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Pocas veces la oratoria española ha brillado con luz tan esplendorosa como en aquella sesión, por lo que bien puede asegurarse que dicho día fué el de mayor gloria para la tribuna nacional. Estaba todavía fresco en la memoria de todos el recuerdo de aquella gloriosa lucha en la cual perdió su omnipotente poderío Bonaparte, el gigantesco tirano de Europa; sabían los representantes de la nación hasta dónde podía llegar ésta en punto á egoismo, y estas consideraciones unidas á la indignación que en todos producía la irritante arbitrariedad de la Santa Alianza, que sin derecho ni justificación alguna pretendía intervenir en los asuntos de España y derribar la libertad á tanta costa conquistada, daba á los representantes del país, revolucionarios algunas veces cándidos, pero siempre entusiastas, los sublimes y arrebatadores tonos del que ve sus derechos próximos á ser hollados y tiene la energía suficiente para defenderlos.

Joaquín Ferrer, Canga-Argüelles, Al- españoles que se hallaban en sus docalá Galiano y Argüelles. minios, y Código que reconoció el rey de Prusia en el año 14! ¡Ah, señores! En aquella época necesitaban de nuestros brazos para sostener sus tronos, conocían que el fuego sacrosanto de la libertad era el la tribuna na- libertad era el que debía darles la energía necesaria para derrotar al tirano que nos amenazaba. Tal contradicción, tales calumnias contienen estas notas á que el gobierno de S. M. ha contestado con la energía, digna del alto puesto que ocupa y por lo que yo siempre le daré los mayores elogios... Por lo tanto concluiré diciendo solamente que la nación española no está en estado de que ninguna otra le imponga la ley; que aun tiene en sí fuerza y recursos que serán siempre terribles para los enemigos de nuestra libertad, y que la nación española no reconocerá jamás una dominación extranjera. No, señores, aun viven los valientes que destrozaron al intruso; aun están teñidas sus espadas de la sangre de los que osaron invadir su territorio. Dicese que estamos desunidos; todos queremos libertad; en los principios estamos todos conformes, la libertad de la nación y de la independencia es lo que queremos y no hay enemigos suficientes para arrancárnosla. El que se atreva á insultarnos, venga pues á este suelo, en donde encontrará, en vez de mala fe, la virtud y el hierro.

Todos los oradores que hablaron en aquella sesión, tuvieron momentos en que arrebataron á los oyentes con su deslumbradora elocuencia coreada por estrepitosas salvas de aplausos.

-¡Vituperan,-exclamó D. Angel Saavedra, nuestro Código sagrado! ¡Este Código que hizo traducir en su lengua el emperador de Rusia en el año 13! ¡Este Código que hizo jurar ese mismo emperador á algunos pocos

El discurso de Canga-Argüelles, á pesar de la nota entusiástica, predominante en aquella sesión, fué algo

genial y demostró una vez más la despreocupación religiosa de tan ilustre diputado.

-¿No es cosa original,—exclamaba,—ver á la Rusia y á la Prusia defender la causa de la Iglesia Apostólica Romana? Pero yo no veo á estas dos naciones, no, señores; veo á la Curia Romana que se ha puesto acorde-con las altas potencias y les ha dicho: «<Inserten ustedes este artículo á ver si saco partido.» Yo les diré que España tiene buenos españoles que jamás admitirán ninguna intervención extranjera, y les repetiré, que en una ocasión prefirieron tener un rey bastardo y español, á uno legítimo y extranjero; y por último, les diré, como diputado de la nación española, lo que los aragoneses dijeron en el año 1524 á Carlos V, cuando se empeñaba en que le concediesen auxilios: «Señor, no será razón que el reino que tantas coronas ha dado á V. M. á costa de su sangre y privaciones, pierda ahora su libertad.>>>

El discurso del diputado Ferrer, fué una serie de censuras dirigidas á las tres potencias que de tal modo provocaban la indignación de España; pero entre todo aquel derroche de elocuencia, las que á más altura brillaron, fueron Argüelles y Alcalá Galiano, que, como ya dijimos, eran los dos primeros oradores de la época.

Argüelles, contra su carácter prudente y sus costumbres propias de un ánimo tranquilo, mostróse en aquella sesión fogoso, tribunicio y arrebata

dor, hasta el punto de que la mayor parte de los períodos de su discurso, fueron interrumpidos por delirantes ovaciones que se prolongaban mucho tiempo.

El ilustre orador, después de acusar á la Francia de nación pérfida, que ocultaba sus propósitos hostiles tras un lenguaje hipócrita, atacó á las otras tres potencias por su lenguaje insultante. Como la impostura en que dichas naciones hacían hincapié con predilección era la de suponer que Fernando carecía de libertad, Argüelles se detuvo especialmente en este punto, diciendo así:

-Sólo tiene nuestro rey restricciones para hacer el mal, que como hombre podría hacer y que desgraciadamente ha hecho por culpa de malos consejeros... El rey de España ha sido siempre victima de las promesas de los extranjeros; pero yo confío en que se aprovechará de las lecciones de la historia y de su propia experiencia. Pedro, rey de Castilla, murió rodeado de extranjeros, asesinado por su hermano Enrique en la tienda de Beltrán Duguesclin... La corte de San Petersburgo debe acordarse de que Pedro III, marido de la célebre Catalina II, fué destronado y todas las señales evidentes que perecieron en su muerte, demostraron que había sido

envenenado.

Inútil será decir el efecto que en el Congreso causaría el discurso de Alcalá Galiano. Orador éste á lo Dantón,

poseía el secreto de comunicar á los oyentes el fuego que entonces animaba su fe política; así es que su peroración hizo llegar el entusiasmo al período álgido.

-Y á la nación española,—dijo en uno de los períodos de su discurso, ¿qué le importa que los déspotas mantengan ésta ó la otra relación? ¿Qué le importa, digo, á esta nación que tiene por principal timbre haber sabido sostener su independencia á costa de tanta sangre, después de comprarla con tanta gloria?... Yo protesto de ese derecho de intervención que pretenden arrogarse ciertas naciones. ¡Estaba reservado para esta época de ignominia el inventar semejante derecho!... Pretenden esos monarcas fundar sus gobiernos en la tiranía y opresión de los pueblos; pero éstos están autorizados para recobrar su libertad. No me detendré en hacer reflexiones sobre la conducta de estas mismas potencias que reconocieron antes al gobierno español en 1812 y que después la injurian y vilipendian.

Como ningún diputado mostró deseos de hablar en contra del dictamen, negóse la palabra á los muchos que querían hacerlo en pró, y declarando el punto suficientemente discutido, pasóse á votación nominal, siendo aprobado el mensaje por unanimidad.

Antes de levantarse la sesión, acordóse que el resumen de ésta fuera impreso y repartidos los ejemplares

por toda la nación, para que ésta pudiera juzgar sobre los sentimientos patrióticos de las Cortes.

Una comisión tenía que ir á Palacio para entregar el mensaje al rey en propia mano, y á la cabeza de aquélla púsose el general Riego, que en tales circunstancias era considerado por todos como la personificación de la revolución.

Cuando los diputados salieron del palacio de la representación nacional, un gentío inmenso les esperaba en la plaza para mostrarles su agradecimiento y entusiasmo con vitores y aplausos.

Argüelles y Galiano, que habían sido los héroes de la sesión y que además eran considerados como los jefes de los dos partidos hasta entonces enemigos, fueron los principales objetos de la ovación patriótica.

El pueblo, para mostrarles la alegría que sentía al verles deponer sus odios de partido ante la patria en peligro, los levantó en hombros y, estrechamente abrazados, los llevó así bastante tiempo por la plaza y calles inmediatas.

La ovación de que en aquel día fueron objeto los hombres más principales del partido liberal fué tan espontánea como entusiasta.

De tal modo contestaba el pueblo revolucionario á las amenazas de la Santa Alianza.

Si toda la nación hubiera pensado del mismo modo que aquellos liberales entusiastas, es seguro que todas las

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ARGUELLES Y ALCALÁ GALIANO LLEVADOS EN TRIUNFO POR EL PUEBLO

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