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la posesion de las Sicilias son atajadas por la espada de Fernando el Católico que asegura para sí la dominacion de aquellos paises, que tan fértiles como son, no producen tantos laureles como ganan los tercios y los capitanes españoles. Sandricourt, Lafayette, Bayardo, la flor de los caballeros de Francia, son eclipsados por Antonio de Leyva, Pedro Navarro y García de Paredes. El duque de Nemours, el último descendiente de Clodoveo, recibe la muerte en Ceriñola por mano de Gonzalo de Córdoba, el solo entre tantos guerreros como han producido los siglos que goza el privilegio de ser conocido en todo el mundo con el renombre de el Gran Capitan; merecida distincion, y digna honra del vencedor de Garillano. Si más adelante otros capitanes pasear la bandera victoriosa de Castilla por los dominios de Africa y de Europa al frente de la invencible infantería española, esos capitanes se habrán formado bajo los pendones y en la escuela del Gran Gonzalo.

Mucho, y con sobrada justicia, lloraron los españoles la muerte de su adorada reina la magnánima y virtuosa Isabel, que vino á en'utar sus corazones en estos momentos de interior prosperidad y de esterior grandeza. Pero fué Isabel un astro, que á semejanza del sol siguió todavía difundiendo las emanaciones de su luz despues de haberse ocultado.

La protectora de Cristóbal Colon y de Gonzalo de Córdoba habia sabido sacar de la soledad y del retiro

y colocado en alto puesto á otro varon eminente, dechado de virtud y prodigio de talento, que no era ni navegante ni soldado, sino un religioso que vestia el tosco sayal de San Francisco. Este esclarecido genio, que llegó á gobernar la monarquía desde la silla primada de España, concibe la osada empresa de plantar el pendon del cristianismo en las ciudades musulmanas de la costa berberisca é incorporarlas á los dominios españoles. Y lo que es más, lo ejecuta á sus espensas y dirige por sí mismo la atrevida expedicion. Sucumbe la opulenta Oran. Brilla la cruz en sus adarves, y ondea en sus almenas el estandarte de Castilla. Y las victoriosas tropas españolas presencian el estraño espectáculo de un franciscano, que rodeado de guerreros y de frailes, con la espada ceñida sobre la humilde túnica, se adelanta á recibir las llaves de la росо ha orgullosa y ahora rendida ciudad morisca. Era el insigne cardenal Cisneros, honor de la religion, lustre de las letras, gloria de las armas y sosten de la monarquía.

Continúa su obra el brioso Pedro Navarro, el compañero de Gonzalo en Italia, y el que ha dirigido el ataque de Oran, y hace ciudades españolas á Bujía, Argel, Túnez, Tremecen y Trípoli. Solo se detiene ante la catástrofe de los Gelves.

Navarra, único fragmento del territorio español que habia permanecido independiente y segregado, pasa á formar parte de la gran monarquía. Fernando

el Católico la ha conquistado. Importante adquisicion para un imperio que abarca ya posesiones inmensas en las tres partes del globo.

Pero estaba decretado que esta pingüe herencia habia de ser patrimonio de una familia estraña. La Providencia lo quiso así, y lo preparó por medios que nos será permitido sentir, ya que no nos sea permitido objetar. Adoradores respetuosos de sus altos juicios y de sus decretos inescrutables, encaminados siempre al magnífico plan de la armonía del universo, lícito nos será lamentar como hombres que en las combinaciones de esta universal armonía tocára á la España en el período de su mayor grandeza ser regida por un príncipe nacido y educado en estrañas y apartadas tierras.

Contra todos los cálculos probables de sucesion habian subido Isabel y Fernando á sus respectivos tronos; contra todos los cálculos probables de sucesion bajan prematuramente sus hijos al sepulcro, y solo les sobrevive para heredarlos una princesa casada con un estrangero, desjuiciada ade mas, y cuyas enagenaciones mentales la incapacitan para la gobernacion del reino. Desciende tambien su esposo á la tumba apenas gusta las dulces amarguras del reinar; y cuando la trabajosa restauracion de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una admi

nistracion sábia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha estendido su poderío del otro lado de ambos mares cuando posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia á costa de años y de heroismo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Astúrias hasta Fernando de Aragon, pasa íntegra á manos de Cárlos V. de Austria. Nueva era social.

XI.

El reinado de los Reyes Católicos, todo español y el más glorioso que ha tenido España, es la transicion de la edad media que se disuelve á la edad moderna que se inaugura. Cárlos V. encuentra ya iniciado el nuevo poder militar de los ejércitos permanentes, y el nuevo poder político de la diplomacia.

Confesamos que el reinado de Cárlos V. nos admira pero no nos entusiasma. Porque nos admiran los grandes hombres y los grandes hechos, nos en

tusiasman solo los que hacen grandes bieres al género humano. Apreciamos demasiado la felicidad verdadera de los hombres para que nos dejemos fascinar por el ostentoso aparato de las magníficas expediciones y por el brillo aparente de las conquistas. Querríamos más gobernadores prudentes que revolvedores del mundo. Las empresas gigantescas llevan siempre algo maravilloso que seduce. Es muy fácil dejarse deslumbrar por las grandes maniobras.

Pudieron justificar las circunstancias en que entonces la nacion se encontraba, el afan del Cardenal regente por abrir y desembarazar á Cárlos el camino del trono, y por hacerle proclamar. El pueblo le miraba más receloso, y no se apresuraba tanto. ¿Quién fué más previsor, el instinto popular, ó el talento del gran politico? El regente-arzobispo con el fin de abatir una nobleza soberbia, quiso entregar á Cárlos una autoridad real robusta, y deseando hacer un monarca respetado, preparó sin quererlo un señor absoluto. Estos son mis poderes, les dijo á los nobles mostrándoles los cañones y arcabuces que preparados tenia; y Cárlos fué proclamado. La espresion fué conceptuosa y enérgica; pero el príncipe en cuyo obsequio se pronunció habia de saber aprovecharse bien de aquella especie de sancion del última ratio regum. El mismo cardenal Cisneros fué el primero que recibió por premio de su celo monàrquico y de su adhesion personal aquella fria y desdeñosa carta

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