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vengo en nombre de la fuerza de artillería. Francisco de Paula Sel gas.- Convengo en nombre del escuadrón de mi cargo, Guipúzcoa.Manuel de Sagasta.-Convengo en nombre del primer escuadrón de lanceros de Castilla.-Pantaleón López Ayllón.-Convengo por la brigada que antecede.-El brigadier Fernando Cabañas.

Este convenio fué suscrito además por los generales La Torre y Urbiztondo y los comisionados de las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa señalándose el día siguiente para la reunión de los batallones en Vergara.

Este acto trascendental que venía á ser el epílogo de tan larga lucha, estuvo á punto de fracasar, pues los agentes del cuartel real enviados por don Carlos soliviantaron los ánimos inclinándolos á la continuación de la lucha; pero afortunadamente Urbiztondo que tenía gran ascendiente sobre los castellanos y La Torre sobre los vizcaínos, consiguieron decidir á los batallones en favor de la paz, unién doseles inmediatamente los tercios guipuzcoanos.

En el llano de Vergara llevóse á cabo en la mañana del 31 de Agosto el memorable acto de la pacificación.

Espartero y Maroto se abrazaron fraternalmente á la vista de los dos ejércitos, que los vitoreaban llorando de alegría, y á continuación el caudillo liberal pasó revista á aquellos aguerridos batallones que con tanto

valor habían estado defendiendo la persona de un hombre, que ahora miraban con desprecio á causa de su cobardía y fanatismo.

Los soldados liberales abrazaron fraternalmente á aquellos montañeses con los que poco antes se batían con sin igual encarnizamiento, y un unánime grito de ¡viva la paz! fué la oración fúnebre con que bajó al sepulcro aquella causa llamada de la legitimidad.

El diputado por Guipúzcoa, Olano, exclamaba al relatar á las Cortes aquel conmovedor espectáculo que había presenciado:-Allí vimos alborozados un campo de boinas, símbolo aquel día de la inolvidable reconciliación de los hermanos que se abrazaban después de seis años de encarnizada lucha.

Entretanto, don Carlos retirá base lentamente, seduciendo á cuantos voluntarios encontraba al paso con la esperanza mentida de continuar la guerra y para dar calor al cadáver de su poderío que acababa de ser enterrado en Vergara, publicó una proclama quitando toda importancia á aquel convenio que él calificaba de traición del último de sus generales; y la servidumbre del Pretendiente, puesta ya en camino de mentir, no tuvo inconveniente en asegurar á los pocos incautos que aun permanecían con las armas en la mano, que no tardarian en franquear los Pirineos quince mil soldados franceses en clase de aliados de don Carlos.

Maroto quiso justificar ante el país vascongado la terminación de aquella guerra fratricida, y publicó un manifiesto que no podemos menos de reproducir, pues retrata fielmente la situación de las provincias del Norte y de los defensores del absolu

tismo:

<<Voluntarios y pueblos vascongados: Nadie más entusiasta que yo para sostener los derechos al trono de las Españas en favor del señor D. Carlos María Isidro de Borbón cuando me pronuncié; pero ninguno más convencido por la experiencia de multitud de acontecimientos de que jamás podría este príncipe hacer la felicidad de mi patria, único estímulo de mi corazón; y por lo tanto, unido al sentimiento de los jefes militares de Vizcaya, Guipúzcoa, Castellanos y de algunos otros, he convenido para poner término á una guerra desoladora que se haga la paz, la paz tan deseada por todos según pública y reservadamente se me ha hecho conocer la falta de recursos para sostener la guerra después de tantos años y la demostración pública de odiosidad á la marcha de los ministros que me han comprometido al último paso. Yo manifesté al rey mis pensamientos y proposiciones con la noble franqueza que me caracteriza; y cuando debí prometerme

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de nuestras desgracias se multiplicaron; por último he convenido con el general Espartero, autorizado en debida forma por todos los jefes referidos, que en estas provincias se concluya la guerra para siempre y que todos nos consideremos recíprocamente como hermanos y españoles cuyas bases se publicarán y si las fuerzas de las demás provincias quieren seguir nuestro ejemplo evitando la ruína de sus padres, hermanos y parientes, serán considerados y admitidos; pero para ello es indispensable que desde luego se manifiesten abandonando á los que les aconsejan la continuación de una guerra que ni conviene ni puede sostenerse.

>> Los hombres no son de bronce ni como los camaleones, para que puedan subsistir con el viento. La miseria toca á su extremo en todo el ejército, después de tantos meses sin socorro; los jefes y oficiales tratados como de peor condición que el soldado, pues á éste se le da su vestuario y aquél tan sólo una corta ración, mirándolos, de consiguiente, marchar descalzos, sin camisa, y en todos conceptos sufriendo las privaciones y fatigas de una guerra tan penosa. Si algunos fondos han entrado del extranjero, los habéis visto disipar entre los que los recibían ó manejaban. El país, abrumado en fuerza de los excesivos gravámenes, ya nada tiene con que atender á sus necesidades, y el militar que antes contaba con el auxilio de su casa, en el día siente

las angustias de sus padres que lloran | á los más espantosos desórdenes, sien

la generosidad de un pronunciamiento que sólo la muerte y la desolación les promete.

>> Provincianos: sea eterna en vuestros corazones la sensación de paz y unión entre los españoles, y desterremos para siempre los enconos ó resentimientos personales; esto os acon-seja vuestro compañero y general.— Rafael Maroto.»>

Los generales Elío, Guibelalde y otros jefes carlistas que no quisieron acogerse al convenio, pretendieron, validos de su influencia en el país, reanimar las hostilidades contra el ejército liberal; pero Espartero avanzó sobre el Baztán, que era donde estaban reconcentrados los rebeldes, y éstos, en número de ocho mil hombres, navarros en su mayor parte, se refugiaron en Francia, siendo desarmados por la policía de la vecina nación.

En cuanto á don Carlos, antes de abandonar aquel suelo español que durante seis años tanto había ensangrentado, publicó una protesta en la que aseguraba modestamente á los vascongados que, abandonándolo á él, habían abandonado á Dios.

Con el convenio de Vergara terminaba la guerra en las provincias del Norte.

Los ocho batallones navarros que defendían á Estella, depusieron las armas, y el 5. batallón, que se había sublevado contra Maroto en Vera y Echalar, se entregó, antes de rendirse,

do una de sus víctimas aquel famoso general González Moreno, llamado el verdugo de Málaga. Los mismos absolutistas se encargaron de vengar al infeliz Torrijos, tan villanamente asesinado años antes por González Mo

reno.

Aun podía don Carlos haberse resistido con las fuerzas que á las órdenes de Cabrera quedaban en Aragón, Cataluña y Valencia, y que ascendían á más de sesenta batallones; pero aquel príncipe era incapaz de adoptar resoluciones enérgicas, y, cansado de los azares de tan larga guerra, no le disgustaba ir á llevar en el extranjero una vida cómoda y regalada, auxiliado por los millones que ocultamente le enviaba el gobierno de Cristina á cambio de su pasividad.

La guerra quedaba, pues, reducida á Cataluña, Aragón y Valencia, donde Van-Halen, antes de que se ajustara el convenio de Vergara, mandaba el ejército en sustitución de Oraá, sosteniendo la campaña con éxito mediano.

Algunos desaciertos de Van-Halen provocaron numerosas quejas, y aun creció más el disgusto cuando dicho general, después de salir de Zaragoza con gran aparato de guerra para sitiar el castillo de Segura, retrocedió bruscamente, asegurando que era imposible mantener un campamento en las áridas montañas donde estaba situada tal plaza.

El gobierno no tardó en relevar á

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