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amorosa, y Suero y Mendo dos escelentes paladines. Confesamos no obstante hallar ya mucho de estravagante y pueril en este mismo paso de armas. Ni hay que confundir la caballería de la realidad con la caballería ideal y fantástica de las leyendas y de los romances, ni siempre resaltaba la virtud y la generosidad en los combates; y la lucha que sostuvieron aquellos dos nobles aragoneses que se obligaron con juramento á no desistir de ella en toda su vida y á no oir los que quisieran reconciliarlos aunque fuese el mismo rey, nos prueba cuanta parte solia tener en ellos la ira y el encono.

Vése tambien en este tiempo formarse una lengua y una literatura nacional. Desde el sencillo y vigoroso poema del Cid hasta las limadas y flexibles estrofas de Juan de Mena y la artificiosa composicion de la Celestina, se va pasando gradualmente como del crepúsculo al dia claro. Las Partidas y las Crónicas manifiestan los adelantos de la prosa y el progreso y fijacion de la lengua, y el tránsito de los romances populares y las aventuras cantadas al lenguage sério de la política y de la historia. Algunos monarcas protegieron decididamente las letras y las cultivaban ellos mismos. Alfonso el Sábio dividia el tiempo entre los cantares, la astronomía, las leyes y la guerra. Y la aficion y proteccion de Juan II, á la culta literatura hizo su reinado, tan desdichado y funesto bajo el aspecto político, recomendable y glorioso bajo el intelectual.

Ni el espíritu mercantil de los catalanes ni el genio marcial de los aragoneses, impidió que se asentáran en su suelo las alegres musas, y que se cultivára con esmero la gaya ciencia, no cediendo en mérito y en dulzura sus trovadores á los celebrados cantores provenzales. Barcelona poseía grandes almacenes de comercio como Génova y Pisa, y academias florales como Tolosa. La actividad y el movimiento de sus talleres contrastaba con sus justas literarias y sus certámenes poéticos: estraña simultaneidad, que nos pareciera inverosímil si no vivieran los armoniosos versos de Ausias March, el Petrarca de los provenzales, y las novel s caballerescas de Martorell, el Boccacio lemosin, y si no lo certificáran las producciones en prosa y verso que nos legaron los mismos monarcas y príncipes, los Alfonsos, los Pedros, los Jaimes y los Cárlos de Viana. Es consolador mirar á Oriente

y ver el consistorio literario de Barcelona dotado de fondos por sus reyes, que presidian sus justas y distribuian por su mano los premios poéticos, y mirar luego á Mediodía y ver la municipalidad de Sevilla recompensar con cien doblas de oro al poeta que habia cantado las glorias de su ciudad natal, y ofrecer igual suma cada año para otra composicion de la misma especie.

Hemos apuntado estas ligeras observaciones para indicar cómo iba España en estos siglos viviendo su vida política, religiosa é intelectual. Volvamos à la historia.

X.

A pesar de todo este progreso legislativo y literario, á pesar tambien de las instituciones y de las libertades políticas, y del espíritu caballeresco, hallábase España en los últimos tiempos del reinado de Enrique IV. de Castilla en uno de aquellos períodos de abatimiento, de pobreza, de inmoralidad, de desquiciamiento y de anarquía, que inspiran melancólicos presagios sobre la suerte futura de una nacion é infunde recelos de que se repita una de aquellas grandes catástrofes que en circunstancias análogas suelen sobrevenir á los estados. ¿Habia de permitir la Providencia que por premio de más de siete siglos de terrible lucha y de esfuerzos heróicos por conquistar su independencia y defender su fé, hubiera de cacr de nuevo esta nacion tan maravillosamente trabajada y sufrida en poder de estrañas gentes?

No: bastaba ya de calamidades y de pruebas; bastaba ya de infortunios. Cuando más inminente parecia su disolucion, por una estraña combinacion de

eventualidades viene á ocupar el trono de Castilla una tierna princesa, hija de un rey débil, y hermana del más impotente y apocado monarca. Esta tierna princesa es la magnánima Isabel.

La escena cambia: la decoracion se trasforma; y vamos á asistir al magnífico espectáculo de un pueblo que resucita, que nace á nueva vida, que se levanta, que se organiza, que crece, que adquiere proporciones colosales, que deja pequeños á todos los pueblos del mundo, todo bajo el genio benéfico y tutelar de una muger.

Inspiracion ó talento, inclinacion ó cálculo político, entre la multitud de príncipes y personages que aspiran con empeño á obtener su mano, Isabel se fija irrevocablemente en el infante de Aragon, en quien por un concurso de no menos estrañas combinaciones recae la herencia de aquel reino. Enlázanse los príncipes y las coronas; la concordia conyugal trae la concordia política; es un doble consorcio de monarcas y de monarquías; y aunque todavía sean Isabel de Castilla y Fernando de Aragon, el que les suceda no será ya rey de Aragon ni rey de Castilla, sino rey de España: palabra apetecida, que no habíamos podido pronunciar en tantos centenares de años como hemos históricamente recorrido. Comienza la unidad.

Gran príncipe el monarca aragonés, sin dejar de serlo lo parece menos al lado de la reina de Castilla. Asociados en la gobernacion de los reinos como en

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la vida doméstica, sus firmas van unidas como sus voluntades; Tanto monta» es la empresa de sus banderas. Son dos planetas que iluminan á un tiempo el horizonte español, pero el mayor brillo del uno modera sin eclipsarle la luz del otro. La magnanimidad y la virtud, la devocion y el espíritu caballeresco de la reina descuellan sobre la política fria y calculada, reservada y astuta del rey. Los altos pensamientos, las inspiraciones elevadas vienen de la reina. El rey es grande, la reina eminente. Tendrá España príncipes que igualen ó excedan á Fernando; vendrá su mieto rodeado de gloria y asombrando al mundo: pasarán generaciones, dinastías y siglos antes que aparezca otra Isabel.

La anarquía social, la licencia y el estrago de costumbres, triste herencia de una sucesion de rcinados ó corrompidos ó flojos, desaparecen como por encanto. Isabel se consagra á esta nueva tarea, primera necesidad en un reino, con la energía de un reformador resuelto y alentado, con la prudencia de un consumado político. Sin consideracion á clases ni alcurnias enfrena y castiga á los bandoleros humildes y á los bandidos aristocratas; y los baluartes de la espoliacion y de la tiranía, y las guaridas de los altos criminales son arrasadas por los cimientos. A poco tiempo la seguridad pública se afianza, se marcha sin temor por los caminos, los ciudadanos de las poblaciones se entregan sin temor á sus ocupaciones

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