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como satisfechos habian quedado con los anteriores. Pero la voluntad del Cid era entonces la ley, y tenia que ser cumplida. En su virtud salieron los moros con sus mugeres y sus hijos de Valencia á ocupar el arrabal, y los cristianos de la Alcudia entraron á reemplazarlos en la ciudad. Los que salieron eran tantos, dicen, que tardaron en desfilar dos dias enteros.

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Creyó el Cid llegado el caso de ejecutar en el usurpador Ben Gehaf un castigo ejemplar y terrible. En medio de la plaza hizo ahondar un hoyo, en el cual dispuso fuese metido el antiguo cadí de modo que quedaran solamente descubiertas la cabeza y las manos. En derredor de esta fosa se pusieron haces de leña á los cuales se les prendió fuego. Aquel desventurado mostró una serenidad horriblemente heróica. Pronunciando las palabras sacramentales de los árabes: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso,» á fin de abreviar su suplicio con su propia mano se aplicaba las ascuas y los tizones encendidos, y asi expiró entre tormentos horrorosos. El Cid queria quemar tambien á la familia y parientes de Ben Gehaf, pero musulmanes y cristianos se interesaron é intercedieron por ellos, y lograron, aunque con trabajo, ablandar á Rodrigo y salvarlos de tan ruda sentencia. Sin embargo ejecutó el mismo castigo en algunos otros personages. Con esto Ben Gehaf, antes tan aborrecido, fué mirado como un mártir entre los musulmanes. Sus mismos enemigos ensalzaban despues

aquella desgraciada víctima. Ibn Bassán, el escritor mas inmediato á los sucesos, decia: «Quiera Dios escribir esta accion meritoria en el libro en que ha registrado las buenas acciones del cadí;' que le sirva para borrar los pecados que antes hubiese cometido.>> Fué el suplicio de Ben Gehaf en mayo ó principios de junio de 1095.

«El poder de este tirano (continúa el citado escritor árabe hablando del Cid) fué siempre creciendo, de modo que pesó sobre las altas y las bajas comarcas, y llenó de terror á nobles y á plebeyos. Uno me ha contado haberle oido decir en un momento de vivos deseos y de estremada avidez: Un Rodrigo perdió á España, y otro Rodrigo la rescatará. Palabra que infundió el pavor en los corazones, y que hizo pensar á los hombres que sucediera pronto lo que recelaban y temian. Sin embargo, este hombre, la plaga de su tiempo, era por su amor á la gloria, por la prudente firmeza de su carácter, y por su valor heróico, uno de los prodigios del Señor.» Elogio grande en la pluma de un musulman contemporáneo.

Propúsose Yussuf ben Tachfin, el emperador de los Almoravides, reconquistar á toda costa á Valencia. Era Valencia para él, dice el citado escritor, una arista en el ojo. Un numeroso ejército mandado por su lugarteniente Ben Aixa fué á ponerle sitio. Al undécimo dia hizo el Cid una salida impetuosa, derrotó los enemigos y se apoderó de su campo (1096).

Despues de la batalla de Alcoraz ganada por Pedro I. de Aragon, de que daremos cuenta en las cosas de este reino, los nobles aragoneses aconsejaron á su rey que hiciera alianza con el Cid. Gustosos vinieron en ello el aragonés y el castellano, y habiendo tenido una entrevista marcharon reunidos hácia Valencia. Cerca de Játiva salió á su encuentro el general almoravide Ben Aixa con treinta mil hombres; pero lo medító mejor, y tuvo por prudente evitar el combate. Prosiguiendo despues por la costa hácia el Sur, viéronse acometidos por los Almoravides favorecidos por una escuadra. Comenzaban á desfallecer los cristianos viéndose acosados por mar y por tierra. El Cid recorrió las filas á caballo, los realentó, lanzaron el ejército almoravide de sus ventajosas posiciones, apoderándose de los efectos de su campo, y volvieron á entrar en Valencia. El de Aragon regresó á sus estados, el castellano se preparó á tomar á Murviedro, donde mandaba el señor de Albarracin, que aliado suyo antes, le habia sido infiel durante el sitio de Valencia (1097).

Primeramente quiso recobrar á Almenara, que cayó en su poder á los tres meses. Púsose despues sobre Murviedro. Pidiéronle los sitiados un plazo de treinta dias, á condicion de rendírsele si no eran en este intervalo socorridos. El Cid se le concedió. El scñor de Murviedro y de Albarracin se dirigió sucesivamente en demanda de auxilio á Alfonso de Casti

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lla, á Almostain de Zaragoza, á los Almoravides y al conde de Barcelona. Alfonso contestó que mas le agradaria ver á Murviedro en poder de Rodrigo que en el de un príncipe sarraceno. Negósele Almostain intimidado por las amenazas del Campeador. Los Almoravides no quisieron moverse sin que el emperador Yussuf se pusiera á su cabeza. Y el de Barcelona, que sitiaba á Oropesa, se retiró con solo el rumor de que se aproximaba el Cid. Pasados los treinta dias intimó Rodrigo la rendicion á los sitiados. Disculpáronse ellos con que los mensageros no habian regresado aun, y el Cid les dió espontáneamente un nuevo plazo de doce dias. Pasaron estos, y todavía le suplicaron que prorogará aquel hasta la pascua de Pentecostés: el Cid les concedió generosamente hasta San Juan: tal era la confianza que tenia de que nadie seria osado á socorrerlos; y aun les permitió poner en seguridad sus mugeres, sus hijos y sus bienes. En vano esperaron este largo tiempo los sitiados, nadie se atrevió á acudir en su ayuda, é hizo el Cid su entrada en Murviedro el 24 de junio de 1098. Pidióles entonces el equivalente al dinero que habian enviado á los Almoravides para empeñarlos á que fueran á combatirle, y como no les fuese posible aprontarlo fueron los moros de Murviedro, encadenados y conducidos á Valencia.

Pero Castilla iba á verse bien pronto privada del robusto brazo del maş ilustre de sus guerreros. Los Al-

moravides mandados por Ben Aixa derrotaron á Alvar Fañez, pariente y compañero del Cid, en las inmediaciones de Cuenca. Avanzaron hácia Alcira, y habiendo encontrado alli una parte del ejército de Rodrigo le derrotaron tambien. Cuando los soldados que escaparon con vida le llevaron tan triste nueva, el Cid, jamás vencido cuando él capitaneaba sus guerreros, murió de pesar (julio de 1099). «¡Que Dios no use de misericordia con él!» añade el escritor arábigo.

Todavía despues de la muerte de Rodrigo su esposa Jimena, digna consorte de tan grande héroe, continuó defendiendo á Valencia contra los reiterados ataques de los Almoravides. Mas de dos años sostuvo la ilustre viuda el honor de las armas castellanas en aquella ciudad ya famosa, hasta que en octubre de 1104. le puso cerco el general almoravide Mazdalí con poderosísimo ejército. Aun asi se sostuvieron firmemente los sitiados por espacio de siete meses, al cabo de los cuales, envió Jimena al obispo de la ciudad, Gerónimo, francés como la mayor parte de los que Alfonso habia colocado, á suplicar al rey de Castilla que acudiera en su socorro. Hízolo asi Alfonso VI., entrando con su ejército en Valencia sin que el de los Almoravides fuera capaz á estorbárselo. Mas conociendo Alfonso que sin el brazo sin el brazo y la espada del Cid seria dificil sostener una ciudad tan apartada del centro de sus estados, determinó abandonarla, y despues de haberla puesto fuego salió con toda la guarnicion

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