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formando grupos que comentaban animosamente el efecto que en el rey iba á causar el mensaje.

Galiano, que era el alma de aquella sesión, y Argüelles, que resultaba la primera figura de la asamblea, apartáronse de los demás para acordar lo que debía hacerse en vista de la conducta que siguiera el rey.

Creía Argüelles que Fernando, obrando del mismo modo que en Madrid, cedería á las exigencias de las Cortes y no opondría resistencia á trasladarse á Cádiz. Menos optimista, ó más conocedor del carácter del rey, Galiano sólo esperaba de Fernando una respuesta arrogante, negándose á salir de Sevilla.

-Y en ese caso,-dijo Argüelles, -¿qué es lo que debe hacerse?

-¿Qué?-respondió Galiano,nombrar una Regencia, después de despojar al rey de su autoridad.

-¿Ya ha pensado usted en las con secuencias tristísimas de tal acto?

-Si; y no me excede usted en sentimiento al vernos obligados á tal cosa; ¿pero hay otro medio? si le hay, dígamelo usted y yo estoy por él.

Quedó Argüelles pensativo por algún tiempo, y después, como quien toma una resolución, exclamó:

-No veo otro y yo apoyaré lo que usted proponga. Pero... ¿no será bueno si hemos de pasar á nombrar Regencia, suspendiendo al rey en el uso de su poder, que sólo lo hagamos interinamente y para el acto de trasladarse el acto de trasladarse el gobierno con las Cortes á Cádiz?

Esta idea nueva causó gran impresión en Galiano, quien la hizo suya y se propuso incluirla en la tercera proposición que iba á presentar á las Cortes.

En esto, volvió á entrar en el local la comisión encargada de la visita del rey, y todos reconocieron en el aspecto mustio y cabizbajo de sus individuos, que sus gestiones habían alcanzado un éxito desastroso.

El honrado Valdés, con triste ademán, pidió á la asamblea venia para hablar, y dijo:

-Señores: La comisión de las Cortes se ha presentado á S. M., ha enterado al monarca de que el Congreso quedaba en sesión permanente, que había resuelto trasladarse, dentro de veinticuatro horas, á Cádiz, en virtud de las noticias que tiene de la marcha del enemigo; pues aumentada su velocidad, podía el ejército invasor impedir la partida del gobierno y de este modo dar muerte á la libertad y á la independencia de la nación; y por lo tanto, era urgente y y necesario que la familia real y las Cortes saliesen de esta ciudad. El rey ha contestado, que su conciencia y el interés que le inspiraban sus súbditos, no le permitían salir de Sevilla; que si como individuo particular no hallaba inconveniente en la partida, como monarca debía escuchar el grito de su conciencia. Manifesté á S. M. que su conciencia quedaba salva, pues aunque como hombre podía errar, como rey constitucional no tenía responsabilidad

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alguna; que escuchase la voz de sus consejeros y de los representantes del pueblo, á quien incumbía la salvación de la patria. S. M. respondió: «He dicho;» y volvió la espalda.

El Congreso acogió con profundo silencio esta relación, que venía á justificar los tristes presentimientos de la mayor parte de los diputados.

Después de una resistencia que, en circunstancias como aquella, tan fatales resultados podía producir, el Congreso necesitaba obrar pronto y enérgicamente, pues enviando aquella comisión al rey había venido á agravar la situación y dado á conocer al

pueblo que el rey se había divorciado del poder legislativo y estaba con él en abierta pugna.

Era preciso que alguien recogiese aquel reto que el monarca dirigía á la representación nacional, y todas las miradas se fijaban en Galiano, quien pidió la palabra para explanar su tercera proposición, mostrando en sus ademanes cierta solemnidad y una tristeza que él mismo calificó de hipócrita años después. Lo que Galiano deseaba era que constase públicamente que el rey se resistía á abandonar Sevilla, y una vez logrado esto se apresuró á pedir la suspensión de autoridad en la persona de Fernando.

<«<Llegó ya,—dijo el orador,-la crisis que debía estar prevista hace mucho tiempo, y tras este breve exordio entró á demostrar con elocuencia convincente que el rey no estaba en el pleno uso de su razón, sino sufriendo

TOMO II

un delirio momentáneo, pues de otro modo no podía comprenderse que voluntariamente quisiera caer en poder de los enemigos. Fundándose en esto, propuso que se declarase llegado el caso de considerar al monarca en el impedimento moral señalado en el artículo ciento ochenta y siete de la Constitución, y que se nombrara una Regencia provisional encargada de ejercer el poder ejecutivo en el tiempo que durara la traslación á Cádiz.

Declararon las Cortes el asunto de urgente resolución, y puesto á discusión sólo hablaron en contra de él los diputados Vega Infanzón y Romero, defendiéndolo en cambio con gran vehemencia Argüelles y Oliver.

Al llegar á la votación quisieron algunos que fuera nominal; pero para ganar tiempo usóse el sistema empleado por las Cortes en aquel período, que consistía en ponerse en pié los que aprobabau y permanecer sentados los que no estaban conformes.

Más de noventa fueron los diputados que se pusieron en pié, llamando la atención que entre ellos figurasen muchos moderados que hasta entonces pasaban por furibundos partidarios del prestigio monárquico.

Estaba ya dado el gran golpe y era preciso convertirlo en un hecho cuanto antes. En pocos minutos fué nombrada la Regencia, cuyos cargos recayeron en los marinos D. Cayetano Valdés Ꭹ D. Gabriel Ciscar, y el general D. Gaspar Vigodet, los cuales prestaron el correspondiente juramento.

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El presidente en el Congreso hizo | aparentemente, la noticia de que queun breve y sentido discurso sobre las daba desposeído de su autoridad, por circunstancias que habían impelido á creerle las Cortes falto de razón. Conlas Cortes á tomar tan suprema deci- fiaba el monarca en que muy pronto sión, y el de la Regencia, Valdés, le podría vengarse, pues los cortesanos contestó con otra corta peroración que que le acompañaban, unidos á los reaimpresionó á toda la asamblea. listas sevillanos, preparaban una sublevación absolutista que debía estallar aquella misma noche con el inevitable acompañamiento de tropelias y de

-He sido vencido más de una vez, -dijo;-pero he cumplido siempre con mi obligación y esto prometo ahora.

El mismo Alcalá Galiano, al recordar aquel suceso y la actitud de Valdés al pronunciar el discurso en tan memorable noche, dice así en una de sus obras: «Daba realce á estas sencillas palabras el aspecto de quien las pronunciaba, de rostro desfigurado por efecto de las viruelas, de andar desgraciado, de desaliño sumo, si bien no de desaseo, en el vestido y en el modo de expresarse; con apariencias de vejez, aunque apenas entrado en ella; modelo de patriotismo, cubierto de heridas, gloriosamente ganadas en mar y tierra, leal observante de la ley militar y civil, y en quien se notaba entonces el dolor del trance en que se veía, á la par con su firme resolución de proceder á ejecutar lo que él mismo había votado.»>

La nueva Regencia salió para la regia vivienda acompañada de una comisión del Congreso presidida por Riego, siendo acogida en las calles por los aplausos y vivas de los liberales sevillanos y de la milicia nacional de Madrid.

Fernando recibió, sin inmutarse

venganzas.

Para desgracia de los reaccionarios, la conjuración no pasó desapercibida para algunos constitucionales, y al anochecer fueron sorprendidos y presos los principales conspiradores, á quienes presidía el general Downie, aquel mismo escocés, estrafalario, mezcla de héroe y de ente ridículo, á quien el gobierno español, en premio de sus hazañas en la guerra de la Independencia, había nombrado alcaide del alcázar de Sevilla. Es indudable que á no realizarse tales prisiones hubiera estallado la sublevación aquella misma noche, pues Downie era un jefe propio para las más locas aven

turas.

Regresó al Congreso la comisión nombrada por éste para acompañar á la Regencia, y su presidente Riego anunció que el nuevo gobierno estaba instalado ya, y que los aplausos con que había sido recibido en las calles, demostraban que el pueblo español deseaba de sus gobernantes medidas enérgicas y revolucionarias, propias de las circunstancias.

Quedaron las Cortes en sesión per

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