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V. R. va una arroba, y la mitad la contribuye el P. Cristóbal. Para el señor beneficiado van dos, y todos son excelentes y escogidos, y ogaño por la falta de ellos se pueden estimar (1). Prevenga V. R. al P. Valenzuela, porque á la huerta de Madre de Dios irán á parar, y vea si soy de provecho, y mándeme. Nuestro Señor á V. R. guarde, &c. De Córdoba á 30 de Octubre de 1648.-Pedro Martinez.= Al P. Rafael Pereyra, de la Compañia de Jesús, en Sevilla.

(1) Aquí se halla un párrafo de letra del P. Pereyra así encabezado: Inquietud en Sevilla desde 10 6 12 hasta el 21 de Noviembre de 1642, en cuyo tiempo vinieron y se fueron los soldados napolitanos.

« Con ocasion de esperar 2,000 soldados napolitanos, que trujo en el armada el de Ciudad Real, de vuelta de Cataluña, y haber de venir à esta ciudad de paso para Badajoz, se han puesto compañías de guardia en las puertas de la ciudad de noche, y una de ellas sucedió que venia el teniente mayor de fuera de Sevilla de unos negocios, y no le dejaron entrar, aunque dijo que era el teniente mayor, si no daba el nombre, y por tanto no entró, porque le dijeron que no conocian á nadie, y el Asistente mandó que en el alcázar no dejasen entrar á nadie, aunque fuese el conde de Chinchon y D. Juan de la Calle que vivian en él, despues de las ánimas.

Todo esto ha sucedido de unas sospechas que se han divulgado que 600 hombres de tiradores de oro, doradores, pasamaneros y de este género de oficiales, despues de las pragmáticas, como impedian el ejercicio de sus oficios, andaban con esta determinacion de dar, ó en la casa de la Moneda, ó en la santa iglesia, ó en la Contratacion, ó en casas de algunos mercaderes ricos, y robar y hacer lo que pudiesen para tener con que sustentarse.

Esta ha sido causa de que se pongan compañías de guardia en las puertas principales, en el alcázar, en la casa del cabildo, en el Alhóndiga y en la torre, en donde han hecho y puesto puerta en ella.

Con ocasiones de los temores todos viven en vela en sus casas, cerrándolas, y para que la ciudad esté quieta, andan de noche muchas rondas en las parroquias y por la ciudad, y en algunas parroquias han puesto escuadras.

Ocho dias antes de venir los soldados napolitanos se ha hecho esta prevencion, porque han querido decir que los que vienen y los que están inquietos se habian de juntar y hacer un saco ó robos en la ciudad. Los soldados vienen tales que no vienen para nada, desnudos y descalzos, y

Segovia y Diciembre 15 de 1648.

(Tom. 129, fól. 705.)

Habiendo estado el marqués de Ayamonte preso desde 28 de Marzo de 1645 en este alcázar de Segovia, adonde fué traido desde la prision de Santorcáz, jueves, 10 de Diciembre de este año de 1648 á la una

la ciudad les tiene prevenido dinero, vestidos y zapatos para cuando lleguen, y sin detenerse que pasen su viaje.

Todos estos soldados de la milicia son oficiales de la ciudad, y como faltan á sus oficios, de donde se sustentaban, es fuerza que hagan algunas demasías y busquen la comida por donde puedan y como puedan.

Han querido decir que todas estas prevenciones han sido porque un confesor con licencia que tuvo descubrió habia de haber este motin, y los jueces y justicias han procedido con toda esta vigilancia.

En fin entraron los 900 que vinieron á Sevilla, y estuvieron en San Telmo, mal digo, que llegaron, porque los trujeron, y tales que luego se murieron algunos, y seis coches llenos de ellos los llevaron al hospital del Amor de Dios. El tiempo ha sido rigurosisimo de aguas y viento; ellos desnudos y sin camisas ni zapatos; todos oliendo peor que muertos, porque tales venian, todos cubiertos si no de ropa por lo menos de sarna, piojos y cochambre, gran lástima verlos, así comian el bacallao crudo como si fueran perdices sazonadas; y por sombreros traian esportillas de palma; las carnes de fuera, y aunque estaban prevenidos zapatos, no se los dieron por no haber con que pagarlos; diéronles de comer, que no fué poco el dárselo, aunque escaso para la mucha hambre y gana que traian y salieron hacia Alcalá del Rio en barcos en mal tiempo lloviendo, el rio crecido y desnudos. ¡Cuáles llegarian, y cuáles dejaran los lugares por donde pasasen! El dia de Nuestra Señora se quitaron las guardas de soldados de las puertas á 26 de Noviembre; la otra mitad fueron por Alcalá de Guadaira; allí les dieron bien de comer, y van á Carmona y de allí un viaje.

Como pelearan estos tales con tal disposicion y tan malos que me han certificado que con las muchas aguas, y viéndose desnudos se quedaban debajo de los olivos donde los hallaban muertos á los desdichados. ¡Gran desdicha! Temer se puede no causen peste los que traen tanta desventura.

de la tarde, llegó á esta ciudad el licenciado D. Diego de Villaverde (1), alcalde de corte con Juan de Pinilla, secretario del crímen, y seis alguaciles de córte, y apeándose en el meson grande, desde el mismo portal, sin quitarse botas ni espuelas, partió con cuantos venian con él á la casa del corregidor, que avisado, habia bajado á la puerta con priesa y en cuerpo. Díjole el alcalde: «vmd. se venga conmigo.» Repondió subiria por un ferreruelo, y díjole: «Diga que se lo bajen;» con que partieron al alcázar. Detuviéronse á las puertas de las casas del obispo. Acababa de comer el marqués, y habíase recogido. Asomóse á las rejas de la prision Santiago Ramirez Gamarra, su criado, que solo y siempre le sirvió en la prision, y díjole: «Señor, á las puertas del obispo están muchos alguaciles.» Asomóse el marqués, y viéndolos, dijo: «Estos son alguaciles de córte; yo los conozco: esto es hecho.» Así lo refirió el criado mismo á quien esto escribe.

Llegaron al alcázar, á cuya puerta esperaba ya el alcaide D. Juan de Navacerrada, á quien el alcalde dijo: «Vmd. me entregue á D. Francisco Manuel Silvestre de Guzman, marqués de Ayamonte, que está preso en estos alcázares, en virtud de esta cédula de S. M.,» la cual dió al alcaide, que besándola y diciendo que la obedecia, subieron todos á la torre y bajaron con el marqués, á quien el alcaide dijo: «V. E. entre en esa silla;» y entrando en ella el marqués, y poniéndose tres alguaciles á cada lado el alcaide y corregidor detrás, por la calleja del pasadizo del Obispo y por la ronda, salieron por la puerta de San Andrés, y arrimados á los muros, subieron á la solana del Rastro, y entrando por la puerta fronteriza á San Martin, subieron á la cárcel, donde esperaba D. Pedro de Valencia, su alcaide propietario, al cual el alcalde entregó al

y

(1) Esta roto el original y no se lee mas que Villave.....

marqués, y subiéndole al aposento que hace esquina, á la puerta, clavaron las ventanas y entraron luces. Mostró el marqués gran sentimiento al verse en la cárcel pública. Entró luego fray Diego de Miranda, lector de teología de San Francisco, confesor del marqués, y el P. Pedralvéz, jesuita, que hasta la muerte asistieron.

El alcalde de córte mandó llamar alarifes y les ordenó hiciesen un cadalso de una vara en alto en una sala contigua alaposento en que el marqués estaba. Tambien mandó hacer ataud y que se cubriese de bayeta muy basta: tambien mandóllamar á un cuchillero y le mandó que hiciese dos cuchillos de muy agudo corte. Entró el sota-alcaide y echó dos pares de grillos al preso, que mostrando sentimiento, dijo: «Esto era bien excusado,» y pidiendo una cuerda con que sostenerlos, el alcaide se quitó una liga y se la dió. Luego entró el secretario á intimarle la sentencia, que oyó con valor, y respondió que la consentia, y ofrecia la vida á su Dios y criador. Despues dijo á su confesor que quedaba con gran confusion de si le habian de cortar la cabeza por detrás, y si habia de ser en público. Procuró el confesor divertirle de este pensamiento y reducirle al de su salvacion.

Entró luego su criado á despedirse, con gran sentimiento de ambos y de los circunstantes. Díjole: «Hijo, no tengo con qué pagarte la buena compañía que me has hecho en tan larga prision: Dios te lo pagará. Toma esta sortija,» y dióle una que (segun dicen) valdrá 100 ducados; y despidiéndose con muchas lágrimas, se fué al convento de San Francisco á pedir el hábito.

El marqués, asistido de los religiosos, estuvo hasta las 11 que se recogió. A media noche, atendiendo á que no sosegaba, entró el alcaide y le dijo si queria algo: respondió que con el embarazo y frialdad de los grillos, no podia sosegar; y mandando llamar á su teniente, se los hi

zo quitar. Mostró mucho agradecimiento, diciéndole tomase un sombrero de castor que tenia puesto, y le diese el suyo: rehusólo el alcaide por entonces; pero dándosele cuando le pusieron el capuz le tomó, y al que le quitó los grillos le dió los guantes. Recogióse hasta las dos, y entrando los religiosos, le dijo el confesor: «Dos cosas traigo que decir á V. E., que espero en Dios le serán de mucho alivio: la primera que el corte ha de ser por delante, la segunda que no ha de ser en público, sino en esta sala de afuera, que los golpes que se han oido son para edificar el cadalso.»> Mostró consuelo, repitiendo algunas veces: «Bendito y loado sea mi Dios y criador que tantas misericordias hace al que le ha merecido tantos castigos. >>

Comulgó este dia, viernes, en la capilla de la misma cárcel, y luego oyó tres misas; y volviendo al aposento, se desayunó. Poco despues dijo al confesor: «Padre mio, ó no tengo corazon, ó lo tengo muy duro, pues no me asombra oir los golpes del cadalso en que mañana he de morir.>> El confesor con atencion mas profunda le dijo: «Señor, pues V. E ha sido siempre tan devoto de la Vírgen, nuestra Señora, válgase ahora de su intercesion y favor para que le alcance y le infunda consideraciones profundas de los dolores y agonías que padeció aquella Soberana Reina de cielos y tierra, oyendo y viendo clavar en la Cruz á su Hijo, Dios Redentor nuestro, cuando temblando la tierra, turbándose los demás elementos y oscureciéndose los cielos, solos los hombres pagaban en injurias su redencion.>>

Suspendióse el marqués, y afirman los que lo vieron que desde este punto fué tal su conformidad, tantas sus lágrimas, tan tiernas y devotas sus razones, que todos lo juzgaron por singular favor y auxilio eficaz. Pasó lo restante del viernes en coloquios devotos, muchas confesiones y actos de contricion, y con admirable sosiego de cuerpo y espíritu, durmió aquella noche dos horas.

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