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paseo de costumbre se apeaba á las puertas de su palacio, algunos grupos de realistas, que se mostraban muy animados en vista de la dureza con que el gobierno trataba á los hombres más eminentes de la revolución, gritaron ¡viva el rey absoluto! lo que produjo en la gente que ocupaba la plaza la alarma consiguiente.

Liberales y realistas diéronse de palos, desnudáronse algunos sables y la reyerta terminó con la fuga de los reaccionarios. Pero el suceso no paró aquí, pues pronto tomó las proporciones de un motín, creciendo y extendiéndose por toda la ciudad.

Los revolucionarios, indignados contra aquel gobierno bajo cuyo mando eran perseguidos los hombres más populares y los realistas cobraban ánimos hasta el punto de hacer manifestaciones subversivas frente al palacio regio, dirigiéronse á la vivienda de las principales autoridades deseosos de desahogar su furor.

Dando vivas á la Constitución y entonando himnos, como era costumbre en todas las asonadas de aquella época, dirigiéronse los amotinados á la casa del capitán general D. Gaspar Vigodet, el cual supo con algunas oportunas palabras calmar la furia de aquéllos.

Mientras esto sucedía, otros grupos penetraron en la vivienda del jefe político Rubianes, pero éste había escapado ya y los amotinados se retiraron sin causar destrozo alguno en su propiedad.

Cuando los sediciosos estuvieron cansados de tanto gritar y correr, que fué á la media noche, retiráronse á sus casas, no sin haber lesionado profundamente el amor propio de Alcalá Galiano, que en aquella noche iba á perorar en la Fontana de Oro y que de antemano esperaba un ruidoso triunfo, á causa de que acababa depresentar al gobierno su dimisión de oficial del ministerio de Estado, para poder censurarlo más ruda Ꭹ francamente. Cuando el fogoso orador ocupó la tribuna y comenzó su discurso, pasó por la calle la manifestación, y el público del club, más deseoso de gritar en la calle que de oir discursos, abandonó el local, dejando á Alcalá Galiano solo, con la palabra en la boca y, según su propia expresión, «corrido como una mona.»

En aquella algarada nocturna demostróse hasta dónde llegaba la ignorancia política del pueblo que formaba el núcleo de todas las manifestaciones, pues algunos grupos iban gritando, con general aplauso de los de su clase:

¡Viva la República y Riego em

perador!

Como ya hemos dicho, el pueblo cansado de gritar retiróse á sus hogares á la media noche, sin que ninguna fuerza pública se le opusiera en sus correrías; pero á la mañana siguiente, cuando la capital estaba en la mayor tranquilidad, el gobierno puso la guarnición sobre las armas, colocó cañones con mecha encendida en la Puerta del

Sol é hizo que numerosas patrullas de¦ caballería recorrieran las calles.

Este alarde de fuerza desplegado ante un pueblo tranquilo y silencioso resultó ridiculo, pues ni un solo grito subversivo justificó tan bélico aparato. La inútil precaución del ministerio le causó más daño que si realmente hubiera entablado un combate en las calles con los exaltados, y la generalidad de las personas indiferentes en política salieron de su insignificancia para censurar al gobierno por un acto inesperado que sembraba la alarma en toda la población.

El Congreso no podía menos que ocuparse del tumulto ocurrido en la noche anterior y la ridícula conducta de los ministros, y de ello se encargó el diputado Moreno Guerra, hombre de ideas avanzadas de quien ya hablamos al reseñar los trabajos de conspiración en la Isla gaditana y el cual poseía grandes facultades intelectuales deslucidas por cierta extravagancia de carácter.

En nombre de todos los diputados pertenecientes al bando exaltado, presentó dicho diputado la proposición siguiente:

<<En atención á la agitación popular de anoche en las calles y plazas de esta corte y á los gritos sediciosos que ha habido en las anteriores, en el palacio mismo del rey, pido que vengan inmediatamente los ministros á este Congreso para dar cuenta del estado en que se halla la seguridad pú blica.>>

Moreno Guerra, con su oratoria apasionada y enérgica apoyó de palabra su proposición y cuando admitida por las Cortes, púsose á discusión, pronunció un violento discurso el conde de Toreno, el cual á pesar de ser doceañista, y por tanto del bando moderado, se expresó casi al mismo tenor que los exaltados, pues se sentía poseído de indignación por el motín del día anterior en que se había vitoreado al rey absoluto á las puertas del regio palacio.

-Yo bien sé,—dijo en una de las partes de su peroración, que no pueden ser los alborotadores de ayer, más que enemigos de la Constitución, serviles, que valiéndose del nombre de la Constitución y del rey constitucional atacan las leyes y maquinan la ruina del sistema que nos ha dado la libertad..... Si los ministros no han tenido un carácter firme, y tal cual se requiere en semejantes circunstancias para proceder contra cualquiera, bien sea del seno del palacio ó de los mismos criados del rey, exíjaseles responsabilidad. Por lo demás los diputados de la nación conservarán el carácter que les corresponde, y primero consentirán verse sepultados bajo las ruinas de este edificio que dejar de cumplir con los deberes que la nación les ha impuesto. Si los secretarios del Despacho, no han tomado todas las providencias que están á su alcance para impedir cualquier complot que pueda haber existido, serán responsables ante la ley y esta responsabilidad

se hará efectiva si pudiendo impedirlo permiten que se turbe la tranquilidad pública. Si hemos sido imparciales con personas que nos eran tan caras por los servicios hechos á la patria, seremos inflexibles y yo el primero, conel primero, contra los ministros; no conociendo á las personas sino á las leyes y siendo víc timas de ellas por no faltar á nuestro deber.>>

Impresionó este discurso á toda la cámara más aun que por su lenguaje enérgico por proceder de un personaje tan moderado en principios, y aprobada la proposición de Moreno Guerra, ordenó el presidente del Congreso que se presentaran los ministros.

Asi que estos estuvieron en presencia de las Cortes, el de Gobernación, don Agustin Argüelles, en nombre de sus compañeros, hizo con gran concisión una reseña de todo lo ocurrido en la noche anterior y dió lectura á las comunicaciones que se habían cruzado entre las autoridades de Madrid gobierno.

el

El relato de Argüelles no daba ningún interés á la discusión, pues todo cuanto dijo era ya conocido por el Congreso; pero vino á animar el debate el brigadier Palarea que figuraba en el bando exaltado y que era el famoso médico que en 1808 abandonó su profesión para dedicarse á la accidentada vida de guerrillero logrando alcanzar en la milicia una categoría tan respetable merced á sus numerosas hazañas.

tos, atribuyó la culpa de todo lo ocurrido en el día anterior al partido realista, que para despojar á los liberales de las simpatías de las clases conservadoras les atribuían el propósito de destronar á Fernando y proclamar la República. Censuró al gobierno por la lentitud con que seguía los procesos de los conspiradores, propuso que se pusiera en vigor el artículo 308 de la Constitución, que establecía que cuando la patria estuviera en peligro pudieran las Cortes suspender las formalidades necesarias para el arresto de los ciudadanos sospechosos, y pidió que en adelante siempre que se dieran vivas al rey, se añadiese el adjetivo Constitucional, sin cuyo requisito el aclamar al soberano seria considerado como manifestación subversiva.

Volvió Argüelles á hacer uso de la palabra y se justificó de la imputación dirigida al gobierno por su tolerancia

y

lentitud en los procesos de los realistas conspiradores.

-Los señores diputados,-dijo el ministro,-no pueden ignorar que ha llegado la imparcialidad del gobierno hasta mandar prender en el acto mismo de ir á ejercer sus funciones á un individuo de la capilla real, complicado en la causa de Burgos... Yo pregunto si la época anterior presentó muchos ejemplos de una imparcialidad semejante... Y á pesar de esto se culpa al gobierno de miramiento y consideraciones... El suceso de anoche no es un hecho aislado; es la con

Palarea, fundándose en hechos cier- secuencia de una exaltación que ha

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sido precedida de otras que ahora no entraré á calificar. Si necesario fuese, manifestaré al Congreso franca y lealmente todos los sucesos.

Acaloróse el debate con estas declaraciones, y terciando en él Toreno dirigió al gobierno acerbas censuras porque no había reprimido á los alborotadores que se proponían derribar el régimen existente.

-Esas asonadas,—dijo,-sea quien fuera el que las promueva, son verdaderamente asonadas serviles. El que incomoda á los demás y con pretexto de observar las leyes las infringe todas, es en mi opinión el mayor servil; entendiéndose por este nombre quien no quiere leyes justas é iguales para todos.

Intentaba Toreno con este discurso poner los acontecimientos bajo un nuevo punto de vista y que el Congreso se ocupara únicamente de la asonada nocturna de los exaltados, olvidando en cambio las demostraciones realistas que la habían motivado; pero el famoso Ꭹ radical Romero Alpuente aceptó el reto de los moderados y justificó lo ocurrido en la noche anterior en los siguientes términos:

-Si se hubiese de estar como tal vez había de estarse á lo que ha dicho el señor Palarea, es decir, que el pueblo sabia que en Palacio había habido iguales reuniones en muchos días, que había habido esas voces tan contrarias, tan escandalosas y altamente ofensivas à la Constitución, y que sabía también que no se había tomado

providencia alguna por el gobierno para prohibir tales voces, ha dicho: ya que los conductores de esta máquina, ya que los ejecutores y aplicadores de la ley están tan pasivos y no vengan á esta nación, hagamos por nosotros la justicia y venguémosla por nosotros mismos. Si los serviles unidos se atrevieron á explicar asi sus sentimientos, vamos nosotros los liberales á aplicar así los nuestros con el valor y la firmeza de la Constitución.

Las atrevidas palabras de Romero Alpuente, que constituían una apología de la soberanía popular, tal como la entendían los exaltados, excitó á Argüelles que contestó con uno de sus más extensos y elocuentes discursos. Después de protestar de todo lo dicho por Romero Alpuente, describió la agitación que la llegada y los actos de Riego habian producido en Madrid, las razones que el gobierno había tenido para acordar el destierro de aquél y la disolución del ejército de la Isla, y exaltándose ante las acusaciones que se dirigían contra él y sus compañeros de gabinete, amenazó con «abrir las páginas de aquella historia» y revelar á la nación la verdad entera.

-¡Qué se abran esas páginas!—gritaron los exaltados aceptando el reto.

Pero Argüelles se desentendió de tal excitación, las páginas no se abrieron, y lo que el ministro de la Gobernación quería hacer valer como terrible amenaza, no pasó de ser una figura oratoria.

Martínez de la Rosa que rivalizaba con Argüelles en ser el primer orador de la época, pronunció en dicha sesión un magnífico discurso, apoyando todo lo dicho por el ministro, y entonces fué cuando dijo sus célebres frases, tan repetidas y glosadas por los parlamentaristas y doctrinarios que le han sucedido: «No; no veo la imagen de la libertad en una furiosa bacante, recorriendo las calles con hachas y alaridos: la veo, la respeto, la adoro en la figura de una grave matrona que no se humilla ante el poder, que no se mancha con el desorden.»>

El elocuente y persuasivo orador extendióse en largas consideraciones para convencer á la Cámara de que no debían aprobarse las proposiciones de Palarea, y así se acordó por mayoría, terminando la sesión sin que el ministerio diera mayores explicaciones.

A pesar de que tan largo y empeñado debate no produjo resultado alguno, causó gran gran resonancia en el país, el cual le dió el nombre de sesión de las páginas, por lo infructuosa que había resultado la amenaza de Argüelles á los exaltados.

En dicha sesión acabaron de deslindarse los dos campos en que se hallaba dividida la familia liberal, y las relaciones entre moderados y exaltados quedaron rotas para siempre, combatiéndose ambos en adelante con el más rudo encono.

Como el triunfo que los moderados alcanzaron sobre los verdaderos revo

lucionarios en la sesión del día 7 era una victoria para el principio de autoridad en todo su rigor, los enemigos de la soberanía popular experimentaron gran alegría, y el ministerio fué felicitado no sólo por los políticos de su bando, sino por los realistas más furibundos, llegando el mismo Fernando á mirar con más buenos ojos á los gobernantes que tanto celo demostraban en ponerle á cubierto de los ataques de los exaltados, justamente cuando estaba conspirando contra la Constitución.

Mientras el ministerio recibía sin rubor estas muestras de afecto, que debían demostrarle el perjuicio que estaba causando á la revolución, los exaltados emprendian una campaña de venganza contra el partido moderado empleando una saña que debían guardar únicamente para los realistas.

Las sociedades patrióticas que contaban en su seno á algunos personajes moderados, los excluyeron con la misma indignación que si fueran enemigos de la libertad, y Toreno, Yandiola y otros constitucionales conocidos quedaron eliminados de la Fontana de Oro, que era el club más deseoso de combatir al gobierno.

Para no dar lugar á que los ministros se resarcieran de los ataques que los dirigía, persiguiendo á sus oradores, suspendió dicho club sus sesiones públicas de propaganda, aunque sus socios siguieron reuniéndose á puerta cerrada, y el célebre Alcalá Galiano, que continuaba siendo su director,

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