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va desplegó numerosas guerrillas y envió una columna de ataque compuesta por dos batallones de la legión francesa y el regimiento de la Princesa al frente de la cual marchaba el coronel de éste, D. Ramón María Nar

Con dirección á dicho lugar, Córdo- | soldadescas como poco cultas, no nos es dado reproducir. Tomó la columna el paso de ataque y comenzó á trepar por la cordillera bajo un diluvio de balas llegando en breve á las alturas de las que desalojó á los carlistas, no sin antes dejar tendido en la mitad del camino á su bravo coronel, que recibió en el cráneo un balazo que le tuvo próximo á la muerte (1).

váez.

El sanguinario soldado que con el tiempo había de ser el dueño de España afligiéndola con una dictadura reaccionaria, mostrábase en aquella época cansado de la vida militar y tan grande era su deseo de abandonar el ejército, que pocos días antes de la batalla de Arlabán se dirigió á su dirigió á su amigo Córdova pidiéndole el retiro y la administración de correos de Bilbao.

El general en jefe que conocía el valor temerario de Narváez y lo preciso que era como jefe de ataque en el momento decisivo de una batalla, le disuadió de su empeño, dándole el mando del regimiento de la Princesa con el que hizo verdaderos prodigios en el curso de la guerra, llegando á merecer del general francés Bernelle que dijera á su gobierno:-Nada hay

tan bello como el coronel Narváez en un día de batalla.

Puesto el impetuoso coronel al frente de la columna, arengó al regimiento de la Princesa, diciéndole con energía que era preciso demostrar ante sus compañeros los franceses, que no había degenerado el valor de los antiguos tercios castellanos, arenga que terminó con algunas frases que, por ser tan

(1) Narváez, en su juventud, alcanzó gran celebridad en el ejército por los lances temerarios y las excentricidades á que le arrastraba su ca

rácter impetuoso. Como se había distinguido tanto atacando á los realistas en la jornada del

7 de Julio de 1822 en Madrid, al triunfar la reacción fué señalado como oficial peligroso por sus ideas liberales, y el gobierno lo envió desterrado à Ronda, su patria, bajo la vigilancia de las au

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toridades. Los excesos y atropellos de los terroristas reaccionarios no le intimidaron jamás, y

buena prueba de ello es el siguiente lance:

Jugando una noche al monte en un casino de

Ronda, tallaba Narváez, cuando vió que por encima de sus hombros alguien alargaba un brazo depositando un bolsillo repleto de oro al lado de

una carta. Volvió los ojos el impetuoso oficial, y

al ver que quien tal puesta colocaba era el jefe de los voluntarios realistas de Ronda, hombre des

preciable por su ferocidad y sus venganzas contra

los liberales, agarró el bolsillo y se lo tiró á la cara, diciendo con voz de trueno:-Donde yo tallo

no apunta ningún realista. Este rasgo lo puso casi á las gradas del cadalso.

Cuando favorecido por Córdova en la campaña del Norte tomó el mando del regimiento de la Princesa, los oficiales de éste, ofendidos por tal elevación, comenzaron á murmurar, lo que sabido

por Narváez hizo que al presentarse en Tafalla á tomar el mando del cuerpo, dijera con desenfado á la oficialidad:-Conozco, señores, que este es el regimiento más indisciplinado de todos en el ejército y que ustedes tienen de ello la culpa; pero desde luego deseo hacerles conocer que sabré imponerme y que tengo más corazón y más caracter que todos ustedes para hacer cumplir á la fuerza á todo el

mundo con su deber. Para demostrarlo, á cuantos se crean ofendidos con estas palabras, desde ahora hasta mañana al toque de diana no soy para nadie

Córdova, al saber el accidente, co- | vaqueó sobre el campo de batalla, su

rrió presuroso al lugar donde estaba agonizando su antiguo compañero en el regimiento de Guardias Españolas, y abrazándolo con lágrimas en los ojos, dijo volviéndose á los oficiales de Estado mayor que le criticaban por el afecto que profesaba á Narváez y empeño que mostraba en contribuir á

su carrera:

el

-No extrañen ustedes, señores, que quiera tanto á un hombre que nos sirve á todos de modelo.

Entretanto los carlistas, arrojados de sus posiciones por el regimiento de la Princesa, se hacían fuertes á corta distancia, reforzados por los batallones de refresco. El momento era decisivo, pues un avance de los carlistas podía destruir las ventajas alcanzadas, y Córdova, reconociendo esto, hizo atacar á la legión francesa y la brigada de Rivero, fuerzas que, arrollando al enemigo, consiguieron apo derarse de las alturas.

Sobrevino en esto la noche, y el ejército liberal, queriendo conservar el terreno que había conquistado, vi

el coronel sino el compañero que está dispuesto a darles satisfacción con las armus. Nadie contestó,

y Narváez se impuso. Los soldados le admiraban por su valor tanto como le odiaban por su carácter y por la rigidez que observaba en lo relativo á la limpieza de los correajes dándoles bola, como entonces se decía.

Cuando cayó mortalmente herido en Arlabán, los soldados al pasar sobre su cuerpo, creyéndolo

muerto, decian en tono de burla:- Ya no hay bola, coronel. Pero Narváez al oir estas palabras se incorporó, diciendo con rabia á pesar de su terrible herida en la cabeza:-Tendréis bola y más bola; que yo no muero de esta.

friendo pacientemente la falta de fuego y de tiendas, no teniendo para combatir la lluvia y el frío otro abrigo que sus uniformes, que, por efecto del desorden que reinaba en la administración militar, eran todavía los de verano.

En la madrugada del siguiente día el jefe carlista Villarreal, que había estado haciendo frente á la legión inglesa, se unió á Eguía, quien, avergonzado de su derrota en Arlabán, manifestó que iba á presentar su dimisión á don Carlos tan pronto como le viera, pues aquella guerra tan dificil y azarosa sólo era propia, según él decía, para los muchachos.

Muy entrada ya la mañana, se renovó el combate en las cercanías de Salinas, incorporándose al grueso del ejército el general Espartero, que, con su habitual bravura, contuvo las furiosas arremetidas de los carlistas.

Las dos jornadas de Arlabán hicieron honor á ambos ejércitos, pues fueron una clara demostración de la bravura de los españoles; pero aunque los liberales alcanzaron la victoria, quedando dueños del campo, la batalla resultó infructuosa, pues Córdova, después de hacer tan brillante alarde de su talento de general, vióse obligado á volver á su punto de partida, por no poder sostenerse en aquellas alturas, desprovistas de todo medio de subsistencia.

El deseo que manifestaba el pais de continuas y sangrientas batallas, obli

gaba á Córdova á efectuar empresas como las de Arlabán, tan infructuosas como llenas de gloria, todo por no merecer el dictado de indolente é inactivo.

Como los carlistas tenían la seguri dad de no ser arrojados del territorio vasco, que dominaban á su antojo, pensaron verificar excursiones á las provincias centrales de la península, extendiéndose al mismo tiempo por Asturias, Galicia y Aragón. Para impedir la invasión de las dos primeras regiones fué designado el general Espartero, y en los límites de Aragón se situó el general Tello, mientras que las legiones extranjeras custodiaban la llanura de Alava.

Después de distribuir de este modo las fuerzas, sólo quedaban á Córdova una brigada francesa y otra española para proteger los valles del Baztán, que habían vuelto á declararse en favor de la libertad, y al mismo tiempo mantener expeditas las comunicaciones con Francia y guardar la línea del Ebro de un ataque del enemigo.

Córdova emprendió, además, grandes obras de fortificación para completar las líneas de bloqueo, y después de despedir al conde de Almodóvar, ministro de la Guerra, que volvió á Madrid, dirigióse á la frontera para conferenciar con el general francés Harispe, jefe del distrito militar de Bayona, y pedirle que permitiese la entrada en su territorio de tropas españolas, para que volviendo á penetrar en España por los puntos en que

dominaban los carlistas, atacasen á éstos por la espalda.

Harispe no acudió á la frontera por hallarse enfermo, y el resultado del viaje de Córdova fué adquirir éste las armas y municiones necesarias para la milicia nacional que se estaba organizando en los valles del Baztán.

Eguía, sabedor de tal viaje, se aprovechó de él, y valiéndose del temporal de nieve que reinó durante algunos días, púsose en marcha, sin que se apercibieran Evans y Espartero, encargados de vigilar sus movimientos, y cayendo repentinamente sobre Balmaseda, consiguió rendir dicha población á los tres días de sitio, haciendo prisionera á su guarnición y apoderándose de cinco cañones y gran cantidad de municiones y víveres. A esta conquista siguió la de Mercadillo y la villa de Guetaria, si bien los carlistas no consiguieron apoderarse del castillo de ésta, pues lo conservaron los liberales, gracias á los auxilios recibidos.de San Sebastián.

La copiosa y continua nevada imposibilitó á los carlistas de continuar sus correrías, dificultando de tal modo las comunicaciones, que ambos ejércitos no pudieron salir en muchos días de sus acantonamientos.

Cuando el temporal disminuyó un poco, Espartero, que estaba en Peñacerrada, supo que los carlistas preparaban una invasión á Castilla, y se dirigió á marchas forzadas á Medina de Pomar; pero Eguía, torciendo su rumbo, cayó sobre Palencia, haciendo

gran número de prisioneros y apoderándose de trece cañones y municiones en abundancia..

Como se ve los carlistas eran derrotados en las batallas campales, pero apenas sus enemigos disgregaban sus fuerzas realizaban valiosas conquistas y hacían grandes adquisiciones de armamento, sin que á Córdova le fuera posible evitar tales desgracias á causa de su eterna falta de recursos y de los muchos puntos que á un mismo tiempo había de vigilar.

A mediados del mes de Marzo dispuso Córdova un simple reconocimiento del campo atrincherado de Villarreal, no queriendo formalizar el ataque, y al mismo tiempo corrióse sobre el campo atrincherado de Guevara, cuyas obras destruyó sin que lograra impedirlo la guarnición del Castillo.

éxito; pero Espartero en uno de aquellos arranques impetuosos tan propios de su carácter, púsose al frente de todas sus tropas y después de comunicarlas su entusiasmo con varonil elocuencia, cargó á la bayoneta con tal empuje, que los hizo huir del campo de batalla.

Acciones cual la de Unzué, tan sangrientas como infructuosas, abundaron en el curso de aquella guerra, sirviendo estos duelos en gran escala para que demostrasen su temerario valor los jefes de una y otra parte.

Eguía sentía grandes deseos de apoderarse de todo el litoral cantábrico y fijó sus ojos en la villa de Lequeitio, cuyos habitantes por ser entusiastas liberales, eran antipáticos á todos sus paisanos tan decididos por causa del pretendiente.

la

Tanto era el deseo que los campesinos vascongados sentían de exterminar á los liberales de Lequeitio, que haciendo caso omiso del dictamen de

El día 19, las divisiones Méndez Vigo y Ezpeleta reuniéronse en Balmaseda, mientras Espartero se dirigía hacia Orduña que ocupaban los car-los ingenieros carlistas que asegura. listas. La división Rivero marchaba separada de Espartero, aunque siguiendo una dirección paralela, circunstancia de la que intentaron aprovecharse los carlistas interponiéndose entre ambas fuerzas con la esperanza de batirlas sucesivamente. Espartero, que conoció la intención del enemigo, trabó con éste en las inmediaciones de Unzué una reñida pelea en la que por ambas partes se hicieron prodigios de valor. A las tres horas de combate, todavía estaba indeciso el

ban era imposible subir á las escarpa das alturas que rodeaban la plaza las piezas de artillería, engancharon éstas á sus yuntas de bueyes y á fuerza de paciencia y entusiasmo consiguieron realizar tal milagro. Roto el fuego desde las alturas, el fuerte de Lequeitio que era considerado como inexpugnable tuvo en breve que rendirse, viéndose obligados los valientes defensores á abrir al enemigo las puertas de la población.

La pérdida de Lequeitio produjo en

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