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PRÓLOGO.

En este tiempo de pasiones políticas en que es tan difí«cil, cuando se siente alguna actividad de espíritu, no "participar de la agitacion general, creo haber hallado "un medio de reposo en el estudio sério de la historia.»

Son tan adecuadas á mi situacion estas palabras con que el erudito Agustin Thierry encabeza su primera carta sobre la historia de Francia, que si no las hubiera hallado escritas hubiera tenido yo que inventarlas para mí. El ilustre autor de la Historia de la Conquista de Inglaterra por los Normandos me ahorró este trabajo.

En efecto, la política es la pasion dominante del siglo. Hijo y heredero de otro siglo filosófico, la filosofía y la politica han puesto en tela de discusion cuales deben. ser los principios fundamentales de la gobernacion de los hombies. Las pasiones han convertido la discusion en lucha sangrienta, cuyo término no se ve todavía. Se han dado grandes pasos hácia la verdadera civilizacion, pero he visto con dolor que el siglo de la filosofía política lleva en su seno gran parte de la levadura de los siglos de la fuerza.

Acababa de reproducirse en España esa lucha de ideas en que se habia empeñado desde principio del siglo, y yo participé de la general agitacion. Me sentí estrecho en la tranquila morada en que vivia consagrado á la enseñanza de la juventud, y me lancé à la vida procelosa del escritor político. No tenia que vacilar en la eleccion de bandera; me alisté en la que representaba los principios que habia inculcado ya en las aulas á mis jóvenes alumnos. Adopté el estilo que me pareció más adecuado y más eficaz para corregir los errores ó los abusos de los hombres, y tomé un seudónimo que suponia una profesion y estado á que no pertenecia, y que una ley acababa de abolir. Engaño inocente en que cayeron muchos.

Muchas veces en el largo trascurso de años que dediqué á estas tareas, tuve que pasar por las dos grandes pruebas á que se suele someter á los escritores políticos en épocas de turbaciones y de corrupcion: las persecuciones y los halagos. Soporté con serenidad las primeras, y deseché con desden los segundos. Quizá en esto último llevé el santo amor de la independencia hasta el extremo de una adusta altivez. Debo discurrir que esta cualidad, hija del temperamento, y acaso la sana intencion y buen deseo del escritor que se trasluciera ó revelára en sus páginas, seria la que moviera á los pueblos de España á dispensarme aquellas lisonjeras é inmerecidas manifestaciones, ni buscadas, ni esperadas, ni desagradecidas, de que es buen librar el verlas pasar sin desvanecimiento.

Perdónese á quien va á consagrar á su patria nuevos é ímprobos trabajos, el disimulable goce de poder consignar no haber recogido por toda remuneracion de las

tareas pasadas, sino las amarguras y las satisfacciones morales que produce la severa censura ejercida á conciencia, y en que se ha prohibido la entrada á la lisonja. La mayor de aquellas satisfacciones es haber salvado el piélago de las ambiciones en que tantos han naufragado, y haber atravesado por entre la espesa lluvia de mercedes que pródigos dispensadores han derramado desde el cielo del poder, con la fortuna de no haberse dejado humedecer con una sola gota de ese rocío tentador. No han sido ciertamente la abnegacion y el desinterés ni el carácter distintivo ni las virtudes comunes de la época.

Voy á entrar en una nueva senda literaria, y reconozco por una de las primeras y más indispensables condiciones para marchar dignamente por ella, el desapasionamiento y la imparcialidad. Veinte volúmenes podrán, acaso, dar algun testimonio de no haberme sido del todo estrañas estas virtudes. ¿Pero quién puede estar seguro de ser siempre y del todo desapasionado, cuando se juzga á los contemporáneos, cuando se desempeña el triple papel de testigo, de actor y de censor simultáneamente? Bien podré, sin embargo, reclamar el derecho de presuncion favorable al disponerme á juzgar los hechos y los hombres de épocas apartadas, que se examinan á la sola luz de los documentos, y en que es infinitamente más fácil despojarse de su individualidad y mantener fuera de juego las pasiones propias. Por lo menos díctamelo así mi propia conciencia.

Emprendí las tareas á que me he referido con fé religiosa y con fé política: de ambas llevaba gran dósis. Tengo la fortuna de conservar íntegra la primera. Hubiera vacilado la segunda al presenciar tantos desmanes, tantas miserias en los hombres, si la historia no hu

biera acudido á fortalecerla, recordándome á cada paso, por un largo encadenamiento de hechos, que hay un poder más alto que dirige y encamina la marcha de las sociedades, sin que le embaracen los entorpecimientos de la flaqueza ó de la perversidad humana. Titubeaba mi fé en los hombres, pero creia mi fé en la Providencia.

Creo que nunca son más provechosas y más necesarias á los pueblos las enseñanzas históricas que cuando los conmueven ó inquietan los turbulentos debates y las luchas políticas que preludian ó acompañan los cambios y regeneraciones sociales. Los que dirigen los negocios públicos pueden descubrir en los hechos pasados las causas de las necesidades presentes, y por el estudio de los efectos de lo que hicieron y de lo que dejaron de hacer sus antepasados, aprender á mejorar lo existente, con energía, pero sin precipitacion; con reflexion, pero sin timidez. Nunca más que en tales ocasiones necesita el pensamiento público de meditar sobre la marcha constante de la humanidad, para no desesperar por los males que esperimenta, descubriendo en la ley providencial é infalible que rige sus destinos, los secretos y los consuelos de ménos azaroso porvenir. Los obcecados, si alguna vez siquiera abren los ojos para leer, tienen que convencerse de su temeridad en resistir el desarrrollo de la razon humana, cuyas conquistas, viniendo preparadas y como empujadas de antemano, podrán los decretos, las batallas y las revoluciones entorpecer algun tiempo, pero no evitar. No conozco nada, fuera de la religion, que disponga tanto á los hombres á la tolerancia política como la lectura histórica, ni que enseñe tanto á evaluar las mejoras que puede recibir un pueblo por sus elementos sociales y por los grados de su cultura, estable

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