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critor, y de los fallos inexorables de la crítica, logro hacer un trabajo menos imperfecto que los de la misma índole que poseemos, y ser de esta manera útil al país en que he nacido y á cuyo servicio he consagrado toda mi vida. Con esto solo me daria por altamente satisfeho, y mis esfuerzos y vigilias serian sobradamente recompensados.

DISCURSO PRELIMINAR.

I.

La humanidad vive, la sociedad marcha, los pueblos sufren cambios y vicisitudes, los indivíduos obran. ¿Quién los impulsa? ¿Es la fatalidad? ¿Hemos de suponer la sociedad humana abandonada al acaso, ó regida solo por leyes físicas y necesarias, por las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin guia, sin objeto, sin un fin noble y digno de tan gran creacion? Esto, sobre arrancar al hombre toda idea consoladora, sobre secar la fuente de toda noble aspiracion, sobre esterilizar hasta la virtud mas fundamental de nuestra existencia, la esperanza, equivaldria á suprimir todo principio de moralidad y de justicia, de bien y de mal, de premio y de castigo, seria hacer de la sociedad una máqui

:

na movida por resortes materiales y ocultos. Referi ríamos impasibles los hechos, y nos dispensaríamos del sentimiento y de la reflexion. Veríamos morir sin amor y sin lágrimas al inocente, y contaríamos sin indignacion los crímenes del malvado: mejor dicho, no habria ni criminales ni inocentes; unos y otros habrian sido arrastrados por las leyes inexorables de su respectivo destino, no habrian tenido libertad. Desechemos el sombrío sistema del fatalismo; concedamos más dignidad al hombre, y más altos fines al gran pensamiento de la creacion.

Por fortuna hay otro principio más alto, más noble, más consolador, á que recurrir para esplicar la marcha general de las sociedades, la Providencia, que algunos no pudiendo comprenderla han confundido con el fatalismo. Aun suponiendo que los libros santos no nos hubieran revelado esa Providencia que guia al universo en su magestuosa marcha por las inmensidades del tiempo y del espacio, nada mejor que la historia pudiera hacerla adivinar, enseñándonos á reconocerla por ese encadenamiento de sucesos con que el género humano va marchando hacia el fin á que ha sido destinado por el que le dió el primer impulso y le conduce en su carrera. Dado que el órden providencial fuera tan inesplicable como el fatalismo, le preferiríamos siquiera uese solamente por los consuelos que derrama en el corazon del hombre la santidad de sus fines. El que trazó sus órbitas á los planetas, no podia haber deja

do á la humanidad entregada à un impulso ciego. Creemos, pués, con Vico, en la direccion y el órden providencial, y admitimos además con Bossuet, segun en el prólogo apuntamos, la progresiva tendencia de la humanidad lácia su perfeccionamiento; y que este compuesto admirable de pueblos y de naciones diferentes, de familias y de individuos, vá haciendo su carrera Ꭹ por el espacio inmenso de los siglos, aunque á las veces parezca hacer alto, á las veces parezca retroceder, hasta cumplir el término de la vida: es una pirámide cuya base toca en la tierra, y cuya cúspide se remonta á los cielos.

He aquí los dos grandes y luminosos fanales que nos han guiado en nuestra historia. De esta escala de Jacob procuramos servirnos para subir de los hechos á la esplicacion del principio, y para.descender alternativamente á la comprobacion del gran principio por la aplicacion de los sucesos.

En esta marcha magestuosa, los individuos mueren y se renuevan como las plantas; las familias desaparecen para renovarse tambien; las sociedades se trasforman, y de las ruinas de una sociedad que ha perecido nace y se levanta otra sociedad nueva. Pasan esos eslabones de la cadena del tiempo que llamamos siglos; y al través de estas desapariciones, de estas muertes, y de estas mudanzas, una sola cosa permanece en pié, que marchando por encima de todas las generaciones y de todas las edades, camina constantemente hácia su per

feccion. Esta es la gran familia humana. «Todos los «hombres, dijo ya Pascal, durante el curso de tantos si«glos pueden ser considerados como un mismo hombre «que subsiste siempre, y que siempre está aprendiendo. >> Gigante inmortal que camina dejando tras sí las huellas de lo pasado, con un pié en lo presente, y levantando el otro hacia lo futuro. Esta es la humanidad, y la vida de la humanidad es su historia.

Como en todo compuesto, así en este gigantesco conjunto cada parte que le compone tiene una funcion propia que desempeñar. Cada indivíduo, cada familia, cada pueblo, cada nacion, cada sociedad, ha recibido su especial mision, como cada edad, cada siglo, cada generacion tiene su índole, su carácter, su fisonomía, todo en relacion á la vida universal de la humanidad. ¿Cómo concurre cada una de estas partes á la vida y á la perfeccion de la gran sociedad humana? No es fácil ciertamente penetrar todas las armonías secretas del universo. Entre muchas relaciones que se comprenden, escápanse otras infinitas á la sagacidad del entendimiento humano. A veces un acontecimiento grande, ruidoso, universal, revela á las naciones que á él han cooperado el objeto y fin de su marcha anterior, hasta entonces de ellas mismas desconocido. No estrañamos que esto fuese ignorado de los antiguos, porque faltaban las lecciones prácticas de los grandes ejemplos; pero hoy la humanidad ha vivido ya mucho, ha salido de su menor edad, ha visto y sufrido muchas tras

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