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puestos en libertad los que por opinio- | tros representantes, me gozaré de connes políticas ó religiosas estuvieran currir á la grande obra de la prospepresos en las cárceles que el San- ridad nacional.» to Oficio tenía en toda la nación.

Al día siguiente, 10 de Marzo, Fernando publicó su célebre «Manifiesto del rey á la nación española,» documento aunque en diverso sentido, tan miserable y plagado de absurdos como el que firmó en Valencia el 4 de Mayo de 1814 para justificar la reacción.

El documento terminaba con las palabras que tan célebres se hicieron por el posterior comportamiento de Fernando y que demostraron hasta dónde llegaba la falsía de aquel miserable soberano. «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.»

Causan risa é indignación á un tiempo, la solicitud de aquel tierno padre que se enteraba de las aspiraciones de sus hijos después de haber ahorcado á unos cuantos y enviado á presidio á muchos más y el que se ocupara de restablecer unas instituciones que su voluntad únicamente había derribado durante los tiempos en que más extremaba su persecución contra los liberales.

En tan famoso manifiesto, Fernando para hacerse simpático á la nación y ponerse á cubierto de las iras reyolucionarias, insertaba las declaraciones siguientes: «Cuando yo meditaba las variaciones de nuestro régimen fundamental que parecían más adoptables al carácter nacional y al estado presente de las diversas porciones de la monarquía española, así como más análogas á la organización de los pueblos ilustrados, me habéis hecho entender vuestro anhelo de que se restableciese aquella Constitución que entre el estruendo de las armas hostiles fué promulgada en Cádiz el año 1812, al propio tiempo que con asombro del mundo combatiais por la libertad de la patria. He oído vuestros votos y cual tierno padre he condescendido á lo que mis hijos reputan conducente á su felicidad. He jurado esa Constitución por la cual suspirabais y seré siempre su más firme apoyo. Ya he tomado las medidas oportunas para la pronta convocación de las Cortes. En ellas, reunido á vues-neración de los pueblos,» y terminaba

En aquel mismo día juraron las tropas de la guarnición fidelidad á la Constitución, y el infante don Carlos, acordándose de que por obra y gracia de su hermano era generalísimo de los ejércitos y jefe de la brigada de carabineros reales, no queriendo quedar oscurecido en tan fausta época publicó una alocución dirigida á los soldados, en la que decía: «<Fernando VII, nuestro rey benéfico, el fundador de la libertad de España, el padre de la patria, será el más feliz como el más poderoso de los reyes, pues que funda su alta autoridad sobre la base indestructible del amor y ve

así: <<Militares de todas clases; que no haya más que una voz entre los españoles así como existe un sentimiento; y que en cualquier peligro, en cualquiera circunstancia nos reuna alrededor del trono el generoso grito de ¡Viva el rey! ¡Viva la nación! ¡Viva la Constitución!-Madrid 14 de Marzo de 1820.-Carlos.»

El príncipe que así hablaba y que además dirigía un mensaje á su hermano felicitándolo por su «resolución magnánima de restablecer el santuario de las leyes fundamentales que abarca la sabia Constitución,» era el mismo que algunos años después había de levantar en los montes vascos la negra bandera del absolutismo y la teocracia.

Tan tremenda inconsecuencia no era de extrañar, pues el fanático infante era digno hermano de aquel rey miserable que mentía á cada momento y cuya única política consistía según sus palabras en engañar á los liberales.

La Junta consultiva encargada provisionalmente del gobierno, restableció por decreto publicado el 10 de Marzo la libertad de imprenta, y con arreglo á lo preceptuado en la Constitución, rehabilitó el Supremo Tribunal de justicia, suprimiendo los antiguos Consejos tan perjudiciales á la

nación.

El día 12 fué consagrado á la colocación solemne de la lápida de la Constitución, ceremonia que se verificó con gran solemnidad é inmenso regocijo popular.

El radical cambio político verificado en Madrid, era acogido con el mayor entusiasmo en todos los puntos de España, y la Junta consultiva recibía sin cesar calurosas felicitaciones y muestras de adhesión de todas las provincias.

Esta cordialidad de relaciones entre las provincias y el poder central creado por el pueblo de Madrid, sólo fué entibiada un tanto por ese fenómeno que se presenta y se presentará siempre en todas nuestras revoluciones y que demuestra con que fuerza late en el seno de España el espíritu autonómico y federal que el unitarismo monárquico no ha logrado borrar en largos siglos ni lo conseguirá

nunca.

En la revolución de 1820 como en el levantamiento popular de 1808 y en todas las revueltas políticas que más adelante tendremos ocasión de narrar, las provincias al rebelarse contra el gobierno formaron sus Juntas soberanas que en los primeros instantes cumplieron todas las funciones propias de la autoridad y que resistieron las órdenes de disolución que les dirigió el poder central.

Aquellos gobiernos populares naci dos en las provincias al soplo de la revolución, comprendían instintivamente que al mismo tiempo que se derribaba el despotismo monárquico debía echarse al suelo la tiranía centralista dejando á las regiones españolas en el uso de su autonomía que al mismo tiempo aseguraba la subsistencia de la

libertad politica, y por ello se resistie- | habiendo dejado se felicitara en su ron cuanto les fué posible á obedecer nombre á los autores de tales matanlas órdenes del poder central; pero zas, dirigió después del triunfo de la éste había sido creado antes que las revolución una orden á D. Juan Odojuntas alcanzaran su completo desar-nojú nombrado capitán general de rollo y tuvieron que sucumbir ante el poderio de la avasalladora institución enemiga.

A pesar de este triunfo alcanzado por la absorbente uniformidad, la tendencia federal hizo su aparición en las posteriores revoluciones, y en ninguna de éstas dejó de formar el pueblo sus correspondientes juntas que demostrasen la predisposición de las provincias á gozar de su autonomía propia y natural.

Para satisfacer el deseo unánime del pueblo y lo que exigía la justicia y el orden, la Junta consultiva, mandó formar causa con objeto de averiguar quiénes fueron los instigadores de los horribles asesinatos ejecutados por los soldados del absolutismo en Cádiz, cuando el vecindario confiado é inerme se disponía á jurar la Constitución. La Gaceta publicó las cartas que habían mediado entre las autoridades

y las tropas que realizaron tales asesinatos y el gobierno tuvo que órdenar el inmediato embarque de los batallones de Guías y de la Lealtad, que habían realizado tales asesinatos, pues de lo contrario se corría el peligro de que el vecindario de Cádiz, justamente indignado, se vengara, con tremendas represalias.

En aquella ocasión demostróse una vez más la vileza de Fernando que

Cádiz en sustitución de Freire, que comenzaba asi: «El rey, escandalizado de los horrorosos sucesos ocurridos en

Cádiz...» y terminaba «Que inmediatamente se forme causa á los autores de aquellos desórdenes.>>

Una de las ciudades donde más profunda impresión causó el triunfo de la libertad fué en Valencia, pues estaba aun fresco en la memoria de sus habitantes el recuerdo del horroroso suplicio de Vidal y sus compañeros, y eran muchos los que ansiaban tomar venganza en la persona del feroz Elío.

En la mañana del 10 de Marzo, recibió este general el decreto firmado. por Fernando el día 7 é inmediatamente lo mandó publicar acompañándolo de una proclama bénévola que se ponía muy en contradicción con el bando que había dado algunos dias antes, amenazando á todos los que manifestaran la menor simpatía por los sublevados en la Isla gaditana.

Como Elio se había comprometido tanto en favor del absolutismo y llegado á extremar la tiranía hasta un punto tan inconcebible, al ver que Fernando tan repentina y radicalmente cambiaba su política, creyó necesario retirarse de la vida pública, y reunió inmediatamente á los jefes de la guarnición para manifestarles que

no podía seguir al frente de la capita- | diatamente y la guardia púsose sobre nía general. las armas.

Avisó al Ayuntamiento para que estuviera reunido á las tres de la tarde, hora en que iría á resignar en él su autoridad y además ordenó fueran puestos en libertad los patriotas que estaban presos en la cárcel de la Inquisición.

Una gran muchedumbre agolpóse á las puertas del tribunal del Santo Oficio y recibió con las mayores demostraciones de entusiasmo á los patriotas puestos en libertad y especialmente al brigadier conde de Almodóvar que gozaba de gran prestigio en las clases populares.

A las tres de la tarde montó Elio á caballo, y escoltado por algunos jinetes y parejas de miñones dirigióse al Ayuntamiento; pero la gente que transitaba por las calles, al ver al odioso verdugo de Valencia se embraveció con la facilidad propia de los pueblos del Mediodía, y comenzó á tomar una actitud hostil. Dos patriotas bastante populares agarraron las riendas de su caballo y con energía le manifestaron que ya no era capitán general ni tenía autoridad alguna.

Quiso Elio replicar algunas palabras; pero los grupos aunque desarmados fueron tomando una actitud imponente, y el general atemorizado retrocedió á su palacio acosado por la gente á la que con grandes esfuerzos lograba contener la escolta.

Al entrar Elío en su palacio, las puertas de éste se cerraron inme

La retirada de Elio alentó aún más á los liberales y la efervescencia popular creció de tal modo, que pronto casi todo el vecindario fué afluyendo á la plaza de la Capitanía General donde por aclamación nombróse á Almodóvar para suceder en el mando al general absolutista.

Puesto Almodóvar al frente de la revolución. y deseoso de avistarse con Elío, llamó á las puertas del palacio, abrióle la guardia, y el general, que estaba aturdido ante la imponente actitud del pueblo, recibió á su antigua víctima con un estrecho abrazo poniéndose bajo su protección.

Mientras ambos generales conferenciaban, en la plaza iba creciendo el popular tumulto hasta el punto de que Elio temeroso de que los amotinados forzando las puertas penetraran en el palacio ansiosos de venganza, rogó á Almodóvar se asomara al balcón y procurara aquietar los ánimos.

Hízolo así el conde rogando á la multitud se tranquilizase ya que Elio resignaba el mando; pero muchos desde abajo gritaban que se asomara también el general realista, pues corria el rumor de que acababa de fugarse.

Tuvo Elio que dejarse ver al lado · de Almodóvar, y como amparándose de un disparo tras el cuerpo de éste; pero ante la presencia de un hombre tan odiado, volvió á arreciar la popular tempestad y si la muchedumbre

se detuvo y no asaltó el palacio, fué por la promesa que hizo el conde de responder de la persona de aquél é impedir que se fugara.

Tras esta tumultuosa escena que daba á entender hasta donde llegaba la sed de venganza de un pueblo tan espantosamente tiranizado durante seis años, el de Almodóvar hizo, apenas anocheció, que Elio fuera conducido á la ciudadela como punto de más seguridad para su persona.

Aquel día decidió el fanático general su destino. En los primeros instan tes de la revolución podía haberse fugado tal como le aconsejaba su familia, pero no conociendo lo que es un pueblo sublevado, creyó posible permanecer sin peligro en una altiva actitud, y esto fué lo que le perdió y condujo al triste fin que algún tiempo después había de alcanzar.

Además, aquel esbirro del absolutismo confiaba mucho en Fernando y abrigaba infundadamente la seguridad de que aunque las circunstancias fueran desfavorables, se encargaría de salvarle el soberano en cuyo servicio había él cometido tan odiosos crimenes. ¡Mal conocía Elío á aquél escéptico de la peor índole que se valía de los hombres como instrumentos ina'nimados, y engañaba por igual á amigós y enemigos!

Como la revolución en tan pocos días se extendió por todas las provincias españolas, el gobierno provisional, sin otros cuidados que los de su cargo, dedicóse á realizar las reformas

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que exigía el cambio político experimentado por la nación.

Uno de sus primeros y más importantes actos fué la convocatoria para las Cortes ordinarias á 1820 y 21, en cuyo artículo segundo se ordenaba la elección de diputados en la forma prescrita por la Constitución, los cuales debían reunirse el dia 9 del próximo mes de Julio para dar principio á las sesiones.

Como por la premura del plazo no era posible la llegada de diputados de Ultramar, acordóse hacer uso del mismo recurso que en las Cortes de Cádiz y nombrar suplentes que desempeñaran tal representación mientras se elegían los legitimos en aquellas apartadas regiones.

La Junta consultiva, si bien muy amiga de la moderación y de las medidas suaves, hay que reconocer que supo obrar con energía y actividad, interpretando las aspiraciones políticas del país.

Su norma de gobierno fué restablecer la vida pública tal como era antes de la reacción de 1814, y esto lo logró en muy poco tiempo.

-Por sus indicaciones fueron restablecidas audiencias y ayuntamientos en la primitiva forma constitucional, y se formó la milicia nacional atendiendo al reglamento dado por las Cortes de Cádiz.

El Consejo de Estado quedó restablecido con arreglo á la Constitución y en él entraron personas tan conocidas y respetadas como los ex-regentes

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