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medio sobre el ministerio para impedir que, llevado del egoismo, se detuviera en el camino de las reformas.

A semejanza de aquellos clubs de Jacobinos, Cordeleros, etc., que nacieron en París con la célebre revolución del pasado siglo, en Madrid surgieron con el movimiento constitucional numerosas sociedades que tomaron el título de patrióticas y que pronto se extendieron por las principales poblaciones de las provin

cias.

pró de la libertad; todo con el más amable desorden y alborozo universal, sin más excepción que el sobresalto que se dibujaba en la cara del propietario del café D. Carlos Lorencini que veía convertidas sus mesas y mostradores en púlpitos y tribunas, y á sus mozos y camareros convertidos en estatuas decorativas, mudos, inertes y en correcta formación. Por supuesto, que unos á otros oradores se embarazaban y oscurecían por completo, y nadie podía hacerse entender de los demás en aquel unísono desconcierto, hasta que el poeta Gorostiza (que tan animado papel desempeñó en aquellos días), consiguió al fin hacerse escuchar, y en una sentida y vehemente declamación hízose intérprete fiel del público entusiasmo, obteniendo una ovación hiperbólica y aun el titulo ad honorem de presidente, regulador ó maestro al cemballo de aquella agrupación que de modesta y prosaica de concurrentes á un café, pasó á tomar el titulo y rango de Sociedad patriótica de los amigos de la libertad.»

La primera de éstas fué la que se reunió en el café de Lorencini, situado en la Puerta del Sol, que muy pronto tomó la importancia de un cuerpo político deliberante é influyó por algún tiempo decisivamente sobre el gobierno. Era dicho establecimiento el que en aquella época se veía más concurrido en Madrid, y sus ardorosos parroquianos al reconocer el rey la libertad y triunfar el movimiento revolucionario en toda España, constituyéronse, sin darse cuenta de ello, en sociedad política que pronDespués de esta sociedad, organizáto alcanzó nombradía. «A los diálogos ronse en Madrid otras muchas; pero animados de los grupos, -dice Meso- la mayor parte alcanzaron corta vida | nero Romanos testigo presencial,-su- y escasa notoriedad, rivalizando únicedieron las arengas, subiéndose unos camente con la de Lorencini, y sobreatropelladamente sobre las sillas y las pujándola en importancia la titulada mesas, consiguiendo apenas hacerse de Los amigos del orden, que se reunió oir, leyendo otros cartas y papeles de en el café de la Fontana de Oro, por las provincias levantadas, recitando lo que el pueblo le dió este titulo con algunos, versos y canciones patrióti- preferencia al verdadero. cas y enderezando todos vehementes apóstrofes contra el despotismo y en

Esta sociedad tenía su reglamento y su Junta directiva, y en los prime

ros tiempos mostróse afecta al go- | todos, y su carácter rígido y amante

bierno como ya lo indicaba su título de amigos del orden. Gorostiza, Cortarrabia, Mac-Crohon y otros personajes de la época, eran al principio sus habituales y sesudos oradores; pero introdújese entre ellos el fogóso Alcalá Galiano, á quien el gobierno ha bía premiado sus servicios revolucionarios en la Isla con un empleo en el ministerio de Estado, y sus peroraciones dieron á la Fontana de Oro un carácter de oposición rabiosa al ministerio, por lo cual fué la sociedad más popular donde llegaron á reunirse todos los hombres de ideas más avanzadas.

La Fontana de Oro fué la escuela de muchos oradores y políticos que después alcanzaron en el parlamento grande renombre.

Alcalá Galiano y los demás tribunos en flor que en ella peroraban, vituperaban á todo el gobierno en general; pero el blanco de sus ataques era especialmente el ministro de la guerra D. Pedro Agustín Girón, marqués de las Amarillas.

Este general, que tanto se había distinguido en la guerra de la Independencia, no era afecto al absolutismo ni había figurado en la época de reacción; pero tampoco se mostraba muy entusiasmado por la Constitución de 1812, pues, llevado de sus aficiones aristocráticas, creía que debía sufrir reformas que le hicieran perder su carácter democrático. Esta tendencia moderada, que era conocida por

de la disciplina, que le hacía mirar con desprecio á los militares sublevados en la Isla, fueron las verdaderas causas de la impopularidad en que cayó el ministro de la Guerra Ꭹ de los continuos y ruidosos ataques que le dirigió la Fontana de Oro.

Mientras los liberales mostrábanse divididos por pasiones personales y por tendencias políticas, los absolutistas, repuestos de la impresión que el triunfo de la revolución les había producido, dedicábanse á conspirar y reunir elementos con que derribar el nuevo régimen.

El 14 de Mayo hicieron los reaccionarios la primera intentona, aunque sin éxito alguno. En dicho día los feligreses de varias parroquias de Zaragoza, aconsejados por los curas, dirigiéronse á la plaza de la Constitución en actitud tumultuosa é intentaron arrancar la lápida, turbando con ello la tranquilidad de la ciudad. Afortunadamente las autoridades constitucionales supieron obrar con prontitud y energia, y auxiliadas por la milicia nacional, sin que tuvieran que lamentarse desgracias, supieron reprimir á los alborotadores absolutistas y prender á los más principales.

Esta intentona de los reaccionarios, al fracasar, sirvió para que los liberales se estrecharan momentáneamente en derredor del gobierno é hicieran sublimes manifestaciones en honor de los hombres más populares, demostrando de este modo que la revolución

era cada vez más fuerte y potente. El entusiasmo de los liberales de Madrid tuvo en 23 de Junio una ocasión apropiada para desbordarse, con motivo de la llegada del general Quiroga, jefe del ejército de la Isla, que iba á tomar posesión del cargo de diputado que acababa de conferirle la provincia de Galicia.

Volvió Quiroga á la Casa Municipal, donde el Ayuntamiento había preparado un suntuoso banquete, durante el cual nutridos coros entonaron cantos patrióticos y un magnífico himno escrito para tal acto por el célebre compositor Carnicer. Por la noche, con las iluminaciones y serenatas, volvió á repetirse el entusiasmo Quiroga en todos los pueblos del público, y el general tuvo que presentránsito, desde San Fernando á Matarse repetidas veces ante el pueblo drid; fué objeto de las más calurosas que le aclamaba con frenesí. y espontáneas ovaciones, y al entrar en la capital, su recibimiento excedió á toda ponderación. Como aun no estaban muy marcadas las divisiones en el campo liberal, ni sus principales personajes se habían decidido por los distintos y enemigos bandos, todos los constitucionales contribuyeron á aquella fiesta magnífica que resultó como una apoteosis de la revolución.

Un inmenso gentio, dando vivas á la libertad y cantando el himno de Riego, rodeó á Quiroga y su cortejo, que estaba compuesto por las autoridades de la capital y las personas más conocidas, y las calles que recorrió la comitiva fueron cubiertas con palmas y plantas olorosas y adornadas con vistosos tapices. El aclamado general entró á descansar en los salones de la Casa Consistorial y de allí se dirigió á. Palacio para presentarse al rey, el cual lo recibió con las mayores muestras de agrado y simpatía, aunque en su interior bien puede asegurarse que eran muy diversos los sentimientos que predominaban.

TOMO II

Esta explosión de entusiasmo revolucionario extendióse por todas las provincias y dió á entender á los reaccionarios lo imposible que era el restablecimiento del régimen absolutista.

Como estaba ya próxima la fecha señalada por el gobierno para la apertura de las Cortes, los diputados que residían en Madrid celebraron varias juntas. preparatorias para tomar acuerdos en todos los asuntos propios de la instalación. En dichas reuniones eligióse la comisión encargada de revisar los poderes de los diputados y de la elección de los suplentes por las provincias ultramarinas, nombrándose además la Mesa que había de presidir las sesiones del Congreso. En 6 de Julio fué nombrado presidente de las Cortes D. José Espiga, arzobispo electo de Sevilla y diputado por Galicia; vicepresidente el general D. Antonio Quiroga, y secretarios D. Diego Clemencín, D. Manuel López Cepero, don Juan Manuel Subrie y D. Marcial Antonio López.

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El día anterior al destinado para la apertura de la representación nacional, Fernando, acompañado de un ayuda de cámara, presentóse en el local de las Cortes y recorrió todas sus dependencias, enterándose bien del régimen interior de aquella institución que le era desconocida, y mostrándose muy satisfecho de todo y como dispuesto á halagar á los constitucionales.

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En los días anteriores á la apertura de las Cortes, el gobierno, para facilitar las tareas de los diputados, acabó de restablecer todos los asuntos públicos tal como se encontraban en 1814, para lo cual ordenó por dos decretos que quedaran válidos todos los acuerdos del Congreso de Cádiz y del ordinario que le siguió.

Al ver los reaccionarios que se acercaba el momento en que iban á quedar restablecidas las Cortes tan odiadas para ellos y á afirmarse más la revolución, redoblaron sus conspiraciones con el intento de impedir la reunión de la representación nacional.

Un secretario particular del rey llamado Bazo y el capellán Erroz eran los directores de la conspiración y junto á ellos con carácter de jefe militar estaba el feroz Echevarri, que tanto se había hecho notar en la guerra de la Independencia como inepto guerrillero y en la época de reacción como feroz jefe de la policía.

Proponíanse los conjurados sacar al de Madrid y conducirlo á Burgos, donde todo estaba preparado para volver

rey

á proclamarle soberano absoluto. La conspiración fué descubierta y encarcelados sus autores, no errando la opinión pública al suponer á Fernando cómplice principal de tal atentado, pues la intimidad que él dispensaba á los conjurados daba sobrados motivos para abrigar tal creencia.

El descubrimiento de tal complot abrió los ojos á los cándidos ministros y les hizo ver cuán poco podían fiarse de aquel soberano hipócrita, que mientras adulaba rastreramente á los constitucionales guiaba el brazo de los que deseaban dar un golpe mortal á la libertad.

No desanimó este fracaso á los realistas y urdieron otro plan que debía llevarse á cabo en la víspera de la apertura de Cortes ó sea en la noche del 8 al 9 de Julio.

Los batallones de guardias de Corps, que era la única fuerza adepta á los realistas, intentó en dicha noche salir de su cuartel á proclamar el rey absoluto, llevando por distintivo un pañuelo blanco atado al brazo; pero la confusión que produjo en las fuerzas el haber dado muerte á un centinela que guardaba el cuarto de banderas y al mismo tiempo la vigilancia de la milicia nacional que patrullaba por las calles, impidieron que los absolutistas cumplieran sus propósitos.

Aquella conspiración quedó envuelta en el misterio. El gobierno mandó abrir una información para inquirir quiénes eran los instigadores del tumulto; pero de las pesquisas re

sultaron complicados un conocido general, el mismo gobernador de Madrid y hasta Fernando, que no era quien aparecía menos culpable, y esto bastó para que los ministros ciegamente empeñados en hacer pasar al pérfido rey por constitucional, echaran tierra al asunto.

Los realistas de toda España tenían exactas noticias de lo que se tramaba en Madrid contra la Constitución, y buena prueba de ello fué que días antes varios frailes y clérigos se atrevieron á hacer desde los púlpitos una feroz propaganda absolutista y á dirigir tremendas censuras al régimen constitucional.

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Reunidos en el local de éstas se hallaban los nuevos diputados y las comisiones nombradas para recibir y acompañar al soberano, y las tribunas estaban rebosantes de un público compuesto por el cuerpo diplomático y los hombres más eminentes de la nación.

Fernando, saludado por las aclamaciones del pueblo que en tan solemne acto le miraba con cierta simpatía, y rodeado de la reina, sus hermanos los infantes con sus esposas y de una bri

El gobierno, para evitar que se repitieran tan públicas excitaciones contra el sistema imperante, dirigió una enérgica exhortación á varios obispos y en Sevilla mandó trasladar á las cárceles de Murcia al canónigo Ostolaza y á otros frailes que resultaban autores de ciertos pasquines sub-llante comitiva, se dirigió al palacio versivos que aparecieron en las calles de dicha ciudad.

Quedaron, pues, destruidas todas las asechanzas de los realistas y nada vino á turbar la celebración de la apertura de Cortes, acto que toda España esperaba con impaciencia y ansiedad, pues deseaba ver pronto como el rey juraba la Constitución ante el nuevo Congreso y como éste se dedicaba á llenar las aspiraciones de la nación.

El espectáculo que se ofrecía al pueblo de Madrid en la mañana del

del Congreso, montando toda la corte soberbias carrozas escoltadas por bizarras tropas. Aquel espectáculo embelesaba á la multitud, pues tanto aparato se empleaba por prime

ra vez.

Así que la comitiva hubo entrado en el salón de sesiones y que reina, infantes y cortesanos ocuparon la tribuna destinada al efecto, sentóse Fernando en el trono y poniéndose después en pié colocó su diestra sobre los Evangelios, y con semblante risueño como si lo que dijera fuese de su

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