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resucitar la causa que habia muerto en los campos Vergara.

de

Terminada la guerra civil, avivóse más la guerra política y de opiniones entre las diversas fracciones del partido vencedor. Que en las épocas de regeneracion parece que el espíritu humano no acierta á vivir en el reposo, y busca si no los tiene, incentivos que le agiten, y nuevas luchas en que gastar el exceso y sobreexcitacion de su vitalidad.

Una cuestion de la ley municipal llevó la desavenencia del campo tranquilo de la discusion al terreno peligroso de la fuerza. En 1840 un movimiento popular imponente se pronunció en favor de los hombres de más avanzadas ideas en materia de reformas, y en contra de los que en aquella sazon tenian el poder. Mantúvose del lado de estos últimos la Gobernadora del reino; declaróse por aquellos el general Espartero que mandaba los ejércitos, y echando su espada en la balanza acabó por darles el triunfo. Creyóse la reina madre en el deber de renunciar la Regencia antes que ceder á la general sublevacion, y dejando la guarda de sus augustas hijas confiada al patriotismo de los españoles, abandonó las playas de la Península y se ausentó del reino.

Las Córtes encomendaron la Regencia vacante al afortunado general que habia tenido la suerte de terminar la guerra civil, y á quien rodeaba entonces ancha aureola de prestigio. Confióse la tutela de las au

gustas huérfanas á un ilustre veterano de la libertad.

Lejos estuvo de ser tranquila la Regencia del duque de la Victoria. Una conjuracion militar se fraguó para derrocar al regente. Estalló, fué vencida y corrió en los cadalsos sangre ilustre. Adversarios y amigos lloraron la de un general bizarro cuya lanza habia sido el terror de las huestes carlistas. La revolucion devora sus propios hijos Dos años más adelante se formó contra el gobierno del regente una coalicion en que entraron hombres de diferentes y aun opuestos partidos, de buena fé unos, con ulteriores y encubiertos designios otros. Fuéseles adhiriendo el ejército, que en su ma or parte abandonó al regente Espartero, como tres años antes habia abandonado á la Gobernadora Cristina, y Espartero á su vez tuvo que ausentarse de España como la madre de la reina. Los sacudimientos políticos no perdonan ni á los hombres eminentes salidos del pueblo ni á los vástagos y padres de reyes.

él

Vencedora la coalicion, menor de edad la reina, la Regencia de nuevo vacante, y no sosegada todavía la España, el gobierno provisional y las Cortes por convocadas acordaron anticipar la mayoría de la reina, remedio muchas veces ya usado por la nacion, para obviar conflictos en los casos de menoridades turbulentas.

Aunque el ministerio aclamado por la coalicion antes y después del triunfo habia salido de las filas de

los hombres del progreso, desavenidos que fueron los coalicionistas pasó el poder á manos de los que se nombraban conservadores, ya por arte y maña de los unos, ya por incomprensible inercia y flojedad de los otros Obra suya fué la reforma del código de 1837, ó más bien la nueva Constitucion de 1815. Resolvióse tambien el importantísimo punto del matrimonio de S. M., realizándose en un dia la doble boda de la reina doña Isabel II. y de la princesa su augusta hermana, no sin protestas y disgustos del gabinete de la Gran Bretaña, causa y raiz de algunas malas inteligencias que despues entre los gobiernos de ambas naciones sobrevinieron.

Ha sido el alma de la situacion creada en 1843, con breves intérvalos, el general Narvaez, duque de Valencia, hombre de nervio y de accion, y uno de los que contribuyeron más al triunfo del movimiento coalicionista de aquel año. Deben en gran parte los que desde entonces han regido los destinos de España á su actividad y su fortuna, el haber sofocado ó vencido los sacudimientos y perturbaciones de diversas índoles y tendencias que desde aquella época han acontecido en varios períodos y puntos de la península, no sin que haya vuelto á correr sangre española en los campos, en las calles y en los patíbulos: deplorable fatalidad de las revueltas y agitaciones políticas

XIX.

Hemos apuntado con cuanta rapidez nos ha sido posible los hechos principales que han ido trayendo la España á la situacion en que hoy se encuentra, cuidando de citar en lo perteneciente a las últimas épocas tan solamente aquellos sucesos consumados que ningun partido político puede negar, que nadie puede borrar ya de las tablas de los fastos españoles. En el tiempo que estos sucesos se verificaban, nosotros, cumpliendo con un deber que á fuer de españoles amantes de nuestra patria nos habíamos impuesto, emitíamos diariamente nuestro juicio y los calificábamos segun nuestro leal y humilde saber en escritos de bien diversa índole que el presente. Por espacio de más de diez años levantamos nuestra débil voz en defensa y vindicacion de la ley, de la moralidad y de la justicia, no siempre acaso sin fruto, siempre animados de la mejor fé, jamás faltando á nuestra conciencia, aun en aquello en que tal vez pudiéramos como hombres equivocarnos más.

Hoy como historiadores tenemos deberes muy distintos que cumplir. Actos y sucesos que entraban bien

en el dominio del periódico no pueden entrar todavía en el de la historia, si ha de presidir á esta la crítica desapasionada y la más estricta imparcialidad. Las consecuencias y resultados de los grandes acontecimientos políticos tardan en desarrollarse y en dar sus frutos saludables ó nocivos, y no son las primeras impresiones las que deben servir de norma al fallo severo del historiador. ¡Cuántos acaecimientos de la historia antigua debieron parecer calamidades á los que entonces los presenciaban, y solo más tarde se vió que no habian sido sino en provecho de la humanidad!

Hay verdades y principios que tenemos por fundamentales y eternos. Pero las modificaciones de las formas no pueden ser históricamente juzgadas sin riesgo de equivocarse en su apreciacion, hasta que sufren la prueba decisiva del tiempo. Por eso, así como ni debemos ni podemos juzgar del espíritu de un siglo ó de una época remota por las ideas que dominan en el presente, seria igualmente aventurado calificar lo de hoy como lo más conveniente para mañana, cuando el tiempo y las combinaciones políticas han hecho tantas veces fallidos los cálculos humanos.

Por eso en nuestra obra, donde tenemos que ser más estensos y más esplícitos como narradores y como analizadores, llegaremos hasta donde prudentemente creamos que puede estenderse la jurisdiccion, el deber y la libertad del historiador, sin que considera

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