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mundo llegó á sospechar si Dios habria retirado de él la mano de su providencia. Entonces se dejó oir desde las regiones de Africa la elocuente y vigorosa voz de un padre de la Iglesia, del obispo de Hipona, exhortando á la humanidad á que no desfalleciera en tanta angustia, y enseñando á los hombres que Dios habia querido castigar el mundo antes de regenerarle, y que tendrian un término sus dolores.

Ciertamente si la cólera divina hubiera tenido decretada más venganza, ningun instrumento hubiera podido elegir mejor para acabar de afligir la humanidad que e! fiero gefe de los bunos, Atila, la más ruda figura histórica que han conocido los siglos. Mas cuando el feroz Atila se desprendió de los sombríos bosques de la Germania para venir á inundar con sus innumerables y salvages hordas la tierra ya harto ensangrentada por sus predecesores, entonces se oyó en Occidente una vez estruendosa, que proclamó: «no más bárbaros ya.» Y aliándose como providencialmente romanos, godos, francos, los restos del mundo civilizado y las nuevas razas en que se habia inoculado la fé, salen al encuentro al más formidable de todos los bárbaros, y en los aampos de Chalons se traba la batalla más horrible y más famosa de que dan noticia los anales del mundo. Atila es derrotado, la sangre de los hunos hace salir de su cauce los rios; el leon del desierto se retira á su cueva, á cuya entrada desahoga en espantosos rugidos su rábia impotente: la barbárie ha sido

rechazada; los bosques germánicos cesan de arrojar salvages, y si algunos se desgajan todavía, son ya repelidos por los mismos pueblos asentados en territorio romano; y la humanidad recibió un consuelo vislumbrando que la civilizacion se habia salvado en aquella tremenda lid.

Durante esta angustiosa lucha de pueblos y de generaciones, el decrépito imperio romano, mutilado, atacado en su corazon y herido de muerte en su cabeza, va arrastrando una agonía prolongada. Despréndese cada dia algun giron de la vieja y gastada púrpura imperial. En Oriente se conserva un fantasma de poder, y el Occidente se asemeja á un cadáver palpitante. Odoacro reina al fin en Italia, y Roma concluye su mision. El imperio que comenzó por un hombre á quien el mérito hizo apellidar con el nombre divino de Augusto, termina en Occidente con otro hombre á quien por irrision y sarcasmo se aplicó el de Augustulo. Este miserable ni siquiera tuvo la triste gloria de ser llamado el último romano: este título se le habia arrebatado Aecio, postrer destello del antiguo valor de Roma.

Con toda esta ignominia acabó el imperio más poderoso que ha conocido el orbe.

V.

Casi al mismo tiempo que Alarico saqueaba á Roma, al principio del siglo V. de la era cristiana, franqueaban los Pirineos tres razas de bárbaros, cuya planta salvage llevaba tras si la devastacion, el incendio y la muerte. Eran los Suevos, los Vándalos y los Alanos. Viene á completar el cuadro desolador una hambre horrorosa y una peste mortifera. Faltan campos donde sepultar tantos cadáveres; el pueblo sabe con horror que una madre ha devorado uno tras otro sus cuatro hijos, y apedrea aquella muger sin entrañas. La voz dolorosa de España resonó en toda Europa, y la Iglesia consignó sus lamentos en sus melancólicas letanías.

¿Serán estos los pueblos destinados á heredar esta rica y fértil provincia? No: ni España lo merece, ni Dios lo permite. Unos y otros serán arrojados por otre pueblo menos indigno que ellos de ocupar este suelo privilegiado, los Visigodos.

Esta mision comienza á llenarla Ataulfo, que por

lo menos habia tenido el mérito de no recoger para sí en el saqueo de Roma otro botin que á la bella Placidia, para convertirla de esclava en esposa. Prosíguela Walia con más fortuna, aunque á nombre todavía del imbécil emperador romano que se hacia la ilusion de dominar en España. Eurico es el que se atreve á emancipar abiertamente la España del espirante poder romano, y á conquistarla para sí. La España deja de ser romana y se hace goda, y Eurico aparece como un gigante que sentado sobre el Pirineo abarca con sus brazos la España entera la Galia Meridional. Es el mayor estado de Occidente que se ha formado sobre las ruinas del imperio.

Alarico II es víctima de la deslealtad de Clodoveo, rey de los francos, que le sonríe y halaga en un festin para quitarle alevosamente la vida en el campo de batalla. Pierden los godos en los campos de Poitiers una gran parte de la Galia gótica, y aunque conservan la Septimania, el asiento de la monarquía goda se fijará ya en la península española. Aquí es donde ha de tener su centro, su fuerza, su porvenir, su declinacion y su caida. En los tiempos de Alarico II, un siglo despues de Alarico I, es cuando se ve formadas las tres grandes naciones neo-latinas, Italia, España y Francia, fundadas por las tres grandes razas septentrionales, Ostrogodos, Visiogodos y Francos, que se arrogaron la mas pingüe herencia del desmoronado imperio. Pasa la monarquía godo-hispana despues de Alari

co II por alternativas y vicisitudes de decadencia y engrandecimiento; agítanla rebeliones intestinas, y la inquietan invasiones y guerras estrañas. Por dentro los indóciles vascos, cántabros y austeres, de inmodable genio, y los suevos de Galicia, reino ingerto que aparece y desaparece, muere y resucita misteriosamente por períodos. Por el litoral, los griegos bizantinos, pegadizos huéspedes y vecinos incómodos, que servian para alentar banderías y conspiraciones y entretener las fuerzas del reino. Por el Pirineo oriental la raza franca, rival envidiosa de los visigodos, que hacia servir las diferencias religiosas para trabajarlos y enflaquecerlos, y les iba arrancando á pedazos las posesiones góticas de las Galias. Hasta Suintila ninguno pudo llamarse rey de toda España sin contradiccion.

¿Cómo tan pronto se apoderaron los bárbaros del Norte de esta nacion belicosa que por tantos siglos resistió á la más ilustrada y más poderosa república del mundo? ¿Es que habia degenerado el genio indomable de los antiguos celtiberos? Algo habia. Pueblo ya la España de artistas, de agricultores, de literatos y de clérigos, infectado de la inercia y la molicic de la corrompida civilizacion romana, no era fácil que resistiera al rudo empuje y á la salvage energía del pueblo soldado, endurecido con el ejercicio de la guerra, y que contaba tantos guerreros como individuos. ¿Ni qué interés tenian ya los españoles en seguir viviendo bajo la coyunda de los gobernadores romanos? ¿No les so

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