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EDAD MEDIA,

LIBRO I.

CAPITULO XVII.

ESTADO MATERIAL Y MORAL

DE LA ESPAÑA ÁRABE Y CRISTIANA...

De 910 & 970.

F. Reinos cristianos.-Progreso de la obra de la restauracion.-Lo que se debió á cada monarca.-Débil reinado de García de Leon.-Vigor y arrojo de Ordoño II.—Tendencia de los castellanos hácia la emancipacion.-Obispos guerreros de aquel tiempo.-Piedad religiosa y moralidad de los reyes.-Jueces de Castilla.-Sistema de sucesion al trono. Breves reinados de Fruela II. y de Alfonso IV.-Ramiro II, y Fernan Gonzalez.-Lo que influyó cada uno en la suerte de la España cristiana.-Ordoño III.: Sancho el Gordo y Ordoño el Malo.-Manejo de cada uno de estos príncipes: extraña suerte que tuvieron.—Castilla: Fernan Gonzalez: cuándo y cómo alcanzó su independencia.II. Imperio árabe.-Equivocado juicio de nuestros historiadores sobre su ilustracion en esta época.-Grandeza y magnanimidad de Abderrahman III.: generosidad y abnegacion de Almudhaffar.-Magnificencia y esplendidez del Califa: prosperidad del imperio.—Alhakem II.-Cultura de los árabes en este tiempo.-Proteccion á las letras: progreso intelectual: cómo se desarrolló y á quién fué debido.-Observacion sobre las historias arábigas.

I. En la obra laboriosa y lenta de la restauracion española, cada periodo que recorremos, cada respiro que tomamos para descansar de la fatigosa narracion

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de los lances, alternativas y vicisitudes de una lucha viva y perenne, nos proporciona la satisfaccion de regocijarnos con la aparicion de algun nuevo estado cristiano, fruto del valor y constancia de los guerreros españoles, y testimonio de la marcha progresiva de España hácia su regeneracion. En el primero vimos el origen y acrecimiento, la infancia y juventud de la monarquía Asturiana: en el segundo anunciamos el doble nacimiento del reino de Navarra y del condado de Barcelona: ahora hemos visto irse formando otro estado cristiano independiente, la sobera nía de Castilla, con el modesto título de condado tambien. La reconquista avanza de los extremos al centro.

Merced á la grandeza del tercer Alfonso de Asturias, Navarra se emancipa de derecho, y el primogénito de Alfonso el Magno puede fijar ya el trono y la córte de la monarquía madre en Leon: paso sólido, firme y avanzado de la reconquista. ¡Asi hubiera heredado el hijo las grandes virtudes del padre, como heredó el primer rey de Leon las ricas adquisiciones del último monarca de Asturias! Pero el hijo que conspiró siendo príncipe contra el que era padre afectuoso y monarca magnánimo, ni heredó las prendas paternales, ni gozó sino por muy breve plazo de la herencia real. A castigo de su crímen lo atribuyen nuestras antiguas crónicas; propio juicio de quienes escribian con espíritu tan religioso.

Vínole bien al reino su muerte, porque sobre ha

berse reincorporado Galicia á Leon con la sucesion de Ordoño II., acreditó pronto este príncipe que el cetro leonés habia pasado á manos mas robustas que las de García su hermano. Los campos de Alange, de Mérida, de Talavera, de San Esteban de Gormaz resonaron con los gritos de victoria de los cristianos. Sin embargo, la batalla de Valdejunquera demostró á Ordoño que no se desafiaba todavía impunemente el poder de los agarenos, y eso que pelearon unidos el monarca navarro y el leonés. Mas ni á Sancho de Navarra escarmentó aquel terrible descalabro, ni acobardó á Ordoño de Leon. Todavía el navarro tuvo aliento para esperar á los musulmanes en una angostura del Pirineo y vengar su anterior desastre, y todavía Ordoño tuvo el arrojo de penetrar hasta una jornada de Córdoba, como quien avanzaba á intimar al príncipe de los creyentes: «Apresúrate á sofocar las discordias de tu reino, porque te esperan las armas cristianas ansiosas de abatir el pendon del Islam.» Y cuenta que imperaba en Córdoba Abderrahman III. el Grande, y que mandaba los ejércitos mahometanos su tio el valeroso y entendido Almudhaffar.

La prision y ejecucion sangrienta de los cuatro condes castellanos ha dado ocasion á nuestros escritores para zaherir ó aplaudir, segun sus opuestos juicios, la severa conducta del monarca leonés. Los unos cargan todo el peso de la culpabilidad sobre los desobedientes condes para justificar el suplicio impuesto

por el rey de Leon: los otros intentan eximir de culpa á aquellos magnates, para hacer caer sobre el monarca toda la odiosidad del duro y cruel castigo. Nosotros, sin pretender eximir á los castellanos condes de la debida responsabilidad por la desobediencia á un monarca de quien eran súbditos todavía, y por cuya falta de concurrencia pudo acaso perderse la batalla de Valdejunquera, tampoco hallamos medio hábil de poder justificar el capcioso llamamiento que Ordoño les hizo, ni menos la informalidad del proceso (si fué tal como Sampiro lo cuenta) para la imposicion de la mayor de todas las penas, lo cual se nos representa como una imitacion de las sumarias y arbitrarias ejecuciones de Alhakem I. y de los despóticos emires de los primeros tiempos de la conquista, menos indisculpables en estos que en un monarca cristiano. Lo que descubrimos en este hecho es la tendencia de los condes ó gobernadores de Castilla á emanciparse de la obediencia á los reyes de Leon; tendencia que mal reprimida por el escesivo rigor y crueldad de Ordoño, habia de estallar no tardando en rompimiento abierto y en manifiesta escision. Asi, mientras por un lado vemos con gusto estrecharse entre las monarquías de Leon y Navarra las relaciones incoadas por Alfonso III. y pelear ya juntos sus reyes, por otro empieza á vislumbrarse el cisma que habrá de romper la unidad de la monarquía leonesa.

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