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calma para levantar bajo la inteligente dirección de Arechabala, una nueva línea de defensa desde el palacio de Quintana hasta la Cendeja.

En la mañana del 28 se renovó el fuego disparando las baterías carlistas con gran precisión, y como al empezar la tarde los sitiadores enarbolaron una bandera blanca en señal de parlamento, los heroicos bilbaínos contestaron á gritos:

más que la posesión de una plaza fuerte, anhelaban la recaudación de enormes tributos.

Los heroicos defensores de Bilbao respondieron á la intimación de Eguía tal como ésta merecía, pues se negaron á oir al comisionado y lo despi

dieron á balazos.

Mientras los carlistas continuaban el sitio de la ciudad é intentaban sin éxito alguno apoderarse de varios

-Nada de transacción, vencer ó puntos de su recinto fortificado tan

morir.

Al mismo tiempo llegaba un emisario de Eguía intimando la rendición de una capitulación decorosa.

El feroz general, hacía el sacrificio de intentar un acomodo con los enemigos, movido únicamente por la necesidad de hacer frente à Espartero que se acercaba; pero en tal mensaje á los bilbaínos, se guardó muy bien de decir que tenía en su poder una instrucción secreta firmada por don Carlos, en la que se ordenaban tremendas venganzas contra los bilbaínos, saliendo desterrados así que se tomara la plaza todos aquellos liberales que no se hubiesen distinguido lo suficiente para ser fusilados. Además el Pretendiente quería exigir una contribución de doce millones al vecindario de Bilbao y embargar los bienes de todos los que militasen en el ejército liberal, instrucciones que aun iban acompañadas de otras más crueles para los presuntos vencidos y que demostraban que en su intento de apoderarse de Bilbao, los carlistas

valerosamente defendido, Espartero con el ejército liberal caminaba hacía Bilbao dispuesto á salvarlo del peligro aún á costa de los mayores sacrificios.

Por su orden fué reforzada la guarnición de Portugalete, punto de gran importancia para emprender operaciones sobre Bilbao y esperó la incorporación de las brigadas de Castañeda y el barón de Meer procurando entretanto poner la línea del Ebro á cubierto de un ataque de los carlistas que facilitase su paso á Castilla.

Sentía Espartero gran impaciencia por acudir en socorro de la plaza que tan justamente reclamaba su auxilio; pero veíase obligado á guardar una forzosa inacción en vista del rigor de los temporales y de la necesidad de esperar los repuestos de víveres que había pedido para racionar las tropas en su larga marcha.

Cuando Espartero tuvo reunidas todas las fuerzas de que podía disponer, vió que éstas no llegaban al número que él se había imaginado; pero sin

desmayar por esto, púsose en movimiento con sus quince batallones tomando la ruta por Laredo y Castro

Urdiales.

Cuando Espartero llegó á este último punto, vió que los soldados á más de ir mal vestidos estaban descalzos á causa del continuo temporal de aguas y nieves que cada vez era más terrible y persistente.

El ejército en su marcha no encontró franqueable el paso por el valle de Somorrostro, y en la junta de generales convocada por Espartero decidióse el embarque de las tropas para Portugalete, operación que fué interrumpida por las tempestades y que dejó al ejército en dos fracciones aisladas, expuestas á un golpe de mano de los carlistas.

Esta peligrosa situación era insostenible y Espartero quiso salir de ella cuanto antes, por lo cual con las tropas que no habían podido embarcarse se dirigió por tierra á Portugalete marchando á la cabeza de aquellos valientes soldados que aunque descalzos y sin abrigo caminaban satisfechos de ser mandados por un general tan valeroso y audaz como afortunado.

de la ría del Galindo, operación que tuvo que efectuar en barcas y corriendo grandes peligros; pero su buena suerte no le abandonó en aquella ocasión y sucesivamente se apoderó de las alturas de Baracaldo y el convento de Burceña.

No quiso el victorioso general desaprovechar el entusiasmo y la decisión que mostraban sus soldados, y desenvainando su espada púsose al frente de las columnas de ataque y se precipitó sobre la altura de las Cruces que defendían los carlistas con mucha y poderosa artillería, apoderándose de ella sin dejar á los enemigos otra posición que el codiciado puente de Castrejana.

Los carlistas, para resarcirse de las pérdidas que habían snfrido, determinaron defender hasta la muerte el codiciado puente, y con tal entereza cumplieron su propósito, que Espartero vióse rechazado en todos sus furiosos ataques y obligado al fin á replegarse á Portugalete después de algunas horas de reñido combate.

Con esto la situación del caudillo liberal se hizo apurada, pues comprendía que no tenía fuerzas suficientes para luchar con los carlistas y al mismo tiempo de permanecer inactivo corría el peligro de que Bilbao cayera en poder de sus sitiadores.

El día 26 tuvo el general todo su ejército reconcentrado en Portugalete é inmediatamente emprendió el movimiento sobre Bilbao mientras que Villarreal se preparaba á disputarle el paso colocando en línea sus fuerzas desde la playa de Burceña al puente de Castrejana. Espartero el día 27 forzó el paso situación, y la Junta, después de al

En 30 de Noviembre, reunió Espartero en su alojamiento á todos los generales y jefes de cuerpo para que decidiesen lo más acertado en aquella

gunas deliberaciones, acordó que se llevase á cabo un movimiento sobre la plaza, verificándolo por la parte de Azúa, sin más artillería que la de montaña y fiando el éxito al valor y constancia del ejército. Respecto á la total carencia de víveres en que se hallaban las tropas y que era casi igual á la que experimentaba el vecindario de Bilbao, acordóse el ordenar á la intendencia militar de Santander que aunque tuviese que valerse de la fuerza para reunirlos, adquiriese la mayor cantidad posible de alimentos los enviara inmediatamente á Portugalete.

y

La situación de Bilbao, que todo lo esperaba del ejército libertador, era cada vez más apurada, pues los víveres escaseaban y los sitiadores practicaban una mina por bajo del palacio de Quin

tana.

El telégrafo óptico hacía desde Bilbao continuas señales á Espartero para que avanzase en su marcha, á las que contestaba el general diciendo que confiasen en que serían socorridos; pero que antes tenía que vencer el ejército grandes obstáculos, ya que no podía adelantar un paso sin entablar una batalla de éxito aventurado y en terreno escogido por el enemigo. La escasez que afligía á los habitantes de Bilbao era tan grande como la que experimentaron los heroicos defensores de Zaragoza y Gerona. Los enfermos carecían de carne fresca; un par de gallinas llegó á valer seis duros y la carne de gato se vendía á seis

reales la libra, teniendo al fin aquellos valerosos liberales que acudir para su alimentación á los animales más inmundos.

Espartero, antes de emprender su movimiento decisivo, efectuó varios avances; pero por fin reunió el 14 de Diciembre en el campamento de Burceña una junta de jefes para tratar de cómo había de verificarse la marcha hacia Bilbao.

Todos los asistentes al consejo mostráronse contrarios á aquella operación que podía producir la pérdida del ejército y la completa ruína de la causa liberal.

Mientras aquellos militares de tan probado valor mostrábanse contrarios á socorrer á Bilbao por falta de medios, Espartero luchaba entre su deber de general y el compromiso que tenía contraído con los de Bilbao, dudando en abandonar la empresa ó seguir adelante con los ojos cerrados.

El puente de Castrejana, especie de Termópilas del carlismo, era el obstáculo más terrible que cerraba el paso al ejército libertador, y Espartero, que no quería de ningún modo abandonar la empresa, púsose á buscar el medio de salvar aquel poderoso inconveniente.

Su instinto militar que en las circunstancias más críticas le servía con gran eficacia, consideró el gran partido que podía sacar de las lanchas cañoneras y de las trincaduras que estaban en Portugalete y que por la ría podían conducir las tropas al ataque

del puente de Luchana, el cual podía que amedrentó á aquellos carlistas tan darles acceso á Bilbao. acostumbrados á batirse y se apoderaron en poco tiempo del puente, de los caseríos y finalmente de las baterías. Asi que Espartero quedó dueño del puente de Luchana, destruído por el enemigo, hizo que los ingenieros lo restablecieran con rapidez, y ya muy entrada la noche efectuó el paso al otro lado de la ría la división del barón de Meer, encargada del ataque del monte de San Pablo.

Era esta operación algo arriesgada y necesitaba de grandes preparativos, pues había que ocupar algunos días en el transporte de la artillería y del establecimiento de las baterías destinadas á proteger el levantamiento del sitio. Otra dificultad también grande que había que vencer, era el restablecimiento del puente de Luchana destruído por los carlistas y sin el cual resultaba imposible trasladarse al terreno favorable para batir á los enemigos.

Así que tuvo Espartero reunidos los transportes marítimos necesarios para la operación, comenzó á efectuar el embarque de las tropas en la tarde del día 24, en medio de un terrible huracán acompañado de granizo y espesa nevada.

Las lanchas protegidas por el fuego de las baterías establecidas en las dos orillas del Nervión, fueron avanzando sin hacer caso de las descargas de los carlistas que ocupaban la parte opuesta del puente de Luchana y eran dueños de las casas á él inmediatas, fortificadas con zanjas y parapetos y artilladas con piezas de bastante calibre.

Las compañías de cazadores que formaban aquella expedición marítima y que iban mandadas por el bravo comandante Ulibarrena, afrontaron heroísmo el incesante fuego del enemigo y los rigores de la naturaleza, y cargando con furia tan tremenda

Los carlistas, avergonzados de la derrota que habían sufrido en Luchaderrota na, quisieron tomar la revancha, y bajando con el ímpetu de un huracán desde las alturas de Banderas, trabaron con sus enemigos uno de esos desesperados combates en que la brutalidad humana llega á su período álgido.

Allí, á la vagorosa claridad que producía el reflejo de la espesa capa de nieve que cubría el suelo, bajo el blanco y frío manto que se cernía en el espacio, y azotados por el vendaval, que formaba espantosos remolinos, los dos ejércitos se buscaron un sin número de veces para cargarse al mismo tiempo á la bayoneta y enrojecer aquel suelo de armiño con arroyos de sangre.

Nadie cedía; nadie pensaba en retroceder. El valor heroico pugnaba porque la desesperación le dejara libre el paso, pero ni liberales ni carlistas avanzaban una sola pulgada, y el éxito de la batalla estaba todavía indeciso, aunque con el peligro para

los liberales de que los soldados, extenuados y decaídos, se mostraban poco dispuestos á seguir atacando, pues les faltaba aquel enardecimiento que mágicamente producía Espartero con su presencia.

El célebre general estaba imposibilitado de ponerse al frente de sus tropas. Acometido desde por la mañana por los tremendos dolores que le producía la enfermedad de cálculos en la vejiga urinaria y agitado por una creciente calentura, estaba tendido en un miserable jergón, que le servía de lecho, en la cocina de una casa de

campo.

El, que tantas veces había sido el primero en exponer su vida en los combates, temblaba ahora más que por la fiebre por la rabia que le producía el oir de lejos el estruendo de una batalla en la que se estaba jugando la suerte del ejército, de la libertad y la suya propia, y en la cual no podía tomar parte.

Las noticias que de vez en cuando llegaban á aquella humilde habitación, alumbrada por las crepitantes llamas de la chimenea, eran bastante desconsoladoras. La segunda división, que tan sobrehumano combate sostenía al pié de la cumbre de Banderas, contaba las bajas por muchos centenares; su jefe, el barón de Meer, estaba herido; su segundo, el brigadier don Froilán Méndez Vigo, gravemente contuso, y los soldados, para seguir combatiendo, pedían á gritos la presencia de su general en jefe.

El general Oraá, que había estado dirigiendo todo el ejército como jefe interino, al ver que á las once y media de la noche decrecía momentáneamente el combate y sólo se cruzaban algunos disparos, se dirigió, después de dejar fuertemente asegurado el puente de Luchana, al lugar donde estaba Espartero, con el propósito de comer alguna cosa y revelar á su superior el verdadero estado de la batalla.

Apenas Oraá comenzó á conferenciar con Espartero, oyó nuevamente el estruendo del combate, que había vuelto á recrudecerse y que ponía al ejército en una situación desesperada.

El general en jefe, para auxiliar á la primera división, que era la más comprometida, había enviado al ensangrentado campo de batalla las tropas mandadas por el general Ceballos Escalera y poco después la brigada del coronel Minuisir. Pero estos refuerzos resultaban insuficientes, y á cada momento llegaban los ayudantes de los generales que luchaban desesperadamente contra el enemigo, con objeto de manifestar á Espartero que estaban resueltos á morir, pero que no tenían la seguridad de vencer.

Espartero no pudo seguir por más tiempo entregado á la innacción ante aquel tenaz combate que probablemente iba á terminar con una derrota. A las doce y media de la noche, el heroico soldado, con un supremo esfuerzo de su imperiosa voluntad, do

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