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CAPITULO XXVIII

1834

Situación política del país.-Conducta de Martínez de la Rosa.-Sus tendencias reaccionarias.—El Estatuto Real.-Ineficacia de su farsa política.-Conducta de España en los asuntos de Portugal. -El ejército de observación mandado por Rodil.-Gestiones del marqués de Miraflores en Londres.-Tratado de la Cuádruple Alianza.-Rodil penetra en Portugal.-Huida de don Carlos.Actitud de éste en Londres.-Su fuga y llegada á las Provincias Vascongadas.— Rodil al frente del ejército del Norte.-Entrevista de don Carlos y Zumala cárregui.-Rodil persigue al Pretendiente.-Sus infructuosas operaciones. - Favorable situación de Zumalacárregui.—Acertadas operaciones de éste.-Desastre de los cristinos en las Peñas de San Fausto. --Repitese esto en las cercanías de Vera. -Rodil dimite el mando del ejército.-Juicio sobre su conducta.-Sucesos políticos en Madrid.-Matanza de frailes.-Conspiración liberal.-Los Estamentos. -Conducta política del conde de Toreno.

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tivo tal como se establecía en la Constitución de 1812, pues los más conspicuos personajes del bando cristino como antiguos realistas y conspiradores durante el trienio revolucionario, eran acérrimos detractores de dicho código político.

Los generales Llauder y Quesada con sus exposiciones á la reina, de que ya hablamos, fomentaron el movimiento político del país que insensiblemente se dirigía al constitucionalismo y aun vinieron á aumentar más aquél la presencia de Martinez

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de la Rosa y Garelly en el ministerio. | revolución francesa, y deseaba formar Martínez de la Rosa, que en aquella un código político que más que al país situación política figuraba como el agradara á la familia real y á las clahombre más importante y necesario, ses favoritas resucitando instituciones podía haber encaminado la opinión á borradas ya por la mano del progreso. favor de un restablecimiento completo del código político formado en Cádiz; pero dicho hombre público, con el transcurso del tiempo, había ido modificando sus ideas en sentido reaccionario, y ya vimos como en el segundo período constitucional llegó á hacerse simpático á Fernando, por ser casi tan enemigo como éste de la soberanía popular.

La emigración liberal la pasó Martínez de la Rosa en París, escribiendo versos, sin preocuparse para nada de la revolución española ni ayudar á sus compañeros en las conspiraciones, y hasta sostuvo correspondencia con los cortesanos más reaccionarios que él había conocido en su época de ministro palaciego. Su estancia en el extranjero y sus estudios del doctrinarismo político, entonces en moda, que pretendía ligar íntimamente el pasado con el porvenir y hacer compatible el derecho divino de los reyes con la soberanía de las naciones, lleváronle á ser decidido partidario de tan ridículo sistema y á querer establecer en España un gobierno constituido sobre base tan imposible.

La Constitución de 1812, que tantas veces había defendido en su juventud, le causaba ahora horror por creerla demasiado democrática y estar inspirada en los sublimes ideales de la gran

Ciego Martínez de la Rosa y no menos desacertados sus compañeros, creyeron que la regencia de Cristina y la corona de Isabel se perdían si se hacían concesiones al pueblo, y desconociendo que el inseguro trono necesitaba más que nunca el auxilio del país amante de la libertad, concibieron el ridículo y caprichoso pensamiento de dar por base al nuevo sistema político que querían fundar una pragmática que tomó el nombre de Estatuto Real, y que fué una negación de todos los derechos que, naturalmente, correspondían al pueblo.

Algunas Cartas y Constituciones existían entonces en Europa, inspiradas en el sentido más reaccionario, y, sin embargo, ninguna más ineficaz y antiliberal que el Estatuto imaginado por Martínez de la Rosa.

En dicha pragmática, creábanse dos cámaras con el título de Estamento de Próceres y Estamento de Procuradores, y se negaba á éstas la iniciativa de las leyes que quedaba reservada al poder real, prohibiéndoseles igualmente el ocuparse de materias que no hubieran sido objeto de un real decreto.

Esta farsa política (que no otro nombre merece) no tenía nada del sistema constitucional, y no era otra cosa que la continuación del absolutismo

encubierto con un disfraz de régimen | nido en la guerra civil á favor de doña

representativo.

Tan absurdo sistema tenía, además, el defecto de ser inconveniente atendidas las circunstancias, pues al paso que con él se disgustaba á los elementos liberales que habían de ser el principal apoyo de la causa de Isabel, no lograba el gobierno atraerse á los elementos tradicionales del país, pues éstos se hallaban en un todo identificados con el pretendiente don Carlos y no querían el régimen representativo, aun tan falseado y escarnecido como lo era en el Estatuto Real.

Todas estas circunstancias hacían que tal ley naciese muerta, y antes que entusiasmo despertase aversión en la gran masa que se mostraba dispuesta á batir á los enemigos de Isabel, no por simpatía á determinada personalidad real, sino por alcanzar la libertad que merecía como justa reparación de las ofensas sufridas durante el pasado período reaccionario.

Pronto tendremos ocasión de ver los efectos que al país produjo el desdichado Estatuto Real.

La formación del gabinete Martínez de la Rosa influyó mucho en la actitud de España con respecto á Portugal, donde todavía continuaba la guerra civil. El ministerio dió orden al general Rodil, que mandaba el cuerpo de observación acantonado en la frontera, para que acentuara su actitud hostil para el pretendiente don Miguel y los portugueses reaccionarios, y de seguro que hubiera interve

María de la Gloria á no tener que guardar consideraciones al gobierno inglés que, cual de costumbre, seguía influyendo decisivamente en todos los negocios del vecino reino y miraba con malos ojos la ingerencia de cualquiera otra nación.

A pesar de que el gobierno quería guardar estas consideraciones, tan molesta y peligrosa se hizo la presencia en Portugal del pretendiente don Carlos, que dió á Rodil la orden de pasar la frontera y de apoderarse de la persona del infante.

La cuestión internacional con el resto de Europa no preocupaba menos al gobierno, pues algunas potencias se manifestaban poco dispuestas á reconocer el derecho hereditario de Isabel. Inglaterra y Francia acataron inmediatamente por medio de sus embajadores la coronacića de la hija de Fernando VII; pero Austria, Prusia y Rusia, que eran las potencias más reaccionarias y aferradas á los principios de la Santa Alianza, no se mostraban propicias á imitar tal ejemplo y aunque tampoco se atrevían á reconocer á don Carlos como soberano de España, prestaban á su causa toda clase de auxilios y si no verificaban una intervención armada en nuestra patria era porque no podía permitírselo su situación geográfica.

Necesitaba el gobierno español un embajador en Londres que le fuera adicto y de toda confianza y nombró al marqués de Miraflores dándole toda

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