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aparecia como el único capaz de dar vida al desfalleciente reiro; y cuando se acercó á las puertas de Madrid, hubiérale tal vez aclamado rey sin reparar en que fuese hijo de una cómica, si él hubiera tenido más audacia y más altos pensamientos; pero contentóse con un destierro para el confesor y con un vireinato para sí. Cuando despues fué primer ministro, no correspondió el acierto del gobernador á la fama del guerrero. Don Juan perdió su popularidad, y murió desopina lo despues de una administracion tempestuosa. Como si los nombres hubiesen sido necesarios para hacer más palpable la decadencia de España de los primeros á los últimos príncipes austriacos, vino este don Juan de Austria, hijo bastardo de Felipe IV. á recordar con dolor las glorias del otro don Juan de Austria, hijo bastardo de Cárlos I.

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¡Cuánto habia degenerado esta familia de reyes! El biznieto de Felipe II., de aquel monarca que bia gobernado el mundo por sí solo, vióse alternativamente dominado por una madre, por un hermano, por dos esposas, por confesores, por camareras intrigantes y por magnates codiciosos. El que de niño habia tenido que ser llevado hasta los cinco años en Lrazos de un aya, no pudo de rey marchar nunca sin andadores.

A la desmembracion que de sus posesiones sufria por fuera agregábase dentro la penuria de la hacienda, que nunca á tan desdichada estrechez llegára.

Era un mal heredado, que habia venido agravándose con las generaciones. Sucedíanse ministerios, discurríanse arbitrios, crcábanse juntas magnas, imaginábanse espedientes, útiles algunos, injustos muchos, absurdos otros, ridículos y estravagantes los más, eficáz ninguno. Pusiéronse en venta los títulos de Castilla y las grandezas de España, y vióse à un simple curial sin más categoría que la de page, y al hijo de un maestro de obras y otros sugetos de la clase más infima del pueblo, á los unos grandes de España, á los otros títulos de Castilla. Concibióse la idea de entregar al clero la administracion pública y de confiar la direccion de la hacienda, guerra y marina á los cabildos de Toledo, Sevilla y Málaga. El ejército de tierra apenas llegaria á veinte mil hombres mal disciplinados y casi desnudos, la marina á trece galeras de mal servicio, y la poblacion del reino á menos de seis millones de habitantes. Veíase languidecer, extinguirse á un tiempo la nacion y la dinastía reinante.

Sin esperanzas ni de sucesion ni de salud el monarca; litigase entre potencias estrañas la sucesion española, y por dos veces se reparten entre sí nues tro territorio como hacienda sin dueño. Mostróse Luis XIV. en estos tratados de particion el negociador más activo y el político más astuto y mañers, pero tambien el menos fiel y el menos sincero aliado. En la misma corte de España bullian y se agitaban el partido francés y el partido austriaco, que prevalecian

alternativamente segun las influencias que accidentalmente dominaban. El desgraciado monarca, hipocondríaco y enfermo, asediado y hostigado por todos, timido, vacilante, irresoluto y zozobroso entre instigaciones y consejos, opuestas pretensiones, personales afectos y escrúpulos de conciencia, estrechado por embajadores, grandes, inquisidores, confescres, consejeros y ministros, no acertaba á resolverse á nombrar sucesor. La Europa entera pendia de sus lábios, y Carlos no pronunciaba. Representósele hechizado; muchos creyeron en el maleficio; él lo creyó tambien, y su confesor le exorcizaba con la fé más cándida y más pura. Consultábase á los teólogos, á los juristas, al pontífice; apclábase á las respuestas de las mugeres endemoniadas; y todos, hasta los malos espíritus intervenian en el negocio de la sucesion á la corona de Castilla, menos las Córtes del reino, con las cuales no se contaba.

Firmó por último Cárlos en el lecho de muerte el documento que fijaba la disputada sucesion. Falleció á poco tiempo el atribulado monarca. Abrićse con toda solemnidad el codicilo. La política de Luis XIV. habia triunfado. El elegido era su nieto el duque de Anjou. Felipe V. de Borbon era el rey de España. La dinastía austriaca habia concluido.

Esta dinastia como la antigua de los Trastamaras, habia pasado en dos siglos, como aquella, de la actividad inás vigorosa á la nulidad más completa. Aun

fué mayor la degeneracion de Cárlos I. á Carlos II., que de Enrique II. á Enrique IV. No carece ni de exactitud ni de genio la pintura que de esta degradacion hace un ilustre escritor contemporáneo. «Cárlos V. (dice) habia sido general y rey: Felipe II. fué solo rey: Felipe III. Felipe IV. no supieron ser reyes; y Carlos II. ni siquiera fué un hombre. »

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Obstinada la dinastía austriaca en dorinar la Europa despobló la España, sacrificó sus hijos, agotó sus tesoros y ahogó sus libertades políticas.

Quiso abatir la Francia é imponerle un rey de su dinastía, y sufrió la ley providencial de la expiacion, siendo ella misma la que llamó á un príncipe francés á ocupar el trono de España. Y á tal estremo de desolacion habia venido nuestro pueblo, que hubieron los españoles de mirar como un bien el ser regidos por un príncipe estrangero; uno de los últimos recursos de los pueblos agobiados por los infortunios. Era el ano 1700.

Si los reyes Católicos hubieran resucitado, ¡cuántas lágrimas de amargura hubieran vertido sobre esta pɔbre España que dejaron tan floreciente y con tantos elementos de prosperidad! Si es que podian reconocer en la España de fines del siglo XVIII. la misma España que ellos legaron en principios del siglo XVI.!

XIV.

Desde este instante ya no hay Pirineos.» La Europa alarmada recogió estas palabras fatídicas con que el gran Luis XIV. apostrofó al nuevo monarca español al salir para España con el superior beneplácito de su abuelo. En siglo y medio no las ha olvidado, y en nuestros dias ha tenido ocasiones de recordarlas.

El tratado de los Pirineos produjo el testamento de Cárlos II. Habia eu aquel una cláusula que se' procuró hacer desaparecer en este. ¿Se invalidaba la renuncia de María Teresa al trono de España estipulada en las capitulaciones matrimoniales de los Pirineos, con la condicion de que no se reuniesen en una misma persona las coronas de Francia y España puesta en el testamento de Cá. les? ¿Cuál de las dos dinastias alegaba mejor derecho á la sucesion española, la rama austriaca ó la rama borbónica? ¿Cuál era más conveniente á España? La cuestion de derecho y la cuestion de conveniencia la resolvieron la voluntad del rey y la voluntad de los españoles. Habia además para Europa la cuestion de forma. La politica capcio

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