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autoridad y niño de por vida, esclavo en su alcázar y rodeado de muchachos y de jóvenes y mugerzuelas, sirve ya solo de miserable juguete á los que se dispu · tan la herencia de un trono, ni vacante en realidad, ni en realidad ocupado; pregónanle muerto ó le proclaman vivo ó resucitado, le enseñan ó le esconden al pueblo á manera de maniquí, segun conviene á las miras de un pretendiente astuto ó de un eunuco de palacio. El trono de Córdoba se hace presa del más atrevido usurpador, como el de Roma en tiempo del Bajo Imperio. Se desencadena el odio de tribus, y se devoran entre sí disputándose con horroroso encarrizamiento los despojos del Califato que se desmorona. Desaparece la noble raza de los Beny-Omeyas, y sobre las ruinas del poco ha tan soberbio imperio, se levantan tantos reyezuelos como son los walies y las ciudades musulmanas.

Entretanto los monarcas cristianos se contentan con ser solicitados por los competidores al trono musulman, con inclinar la balanza al lado donde arrojan su espada, y con hacer reyes á los mismos que pudieran hacer vasallos. Sin embargo, se restaura la basílica de Compostela; Leon se reconstruye; los desmantelados muros de Zamora se reedifican. Alfonso V. de Leon puede celebrar ya un concilio en la resucitada ciudad. Los Berengueres de Cataluña dominan desde Rosas hasta la embocadura del Ebro. Aragon se constituye. Sancho el Mayor de Navarra dilata prodigiosa

mente su diminuto estado. Padre de reyes y repartidor de reinos, hace á Fernando primer rey de Castilla. Fernando se ciñe las dos coronas de Castilla y de Leon, y somete á tributo á los emires independientes de Toledo, Zaragoza, Badajoz y Sevilla. Por último, Alfonso VI., rey de Castilla, de Leon y de Galicia, se apodera del primero y más inespugnable baluarte de la España sarracena, de la inmortal Toledo. La antigua córte de la España gótica vuelve á ser la capital de la España cristiana. Es el 25 de mayo de 1085.

VII.

El imperio ommiada ha caido. Se ha desplomado desde la cumbre del poder, casi sin declinacion, casi sin gradacion intermedia entre su mayor grandeza y su total ruina. ¿Cómo descendió desde la cúspide al abismo? El prodigio de su engrandecimiento esplica el de su caida. Las relevantes cualidades y especiales talentos de sus califas lo habian hecho todo. La grandeza moral del pueblo no existia; estaba toda en el gefe del Estado. El peso del edificio cargaba sobre la

cabeza. Faltó el gefe y con él se desplomó el imperio como una estátua sin pedestal.

No era esto solo. Vivian inextinguibles las antipatías de casta y de tribu, le orígen, de costumbres, de inclinaciones y de creencias. Las eternas rebeliones de los Hafsun y de los Caleb; trasmitidas de generacion en generacion, probaban que la raza feroz de los hijos del Atlas ni transigia ni perdonaba jamás á la raza mas culta de los hijos del Yemen. El Africa habia enviado hombres á los soberanos de Córdoba, mientras meditaba como enviarle señores. Y tan pronto como halló ocasion, esa raza indomita, que tuvo el privilegio de conservar los instintos salvages en medio de un pueblo civilizado, destruyó con su propia mano los brillantes mármoles de los palacios de Córdoba, holló con su ruda planta los elegantes jardines de Zahara, é hizo hogueras de la biblioteca de Merwan, adquirida á precio de oro. Vándalos del Mediodía, hicieron con Córdoba lo que con Roma ejecutaron los bárbaros del Norte. Acababan los árabes y comenzaban los moros.

Mahoma cometió un olvido imperdonable al fabricar la constitucion del imperio. No hizo una ley de sucesion al trono. Y los califas abrogándose la facultad de elegir sucesor de entre sus hijos ó deudos, sin atender ni á la primogenitura ni aun á la estricta legitimidad, prefiriendo á veces un nieto á los hijos, ó un postrer nacido á les hermanos primogénitos, pocas

veces dejaron de ver ensangrentadas las gradas del trono por los miembros postergados de aquellas familias que la poligamia hacia tan numerosas, y las guerras comenzaban por domésticas y concluian por civiles. Los godos y los cristianos de los primeros tiempos de la restauracion sufrieron por la misma falta iguales inquietudes. ¡Cuánto tardaron los hombres en conocer las ventajas de esa institucion, menos bella pero menos fatal, de la sucesion hereditaria!

¿Qué representaba el pueblo musulman al lado del pueblo cristiano? El uno el triple despotismo de un hombre, á la vez monarca, pontifice y gefe superior de los ejércitos. La nacion no existía; era una congregacion de esclavos en que todos lo eran menos el señor de todos. Aparte del fanatismo religioso, ¿qué aliciente tenian para ellos las fatigas de una eterna campaña?

Sabian que desde Mahoma hasta la consumacion del imperio, su condicion, inmutable como la ley, no habia de variar nunca; esclavos siempre; ni una franquicia que adquirir, ni una institucion que ganar. ¡Ay de ellos si se atrevian á quejarse de que el botin de sus triunfos sirviera para las prodigalidades de un califa, que desde el artesonado salon de su suntuoso alcázar le repartia entre las poetisas que le adormecian con el arrullo de sus versos ó de sus cantos, ó de ó de que distribuyera la sustancia del pueblo entre las esclavas que le enloquecian con estudiados placeres, ó de que las rentas anuales de una provincia fueran el precio

del collar que c'estinaba á la garganta de una odalisca de ojos negros! Las cabezas de los que tal murmuráran rodarian por el suelo, cualquiera que fuese su número, y no faltarian poetas que ensalzáran á las nubes las virtudes y aun la piedad del soberano.

Los cristianos representaban el triple entusiasmo de la religion, de la patria y de la libertad civil. Pues al paso que peleaban por la fé, luchaban por rescatar su nacionalidad, y ganando la sociedad ganaba tambien el indivíduo y conquistaba franquicias y derechos. Este triple entusiasmo, en oposicion á la triple esclavitud de los musulmanes, necesariamente habia de infundir mas vigor en aquellos. Los viejos cronistas han hecho mal en recurrir al milagro para esplicar cada triunfo de los cristianos.

Si disuelto el imperio ommiada no acabaron de expulsar las razas mahometanas, culpa fué del heredado espíritu de individualismo y de sus incorregibles rivalidades de localidad. Las envidias se recrudecieron despues del triunfo de Calatañazor, y los reinados de Sancho y García de Navarra, de Ramiro de Aragon, de Fernando, Sancho, Alonso y García de Castilla, Leon y Galicia, todos parientes ó hermanos, presentan un triste cuadro de enconos y rencores fraternales, en que parece haberse desatado completamente los vínculos de patria y borrado del todo los afectos de la sangre. Los hermanos se arrojan mútuamente de sus tronos, y los hijos de un mismo padre se clavan las Томо 1.

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