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á los magnates leoneses á poner la corona en las sienes de Alfonso IV., príncipe á quien sentaba mejor la cogulla de monje que la diadema de rey, y mas aficionado al claustro y al coro que á los campos de batalla y á los ejercicios militares. Sin embargo, la salida de Alfonso IV. del claustro de Sahagun para vestir otra vez las insignias reales de que se habia despojado nos presenta un ejemplo práctico de lo que suelen ser las abdicaciones de los reyes, aun aquellas que parecen mas espontáneas.

Nos horroriza el recuerdo del terrible castigo impuesto por Ramiro II. á su hermano Alfonso y á los tres príncipes sus primo-hermanos, y duélenos considerar que no ha bastado el trascurso de siglos para hacer desaparecer la horrible pena de ceguera heredada de la legislacion visigoda, antes la vemos aplicada con frecuencia y con dureza espantosa por nuestros monarcas á los príncipes de su propia sangre y sus deudos mas inmediatos. Siglos bien rudos eran estos todavía.

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Mas si como cruel nos estremece Ramiro II., como guerrero nos admira y asombra; y asombrarían os mas, si á su lado no viéramos al mismo tiempo al brioso Fernan Gonzalez, á ese adalid castellano, que con su solo esfuerzo supo ganar para sí una monarquía sin cetro y un trono sin corona. El ruido de los triunfos del monarca leonés y del conde castellano penetra en los salones del soberbio palacio de Zahara,

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y avisa á su ilustre huésped, el gran Miramamolin que decian los cristianos, el mas esclarecido y poderoso de los Beni-Omeyas, Abderrahman III., la necesidad de abandonar aquella mansion de deleites y de empuñar la cimitarra si quiere volver por el honor humillado del Coran. Publica entonces el alghied, y acampa á las márgencs del Tormes el mas numeroso ejército musulman que jamás se congregó contra los cristianos. Mahoma y Abu Bekr no hubieran vacilado en encomendarle la conquista del mundo, porque menos numeroso era el que habia subyugado la Persia, el Egipto y el Africa, y una sexta parte habia bastado para posesionarse de España dos siglos hacía. Conducíanle Abderrahman el Magnánimo y el veterano Almudhaffar su tio, vencedores de Jaen, de Sierra Elvira, de Alhama, de Valdejunquera, de Zaragoza y de Toledo. ¿Cómo no habian de creerse invencibles?

Al revés que en Guadalete, donde los soldados de Cristo eran los.mas, los del Profeta los menos, en el Duero los guerreros del cristianismo eran infinitamente menos en número que los combatientes del Islam. Y sin embargo el Coran y el Evangelio van á disputarse otra vez el triunfo en los campos de Simancas como en los campos de Jerez. No importa la desigualdad del número á los cristianos: con las contrariedades de dos siglos se ha enardecido su ardor bélico, y son los vencedores de Osma y de Madrid. Antes de cruzarse las armas se eclipsa el sol, como si esquivase

alumbrar el sangriento espectáculo que se preparaba: este fenómeno natural difunde el asombro en los dos campos, y todos sacan consecuencias fatídicas temiendo tener contra sí la ira y el enojo del cielo, porque todos son supersticiosos, cristianos y musulmanes. Dáse al fin la pelea, y la clara luz del sol de otro dia, mas resplandeciente ya de lo que entonces los mahometanos hubieran querido, enseñó á los cristianos con admiracion suya el prodigioso número de infieles que en el campo habia dejado tendidos el filo de sus espadas. La larga tregua que despues hubo de ajustarse entre Ramiro II. y Abderrahman III. prueba mas que las relaciones de batallas la pujanza que habia alcanzado ya la monarquía leonesa.

Aprovechó el califa esta paz para atender á la guerra de Africa y para dotar al imperio de escuelas, de palacios y mezquitas, aprovechóla el rey de Leon para fundar monasterios y fundar iglesias ó reedificarlas. Esta era la marcha de las dos religiones y de los dos pueblos.

Ramiro II. se despidió de los moros con otra batalla, de su hijo Ordoño transfiriéndole el cetro, y del mundo vistiendo el hábito de la penitencia.

Con Ordoño III., aunque sin culpa suya, comienzan á romperse los lazos que unian á los diferentes gefes de los cristianos, y se conjuran contra el nuevo monarca su hermano, su suegro y su tio. Comprend emos que á Sancho le punzára la ambicion del reinar;

que la política de Fernan Gonzalez fuera debilitar la monarquía leonesa para labrar la independencia castellana: pero no alcanzamos lo que pudo impulsar á García de Navarra á romper la buena armonía en que su padre habia vivido con tres reyes de Leon consecutivos. Ordoño en un arranque de indignacion por la deslealtad de Fernan Gonzalez su suegro se divorcia de la reina: único ejemplar que sepamos de una princesa que ha subido al trono en premio de un juramento de fidelidad de su padre, y que desciende de él en castigo de haber quebrantado su padre aquel mismo juramento; como si mas que reina fnese una prenda pretoria depositada en garantía de

un contrato.

Ocupa al fin Sancho por muerte de su hermano Ordoño III. el trono que anticipadamente habia intentado asaltar, y el conde Fernan Gonzalez de Castilla tuerce repentinamente el giro de su política, y de auxiliar que ha sido de Sancho pretendiente, se muda en enemigo armado de Sancho rey; y es que quiere sentar en el trono á Urraca su hija, la repudiada de Ordoño III., que ha pasado á ser esposa del que va á ser Ordoño IV., todo por negociaciones de su padre Fernan Gonzalez, que parecia especular en tronos con su hija. Es difícil bosquejar bien el complicado cuadro de sucesos que produjo la conducta incierta del voluble, ó si se quiere, del político conde. Merced á ella, Sancho el Gordo, siendo ya rey legítimo, vióse desTOMO IV.

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tronado por el mismo que habia querido hacerle rey intruso, y forzado á buscar un asilo al amparo de su tio García de Navarra.

Para que todo sea irregular y anómalo en esta época confusa y revuelta, Sancho el Gordo, destronado por los suyos, pasa de Pamplona á Córdoba á curarse de su inmoderada obesidad, y encuentra en la córte del califa médicos musulmanes que le restituyan su agilidad primitiva y un emperador mahometano que le ayude á recuperar su trono. Y el rey cristiano, depuesto por un príncipe, un conde y un ejército cris tiano, es restablecido por un sucesor de Mahoma y por soldados del Profeta. Cristianos y musulmanes sacrifican otra vez el principio religioso ó á la ambicion ó á la política. No podia prosperar mucho la causa de la fé cuando los cetros se conquistaban al abrigo de los estandartes infieles.

Ordoño el intruso huye cobardemente á Asturias, de donde le arrojan las armas victoriosas de Sancho: busca un refugio en Burgos, y los burgaleses le arrebatan su esposa y sus hijos y le envian donde su buena ó mala ventura le valiera; y Ordoño el Malo, rey sin trono, marido sin esposa, padre sin hijos, lanzado de Leon, arrojado de Oviedo, expulsado de Burgos, acaba sus dias desastrosamente entre los moros, sin dejar otra cosa que la memoria de algunas tiranías que ejerció siendo rey, y el sobrenombre de Malo que le ha conservado la posteridad. A pesar de

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