Imágenes de páginas
PDF
EPUB

la reforma del fraile de San Agustin estableció la compañía de Jesús, milicia destinada á pelear á favor de la Santa Sede, obligándose á ello con el voto de obediencia, lo cual valió á los jesuitas de parte de los protestantes el nombre de genízaros del papa. Comenzó la reaccion religiosa, y la gran cuestion del concilio de Trento preocupó á los pontífices que se fueron sucediendo, y sobrevivió á Cárlos V., el cual ofreció el fenómeno de ser más conciliador que los papas mismos.

[ocr errors]

Afortunadamente, y por la vez primera, no fué ahora España el campo en que se ventilaron las grandes cuestiones religiosas, po'íticas y militares que cubrieron de sangre y luto la Europa. Safrieron mucho Francia, Alemania y Hungría, pero la víctima sacrificada á las ambiciones de todos fué la desgraciada Italia. Teatro nunca vacante de sangrientas lides, saqueábala el turco por la costa, mientras en el inte rior la devastaba la soldadesca cristiana: franceses, flamencos, alemanes y españoles, gentes de diversas religiones y distintas lenguas, que hormigueaban allí como nubes de langostas talándola á quien más podia, todos licenciosos, católicos y protestantes. No pensaria aquel bello país que habia de tener que sufrir una invasion de pueblos civilizados que le recordára los horrores de la irrupcion vándala.

Vengamos á los últimos momentos del gran Cárlos V., el protagonista de aquel vastísimo drama de

luchas, de batallas, de alianzas, de negociaciones y de tratados, en que no hubo estado grande ni pequeño que se librára de tomar parte, y que fué como la fermentacion por que pasó la sociedad humana para entrar en un nuevo período de su vida.

Aquel hombre infatigable, que en cuarenta años de imperio habia estado nueve veces en Alemania, seis en España, cuatro en Francia, siete en Italia, diez en los Paises Bajos, dos en Inglaterra, otras dos en Africa, que habia atravesado once veces los mares, y que, nuevo Atlante, sostenia sobre sus hombros el peso de dos mundos, sintiéndese debilitado de cuerpo y de espíritu, y no pudiendo ya inspeccionar personalmente sus inmensos dominios, determina retirarse á acabar tranquilamente sus dias en el silencio y soledad de un claustro, en esta misma España, principio y fundamento de su colosal poder: trasfiere á su hijo Felipe las coronas de Flandes y de España con todos sus territorios del antiguo y del nuevo mundo, y el agitador de Africa y Europa, aquel á cuya presencia temblaban los reyes y se estremecian los reinos, se abisma espontáneamente, y pasa desde el sólio más elevado de la tierra á sepultarse en la humilde celda de un solitario monasterio.

Seguirémosle en nuestra obra hasta sus últimos momentos, hasta su muerte ejemplarmente cristiana y religiosa; y guiados por la luz de auténticos é irrecusables documentos, rectificaremos los errores é in

exactitudes que acerca de la vida de Cárlos V. en Yuste han consignado casi todos los historiadores que nos han precedido, y daremos á conocer con verdad los pensamientos que preocupaban al grande hombre en su retiro.

En 1556 era rey de España Felipe II.

XII.

Aun desmembrada la corona imperial que heredó de Carlos V. su hermano Fernando, quedaba todavía Felipe II. el soberano más poderoso de Europa, y su matrimonio con María de Inglaterra le daba además gran mano en aquel reino.

Entre el padre y el hijo absorven casi todo el siglo XVI., pero le imprimen distinta fisonomía, porque no se asemejan en índole y en carácter. Así, dotados ambos de talento claro y de perspicacia suma. abrigando en mucha parte los mismos designios, constituyéndese uno y otro en representantes del catolıcismo y de la unidad religiosa, difieren grandemente en la política y en los medios. Flamenco y educado

en Flandes el uno, habia desagradado á los españoles porque no hablaba su idioma; español y criado en España el otro, habia disgustado á los flamencos porque no conocia su lengua. Cárlos, flamenco, tenia la vivacidad española; Felipe españel, tenia la fria calma de un flamenco. Parecia que habian equivocado la patria, Cárlos era espansivo y cosmopolita; Felipe sombrío y político de gabinete. Aquél, infatigable en el ejercicio del cuerpo, habia querido gobernar el mundo hallándose en todas partes; éste, incansable en el manejo de la pluma, aspiró á regir la Europa desde el rincon de un monasterio. Aquel dictaba leyes á cada país en su propio territorio; éste se las imponia desde su bufete. El padre hacia temblar un estado con su presencia; el hijo le intimidaba con un decreto. El padre paseaba las tierras y los mares perso nalmente; al hijo le bastaba tener un mapa sobre su mesa. Cárlos asistia á todas las asambleas de Europa; Felipe daba instrucciones á sus embajadores, era el gefe de los diplomáticos, y sabia más que ellos.

¿Era Felipe II. el demonio del Mediodía, como le nombraban entonces los estrangeros, ó era el rey santo, el hombre religioso, el que liberté la Iglesia de la heregía, y salvó de la anarquía los estados? ¿Fué el representante del fanatisnio y de la tiranía, el hombre de las hogueras y el verdugo de los pueblos, ó fué el gran político que comprendió su siglo, y dió á España engrandecimiento y gloria? Personage tan

ensalzado como deprimido, cada cual le ha colmado de elogios ó de invectivas, segun sus ideas ó sus pasiones. Observamos en ciertos escritores nacionales, empeño en unos, tendencia en otros á rehabilitar su memoria. Nosotros hemos procurado estudiar el genio del hombre y los designios del monarca, en el interior de su familia y palacio y en la direccion de los negocios públicos. Hemos visto sus decretos originales: ha pasado por nuestras manos su correspondencia diplomática, y hemos leido sus disposiciones en letra de su puño. Hemos tenido ocasion de examinar muchos de sus escritos, de sus propios borradores, allí donde al cabo de trescientos años parece verse todavía la cabeza que concebia, el corazon que dictaba, y la mano que se apoyó sobre aquel mismo papel; allí dende las líneas puestas á un márgen para sustituir á otras que se tachaban, revelan el pensamiento primitivo y el pensamiento nuevo que le reemplazó. Despues de todo esto podemos decir sin género alguno de apasionamiento que admiramos las grandes cualidades de aquel monarca y reconocemos y amamos algunas virtudes que le adornaron; pero sentimos no sernos posible amarle tanto como le admiramos.

Por nuestra parte hemos creido descubrir en Fclipe II. las prendas de un gran político; pero tambien las cualidades de un gran déspota. Sombrío y pensativo, suspicaz y mañoso, dotado de gran penetracion

« AnteriorContinuar »