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trado el undécimo siglo; de aquellos príncipes filósofos y guerreros, estirpe privilegiada, de que apenas salió algun vástago que no mereciera un lugar distinguido en la galería de los grandes gefes de los imperios: al ver las huestes agarenas franquear los Pirineos, invadir la Aquitania franca, tomar á Narbona, incendiar los arrabales de Marsella, hacer al Africa una dependencia de España y dominar á uno y á otro lado del Mediterráneo: al ver á los Césares de Bizancio á los emperadores de Alemania, los Teófilos los Othones, enviar embajadas solemnes, con demandas de auxilio ó proposiciones de alianza y amistad, á los Abderrahmanes de Córdoba: al ver aquellas masas innumerables de guerreros que á la voz del alghied ó guerra santa se congregaban, reunidos los estandartes de España con los de Africa (gran depósito de reserva y retaguardia invulnerable del imperio), para atacar á los pobres cristianos que ocupaban unos retazos de esta península, allende el Ebro ó del otro lado del Duero, parece inverosímil, ya que no imposible, que los soldados del cristianismo se atrevieran á medir sus fuerzas con tan gigantesco y formidable poder.

Y sin embargo hicieronlo así. Y el éxito fué mostrando que no hay triunfo imposible cuando la causa es justa, ni empresa temeraria cuando se acomete con arrojo, se sostiene con perseverancia y se prosigue con fé. A los Abderrahman, á los Alhakem y á los Hixem, oponian los cristiauos los Ramiros, los Ordoños y los

Alfonsos; Almudhafar se encontraba con un Fernan Gonzalez; y si los sarracenos contaban con un Almanzor, el Victorioso, no les faltaba á los cristianos un Cid Campeador.

En todos los estremos de la Península resonaba un mismo grito de independencia: en cada territorio se organizaba un pequeño estado que servia de antemural al torrente de la dominacion. Los reyes de Leon sostienen como buenos el honor de las armas cristianas. En Castilla se constituye un condado, que después ha de ser reino, destinado à soportar el peso de la contienda. Las fronteras de Castilla y de Leon, mil veces ganadas y perdidas por árabes y españoles, sirven por cerca de dos siglos de baluarte á la cristiandad. En Navarra los Garcías y los Sanchos dilatan prodigiosamente los límites de aquel pequeño reino, de. origen oscuro y cuestionado. En los Pirineos orientales, sobre el cimiento de la Marca Gótica, fundada por Carlo-Magno y Luis el Pio, se erige el condado de Barcelona, que franco primero, español después, y cristiano siempre, ocupado sucesivamente por los Wifredos, los Borreles, los Berengueres y los Ramones, forma otro dique en que va á romperse el oleage de las algaradas muslímicas: dique que se ensancha hasta incorporarse con Aragon, cuyo estado ven nacer los Ommiadas antes de la disolucion de su imperio.

A la segunda mitad del siglo X, bajo Abderrahman III. y Alhakem II. llega el Califato á un grado

asombroso de grandeza y de esplendor. El primero es el reinado de la conquista y de la magnificencia; el segundo es el imperio de las letras y de la cultura. Abderrahman III., el Magnífico, el primero que toma el título de Califa á imitacion de los de Damasco, el Iman, el Emir Almumenin, acaba con todas las sediciones intestinas, gana á Toledo, último atrincheramiento de los rebeldes, destruye en Africa los califatos de Fez y de Cairwan, y teniendo con una mano sujeta el Africa, y ejerciendo con otra un protectorado discrecional sobre todos los estados cristianos de España, ve desde el fantástico palacio de Zahara, mansion de maravillas, de voluptuosidad y de deleites, postrarse á sus piés embajadores de los Césares de Oriente y de los emperadores del norte de Europa, venir á solicitar su amistad los representantes de los soberanos de Francia, de Borgoña y de Hungría, acogerse á su patronato y apoyo el conde de Barcelona y el rey García de Navarra, á Sancho el Gordo de Leon ir á buscar á Córdoba los recursos de la medicina y la tutela del califa, á Ordoño IV. el Malo pedir un rincon del vasto imperic mu sulman en que acabar triste y oscuramente sus dias: aliados, en fin, cuya flaqueza le garantía su fidelidad ó protegidos que le debian su corona y le retribuian una dependencia y sumision moral. Alhakem II. amparador de las letras y protector de los doctos, sustituye las bibliotecas á los campos de batalla, los cantos poéticos al ruido de los atabales, los certámenes literarios á los

combates sangrientos, y las academias á los triunfos del alfange; lleva á las musas á habitar á su alcázar; y sus graciosas esclavas Rhedya, Aischa y Maryem, recuerdan las Safos, las Aspasias y las Corinas de los bellos tiempos de Grecia. Era el uno el César, y el otro el Augusto del imperio musulman. Desgraciada estrella tenia que lucir á los cristianos.

Eclipsase esta casi totalmente con Almanzor, el grande, el guerrero, el victorioso; genio privilegiado y conjunto admirable de tacto político, de talentos literarios y de intrepidez bélica, que en veinte y cinco años gana cincuenta batallas á los cristianos, cayendo sobre ellos como un meteoro abrasador de incierto rumbo, y reduciendo su reino casi á los estrechos confines del tiempo de Pelayo. Las campanas de la catedral de Compostela son trasportadas á Córdoba en hombres de cautivos cristianos para servir de lámparas en las naves de la grande aljama, y hasta las reliquias de los santos y los huesos de los mártires, conducidos por monarcas fugitivos, van á buscar un altar seguro en las cuevas y rocas inaccesibles de Astúrias.

No hay al parecer medio humano que pueda salvar la causa de la independencia y la causa del cristianismo. Pero le habrá: porque no es la civilizacion de Mahoma la que está llamada á alumbrar la humanidad, ni el astro que ha de guiarla en su carrera. Caerá el coloso, porque la Providencia vendrá otra vez en ayuda de este pobre pueblo, que por lo menos ha

tenido el mérito de no desconfiar nunca de la justicia de no desmayar jamás en la fé.

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La comun necesidad y peligro inspira á los príncipes cristianos el pensamiento, aunque harto tardío, de la union, y deponiendo rivalidades y discordias, se determinan á arriesgar en una batalla y á jugar en un dia sus comunes destinos, los destinos de ambos pueblos, los destinos de la cristiandad. Los ejércitos se avistan, se encuentran en los campos de Calat-Añazor (la cuesta de las Aguilas), y se traba la terrible pelea.... O las ataqueviras de los soldados de Mahoma no han llegado á Allah, ó Allah ha sido impotente ante el Dios de los cristianos, y Almanzor el Victorioso ha dejado de ser el Invencible. Almanzor deja de existir y es enterrado en Medinaceli, en la caja de polvo que habia ido recogiendo del que sacaba en sus vestidos en cada batalla. Aque! polvo cubria veinte y cinco años de gloria suya y un dia de gloria para los cristianos. El desastre de Guadalete ha sido vengado en CalatAñazor. Ahora como entonces se oye un quejido de dolor en toda España; pero ahora es la España musulmana la que se lamenta. La España cristiana hace resonar las bóvedas de sus templos con el himno sagrado

'se

que la Iglesia destina á dar gracias a Dios por prosperidades de la cristiandad.

las

Con razon se vistió de luto el pueblo musulman, porque la muerte de Almanzor era la muerte del imperio. Su desprestigiado califa Hixem, soberano sin

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