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de España y del mundo. Restaba saber á cuál de los gefes que representaban las parcialidades ó bandos que dentro de la misma república se disputaban el cetro de la universal dominacion, le quedaria ésta adjudicada. Tambien tuvo España el triste privilegio de ser el teatro escogido para el desenlace de este drama largo y sangriento. Los españoles, incorregiblemente sordos á la voz de la unidad, fáciles en apasionarse de los grandes génios, y fieles siempre á los que una vez juraban devocion ó alianza, en vez de limitarse á presenciar con ojo pasivo é indiferente, ó á celebrar en un caso con maliciosa y perdonable sonrisa cómo agotaban entre sí sus fuerzas los dos ambiciasos rivales, cometieron la última imprudencia, la de pelear, ya en favor de César, ya en el de los Pompeyos, acabando así de forjarse los hierros de su esclavitud, que esto y no otra cosa podian esperar cualquiera que fuese el que ciñera el laurel de la victoria.

En los campos de Munda se pronunció el fallo que declaró al vencedor de Farsalia dueño de España y del orbe. En aquel vasto cementerio de cadáveres romanos quedó sepultada la independencia española. César redondea su conquista apoderándose de unas pocas ciudades todavía rebeldes, y dando por terminado el papel de conquistador, comienza el de político, regularizando una administracion en la Península, de cuya pureza, sin embargo, no dejó consignado el mejor ejemplo personal. Sin duda aquel misino Hércules de Cádiz, que

antes habia visto á César obligar al ávido Varron á devolver los tesoros que habia robado de su templo, no debió ver con satisfaccion á aquel mismo César despojarle de ellos á su vez. Pero hacíanle falta para ganar la venalidad del pueblo romano, y comprar á peso de oro los votos de los comicios.

Debieron lisonjear mucho al vencedor los nombres de Julia ó de Cesárea con que se apresuraron á apellidarse muchas poblaciones españolas, engalanándolos con algunas de las virtudes del conquistador.

tano que

Antes de salir de España quisó César plantar con su mano en la elegante Córdoba el famoso plátano que inmortalizó la graciosa musa del español Marcial: pláhabia de simbolizar la civilizacion romana, hasta que sobre sus secas raices creciera, tiempo andando, en los mismos jardines de Córdoba la esbelta palma de Oriente, plantada por el califa poeta Abderrahman, emblema de otra civilizacion que reemplazaba á la romana; viniendo á ser aquella ciudad favorecida el centro de dos civilizaciones, representadas en dos árboles, plantados por las manos del genio del Mediodía y del génio del Oriente.

Parecia que no faltaba ya nada á Roma para ser señora absoluta de España; y así hubiera acontecido en todo otro país en que estuviera menos arraigado el amor á la independencia. Pero habíase este refugiado conservábase en las montañas, último baluarte de las libertades de los pueblos, como las cuevas suelen ser

y

el

postrer asilo de la religion perseguida. Era ya Roma dueña del mundo, y solamente no lo era todavía de algunos rincones de España habitados por rudos montañeses, en cuyas humildes cabañas no habia logrado penetrar ni el genio de la conquista ni el genio de la civilizacion. Los cántabros y los astures se atrevieron todavía á desafiar ellos solos, pocos, pobres é incivilizados, el poderío inmenso de la justamente enorgullecida Roma. Parece que la soberbia romana hubiera debido mirar con desdeñosa indiferencia la temeraria protesta de aquellas pobres gentes, como los últimos impotentes esfuerzos de un moribundo. Y sin embargo, fué menester que el mismo Augusto descendiera del sólio que el mundo acababa de erigirle, para venir en persona á combatir á un puñado de montaraces. En esta desigual campaña pudo recoger un triunfo que no era posible disputarle, pero triunfo sin gloria; la gloria fué para los vencidos, los vencidos, que solo lo fueron ó recibiendo la muerte ó dándosela con propia mano.

Ya Augusto habia cerrado solemnemente el termplo de Jano, signo de dar por pacificado el mundo, y todavía de los riscos de Astúrias, de allí donde en siglos posteriores habia de revivir el fuego de la independencia, salió el último reto de la libertad contra la opresion. Augusto pudo avergonzarse de haberse anticipado á cerrar el templo del dios de las dos caras. Otra lucha todavía mas desigual, y por lo tanto menos gloriosa para las armas romanas, acaba de decidir el triunfo

definitivo. Los cántabros y astures, oprimidos por el número de sus enemigos, ó buscan una muerte desesperada en las lanzas romanas, ó se la dan con sus propios aceros: en los valles y en los montes se reproducen las escenas de Sagunto y de Numancia: las madres degüellan á sus propios hijos para que no sobrevivan á la esclavitud, y solo así logran las águilas romanas penetrar en las montuosas regiones de la Península.

«La España (ha dicho el más importante de los historiadores romanos), la primera provincia del imperio en ser invadida, fué la última en ser subyugada.» No somos nosotros, ha sido el primer historiador romano el que ha hecho la más cumplida apología del genio indomable de los hijos de nuestro suelo.

IV.

Reducida España á simple provincia de Roma, con dioses, lengua, leyes y costumbres romanas, cesa ó se interrumpe por siglos enteros la que podemos llamar su historia activa y propia, y comienza su histo

ria política, si bien refundida en su mayor parte en la del antiguo mundo europeo.

Tocóle á Octavio Augusto llenar una de las más bellas misiones que pueden caber á un mortal, la de pacificar el mundo que César habia conquistado; y España bajo la paz octaviana recibe la unidad y la civilizacion á cambio de la independencia perdida. Bajo su benéfica administracion descansa España de sus largas guerras, y recibiendo un trato y unas mejoras á que no estaba acostumbrada, no es maravilla que levante templos y altares al primer señor del mundo á quien la lisonja humana habia divinizado. Cierto que serian más hijas del cálculo que del sentimiento las virtudes que le merecieron la apoteosis, y que invocó á las musas para que cubrieran con laureles el catro con que avasallaba al mundo. Pero los tiempos y los hombres vinieron á enseñar que le faltaba mucho á Augusto para ser el peor de los tiranos.

España vencida ganó en civilizacion lo que perdió en independencia. Recibió artes y letras, lenguaje, culto y leyes tutelares; vió su suelo cubierto de obras magníficas de utilidad y de belleza, de puentes, de acueductos, de grandes vias de comunicacion abiertas por entre las barreras de sus montañas, y fué adquiriendo para sus naturales, ya derechos de ciudadanía, ya participacion en las altas dignidades del imperio. Sufrió una catástrofe, y entró en el número de los pueblos civilizados. Trascurridos siglos, volverá á per

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