona; pero no siendo fácil el que en la confusión de tan espesas montañas pudiese Francisco Martín haber demarcado el sitio donde quedaba la ceiba que fué sepulcro del oro, después de haberlos traído de una parte para otra por entre anegadizos y manglares, en su misma confusión y variedad conoció Venegas que tenía perdido el tino, y que de no dar la vuelta antes de empeñarse más, tendrían el mismo paradero que había tenido Bascona, cuyo recelo lo hizo retroceder sin pasar más adelante, siguiendo las cortaduras y señales que había dejado en los árboles, advertencia que le valió para dar breve la vuelta á Maracaibo, sacando por premio de su codicia el fruto del escarmiento y la efectiva satisfacción de los precisos empeños que contrajo para las disposiciones de su avío, en que quedó condenado.

Y porque de una vez demos razón del paradero que tuvo Francisco Martín, es de advertir que, retirado en Coro, vivía tan arrepentido de haber dejado aquella brutal vida que gozaba entre los indios, y tan ansioso por ver á la mujer y los hijos, que ciego con el amor, dejándose llevar de la tirana violencia del deseo, se huyó de Coro una noche y se volvió al pueblo de donde le habían sacado, tan bien hallado con las bárbaras costumbres en que ya estaba habituado, que habiendo entrado después á aquella provincia

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