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puerca, á cuatro leguas de aquella ciudad, y á la vista de las huestes castellanas que acampaban en aquel valle. Todavía Fernando, mas, á lo que es de creer, por generosidad y nobleza de sentimientos que por temor, renovó á su hermano las proposiciones de paz, y aun envió á su campo á dos venerables varones, San Ignacio, abad de Oña, y Santo Domingo de Silos, á intento de ver si con sus santas palabras hacian desistir de su temerario empeño al obstinado García. Inútiles fueron tambien los piadosos esfuerzos de tan virtuosos prelados. El malhadado rey de Navarra corria desbocado á su perdicion como aquellos hombres á quienes parece arrastrar á su ruina un destino fatal. Frustradas todas las tentativas de avenencia por parte del monarca castellano, la batalla se hizo inevitable, y la batalta se dió.

Al primer albor de la mañana (1.° de setiembre de 1054), entre la confusa gritería de ambas huestes, mezcláronse los peleadores y se cruzaron con furor las espadas. En el calor de la pelea vióse á un anciano y venerable navarro arrojarse lanza en ristre, sin casco y sin coraza, en lo mas cerrado de las filas enemigas, como quien busca desesperado la muerte, que recibió con la imperturbabilidad de quien la deseaba. Era el ayo del rey don García, el que le habia educado en su niñez, que despues de haberle exhortado con enérgicas razones á que desistiese de aquella guerra, viendo la ineficacia de sus consejos, no quiso

sobrevivir á la pérdida de su patria y á la muerte de su señor que preveia, y se anticipó á morir como bueno. Una cohorte de caballeros leoneses, antiguos allegados al rey Bermudo, y particularmente adictos á la causa de su hermana la reina doña Sancha, de los que se habian hallado en la batalla de Tamaron, se abrieron paso con sus lanzas á través de los dos ejércitos, y llegando á donde se hallaba don García rodeado de un grupo de valientes navarros, se precipitaron sobre ellos y los arrollaron, derribando de su caballo al rey, que cayó al suelo acribillado de heridas. Quedaronle al temerario monarca tan solamente algunos momentos de vida, que aprovechó para confesarse con el abad de Oña, uno de los dos santos prelados cuya mision de paz no habia querido escuchar antes el acalorado rey (1).

Tal fué el fruto que de su tenacidad sacó el monarca navarro García Sanchez, conocido por el de Nájera, en los campos de Atapuerca, que la tradicion designa todavía hoy con el nombre de campos de la Matanza. Muerto García, gritaron victoria los castellanos, y desalentáronse y huyeron los navarros y sus

(1) Hemos tomado la relacion de estos sucesos principalmente del monge de Silos, Chron. n. 82 y 83, con la cual concuerda Lucas de Tuy. Al decir del Silense, Fernando de Castilla habia manifestado á aquellos caballeros su deseo de que le entregáran vivo mas bien que muerto a su hermano;

pero ellos y la reina descaban vengar con sangre la que él habia hecho verter a Bermudo en los campos de Tamaron. El arzobispo don Rodrigo lo cuenta con algunas variantes. Nos merece en esto mas fé el Silense, por ser escritor contemporáneo.

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auxiliares. Fernando ordenó que se persiguiéra á los fugitivos cristianos de modo que se les diera tiempo para salvar sus vidas: los sarracenos auxiliares quiso que fuesen tratados con todo el rigor de las leyes de la guerra, y los que no fueron acuchillados quedaron cautivos. Hizo Fernando recoger y trasportar el cadáver de su hermano á Nájera, y enterróle en la iglesia de Santa María, edificada y dotada por él ("). Pudo Fernando despues de esta victoria haberse hecho acaso sin gran dificultad dueño del reino de Navarra: moderado anduvo en haberse contentado con Nájera y con los pueblos de la derecha del Ebro: de todo lo demás puso él mismo en posesion á su sobrino Sancho, el primogénito de su desventurado hermano García.

Desembarazado de esta guerra, y deseando ya medir sus armas con los infieles, regresado que hubo el victorioso castellano á sus antiguos dominios, preparó sus huestes para la campaña que emprendió la primavera siguiente (1055), pasando el Duero у Tormes, y penetrando en las provincias de la Lusitania ocupadas por los musulmanes (2). Apoderóse desde

(1) Tuvo el rey García Sanchez ocho hijos, cuatro varones y cuatro hembras: Sancho, Ramiro, Fernando y Raimundo, y Urraca, Ermesinda, Jimena y Mayor. La reina doña Estefanía sobrevivió tres años y medio á su esposo.

(2) Mortuo fratre, dice el monge de Silos, jam securus de patria reliquum tempus in expugnandos barbaros..... agere decre

el

vit. Esto unido á lo que antes habia dicho este cronista, que «pasó diez y seis años sin salir de los límites de su reino ni emprender nada contra estrañas gentes,» demuestra que los historiadores españoles, Mariana, Sandoval, Ferreras y otros han puesto indebidamente las campañas de Fernando en Portugal antes que la guerra con su hermano García.

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luego por asalto de la fortaleza de Sena (hoy Cea) en la provincia de Beira. Desde alli continuó haciendo devastadoras correrías y tomando poblaciones, sin darse ni dejar mas descanso que el que el rigor de las estaciones le obligaba á hacer, y que empleaba en atender á los negocios interiores de su reino. Atrevióse ya en 1057 á poner sitio á Viseo, ante cuyos muros una flecha fatal habia dado treinta años hacía una muerte prematura á su suegro Alfonso V. de Leon. Terrible fué la resistencia que le opusieron los sitiados. Aquellos ballesteros musulmanes eran tan diestros y certeros, que á mas de no errar un golpe de saeta arrojábanlas con violencia tal, que no habia casco ni coraza tan dura que no la traspasáran, lo cual obligó á los sitiadores á armarse de triplés corazas y de escudos forrados de madera. Habíase provisto tambien Fernando de cuerpos de honderos. Merced á estos medios y al arrojo de los castellanos la plaza fué entrada á viva fuerza, y sus habitantes y defensores ó pasados á cuchillo ó hechos cautivos. Entre estos últimos se hallaba todavía el que disparó el mortífero venablo que puso fin á la preciosa vida de Alfonso V. Dicen que el rey, despues de sacarle los ojos, le hizo cortar ambas manos y un pie, venganza que querríamos no ver ejecutada por un príncipe cristiano, pero que en aquellos y aun en muy posteriores tiempos se consideraba y aplaudia como un rasgo de celo religioso y de piadosa y justa se

veridad (). A la toma de Viseo siguió algunos meses despues la de Lamego, ciudad situada cerca del Duero, y tenída por casi inexpugnable en razon á sus elevados muros. Nada arredró á los castellanos y leoneses, y abierta brecha en aquellas altísimas murallas, posesionáronse de la ciudad matando y cautivando segun costumbre. Lo mejor de los despojos fué de órden del piadoso monarca destinado al servicio de las iglesias y «de los pobres de Cristo,» segun la espresion de la crónica (2),

Alentado Fernando con estos triunfos, concibió el proyecto de apoderarse de Coimbra. Era Coimbra la ciudad mas importante y como la capital de todas aquellas posesiones musulmanas. Para prepararse á tan gloriosa empresa como cumplido y fervoroso cristiano pasó el rey de Castilla á visitar el sepulcro del santo apóstol Santiago, á quien dirigió por espacio de tres dias y tres noches humildes y fervientes oraciones implorando por su intercesion el auxilio divino en favor de las armas españolas. Hecho esto, volvió á poner sitio á Coimbra (enero de 1058), lleno de esperanza y de fé. No le fué, sin embargo, la toma de la ciudad tan fácil como acaso se habria imaginado. Costóle siete meses de asedio, al cabo de los cuales el hambre y la penuria, á lo que se cree, obligaron á

(4) Mon. Sil. Chron. n. 85 y 86. (2) Id. n. 87.-Chron. Conimbric. pág. 337.-Florez, Esp. Sa

grada, tom. 14.-Ribeiro, Dissert. Chronolog. é crit. sobre la Histo ria de Portugal, t. IV.

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