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dado, y esta fué su desgracia, pues resultó víctima de una traidora asechanza semejante á aquella en que perdió Riego la libertad y la vida, si bien en ésta costóles más caro á los delatores.

Los hermanos Gil declararon á las autoridades que Manzanares les aguardaba en la Sierra, y seguidos de gran golpe de voluntarios realistas fueron en busca del que tan caballerosamente había depositado en ellos su confianza.

Sorprendido Manzanares por tan superiores enemigos, no tuvo medio de escapar; pero al verse perdido dejóse llevar de una justa ira, y ansiando venganza, tiró del sable de un solo tajo cortó la cabeza del traidor Juan Gil que marchaba el primero; pero su hermano Diego derribó de un tiro al valiente caudillo. Cuatro de los compañeros de éste murieron también allí, y los diez y seis restantes fueron conducidos prisioneros para perecer á los pocos días en el cadalso.

Las odiosas comisiones militares volvieron á hacer su aparición, y mostrándose tan activas para el mal como en el primer período, no dieron descanso á las horcas y alternaron los suplicios en ésta con los fusilamientos. La delación volvió á ser considerada por el gobierno como un servicio de importancia, y miles de españoles dedicáronse á espiar los actos de sus compatriotas para adquirir por este medio un empleo ó percibir los pre

mios en metálico que la policía ofrecía á los espías.

los su

No podía tachar Fernando y yos de premiosas á las comisiones ejecutivas en el ejercicio de sus funciones, pues fallaban las causas y apli caban las sentencias en el término de pocas horas. Un desgraciado, llamado Juan de la Torre, que en Madrid fué acusado de haber gritado ¡viva la libertad! en la tarde del 23 de Marzo, el 29 apareció ya colgando de la horca. En el breve espacio de seis días instruían el proceso y fallaban aquellos sanguinarios tribunales.

De entre todas las delaciones que hombres viles y sin dignidad hacían diariamente á Calomarde, una tuvo gran importancia por sus trágicas consecuencias. Un miserable que cobraba del cortesano ministro una onza de oro por cada delación, descubrió á éste que varias personas importantes de la corte estaban en relación y sostenían continua correspondencia con Torrijos, Mina y otros emigrados importantes y que preparaban un movimiento insurreccional de gran importancia que tenía vastas ramificaciones en las provincias.

Este delator, que era un oscuro médico dispuesto á envilecerse por exiguas cantidades, declaró los nombres de los principales conjurados, y el resultado de esto fué ser reducidos á prisión en una misma noche, la del 17 de Marzo, el rico comerciante don Francisco Bringas, un bravo oficial de artillería llamado Torrecilla, el li

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brero D. Antonio Miyar, el caballero | D. Rodrigo de Aranda y el abogado D. Salustiano Olózaga.

Un arquitecto llamado D. Agustín Marcoartú estaba también indicado para caer en las garras de la policía; pero cuando ésta llegó á su casa se arrojó por un balcón y se puso en salvo, si bien los esbirros, penetrando en sus habitaciones, apoderáronse de papeles importantes, entre los que figuraba una lista de las personas con quien los conjurados se entendían en provincias. Esta lista fué usada indignamente por Calomarde, pues, por medio de los administradores de correos fué llamando en cada población á los señalados en aquélla, consiguiendo por tan innoble medio que los conspiradores se presentasen y cayesen voluntariamente en el lazo.

Los revolucionarios, aprisionados por la policía, fueron conducidos á la cárcel y encerrados en compañía de los criminales más abyectos, siendo en tanto sus procesos sustanciados en la forma rápida y arbitraria que entonces se hacía.

La causa que primero terminó fué la del librero Miyar, y este infeliz quedó sentenciado á morir en la horca, pena que no causaba extrañeza en aquella época. ¡Tan acostumbrada estaba la nación á los sanguinarios suplicios! Un populacho feroz presenció con transportes de alegría la muerte de aquel mártir de la libertad, sin comprender que aplaudía el triste fin de un hombre valeroso que perecía por regenerarle.

La situación de los compañeros de Miyar, que aun quedaban en los calabozos, era muy desesperada, pues tenían ya la certeza de cual iba á ser su suerte.

El joven abogado Olózaga, que de tan trágico modo hacía su presentación en la vida pública, viéndose á un paso de la horca, buscó el medio de ponerse á salvo, y valiéndose de su des-" pierto ingenio consiguió fugarse de la cárcel, y después de emplear numerosos disfraces y pasar tremendas aventuras, atravesó la frontera francesa, librando así su cabeza, que por el tiempo había de ser una justa gloria de la tribuna española.

Cuando de tal modo se ensañaba en la misma capital de la nación el gobierno con los liberales, no era extraño que en las provincias, autoridades subalternas cometieran, arrastradas por personales resentimientos, tremendos crímenes que manchan nuestra historia.

De éstos, el más grande, fué la tragedia ocurrida en Granada, de la que resultó víctima doña Mariana de Pineda, hermosa señora de veintisiete años de edad Ꭹ viuda desde 1822 de don Manuel Peralta, que había sido fervoroso liberal.

El alcalde del crimen, D. Ramón Pedrosa, tipo repugnante de reaccionario, bien fuera por el despecho producido por desechadas proposiciones amorosas, ó á causa de la participación que le suponía á doña Mariana en la fuga de un liberal condenado á

muerte, hizo que dicha señora fuera dicha señora fuera | aun en las épocas más bárbaras se espiada, proponiéndose á la menor encuentran. A Fernando VII le estafalta, hacer caer sobre ella el inoxerable rigor de su odio.

Como en todos los procesos de aquella época, un clérigo se encargó del papel de delator, y éste fué un canó nigo que manifestó á Pedrosa como dos hermanas, de oficio bordadoras, ́estaban adornando por encargo de doña Mariana Pineda una bandera de seda morada con el lema: Ley, Libertad, Igualdad, que había de servir para una próxima revolución.

Como las tentativas de Torrijos y Manzanares habían fracasado, el trabajo estaba suspendido; pero Pedrosa no quiso perder tan propicia ocasión las bordaque para vengarse, é hizo doras devolvieran la bandera á la señora, pasando él inmediatamente á efectuar un registro en el domicilio de

ésta.

La tela de la bandera no fué hallada en el piso que habitaba doña Mariana, sino en el segundo, cuya dueña era doña Ursula de la Presa; pero á pesar de esto, fué arrestada la Pineda en su casa, y como se fugase y fuese aprehendida, quedó recluida en un beaterio de donde la trasladaron en la cárcel pública.

Instruyeronle proceso, y el fiscal Aguilar pidió para ella la pena de muerte, el juez Pedrosa la impuso, y la Sala de Alcaldes la confirmó.

Ante un hecho como éste, se registra la historia para buscar precedentes que relativamente lo disculpen, y ni

ba destinado el regir España de modo que en ella fueran ahorcadas mujeres por el delito de bordar banderas.

La joven doña Mariana mostró en la capilla tanta entereza y valor que recordaba las varoniles matronas de Esparta. Escribió su testamento, encomendó á la piedad de sus amigos dos hijos de corta edad que tenía, y en un cadalso levantado junto á la verja de la estatua del Triunfo entregó su cuerpo á la muerte.

Así pereció aquella heróica que la poesía, la pintura y la tradición política se han encargado con gran justicia de inmortalizar.

de

Un crimen tan tremendo y que bía envolver en eterno remordimiento la conciencia de los gobernantes, no bastó á calmar la furia de la reacción, y nuevos sacrificios vinieron á demostrar lo insaciable de sangre que es siempre la tiranía.

El oficial D. José Torrecilla y don Tomás la Chica fueron ahorcados en Madrid por delito de conspiración, y cuando parecía que iban ya calmándose los instintos sanguinarios de la reacción, un suceso importante vino á recrudecer nuevamente las pasiones.

Torrijos, después de su fracasada expedición, retiróse á Gibraltar y allí permaneció inactivo y en actitud espectante, falto de medios para acometer una nueva empresa, pero dispuesto á caer sobre España apenas se le presentara ocasión.

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