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reemplazaron en los XIII, XIV y XV otros anales y otras crónicas más estensas y nutridas. Desde el autor de la historia del Cid en verso hasta Hernando del Pulgar, que floreció en la época de los Reyes Católicos, se dieron grandes pasos. Los príncipes mismos se honraban con el título y ocupacion de cronistas.

Multiplicáronse, como era natural, los escritos de este género desde que con la union de Aragon y Castilla pudo decirse que la España era una nacion. Viose en aquel y en el siguiente siglo ir surgiendo una série de hombres doctos, que consagrados á ilustrar y ordenar la historia produjeron obras, si bien no exentas de preocupaciones y de errores, pero tampoco escasas de mérito y de dotes muy recomendables. No las cito, por lo mismo que es grande ya el catálogo. Contribuyeron á este desarrollo de la aficion á los trabajos históricos las plazas de cronistas y de historiógrafos, ya particulares de provincias, ciudades ó príncipes, ya generales del reino: feliz creacion de los soberanos de aquella época, que es de lamentar haya caido en desuso. Aquellos diligentes y laboriosos investigadores desenterraron multitud de documentos útiles, que yacian cubiertos de polvo en los archivos municipales y en los sótanos de los monasterios. Débeles la historia no ser todavía un caos tenebroso é insondable.

Morales, Zurita y Garibay puede decirse que la crearon, abriendo un nuevo camino y enseñando á tratarla con dignidad y con decoro. Morales, por lo mismo que tenia ya otro criterio, no debió haber figurado como continuador de la bella coleccion de fábulas y cuentos que con el título de crónica habia ordenado y publicado Florian de Ocampo. Debió haber deshecho la obra de

éste, y levantádola él de nuevo. Garibay, escudriñador sin crítica, es todavía consultado con utilidad. No puede pronunciarse sin respeto el nombre del juicioso Gerónimo de Zurita. Este insigne historiógrafo de Felipe II, acudió á las verdaderas fuentes de la historia, á los archivos, y basó su obra sobre documentos originales. Mas ni los anales de Zurita son una historia general de España, ni aunque lo fueran, llenarian las condiciones que hoy de la historia se exigen. Narrador minucioso y exácto, pero árido y seco en la forma, falto de elegancia como de filosofía, es un buen repertorio de los sucesos de la época que comprende, tan insoportable para ser leido por recreo como indispensable á todo el que se ocupe de escribir historia.

Hacíase sentir ya demasiado la falta de una historia general de España. La nacion que de tantos desmembrados reinos habia logrado convertirse en una sola y vasta monarquía; la nacion que dominaba en la mitad de Europa, y se habia hecho señora de un nuevo mundo, no habia tenido un ingenio que penetrando atrevidamente en el confunso laberinto de los abundantes materiales que andaban diseminados, los reuniera y ordenara, y redujera á un cuerpo de historia, en que pudieran aprender los españoles por qué série y encadenamiento de vicisitudes habia pasado su patria para llegar á ser lo que entonces era.

Esta tarea tan importante como difícil, fué la que emprendió el padre Mariana.

He llegado á la primera historia general que se escribió en España, y con desconsuelo hay que decirlo, la única que poseemos.

Despues como antes de la obra del sábio jesuita, se

han escrito historias particulares de reinos ó reinados, de provincias, de ciudades, de príncipes, de dinastías, de órdenes religiosas, de instituciones y de familias, memorias, sinopsis, compendios, ilustraciones, adiciones y anotaciones. Débense á algunos institutos religiosos trabajos importantísimos. Hemos tenido nuestros monjes de San Mauro: nuestros Montfaucon, nuestros Bouquet y nuestros Calmet, han sido el venerable y eruditísimo agustino Florez, y los ilustrados continuadores de la España Sagrada. Las Memorias de la Academia de la Historia contienen discursos llenos de erudicion, y elucubraciones importantes de épocas oscuras y de cuestionados puntos históricos. Son infinitas las obras de más ó ménos mérito, que se deben á la laboriosidad de hombres aislados, y cada dia ven la luz pública colecciones de documentos que se van exhumando de los archivos, tambien con más ó ménos criterio ordenados. Materiales inmensos; ningun edificio concluido.

La Sinopsis histórica del presbítero Ferreras es una narracion desnuda de todos los atavíos de la historia. Este laborioso y apreciable escritor, por ser demasiado cronologista, se hizo un seco ensartador de hechos sin hilacion ni travazon alguna, cuya lectura solo puede soportar el que tenga precision de hacer sobre ella un estudio comparativo. Pecó Masdeu por el estremo opuesto en su Hstoria Crítica. Disertador difuso mas que historiador razonado, dejóse llevar del afan de lucir su genio crítico, su indisputable erudicion, y su diccion generalmente fácil, armoniosa y correcta; y su obra, más que á historia de España, se semeja á una abundante coleccion de discursos académicos enderezados á refutar tradiciones recibidas ú opiniones generalizadas, y sabido

es hasta qué punto se dejó arrastrar del amor á las novedades y de la pasion de la singularidad. Sus veinte volúmenes no llegan á la mitad de los que hubieran debido ser segun las dimensiones de su plan. El dean Ortiz, por el contrario, redujo su historia á tan cortas proporciones, que él mismo la llamó Compendio histórico-cronológico; eslabon intermedio entre las historias generales y los compendios. No es ciertamente la crítica filosófica lo que resalta en ella. El docto canónigo Sabau y Blanco, presentándose como modesto ilustrador de Mariana, tejió bajo el humilde título de Tablas Cronológicas, una nueva narracion de hechos, desde los tiempos más remotos hasta la muerte de Cárlos III. Ingirió, digámoslo así, una historia en otra, como quien reconoce la necesidad de reemplazar la antigua, y no tiene resolucion para formar una nueva; y por timidez ó por otras causas, no acierta á ponerse á la altura de su siglo, acaso con elementos para ello.

Sensible es en verdad que habiendo tenido España en los siglos XVI y XVII historiadores que podian competir con los mejores que entonces poseian los demás pueblos de Europa; un Zurita, á quien llamaron algunos el Tácito español; un Mariana, á quien se comparaba á Tito Livio; un Mendoza, que se propuso competir con Salustio; un Solís, á quien podemos llamar el Curcio español, quedára despues tan rezagada en punto á literatura histórica respecto á aquellos mismos paises. Y es que precisamente empezaron á decaer en España las letras cuando en el resto de Europa comenzó á florecer le filosofía, y siguió nuestro país, como en la marcha política ha solido acontecerle, un movimiento inverso al de las demás naciones.

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En el siglo presente es cuando algunos celosos é ilustrados ingenios españoles han procurado levantar de su postracion este ramo de nuestra literatura, y alcanzado honroso nombre y merecida fama con historias particulares de reinos ó provincias, de dominaciones ó de reyes, de instituciones religiosas ó políticas, de los códigos de nuestra legislacion, y de otras materias y asuntos interesantes y propios para aclarar nuestra historia. Hánlo desempeñado ya con otro criterio y otra filosofía que la que pudieron alcanzar los escritores de los precedentes siglos. Capmany, Llorente, Marina, Toreno, y otros aun más modernos, cuyos luminosos escritos tendré muchas ocasiones de citar en mi obra, han hecho servicios eminentes á la historia nacional. Materiales y auxilios son de gran precio; pero es lástima que tan esclarecidos varones no hubieran acometido la empresa de dotar á su patria de una historia general.

Más cuidadosos ó más arrojados las estrangeros, parece haberse propuesto ó enmendar la incuria ó suplir la irresolucion de los ingenios nacionales que pudieran haberlo hecho con éxito. En obsequio á la imparcialidad debo decir que en algunas de sus obras he hallado erudicion vasta, sensatez en sus juicios, no escasa copia de datos, método en la ordenacion, y mas conocimiento de las cosas de España que el que por lo general han mostrado otros estrangeros que de ella han escrito, no pocos en verdad con ascmbrosa y culpable ligereza. Merecen en mi dictámen no ser comprendidos en el número de estos últimos, antes con mas razon ser incluidos entre los primeros, los historiadores generales de España Dunham, Romey, Roseew Saint-Hilaire, y los particulares Robertson, William Prescott, Weis, William Coxe, to

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